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Todos querían ser labradores de la historia

Fuentes: Rebelión

«Todos querían ser labradores de la historia; nadie quería ser estiércol de la historia. Pero, ¿se puede arar la tierra sin haber echado antes el abono? Algo ha cambiado, porque ahora hay quien se adapta a ser estiércol, el que sabe que tiene que serlo y se adapta»Antonio Gramsci Desde que estalla la crisis en […]

«Todos querían ser labradores de la historia; nadie quería ser estiércol de la historia. Pero, ¿se puede arar la tierra sin haber echado antes el abono? Algo ha cambiado, porque ahora hay quien se adapta a ser estiércol, el que sabe que tiene que serlo y se adapta»
Antonio Gramsci

Desde que estalla la crisis en España en el 2008 ya nada será igual. El ciclo de crecimiento que empezó en el 94 y acaba abruptamente ese 2008 había dejado no sólo una tremenda burbuja inmobiliaria sino una tremenda burbuja mental en amplios y transversales segmentos de la población. La vida cotidiana de la gente cambió radicalmente hacia un creciente individualismo favorecido por: la desarticulación de una sociedad civil organizada roja (la definitiva domesticación de los sindicatos de clase, la institucionalización del asociacionismo vecinal, la explosión del oenegismo…), la pérdida de cualquier forma comunitaria en gran parte de los barrios, el brutal aumento del paro, la precarización del empleo y la cada vez mayor división dentro del mercado de trabajo (y por lo tanto dentro de la clase trabajadora), entre un sector con derechos más o menos adquiridos en su puesto de trabajo y otro sector con cada vez mayor inseguridad y precariedad (todo ello atravesado por lo generacional, por el género y por la nacionalidad), por la aparición de un «capitalismo popular» con las empresas privatizadas o los fondos de pensiones privados o, sin duda, la entrada estelar de la vivienda como inversión o como posible inversión a ojos de una parte importante de la población (al fin y al cabo lo que algún economista marxista llama «keynesianismo de precios activos»), que da lugar a una especie de «sociedad de propietarios» (que tras el estallido de la crisis se demostró que lo eran solo de deudas).

Pero ese 2008 y sus estragos en una estructura económica débil, desindustrializada, endeudada, dependiente del ladrillo y la construcción de infraestructuras, en una formación social como España que formaba y forma parte de la periferia en la división del trabajo en la UE, devoró como un huracán buena parte de las certezas de esos mismos amplios y transversales sectores de la población (que pone las bases de la crisis de Régimen en la que estamos insertos), sobre todo cuando el gobierno de ZP se somete a los dictados del BCE a partir del año 2010 e inicia su «giro» a los recortes, la reforma laboral y finalmente la reforma express de la Constitución, juntamente con el Partido popular, que somete todo al pago de la deuda, el famoso artículo 135.

Las primeras reacciones a esta situación vinieron de un actor clásico como es el movimiento obrero organizado y más concretamente los dos principales sindicatos con una huelga de funcionarios (con no mucho éxito) que fueron los primeros recortados y posteriormente una huelga general en septiembre de 2010 frente a la leonina reforma laboral de ZP. Huelga que dadas las circunstancias tuvo respaldo. Pero en la entrada de 2011 estos dos sindicatos firmaron un acuerdo de pensiones con el gobierno «socialista» en el que demostraban que seguían apostando por una estrategia defensiva-corporativa del «mal menor» y de protección de sectores muy concretos de la clase trabajadora frente a otros.

Ante esta situación y unas semanas antes de las elecciones municipales explota algo tremendo en la Puerta del Sol de Madrid y a partir de ahí en otras plazas de España, el 15M, un movimiento descentralizado, asambleario, plural y con un fuerte protagonismo de sectores juveniles sobradamente preparados pero sin futuro, es decir, lo que podemos denominar una fracción de la clase trabajadora o de futuros trabajadores muy cualificados (con titulaciones universitarias o cerca) que tendrá y tiene un gran protagonismo desde ese momento y hacia delante. Esa explosión del 15M generó unas ondas de movilizaciones masivas (sobre todo en el 2012 y 2013 como pico) y aparición de nuevos sujetos o actores (25S, mareas, marchas de la dignidad, PAH…) en donde se van a entrecruzar esos «JASP» sin futuro antes nombrados con otra fracción de la clase trabajadora que tendrá una presencia muy importante a partir de ese momento, empleados, profesionales y técnicos de servicios públicos de reproducción social recortados en sus salarios, condiciones de trabajo y en los propios servicios que realizan.

Estas movilizaciones masivas impactaron muy fuertemente en una amplia parte de la población creando lo que siguiendo a E.P Thompson podríamos llamar «economía moral de la multitud» o siguiendo a Gramsci un «sentido común popular» consistente en un gran rechazo a los recortes y la austeridad así como a la corrupción y una fuerte defensa de los derechos sociales y de una democracia más real y representativa de la mayoría social frente a las elites. Ese impacto se produce como decimos en esa «mayoría silenciosa» que en las elecciones municipales y generales de 2011 votaron en «conservador» a un PP que en la memoria colectiva de esa «mayoría silenciosa» había gestionado bien la economía en esos años «gloriosos» del ladrillo, pero que al llegar al gobierno (y con muchas autonomías y municipios ya en sus manos) llevó a cabo una tanda de recortes brutales al dictado de la troika incumpliendo sus promesas electorales sin que eso repercutiera en una recuperación palpable para la mayor parte de la gente, sino todo lo contrario una extensión de la precariedad e inseguridad para sectores que antes ni se imaginaban que podían estar en esas.

A nivel sindical, los dos grandes sindicatos parece que reaccionan de manera más ofensiva en el 2012 ante los ataques del PP, y lo hacen con dos huelgas generales (la segunda a nivel sur-europeo), con un fuerte impacto y manifestaciones masivas (manifestaciones masivas que se habían dado antes y entre las huelgas, además del mismo día de las huelgas) además de la creación de una especie de plataforma unitaria, la Cumbre Social. Pero de nuevo esto fue un espejismo y tras ese año otra vez la estrategia defensiva-corporativa se puso encima de la mesa y con toda probabilidad estos sindicatos perdieron la última oportunidad que les quedaba para refundarse, limpiarse, ponerse al día y poder haberse convertido en un puntal de las luchas y las propuestas (y aquí estamos ante un problema muy serio que nadie esta poniendo encima de la mesa y que es la necesidad de un nuevo sindicalismo de clase como una de las condiciones para hacer real la posibilidad de transformación).

A nivel político, IU tuvo una pequeña subida en las elecciones generales de 2011 y acompañó las diversas movilizaciones que se dieron en los años posteriores además de que sacó importantes documentos en su Asamblea Federal de 2012. Pero una vez más esos documentos quedaron como papel mojado frente a la práctica real que el «alma» conservadora y sin voluntad de poder y con complejo de Pepito Grillo del PSOE (que es la que domina el aparato tanto de IU como del PCE -una de las dos almas de IU), llevó a cabo y en donde se contentó con lo que le marcaban las encuestas y no supo ni quiso leer los retos que imponía en la forma de hacer política (organización, discurso, nuevos liderazgos, alianzas,…), los nuevos sujetos y la nueva composición de la clase trabajadora (y de alianzas entre clases y fracciones de clase, grupos sociales) que aparecían tras la crisis y la explosión y ondas del 15M. Resultado de todo ello fue que ese «capital acumulado» de las movilizaciones de una importante (cuantitativa y cualitativamente) minoría activista que caló en una amplia «mayoría silenciosa», fue aprovechado por gente que estuvo en un momento o en otro en, o en los alrededores de, IU ante la cerrazón de ese aparato con la aparición de Podemos y su irrupción fulgurante en las elecciones europeas que abrían el ciclo electoral más importante de los últimos cuarenta años.

Podemos irrumpe de manera espectacular en las europeas y a partir de ahí toda la política en España gira alrededor de ellos. Con una estrategia laclauliana-gramsciana consistente en la penetración en los medios de comunicación mainstream y más concretamente los programas de debate y tertulia de la televisión (aprovechando muy inteligentemente las necesidades de audiencia de estos medios en busca de un nuevo nicho de mercado «indignado», más los propios intereses políticos de estos medios en dividir o fragmentar el voto de la «izquierda transformadora») utilizando para ello un discurso comprensible a través de «significantes vacíos» como «Pueblo», «ciudadanía», «la gente», «democracia», «patria», «casta» y poniendo (en la estela del 15M) la confrontación entre arriba-abajo y no entre izquierda-derecha; es más huyendo de ser catalogados como izquierda y en todo caso ser catalogados como el partido de «los de abajo», «de la gente», «de la mayoría» frente a la susodicha «casta». A esto unieron la llamada a la creación de círculos sectoriales y territoriales, la utilización de primarias para elegir candidatos y direcciones, la hábil utilización de las redes sociales…

Desde las europeas hasta aproximadamente noviembre-diciembre del pasado año, Podemos tiene un momento de ascenso vertiginoso en las encuestas que en algunos casos le dan un 30% y primera fuerza política, captando votos no sólo del PSOE e IU sino del PP. Pero desde el principio del presente año, y a pesar de éxitos innegables como la «Marcha del cambio» a finales de enero en Madrid, se empieza a ver un debilitamiento en sus expectativas electorales y el esbozo de un muy probable techo electoral para las generales de noviembre que podría estar en poco más del 20% (las elecciones andaluzas marcan en la práctica este camino). Esto es debido a: los ataques sistemáticos por parte de los medios y en algunos casos la mala y tardía respuesta a estos por parte de esta formación política; la emergencia de una formación política ya existente, Ciudadanos (la respuesta más inteligente del Régimen hasta ahora junto al nuevo rey) que le quita y le puede quitar del posible voto que le estaba viniendo desde sectores moderados rebotados con el PP; su propia descoordinación organizativa y divisiones en un proceso interno de construcción que está agotando a mucha gente (la cada vez menor participación en sus primarias es un ejemplo).

Todo esto hace pensar que la estrategia de «guerra de movimiento» que el grupo dirigente de Podemos (con la famosa «maquina de guerra electoral» y «el asalto a los cielos») consistente en llegar a ganar las generales aglutinando todo el voto descontento haciendo realidad la «hipótesis populista» no parece viable o en todo caso ha encontrado límites objetivos y subjetivos. Y a partir de ahí empieza a vislumbrarse la necesidad de la «guerra de posiciones» (sin tener que olvidar la «guerra de movimiento»). Pero Podemos, que si hubiera que definirlo con una metáfora, sería la de una enorme cabeza sin cuerpo ni piernas no parece preparado para este tipo de guerra y por lo tanto se verá obligado al concurso de otros sujetos y actores que tanto dentro como fuera y en los alrededores de Podemos posibiliten ese cuerpo y esas piernas que pongan la cabeza en su sitio. Y esa es la hipótesis del «partido orgánico», es decir, todos aquellos cuadros procedentes de otras organizaciones políticas y movimientos que no desean entrar en Podemos pero que tampoco le ven como su principal enemigo. Es decir, que la probable situación después de noviembre sea un empate (ya no tanto cuantitativo sino cualitativo) entre las fuerzas de la restauración y la ruptura que se deshará (electoralmente hablando) unos años después (años para solidificar organización, programa, cuadros, movilizaciones,…) para un lado o para otro, teniendo en cuenta que si lo hace para el lado de la restauración es muy posible otros cuarenta años de «paz» y si lo hace en el lado de la ruptura sería solo el comienzo de una guerra terrible sin nada asegurado.

Desde las elecciones europeas estamos ante la explosión cada vez más descarnada, evidente y en ascenso del enfrentamiento sin posibilidad de compromiso entre las dos «almas» de IU, a la vez que encuesta tras encuesta IU se hunde cada vez más.

El anuncio colectivo de la salida de un grupo de militantes de IUCM con Tania Sánchez a la cabeza, supuso un terremoto con fuerte eco mediático no sólo en Madrid sino en el resto del Estado. Este grupo que arrancó con la consigna «Vamos hasta el final» marca desde el principio una meta ambiciosa y muy compleja: construir la Unidad Popular teniendo en cuenta que Podemos es el actor central, pero no es el único.

Conviene detenerse unos instantes en desbrozar este concepto tan manido de Unidad Popular. Manido por su utilización en forma de arma arrojadiza por unos y otros. No podemos olvidar que la Unidad Popular es una alianza estratégica de clases y fracciones de clase en su enfrentamiento con el poder de la oligarquía. Históricamente, los pueblos se han dotado de ella, principalmente, en dos circunstancias: o un ascenso terrible de la forma fascista de dominación de clase, o cuando está en grave peligro la soberanía nacional. Y hoy lo está con la subordinación de la clase dominante a las exigencia de la troika. Y, además, la Unidad Popular es una herramienta electoral para que las clase populares utilicen las instituciones del Sistema en su propio beneficio.

Pero no es solo el aspecto electoral a tener en cuenta, sino la creación de unas fuertes raíces en el propio pueblo, sus organizaciones sociales, sindicales, de barrio y pueblo, sectoriales, sin las cuales cualquier avance institucional duraría un suspiro.

Una articulación permanente de este trabajo, más allá de lo electoral, encierra la noción de «partido orgánico». El cómo se concreta una forma organizativa de nuevo tipo que pretende aglutinar todo lo que se pretende aglutinar, sin repetir vicios del pasado, es un reto de tal envergadura que supone la construcción de una nueva cultura política, organizativa y militante ajustandose a los retos del presente tanto a corto como a medio plazo, que tenga la suficiente flexibilidad para adaptarse así como la suficiente cohesión para aguantar los fuertes vientos en contra.

El propio concepto de «partido orgánico» tiene una reminiscencia gramsciana que se entronca con los conceptos de Gramsci de «intelectual colectivo» o «príncipe moderno», es decir, la creación de una estructura lo suficientemente porosa y reticular para que todos los cuadros y activistas que forman parte de la misma se puedan extender cual manchas de aceite en todos los diferentes frentes de lucha (electorales, sindicales, movimientos, mediáticos, instituciones, barriales,…). No sólo para acompañar movilizaciones, no sólo para conseguir puestos en candidaturas y representantes en las instituciones, sino como, en palabras de Julio Anguita, «ser unos Sócrates que hacen saber a la gente que saben aunque se crean que no saben o que hablan prosa sin saberlo». Y todo ello desde una visión y por lo tanto una cohesión que aúne esas diferentes luchas y espacios con una visión de conjunto estratégica a medio y largo plazo con un fuerte fundamento teórico que haga ver la realidad tal cual es para intervenir correctamente en ella en vía a su transformación radical. Resumiendo, la hipótesis del «partido orgánico», es la de un espacio político que no tiene ánimos de presentarse como tal en las elecciones, aunque gente suya se presenten con Podemos o en alianzas con Podemos, o en otras candidaturas, y que tiene en cuenta que, aunque las elecciones y con ello el llegar a ocupar el máximo espacio posible en las instituciones y en los ejecutivos es algo absolutamente necesario, es a la vez absolutamente insuficiente desde una perspectiva de transformación radical de la sociedad, la economía, el Estado, los valores. El objetivo es crear un cuerpo entero con fuertes brazos, tronco, piernas de movimiento social autónomo y articulado dialécticamente con un posible gobierno de ruptura, así como en la lucha ideológica más allá de los meros «significantes vacíos» de una «máquina de guerra electoral», para el cambio en la cotidianidad o vida cotidiana de la mayoría en el sentido de construcción de comunidad frente a la tierra quemada que nos está dejando el neoliberalismo versión hispana. Es decir la hegemonía en el sentido de Gramsci y de la que tenemos ejemplos en nuestra propia historia como la contra-sociedad que los anarcosindicalistas y los socialistas construyeron en lo treinta o la labor del PCE en la lucha contra el franquismo en los barrios, centros de trabajo, universidades, barrios, colegios profesionales…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.