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Tú, yo y la próxima guerra

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

«Estamos preparados para la próxima guerra» le dijo esta semana un soldado de la reserva a un reportero de la televisión, en el escenario de unas maniobras militares en los Altos del Golán.

¿Qué guerra? ¿Contra quién? ¿Por qué? Esto no se dijo y ni siquiera se preguntó. El soldado vio como una obviedad que la guerra estallará pronto y parece que a él, particularmente, no le importaba contra quién.

Los políticos están acostumbrados a expresarse más cautamente, con palabras como «Si -dios no lo quiera- estallara una guerra…» Pero en el discurso del público israelí la próxima guerra se ve como un fenómeno natural, como la salida del sol por la mañana. Por supuesto, la guerra estallará. La única pregunta es contra quién.

Y de veras, ¿contra quién? ¿Quizás otra vez contra Hezbolá?

Es muy posible. En la Knesset y en los medios de comunicación, la semana pasada tuvo lugar un vivo debate sobre si Hezbolá ya ha recobrado toda la capacidad que tenía antes de la Segunda Guerra de Líbano o todavía no. En un comité de la Knesset, hubo un altercado entre uno de los jefes de la inteligencia militar, que insistió enérgicamente en que esto era así, y el ministro de Defensa que expresó su opinión de que Hezbolá tiene sólo el «potencial» para permanecer allí.

Hassan Nasralá, que tiene un talento maravilloso para poner a los israelíes contra la pared, echó leña al fuego al anunciar en un discurso público que le estaban llegando armas desde Siria y que las transfiere al sur en camiones «cubiertos con paja». Dejemos que todos lo sepan.

Nuestros comentaristas reaccionaron declarando que «no más tarde de este verano» el ejército israelí se verá obligado a atacar Líbano para eliminar el peligro, y, también en esta ocasión, desagraviar la humillación y restaurar al ejército el «poder disuasivo» que perdió en el campo de batalla de esa infortunada guerra.

¿O quizás Siria esta vez?

Eso también es posible. Después de todo, las maniobras militares de esta semana, las primeras en mucho tiempo, se efectuaron en el Golán y obviamente iban dirigidas contra Damasco.

Ciertamente, los sirios han ofrecido la paz. Se están saliendo del rumbo de tentar a Israel, para empezar negociaciones.

Pero eso está fuera de cuentas. El presidente Bush le ha prohibido a Israel que dé ni siquiera el más diminuto paso en esa dirección. Bush está amenazando a Siria con la guerra (ver abajo) y es inconcebible que Israel, el fiel aliado, firme con nadie una paz que no le guste a EEUU. No, la paz con Siria no está en la baraja. Olvídense de ella.

Y, como no dijeron los romanos: «si non vis pacem, para bellum», si no quieres la paz, prepárate para la guerra.

Los preparativos van mucho más allá de entrenar fuerzas sobre el terreno. También tienen una dimensión psicológica. Anteayer, un gran titular en la portada de Haaretz anunciaba: «Siria se rearma con la ayuda de Irán». Los otros medios de comunicación siguieron actuando como el rotativo. Se dijo que Rusia estaba suministrando a Siria grandes cantidades de armas antitanques, de la clase de las que atravesaron incluso los más avanzados tanques israelíes en la reciente guerra. Y, como si eso no fuera bastante, Rusia también está proporcionándole a Siria misiles antibuque que serían una amenaza real para nuestra armada, y misiles de largo alcance que pueden llegar a cada esquina de Israel.

El relato de las noticias reúne a tres países -Siria, Rusia e Irán- que son, casualmente, los tres miembros del nuevo «Eje del Mal» de Bush.

Claramente, esta campaña de los medios de comunicación está orquestada por los jefes militares y tiene conexión con las maniobras militares. De hecho, es la primera acción del nuevo jefe del Estado Mayor, Gaby Ashkenazi, que observó las maniobras en compañía del ministro de Defensa Amir Peretz. (Un fotógrafo rápido de reflejos pilló a Peretz viendo la acción a través de los prismáticos. Pero las tapas de las lentes estaban todavía puestas por lo que, obviamente, no vio nada más que negro).

La verdad es que ningún peligro acecha en esa dirección. No hay la más leve posibilidad de que Siria ataque a Israel. La capacidad militar de Siria, incluso con todas las armas que los rusos les puedan suministrar, es inmensamente inferior a la del ejército israelí. Esa es la consideración de toda la comunidad de la inteligencia israelí. Si Siria se rearma es para propósitos defensivos; está, bastante justificadamente, temerosa de Israel y de Estados Unidos.

Pero si uno quiere guerra, ¿qué importa esto?

Y, ¿éstas no serán simples tácticas de distracción para atraer la atención lejos del objetivo real de la próxima guerra: Irán?

Desde hace muchos meses nuestros medios de comunicación han estado expresando, casi a diario, oscuras advertencias sobre Irán. Dentro de unos años va a tener la capacidad de llevar a cabo un «segundo holocausto» y tiene la voluntad de hacerlo. El retrato es el de un país loco, encabezado por un Segundo Hitler, que está dispuesto a que aniquilen Irán si ése es el precio de borrar a Israel del mapa.

Contra semejante enemigo, por supuesto, se aplica el viejo dicho hebreo: «Al que se despierte para matarte, ve y mátalo primero.»

Después de la Guerra de los Seis Días, una sátira pacifista llevaba por título: «Tú, yo y la próxima guerra» («Tú» en la forma femenina.) Quizás deba evocarse ahora.

Durante los últimos días, aparecía en los periódicos un anuncio muy grande, firmado por un grupo que se autodenominaba «soldados de la reserva» y que afirmaba que representa a los reservistas defraudados por la última guerra. El anuncio enumera todas las razones para sacar a Olmert del poder y alcanza su clímax con la horrible advertencia: «Permanecerá en su silla y dirigirá la próxima guerra.»

Quizás es eso exactamente lo que él tiene en mente. Nunca tuvimos un primer ministro tan profundamente enfangado en un cenagal de problemas. Dentro de pocas semanas, la Comisión de Investigación de la Segunda Guerra de Líbano publicará sus conclusiones. Fue el propio Olmert el que nombró la comisión y escogió con cuidado a los miembros para evitar caer en manos de una comisión judicial de investigación cuyos miembros habrían sido nombrados por el Tribunal Supremo quien podría haber sido mucho menos considerado. Pero aún así, él sólo puede sobrevivir a los hallazgos de la comisión a dentelladas. Al mismo tiempo la policía está investigando varias acusaciones de corrupción contra él.

Ciertamente Olmert tuvo éxito la semana pasada al nombrar a su gusto a los nuevos jefes policiales (incluyendo a un amigo personal) así como al nuevo ministro de Justicia, pero esto tampoco le garantiza plena inmunidad.

Mientras tanto él solo ejemplifica una vieja verdad: una persona diestra sabe desembarazarse de la trampa en la que una persona sabia no habría caído.

No tiene ningún programa. Así lo dijo. Es el jefe de un partido amorfo, sin miembros ni instituciones ni arraigo real en la comunidad. Las encuestas de opinión pública demuestran que su valoración está tocando fondo (sólo el ministro de Defensa se ha hundido todavía más). Olmert sólo permanece en el poder porque muchos creen que todas las alternativas disponibles serían todavía peores.

Un cínico primer ministro atrapado en semejante situación, podría fácilmente sentirse tentado para empezar otra aventura militar con la esperanza de recuperar el prestigio perdido y desviar la atención de sus problemas privados y políticos. Si éste es el objetivo, realmente no le importa mucho contra quien: Palestinos, libaneses, sirios o iraníes. La cuestión principal es que debe suceder lo antes posible, preferentemente este verano como muy tarde. Lo que queda es convencer al público de la presencia de un peligro existencial, pero en nuestro país eso no es demasiado difícil.

Todo esto recuerda, por supuesto, a otro destacado líder, George W. Bush. Es asombroso de qué forma ambos se hallan casi en la misma situación.

El sistema político estadounidense es admirado por muchos en Israel y de vez en cuando sube el clamor de que nosotros también deberíamos adoptarlo. Un líder fuerte, elegido casi directamente por el pueblo, que nombra a los ministros competentes. ¿Qué podría ser mejor?

Pero parece que el sistema estadounidense ha creado una situación espantosa: Al presidente Bush le quedan dos años de legislatura y en este tiempo puede empezar a voluntad alguna guerra, aunque ahora el público de EEUU ha mostrado claramente en las elecciones al Congreso que odia la guerra de Iraq. Como comandante en jefe de la fuerza militar más poderosa del mundo, puede ampliar y ahondar la guerra de Iraq y al mismo tiempo empezar una nueva guerra contra Irán o Siria.

Las dos cámaras del Congreso, en teoría, pueden detenerlo recortando las asignaciones para las fuerzas armadas, pero la mayoría de los miembros de estos dos augustos cuerpos son charlatanes que están aterrados y sobrepasados en su juicio (sí es que tienen alguno) por el mismo pensamiento. Cualquier marine en Bagdad tiene más agallas que todo el puñado de senadores y diputados juntos. Ni siquiera soñarían con acusar al Presidente.

Así, una sola persona puede causar una catástrofe mundial. No tiene ningún freno, sino un fuerte impulso hacia la guerra para cumplir su «visión» (que le ha dictado el propio Dios en conversación privada) y para retocar su imagen en la historia.

¿Esto es práctico? Bien, el ejército estadounidense es demasiado pequeño para dirigir otra importante guerra sobre el terreno. Pero Bush y sus consejeros creen que no hay necesidad de ello. Son los sucesores del general estadounidense que en su tiempo hablaba de «bombardear Vietnam hasta hacerlo regresar a la edad de piedra». Después de todo, funcionó en Serbia y Afganistán.

Los neoconservadores que todavía gobiernan en Washington están convencidos de que una lluvia de muchos centenares de bombas inteligentes en instalaciones militares, centrales nucleares, dependencias gubernamentales y públicas de Irán podrían «hacer el trabajo». Sus amigos en Israel aplaudirán, puesto que eso relevaría a Israel de la necesidad de hacer algo similar, si bien a menor escala.

Pero una aventura estadounidense y/o israelí sería un desastre. Las bombas pueden devastar un país pero no a un pueblo como el iraní. Sólo la imaginación más salvaje puede prever cómo reaccionarían los más de mil millones de musulmanes de tantos países -incluyendo a todos nuestros vecinos- a la destrucción de un país musulmán (incluso uno chií). Esto es jugar con el fuego que puede empezar una conflagración mundial.

¡Bush, Olmert y la Próxima Guerra: ¡SOCORRO!

Texto original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1172353759

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate . Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.