Turquía es un país que no está dispuesto a aceptar la eliminación del grupo terrorista EIIL – Daesh en árabe – pues esta banda terrorista se ha convertido en punta de lanza de los intereses políticos y económicos del gobierno de Ankara en la zona, convencidos que seguir apoyando el terror takfirí, tanto en Siria […]
Turquía es un país que no está dispuesto a aceptar la eliminación del grupo terrorista EIIL – Daesh en árabe – pues esta banda terrorista se ha convertido en punta de lanza de los intereses políticos y económicos del gobierno de Ankara en la zona, convencidos que seguir apoyando el terror takfirí, tanto en Siria como en Irak, fortalecerán sus papel regional.
Doble identidad
Turquía, desde su nacimiento como Estado Moderno, tras el fin del Imperio Otomano, ha transitado por una contradicción interna, que se asimila a un personaje con doble personalidad, al estilo del clásico texto de Robert Louis Stevenson «El Extraño caso del Dr. Jekyll and Mr Hyde», donde se presenta, al menos desde el discurso, una Turquía moderna, decidida a enfrentar los retos del futuro e implicarse de lleno en las soluciones de su región. Pero, al mismo tiempo, desarrolla una política de agresión contra sus vecinos, bajo los dictados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte – OTAN – alianza con grupos terroristas y fuerte represión a la oposición política y a pueblos como el kurdo, que representa el 20% de su población.
Una identidad que ansia pertenecer al Club Europeo, aún si ello significa cumplir las tareas más denigrantes en el concierto de ese conglomerado de países, como es cumplir con el acuerdo migratorio que establece la obligación de servir de tapón a los afanes migratorios de millones de personas, que ansían buscar refugio en la fortaleza europea. Pero, ese objetivo paneuropeista choca con su realidad histórica y geográfica, que lo sitúa en Oriente Medio y que lo hace participar en forma activa de los conflictos que sacuden a esta región.
Desde el año 2002 a la fecha, el Partido de la Justicia y el Desarrollo – AKP por sus siglas en turco – sobre todo en la última década, mediante el trabajo de la dupla conformada por Erdogan y Ahmed Davutoglu ha consolidado un nuevo paradigma que busca el reemplazo del kemalismo. Ese paradigma, denominado en el análisis político como Neo Otomanismo, tiene como objetivo fundamental, instaurar una zona de estabilidad, de control y dominio que concrete las pretensiones de expansión del régimen turco, cuyas víctimas principales son sirios e iraquíes, en una región convertida en un campo de batalla más amplio que el existente a inicios del gobierno del AKP.
Hoy, todo el escenario del Levante Mediterráneo es área de operaciones turcas: ya sea a través de la Coalición internacional liderada por Estados Unidos, en el combate a las fuerzas del PKK en Siria e Irak y el apoyo de las bandas terroristas takfirí. Escenario que se amplía con la decisión turca de tener presencia en el Cuerno africano, para brindar asistencia militar a Somalia, instalando allí una Base Militar haciendo realidad las palabras de Davutoglu y el Neo otomanismo: «Nuestra política exterior ya no sólo se concentra en un único asunto, sino que es de amplio alcance… no permaneceremos obsesivamente pendiente de lo que la UE decida». Globalidad explicitada por el propio Ahmed Davutoglu y asumida enteramente por Erdogan, convencido de este papel «mesiánico» que habría sido conferido a Turquía como heredero del Imperio Otomano a principios del año 2010, cuando el actual Primer Ministro ocupaba el cargo de Canciller generando la Doctrina Davutoglu para el manejo de las relaciones exteriores turcas. En lo esencial, dicha escuela geopolítica puede sintetizarse y me ciño en esto a un artículo publicado por este cronista en Hispantv el pasado mes de noviembre, en los siguientes puntos:
1. La Postguerra fría dictó nuevas pautas para los actores internacionales y Turquía, en ese escenario, debe adaptarse sí o sí con énfasis en mantener su alianza con la OTAN pero también dirigiendo su mirada hacia Oriente Medio.
2. Turquía debe mantenerse equidistante de los distintos ejes de poder que se mueven en Oriente Medio y construir su propio eje y radio de influencia.
3. Las crisis regionales no son una amenaza, sino potencialidades para mostrar el poderío turco, que debe abarcar lo «político» pero también el «poderío militar».
Erdogan reconoció en Davutoglu el teórico que le faltaba en su equipo de trabajo, seducido por un concepto que sintetizaba su visión imperial y las necesidades de buscar el lugar de Turquía en el mundo: la concepción política de Davutoglu denominado «profundidad estratégica», que implica ahondar las relaciones internacionales turcas con prioridades establecidas y necesarias de medir: diplomáticas, económicas de cooperación y militares. Profundidad estratégica en el plano inmediato, con sus vecinos de países árabes y musulmanes tanto de Oriente Medio como de Asia Central, como también aquellos países balcánicos y los situados en el Cáucaso Sur.
Más allá de la teoría sobre Kemalismo y Neo Otomanismo, sobre paneuropeísmo o la necesidad de acercarse a Oriente Medio, el escenario político turco se ha visto sacudido por nuevos atentados, que se suman al de Julio del año 2015 en Suruc con 35 muertos y el de octubre del año 2015 en Ankara, ambos atribuidos a células terroristas de Daesh. Hablo del atentado en Estambul del 12 de enero del 2016 donde murieron 15 turistas – entre ellos 10 alemanes – en la Plaza Sultán Ahmet cercano a la emblemática Basílica de Santa Sofía y la Mezquita Azul, afectando una de las fuentes de ingresos más importantes del país. Dos días después terroristas atacaron una Comisaría en la ciudad de Cinar, en la provincia de Diyarbakir – zona de mayoría kurda – donde murieron 6 personas y 40 heridos.
A la hora del análisis frío de estas masacres, cuando las condenas y condolencias del mundo se dejan sentir surge la interrogante, ¿a quién beneficia estos atentados? Esto, porque los sospechosos perfectamente pueden ser culpables, pero también chivos expiatorios del trabajo de organismos de inteligencia como es el caso del MIT turco, en el marco de posibles acciones de Bandera Falsa, destinadas a crear un sentimiento de inseguridad frente a un enemigo real o imaginario, fortaleciendo las posiciones políticas del gobierno.
Planteo esta hipótesis considerando: primero, las elecciones parlamentarias de junio del año 2015, que obligaron al gobierno revertir el fracaso y cambiar el escenario político para las elecciones del 1 de noviembre del 2015. Ello nos mostró un gobierno desesperado por mostrar a la sociedad turca, que Erdogan y Davutoglu son la única dupla que puede garantizar la paz y la estabilidad en una región con fuerte presencia terrorista. Para el núcleo dirigente turco y la decisión es convencer a la sociedad de ello, sólo el AKP y las Fuerzas Armadas Turcas pueden otorgar seguridad interna y externa.
En segundo lugar, para el oficialismo, la seguridad de Turquía sólo es posible concretarla en función de su inserción en el bloque occidental, lo que implica combatir a todo aquello que ese bloque considera sus enemigos: Siria, Irán, la presencia rusa en el Levante, las milicias del PKK. Por tanto, acusar a los kurdos y a Daesh pone en un mismo saco a entidades distintas, pero presentadas como un peligro a la seguridad nacional turca.
Para la oposición turca los atentados en Turquía son consecuencia de las políticas «fallidas» exteriores del Gobierno de Erdogan en Oriente Medio. Según el Partido Republicano del Pueblo – CHP – «el ataque en Estambul y las nuevas amenazas del terrorismo son el resultado de las políticas erróneas que ha adoptado Ankara en la región. Para Idris Baluken del Partido Democrático de los pueblos – HDP – «la política exterior turca, basada en intereses mezquinos y efímeros han convertido el país en una gran ciénaga en Oriente Medio. Los extremistas takfiríes de EIIL – Daesh, en árabe – cruzan fácilmente las fronteras turcas hacia Siria, además reciben apoyo logístico y armas del Gobierno turco».
Para Erkan Arcay del MHP, «a diferencia del viceprimer ministro Numan Kurtulmis, quien dice que no hay fallas de seguridad frente al tema de los atentados, nosotros sí creemos que existen. El gobierno actúa como un niño que no asume sus responsabilidades lo que demuestra que estamos siendo gobernados muy mal». Los partidos opositores turcos han señalado, después de los últimos ataques terroristas, que estos actos ponen también de relieve que la Organización Nacional de Inteligencia de Turquía – MIT, por sus siglas en turco – no ha cumplido a cabalidad con sus deberes. Y se requiere una revisión de su trabajo, como también de sus procedimientos y relaciones.
Las acusaciones o la línea investigativa de la dupla Erdogan-Davutoglu es un volador de luces descabellada y carece de toda lógica en el actual escenario turco y regional. Si así fuera, si efectivamente los culpables están en las filas del PKK o de Daesh estamos entonces constatando el rotundo fracaso tanto de las fuerzas de inteligencia turcas, como también de todo el conglomerado político, militar de servicios secretos y otros que pululan en esa zona, léase: la CIA estadounidense, el Mossad israelí, el MI6 inglés, generando operaciones de desestabilización de los gobiernos de Siria, Irak y el cerco a Irán.
En esa red de intereses, cruce de labores de espionaje y actos destinados a concretar las políticas hegemónicas de occidente, resulta claramente imposible pensar que se puedan ejecutar actos terroristas como los del 2015 en Suruc y Ankara o los del 2016 en Estambul y Diyarbakir, sin que esos organismos hayan tenido noticias. Los culpables no están fuera de Turquía, hay que leer palimpsestos, hundir las narices en el mal olor que sale de las filas del gobierno turco insertos en un laberinto del cual difícilmente saldrán indemnes.
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