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Un año con Raúl: de la larga espera a la remodelación

Fuentes: Gara/Rebelion

Después de más de doce meses de declaraciones de intenciones pero con escasas trasformaciones reales, el primer aniversario de Raúl Castro como Presidente de la República de Cuba ha sorprendido a todos con una medida de profundo calado político: la mayor remodelación del Gobierno de la Revolución desde 1959. Si en este largo año la […]

Después de más de doce meses de declaraciones de intenciones pero con escasas trasformaciones reales, el primer aniversario de Raúl Castro como Presidente de la República de Cuba ha sorprendido a todos con una medida de profundo calado político: la mayor remodelación del Gobierno de la Revolución desde 1959. Si en este largo año la posición internacional de Cuba se ha visto sustancialmente reforzada gracias a una intensa y exitosa agenda diplomática, en el interior del país el reajuste institucional ha dado lugar a reacciones contradictorias entre una población más acostumbrada a estas alturas a la cultura del rumor que a la de la información directa.

La marcada diferencia de ritmos y avances entre lo interno y lo externo, apuntada en otros análisis, se había convertido en la variable más destacada de la realidad cubana en estos últimos meses. Tras un año de gobierno presidido por Raúl Castro, el discurso oficial de cambios se había sumido en la reiteración, con escasos contenidos prácticos. La dinámica de transformaciones se venía limitando hasta el momento a la eliminación de diversas regulaciones en el ámbito de las libertades individuales y accesos al consumo o a la reformulación del pago a los productores agrícolas (con resultados verdaderamente significativos en rubros como la cosecha del tomate o la producción láctea), mientras en el capítulo del «debe» habría que reseñar el lento proceso de la anunciada entrega en usufructo de parte de las numerosas tierras abandonadas a lo largo del país: 46.000 casos de los 96.000 solicitados.

Sin embargo este pasado 2 de marzo, y de manera sorpresiva, el Consejo de Estado, máximo órgano ejecutivo de la República, daba a conocer una nota oficial que trastocaba cualquier previsión anterior. En ella se anunciaba una profunda remodelación de Gobierno con la sustitución de ocho ministros y la fusión de varios ministerios. A partir de ese momento el panorama interno quedaba totalmente trastocado volviéndose a prodigar, dentro y fuera del país, diversas conjeturas sobre la posible evolución interior y el futuro inmediato de la propia Revolución.

Las medidas adoptadas afectan a una parte sustancial de los organismos directamente ligados a la economía, el comercio y la producción: Ministerios de Economía y Planificación, Comercio exterior e Inversiones, Finanzas, Comercio Interior, Alimentación, Ciencia y Técnica… Lo más significativo parece ser la eliminación en lo esencial del equipo económico que llevó adelante las reformas de 1994 que ha sido sustituido por un colectivo de funcionarios con experiencia pero, en general, de segundo rango y poco o nada conocidos entre la población.

Más allá del largo listado de nombramientos, finalmente lo más trascendente parece haber sido la «liberación» de sus cargos del máximo responsable, en la práctica, de la política económica, Carlos Lage, y del titular del estratégico Ministerio de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque. Si tenemos en cuenta que tanto Lage como Pérez Roque han sido políticos de muy alto perfil y de alguna manera representantes de una generación más joven que obligatoriamente deberá suceder a los «históricos» que han dirigido la Revolución a lo largo de estos cincuenta años, la medida anunciada adquiere una dimensión política que va mucho más allá de una mera reestructuración administrativa para aligerar y optimizar el aparato gubernamental. Por lo tanto es lógico que las conjeturas se hayan disparado tanto dentro como fuera de Cuba.

Si el día del anuncio oficial muchos cubanos mostraban cierto desconcierto e inconformidad ante el relevo de estas dos destacadas figuras políticas, las «reflexiones» de Fidel Castro difundidas el miércoles 4 de marzo, venían a sembrar más confusión al expresar una ambigua pero directa acusación a ambos, sin nombrarlos, al «haber gozado de la miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno» lo cual les habría generado «ambiciones que los condujeron a un papel indigno» mientras «el enemigo externo se llenó de ilusiones». Este hecho, junto a las escuetas y casi idénticas cartas de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage hechas públicas el jueves admitiendo sus errores (sin que se defina en ningún momento el contenido de los mismos) ha dado paso en general a numerosas reacciones de indignación en el ámbito de las conversaciones privadas, considerando esta situación como una injusticia con dos «compañeros» que han dedicado numerosos años de su vida al servicio de la Revolución en condiciones sumamente difíciles. Todo ello sin olvidar, conviene subrayarlo, que ambos políticos gozan de una muy elevada consideración y popularidad entre la mayoría de la población.

La pregunta que se hacen buena parte de los cubanos y cubanas es si este relevo de altos cargos y ministros responde a la creciente preocupación ante las señales constantes de «cambios» inminentes en la política estadounidense hacia Cuba incluyendo la posibilidad de apertura de conversaciones directas Cuba-EE.UU, o bien obedece a una próxima puesta en marcha de medidas económicas, sociales y estructurales (abaladas por los resultados del amplio debate popular desarrollado en 2007), para intentar revertir la tensa y delicada situación socioeconómica que está provocando un alarmante malestar y pesimismo en el estado de opinión.

La economía interna sigue siendo la asignatura pendiente y los avances no acaban de ser visibles. En estas especiales circunstancias es significativo que en los primeros días del mes de febrero y en el marco de un encuentro nacional de los Presidentes del Poder Popular de todas las provincias, el hoy dimitido Carlos Lage y entonces todavía máximo responsable del Gobierno para asuntos económicos, insistiera en la necesidad de centralizar y racionalizar el transporte de mercancías, criticar la falta de «correspondencia» entre los materiales de construcción entregados y los resultados obtenidos (lo cual nos lleva una vez más a pensar en temas recurrentes como el desvío de recursos, la corrupción y/o la incapacidad de gestión administrativa) o la falta de fuerza de trabajo para integrar las denominadas «Brigadas Estatales de Producción». La conclusión llegaba en palabras del propio Lage: «La recuperación no tiene el ritmo que debiera de acuerdo a los recursos que se han dispuesto». Todo ello sin olvidar que, cinco meses después de las últimas catástrofes naturales que asolaron el país, más de medio millón de viviendas afectadas por los ciclones esperan aún su reparación.

Por otra parte el sistema financiero cubano sufre cada vez más las tensiones de las incapacidades productivas y los déficits en el binomio «importación-exportación», variables a las que hay que añadir los primeros síntomas en el país de la crisis económica internacional. Un ejemplo preocupante es que las transferencias bancarias hacia el exterior para el pago de suministros se retrasan actualmente entre cuarenta y cinco y sesenta días, todo un síntoma de la complicada situación financiera local.

Un año después de la toma de posesión de Raúl Castro y tras haber estructurado un equipo de trabajo gubernamental fiel a sus postulados y principios, los problemas de la economía y la sociedad cubanas continúan necesitando de respuestas de fondo, en las claves anunciadas por el propio Raúl Castro a raíz de su nombramiento en febrero de 2008. Mientras tanto, los cubanos y cubanas siguen atentamente las noticias que llegan desde el exterior y las dinámicas internas, a la espera de la superación colectiva de unas dificultades que se prolongan.