Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Sí, conocemos ya las siempre siniestras estadísticas. Según se ha informado, hay más de 1.400 muertos gazatíes (y la cifra irá aumentando según vayan removiéndose los escombros); 5.500 heridos; cientos de niños asesinados; de 4.000 a 5.000 casas destruidas y 20.000 dañadas: el 14% de todos los edificios en Gaza; más de 50.000 personas sin hogar; 400.000 sin agua; 50 instalaciones de Naciones Unidas, 21 instalaciones médicas, 1.500 fábricas y talleres y 20 mezquitas dañados o destruidos; colegios y estructuras universitarias convertidas en polvo; edificios gubernamentales arrasados; casi dos mil millones de dólares estimados en daños; todo eso se ha perpetrado en una bloqueada franja de tierra de unos 40 kilómetros de largo y 6 o 12 kilómetros de ancho que alberga, asombrosamente, a 1,4 millones de personas.
Por otra parte, en Israel, hay cierto número de edificios dañados y 13 muertos, incluidos 3 civiles y tres soldados muertos en un incidente del llamado fuego amigo. Pero entre todo este caos de cifras horrendas, aquí va una que se me quedó gravada y que iba contenida en una cita: el Teniente General Gabi Ashkenazi, el jefe del estado mayor del ejército israelí, dijo en el Parlamento el 12 de enero: «Hemos conseguido grandes éxitos al golpear a Hamas y su infraestructura, su gobierno y su ala armada, pero todavía tenemos trabajo por delante».
¿Trabajo? Evidentemente, el «trabajo» ya hecho incluía una cifra que él mismo citó: más de 2.300 ataques aéreos lanzados por los israelíes en la ofensiva contra Hamas que todavía sigue en marcha. Piensen en eso: en una franja de tierra densamente poblada, densamente urbanizada, de 40 kilómetros de largo, 2.300 ataques aéreos, incluido un ataque sorpresa inicial «en el cual 88 aviones de combate atacaron simultáneamente 100 objetivos previamente planificados en un lapso record de 220 segundos». Israel llevó a cabo muchos de esos ataques con 226 F-16 suministrados por Estados Unidos o con sus helicópteros Apache de fabricación estadounidense.
Además, resultó evidente que los israelíes estaban utilizando repetidamente una nueva bomba inteligente estadounidense, capaz de penetrar casi un metro de hormigón reforzado con acero, la bomba de pequeño diámetro de 115 kilos, la GBU-39 rompe-búnkeres. (El primer envío con mil de estas bombas llegó a Israel a primeros de diciembre y su venta contó con la aprobación previa del Congreso estadounidense). Se usó también, la bomba de una tonelada de peso MK84 de la llamada Munición de Ataque Conjunto Directo (JDAM, por sus siglas en ingles) y otra versión de esa misma bomba de 225 kilos de peso. Estos son sistemas de armas importantes. Al parecer, se arrojaron también bombas DIME (explosivos de metal denso inerte), diseñadas para producir una explosión intensa en un espacio pequeño. «Las bombas», informó Raymond Whitaker del «Independent» británico, «llevan polvo de tungsteno, que tiene un efecto similar al de la metralla pero que a menudo se disuelve en el tejido humano, haciendo que sea difícil descubrir la causa de las heridas».
Mantengan in mente que Hamas y otros grupos palestinos son prácticamente incapaces de suponer una amenaza para los aviones israelíes y que los israelíes estaban utilizando su arsenal aéreo contra zonas densamente pobladas. Aunque la guerra aérea fue sólo una parte de un asalto masivamente destructivo contra Gaza, como forma de guerra, con todo lo bestial que es, consigue invariablemente carta blanca. En efecto, si diriges una guerra área en las ciudades, poco importa cuán «inteligente» tu armamento pueda ser; no dejará nunca de ser una guerra contra civiles.
Hablando claro, cualquiera que haya sido el daño causado a Hamas, lo que se ha perpetrado en Gaza no ha sido más que una masacre de civiles. Y, en efecto, como Tony Karon, habitual de Tomdispatch y editor principal de TIME.com, que dirige el blog Rootless Cosmopolitan, según se indica al final, la escala misma del ataque israelí contra lo que era esencialmente una población cautiva puso el punto final a muchas ilusiones, desgarró todos los esquemas sobre Oriente Medio y creó la bases, potencialmente, para que una nueva era Obama se aproxime tanto a israelíes como a palestinos. Que se aproveche esa oportunidad o no es ya otro cantar. Tom.
Un cambio en el que Gaza pueda creer
Haciendo añicos el manual de jugadas de Washington para Oriente Medio
A menos que el oportunista silencio de Obama cuando Israel dio comienzo a la ofensiva contra Gaza, que ha matado a más de 1.400 palestinos (entre ellos más de 400 niños), se haya malinterpretado, sus asesores señalaron a los informadores los comentarios que hizo hace seis meses en la ciudad israelí de Sderot. «Si alguien estuviera enviando cohetes contra mi casa por la noche, donde mis dos hijas duermen, haría todo lo que estuviera en mi poder para acabar con eso», había dicho Obama refiriéndose a los cohetes que Hamas disparaba desde Gaza. «Y esperaría que los israelíes hicieran lo mismo».
Los habitantes de Gaza podían haberse preguntado también sobre lo que Obama habría hecho si hubiera tenido la desgracia de vivir, por ejemplo, en el campo de refugiados de Yabalia. ¿Qué hubiera hecho si, al igual que la inmensa mayoría de gazatíes, su abuelo hubiera sido expulsado de su hogar en lo que hoy es Israel, y se le hubiera prohibido, en virtud de su etnia, que regresara? ¿Qué hubiera hecho si, como la mayoría de los habitantes de ese ghetto de refugiados junto al mar, hubiera votado por Hamas que había jurado combatir por sus derechos y no fueran una panda de corruptos como esos hombres fuertes de Fatah con los que tanto les gusta negociar a israelíes y estadounidenses?
¿Y que hubiera hecho si, como consecuencia de esas votaciones, se hubiera encontrado bajo un asedio económico cuyo propósito explícito es infligir hambre y sufrimiento para forzarle así a revocar su opción democrática? ¿Qué podría haber hecho un Obama de Gaza con la declaración, poco después de esas elecciones, de Dov Weissglass, un asesor importante del Primer Ministro Ehud Olmert, afirmando que el bloqueo de Israel tenía como objetivo ponerle «a dieta» a él y a su familia?
«Los palestinos se van a quedar muy delgados», manifestó burlándose Weissglass, «pero no van a morirse».
Al comienzo del pasado junio, el Obama de Sderot debería haber comprendido que como consecuencia de una tregua auspiciada por Egipto, el disparo de cohetes desde Gaza había cesado hacía tiempo ya. Sin embargo, para el Obama de Yabalia la «Dieta Weissglass» seguía en marcha. Incluso antes de la reciente ofensiva israelí, la Cruz Roja había informado que casi la mitad de los niños menores de dos años en Gaza tenían anemia debido a las dificultades de sus padres para poder alimentarles adecuadamente..
Quién sabe lo que el Obama de Yabalia habría hecho con los cohetes de Hamas que en noviembre, una vez más, empezaron a volar hacia Israel por encima de las cabezas cuando Hamas trató de romper el asedio creando una crisis que llevara a un nuevo alto el fuego bajo mejores condiciones. Bien podría haber recelado, pero también tendría toda la razón al confiar en que la estrategia de Hamas tuviera éxito.
Sin embargo, Israel, que no cesa nunca en su empeño por cambiar al régimen de Gaza, no mostró interés alguno en un nuevo alto el fuego. Como dijo a Fox News el Ministro de Defensa Ehud Barak: «Esperar que lleguemos a un alto el fuego con Hamas es como esperar que Vds. lleguen a un alto el fuego con Al-Qaida». (Barak, al parecer, asumió que los estadounidenses pasarían por alto el hecho de que él había sido, en efecto, una de las partes precisamente de ese alto el fuego existente desde junio de 2008, y que parece ser ahora parte de otro una vez que la operación de Gaza ha terminado).
El Obama inteligente de Sderot habría sido muy consciente de que los dirigentes de Israel necesitaban su voto en las elecciones del próximo mes y que confiaban en ganarlas demostrando cuán duros podían ser contra los gazatíes. Entonces, de nuevo, el Obama de Sderot podría no pensar mucho más allá de su angustia y temor inmediatos, y posiblemente no hubiera estado muy dispuesto a tratar de ver la situación regional a través de los ojos del Obama de Yabalia.
Sin embargo, no todos los israelíes eran tan optimistas sobre la ofensiva israelí como parece haber sido el Obama de Sderot. «¡Qué suerte que mis padres estén muertos!», escribía Amira Hass en Haaretz. Supervivientes de los campos de concentración nazis, su madre y su madre odiaban intensamente desde hacía tiempo los giros orwellianos de lenguaje con los que las autoridades israelíes preparaban sus acciones militares contra los palestinos.
«Mis padres despreciaban todas sus actividades cotidianas -echar azúcar en el café, lavar los platos, pararse en un cruce de peatones- cuando en los ojos de su mente tenían continuamente, a partir de su propia experiencia personal, el terror en los ojos de los niños, la desesperación de las madres que no podían proteger a sus hijos, el momento en que una inmensa explosión sepultaba a sus habitantes y una bomba inteligente mataba a toda una familia…
«Debido a su propia historia, sabían lo que significaba encerrar a la gente tras vallas de alambre de espino en una zona pequeña… ¡Qué suerte que no estén vivos para ver cómo toda esa gente aprisionada es bombardeada a mayor gloria de toda la tecnología militar de Israel y los Estados Unidos… La historia personal de mis padres les llevó a despreciar la forma relajada en que los nuevos presentadores de televisión informaban sobre un toque de queda. Qué afortunados son de no estar aquí y no poder escuchar cómo la multitud ruge en el coliseo!».
Es posible que las pasiones de las multitudes estén ya satisfechas. O no. Realmente, la operación militar israelí de tres semanas de duración parece haber hecho poco más que restablecer la «fuerza disuasoria» del país, cuantificada en una ratio de 100 a 1 de muertes palestinas e israelíes.
Hamas sigue intacto, así como el grueso de su fuerza de combate. Y si, como parece probable, una nueva tregua facilita un levantamiento, aunque sea parcial, del asedio económico contra Gaza y también que Hamas se reintegre en la Autoridad Palestina -que supondría el rotundo fracaso de tres años de esfuerzos israelíes y estadounidenses-, la organización proclamará la victoria, incluso aunque los Obamas del campo de refugiados de Yabalia, ahora posiblemente sin hogar, se pregunten por el coste.
Si el Presidente Barack Obama va a tener algún impacto positivo en este mórbido ciclo de muerte y destrucción, tiene que entender la experiencia de Yabalia de la misma manera que la experiencia de Sderot. Resulta curioso que quizá en ese esfuerzo pueda echarle una mano el hombre que dirigió la reciente operación de Israel, el Ministro de Defensa Ehud Barak. Al preguntarle un periodista durante su exitosa campaña de 1999 para el puesto de primer ministro por lo que habría hecho si hubiera nacido palestino, Barak contesto sencilla y contundentemente: «Me habría unido a una organización terrorista».
La oportunidad de Obama en Gaza
La catástrofe de Gaza le ha presentado al Presidente Obama, contra todo pronóstico, una oportunidad para recuperar el proceso de paz, precisamente porque ha demostrado el fracaso catastrófico de la posición adoptada por la Administración Bush. Por desgracia, la nave de los desafíos internos y económicos a que se enfrenta el 44 Presidente puede tentar a Obama a mantener por ahora el piloto automático en las políticas exteriores de Bush.
El plan auspiciado por la administración Bush en sus últimos meses para una retirada estadounidense de Iraq, por ejemplo, seguirá en gran medida en marcha; Obama duplicará actualmente las tropas en Afganistán; y sobre Irán, la idea de Obama de negociaciones directas puede que no resulte un cambio muy radical de la versión más reciente del enfoque de Bush, al menos si el objetivo de esas negociaciones es simplemente hacer que los diplomáticos estadounidenses presenten una versión recalentada de los ultimátum modelo palo y zanahoria sobre el enriquecimiento de uranio ofrecidos a través de los europeos durante los últimos tres años.
Sin embargo, como Gaza ha demostrado claramente, es insostenible proseguir con la política de Bush hacia Israel y los palestinos. Puede que la administración Bush haya parloteado acerca de un estado palestino pero se ha limitado a orquestar una serie de charlas íntimas entre el Primer Ministro israelí Ehud Olmer y su contraparte palestina, Mahmoud Abbas, con el objetivo de crear la ilusión de un «proceso«.
No hay proceso real alguno, no en el sentido en el que habitualmente se entiende el término, no obstante los pasos recíprocos de las partes combatientes para retirarse y avanzar hacia un acuerdo que cambie los límites políticos y los acuerdos de poder. Pero la ilusión de progreso era una parte necesaria de la política de la administración de dividir Oriente Medio en líneas estilo Guerra Fría en una supuestamente batalla épica entre «moderados» y «radicales».
Los «moderados» incluían a Israel, Abbas y los regímenes de Egipto, Jordania, Arabia Saudí y algunos de los estados del Golfo. Los radicales eran Irán, Siria, Hamas y Hizbollah, enemigos irreconciliables de la paz, la democracia y la estabilidad.
¡¿Democracia?! Sí, la chutzpaz [*] de Bush y su gente eran legendarias, pero Hamas y Hizbollah habían sido democráticamente elegidos, lo que es mucho más de lo que podría decirse de los «moderados» árabes que ellos defienden. Incluso Irán celebró elecciones más competitivas que cualquiera de las que han tenido lugar en Egipto.
Y para más ironías, el mandato en el poder de Abbas como presidente de la Autoridad Palestina (AP) ha expirado ya, pero pueden apostar a que el programa de recuerdos de la inauguración de Obama en Washington no le ha requerido que se procure un nuevo mandato de los votantes; en efecto, es muy dudoso que los israelíes permitieran otras elecciones palestinas en una Cisjordania que está esencialmente bajo su control.
Las conversaciones de paz en curso con los «moderados» palestinos, no importa cuán infructuosas sean, proporcionaron cobertura a los regímenes árabes que querían permanecer junto a EEUU e Israel ante el creciente poder e influencia de Irán. Desde luego, podría no haber conversaciones con los «radicales» aunque esos radicales sean más representativos que los «moderados». (Es seguro que Mubarak de Egipto permanezca con Israel contra Hamas, pero eso es porque Hamas es una rama de los Hermanos Musulmanes egipcios, que podrían muy bien derrotar a Mubarak si Egipto celebrara elecciones libres y justas).
Así pues, Washington eligió ignorar la oportunidad que le ofreció la decisión histórica de 2006 de Hamas para impugnar la elección legislativa de la Autoridad Palestina. La organización había boicoteado previamente las instituciones de la AP como ilegítima progenie que había rechazado de los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Al ser cogido desprevenidos cuando el electorado palestino repudió entonces el régimen «moderado» elegido por Washington, EEUU respondió imponiendo sanciones contra el nuevo gobierno palestino, a la vez que presionaba a los regímenes europeos y árabes de los que dependía la financiación de la AP para que hicieran lo mismo. Esas sanciones fueron incrementándose hasta llegar al asedio de Gaza.
El bloqueo financiero continuaría, insistían EEUU y sus aliados, hasta que Hamas renunciara a la violencia, reconociera a Israel y se comprometiera con los acuerdos anteriores. Exactamente esas mismas tres precondiciones de compromiso para Hamas fueron las que recientemente reiteró la Secretaria de Estado entrante Hillary Clinton en su toma de posesión.
Una doctrina fallida
La debacle de Gaza ha dejado una cosa perfectamente clara: ningún proceso de paz que intente marginar y no integrar a Hamas está condenado al fracaso y sus consecuencias pueden ser catastróficas. Esa es la razón por la que la posición manifestada por la Secretaria de Estado designada por Obama es disfuncional desde su nacimiento, porque repite el error de tratar de marginar a Hamas. Por su parte, los dirigentes de Hamas han enviado en años recientes una serie de señales indicando la voluntad de la organización de evolucionar en una dirección pragmática. Sus líderes no se molestarían en explicar regularmente sus puntos de vista en los artículos de opinión de los periódicos estadounidenses si no creyeran que pudiera ser posible una relación diferente con EEUU y, por tanto, con Israel.
Para la nueva administración Obama reforzar y, como dicen en Washington, incentivar una vía pragmática en Hamas es la clave para revitalizar las perspectivas de paz en la región.
Hamas ha demostrado más allá de toda duda que por lo menos habla para la mitad del electorado palestino. Muchos observadores creen que si mañana se celebraran nuevas elecciones, los islamistas ganarían probablemente no sólo en Gaza sino también en Cisjordania. Exigir algo que Hamas valoraría como una rendición simbólica antes de empezar siquiera un contacto diplomático no es un enfoque que pueda producir resultados positivos. Renunciar a la violencia no fue nunca una precondición para las conversaciones entre Sudáfrica y el ANC de Nelson Mandela, o entre Gran Bretaña y el Ejército Republicano de Irlanda. En efecto, las conversaciones de Israel con la OLP empezaron mucho antes de que ésta hubiera renunciado públicamente a la violencia.
«Reconocer» a Israel es difícil para los palestinos porque, si así lo hacen es como si se les pidiera también que renuncien a las demandas de las familias de los refugiados sobre la tierra y los hogares de los que fueron expulsados en 1948, que se les impide recuperar en función de una de las actas fundadoras del Estado Israel. Para una organización como Hamas, ese reconocimiento nunca deberá ser una precondición para las negociaciones, sino sólo el resultado de las mismas (y, en ese caso, con el reconocimiento recíproco de los derechos de los refugiados).
La decisión de Hamas de comprometerse en el proceso electoral creado por Oslo fue, de hecho, una decisión pragmática a la que se oponían los partidarios de línea dura de sus propias filas. Al hacer eso se vinculó a un compromiso con los israelíes y también a observar los acuerdos que habían establecido esas instituciones electorales (como los alcaldes de Hamas en Cisjordania habían ya aprendido). De hecho, Hamas dejó claro que estaba comprometido con el buen gobierno y el consenso y reconoció a Abbas como presidente, lo que explícitamente significaba que reconocía su derecho a continuar negociando con los israelíes.
Hamas estuvo de acuerdo en acatar cualquier acuerdo aprobado por los palestinos en un referéndum democrático. En 2007, dirigentes clave de la organización empezaron incluso a hablar de aceptar un estado palestino basado en un retorno a las fronteras de 1967, en un intercambio que alcanzara una tregua generacional con Israel.
La posición de Hamas, aceptando una vía electoral, supuso de hecho una gran oportunidad para cualquier administración estadounidense que fuera proclive a una diplomacia madura más que a la fantasía infantil de volver a fraguar la política de la región favoreciendo a los «moderados» elegidos por uno. Por eso, en 2006, EEUU empezó a lanzar de inmediato sanciones contra el nuevo gobierno buscando revertir los resultados de las elecciones palestinas a través del castigo colectivo del electorado. EEUU bloqueó también los esfuerzos saudíes de auspiciar un gobierno palestino de unidad nacional advirtiendo a Abbas que EEUU e Israel iban a rechazarle si optaba durante su legislatura por el acercamiento al partido mayoritario. Washington parece incluso haber apoyado un intento de golpe de la milicia controlada por Fatah y entrenada por EEUU en Gaza, que acabó provocando la sangrienta expulsión de Fatah de allí en el verano de 2007.
La fracasada estrategia israelo-estadounidense de intentar derrocar a Hamas alcanzó su punto álgido en la preinauguración del baño de sangre en Gaza, que no sólo reforzó políticamente a Hamas, como parte de una estrategia contrainsurgente contra Hamas y su base de apoyo, sino que actualmente ha debilitado a los ungidos como «moderados»,.
Va en interés de EEUU y de Israel y de los palestinos que Obama intervenga rápidamente en Oriente Medio, pero que lo haga a partir de presupuestos radicalmente diferentes de los de sus dos inmediatos predecesores.
La paz se hace entre los combatientes de cualquier conflicto; la «paz» con sólo los «moderados» que uno ha elegido es un ejercicio de redundancia y vanalidad. El desafío en la región es promover la moderación y el pragmatismo entre las fuerzas políticas que hablan en nombre de todas las partes, especialmente los representantes de los radicales.
Y hablar de radicales y extremistas supone un rechazo palpable, que bordea la amnesia, cuando se refiere a los que no aceptan a Israel. Ariel Sharon rechazó explícitamente el proceso de paz de Oslo, declarándolo nulo e invalidándolo tan pronto como asumió el poder. En su lugar, negoció sólo con Washington ciertos movimientos unilaterales de Israel.
Desde entonces, la política israelí ha ido deslizándose a toda velocidad hacia la derecha, esperándose que el ganador de las elecciones del próximo mes sea el halcón y líder del Likud Benjamín Netanyahu. Si así fuera, gobernará en coalición con los negacionistas de extrema derecha y defensores de la «limpieza étnica». Netanyahu rechazó en 2005 incluso el plan de desenganche de Gaza de Ariel Sharon, y ha dejado muy claro con frecuencia que no tiene interés en mantener ninguna ilusión de negociaciones sobre un acuerdo de «estatuto final» ni siquiera con los «moderados» elegidos por Washington.
Esta situación política serviría de advertencia a Obama y a su gente para evitar los escollos del enfoque de la administración Clinton de mediar en el proceso de paz de Oriente Medio. La directriz básica de Clinton era que tenían que ser los dirigentes israelíes quienes fijaran el ritmo y el contenido del proceso de paz, y que no debía ponerse nada sobre la mesa de negociaciones que no hubiera sido previamente aprobado por ellos. Reducir el proceso de paz a sólo los objetivos que le resultan confortables al gobierno israelí es el equivalente diplomático de permitir que los bancos inversores se regulen a sí mismos, y todos sabemos ya dónde nos ha situado eso.
Resulta extravagante hoy creer que si se deja a su aire a Israel y a los palestinos van a acordar dónde colocar las fronteras entre ellos, o cómo compartir Jerusalén, o el destino de los refugiados palestinos o los asentamientos israelíes. Una solución con dos estados, si es que llega a alcanzarse, tendrá que venir impuesta por la comunidad internacional, basándose en un consenso que ya existe en el derecho internacional (Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), en la propuesta de paz de la Liga Árabe y en el documento oficioso de Taba que documentó las últimas conversaciones formales sobre el estatuto final entre las dos partes en enero de 2001.
Si Barack Obama hubiera llegado al poder en un momento de relativa tranquilidad en la complicada relación israelí-palestino, podría haberse permitido el lujo de dejarla para más adelante. En efecto, cambiar cualquier posición del enfoque Bush podría haber supuesto un desafío innecesariamente arriesgado y contraproducente.
Sin embargo, en Gaza, en las últimas semanas, la posición de Bush implosionó, no dejando a Obama otra opción que iniciar una nueva política propia. Cabe confiar en que venga apoyada en el pragmatismo por el que el nuevo Presidente es célebre.
N. de la T.:
[*] chutzpaz: término derivado del hebreo, significa insolencia.
Tony Karon es el editor principal en TIME.com, donde analiza la región de Oriente Medio y otros conflictos internacionales. Su página en Internet es: Rootless Cosmopolitan.
Enlace con texto original:
http://www.tomdispatch.com/