La petición casi unánime del Congreso de los Diputados de España al reconocimiento de un Estado Palestino, sin marcar fronteras, o condicionado a las eternas negociaciones con los gobiernos sionistas israelíes o en comandita con otros países europeos o la comunidad internacional, tras el paso inicial decidido de Suecia, ha reavivado las esperanzas palestinas y […]
La petición casi unánime del Congreso de los Diputados de España al reconocimiento de un Estado Palestino, sin marcar fronteras, o condicionado a las eternas negociaciones con los gobiernos sionistas israelíes o en comandita con otros países europeos o la comunidad internacional, tras el paso inicial decidido de Suecia, ha reavivado las esperanzas palestinas y de movimientos de solidaridad en la posibilidad de alcanzar un Estado Palestino en las fronteras anteriores a 1967, un 22 % de la Palestina histórica.
Pero hay que hacer frente a la realidad. Conocer y entender el plan estratégico del sionismo, un movimiento nacido del fracaso modernizador europeo, de ciudadanía, traspuesto en estados identitarios, que ocasionó y ocasiona que siempre haya minorías o nacionalidades que eleven esa condición sobre el de ciudadano pleno de igualdad de derechos. El maltrato y la persecución de los judíos y la aceptación de parte de éstos a esa clave identitaria motiva el plan estratégico sionista de conformar un estado (se decidió que fuera en Palestina y se rechazaron otros lugares) para los judíos. Y nadie más. Los estudios disponibles, el reciente publicado de Kayyali, ‘Palestina, una historia moderna’ (editorial Bósforo Libros) y otros y el seguimiento del discurso de los dirigentes políticos sionistas reafirma que no hay pretensión de llegar a ninguna paz, ni compromiso que no vaya a la destrucción de cualquier Palestina.
La población palestina desde hace más de un siglo es consciente de ese enemigo excluyente y racista. Ha habido levantamientos y protestas continuas. La complicidad de las autoridades y colonizadores y la comunidad internacional ha sido, también, persistente. La aceptación de la derrota palestina de tener un estado laico, democrático, donde todos sus habitantes, fueran ciudadanos, independientemente de su origen, procedencia e ideología, tras sus fracasos de guerrillas de liberación, se consuma en el Congreso de la OLP en el exilio en Argel en 1988. Es la aceptación de un fracaso sobre el conjunto de la tierra de Palestina, pero reconvertido en un proyecto de coexistencia y en un compromiso de paz estable y también de prosperidad para el conjunto de la región. Se reclama una paz con los israelíes para que acepten un mutuo reconocimiento (que se extendería al conjunto de los estados árabes), dos estados (para el palestino sería ese 22% de la Palestina histórica) y una prosperidad compartida. Se acepta la inviabilidad de la lucha armada generalizada y se cree a esa comunidad internacional, que esta vez, vía pacífica y con negociaciones, va a poner de su parte todo su respaldo e influencia y coadyuvar a la solución de dos estados, uno al lado del otro, recompensar a los refugiados que no vuelvan a sus hogares y que dejará de haber colonias y sometimiento.
Pero el proyecto sionista, el que han dibujado sus pioneros, ya sean Herzl, Ben Gurión, Golda Meir o sus acólitos, Peres, Sharon, y los nietos como Netanyahu y demás, que han seguido impulsando nuevas colonias o haciendo unos acuerdos asimétricos y nunca respetados como Rabin, no deja lugar a dudas de que no quieren reconocer al otro y menos considerar que sea sujeto de derecho, como para tener un estado.
Las negociaciones de Madrid empezaron como respuesta a la participación árabe en la coalición que derrotó al Iraq de Sadam en los años 90, tras el apoyo que recibió éste en su guerra con Irán, tras la expulsión del Sha de Persia, fiel aliado de los intereses estadounidenses y otras satrapías.
En esas negociaciones, y a pesar de que la OLP había reconocido a Israel, los palestinos tuvieron que ir dentro de la delegación jordana. No existían como sujeto propio. Después en los acuerdos de Oslo hay un cierto reconocimiento de la OLP, como representante único del pueblo palestino, y se da pie a que exista una Autoridad provisional Palestina que ejerza alguna gestión administrativa en la zona A, de las tres zonas en que dividen la Cisjordania ocupada. Tras varias décadas, y muchos planes avalados por esa Comunidad Internacional cómplice, incluyendo un Cuarteto gaseoso, en el que está representada las Naciones Unidas (¡), la ocupación se ha agravado y nuevas colonias, que nunca se han dejado de construir sobre expropiaciones múltiples en todos estos años, incluyendo el periodo de Rabin, se hacen. Hoy en la zona C, la que incluye el valle del Jordán, prácticamente ya no hay palestinos, sólo algunos beduinos y trabajadores temporales. Los bantustanes, territorios aislados, de la zona A, son la realidad palestina. Los incidentes, con muertos, en la zona de la ocupada de Jerusalén, quiere evitarlos Israel reclamando a ¡los jordanos! -despreciando a los palestinos- que influyan en calmar a los jerosolimitanos palestinos.
Unas negociaciones eternas que no han logrado sino camuflar la ocupación, hacer más cómplices de la misma a esa comunidad internacional, incluyendo al Cuarteto, a Europa y a España.
La dirigencia palestina ha jugado su última carta, reclamar en la actual situación dos estados, con la letra del congreso de Argel, mientras Israel ha hecho ciscos en el terreno, esa posibilidad. Se han dado, nuevamente, dos años para conseguirlo. Pero también en Oslo se dieron cinco años, en Annapolis, dos… Esos plazos son respiros y anestesia de los ocupantes para con la comunidad internacional, que no es consecuente tras esa cascada de reconocimientos simbólicos y para la propia dirigencia palestina que quiere que alguna vez esa comunidad internacional sea coherente y pretende huir de sus errores de haber considerado al sionismo domesticable y hacerlo compatible con el pueblo palestino.
Una dirigencia palestina que sabe que la OLP ya no es un instrumento legítimo para todo el pueblo palestino y que no traduce la realidad del pueblo palestino, incluyendo la diáspora y el exilio. Con el peligro de que se obligue a llamar a un hipotético reino de bantustanes, como en la Sudáfrica del apartheid, el ‘estado independiente palestino’ dentro del gran Israel, estado del pueblo judío.
Muchas de las organizaciones del pueblo palestino y de solidaridad internacional ante estos hechos y como fórmula de combatir el sionismo, una vez declarado en Naciones Unidas igual al racismo -ya los pioneros sionistas no querían trabajadores árabes, musulmanes o cristianos y, fueron como ahora, segregadores- se han propuesto seguir la lucha de boicot, desinversiones y sanciones (BDS) que desintegró la Sudáfrica racista, en contra de este Israel sionista. El boicot no sólo es contra las colonias, es contra este Israel que pretende expulsar a los palestinos de su propia tierra.
Bienvenido sea el reconocimiento simbólico de Palestina. Pero si el Ministro de Defensa Morenés compra armas a los israelíes y la Unión Europea no suspende el Acuerdo Preferencial con una potencia ocupante como Israel se demuestra que los gestos ocultan la hipocresía del apoyo por acción y omisión de la ocupación.
El sionismo ha roto a la Palestina histórica y ha dejado imposible la posibilidad de dos estados viables y contiguos, más allá de las declaraciones que no quieren ver al rey desnudo de la realidad sobre el terreno.
Hay pues dos utopías imposibles. Mejor dicho dos ucrunías igual de imposibles. Un solo estado para todos o dos estados, para partes, pero en todo caso, donde la ciudadanía fuera el elemento definitorio y no el origen, religión o etnia los que gobernasen. El común denominador de su imposibilidad es el uso de la fuerza del sionismo y la complicidad externa que ha recibido. Entonces, es un deber destruir al sionismo como ideología excluyente y anticiudadana. Y rechazar ese supuesto dilema en función de la autodeterminación de una parte de la población y una parte del territorio. O son todos ciudadanos iguales en derechos o no hay autodeterminación de una parte en un trozo de un territorio. El drama palestino no sólo compete a ellos, es un problema de derechos humanos y como tal hay que asumirlo como propio. Y entre dos utopías, y sin calendario que valga porque la injusticia ya ha amarillado cualquier intervalo, hay que reclamar que no haya blancos o negros, israelíes o palestinos, excluir al sionismo y tener el sueño de personas libres, con iguales derechos y posibilidades de un futuro mejor en Palestina.
Santiago González Vallejo. Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.