Los especialistas en seguridad son buenos para los diagnósticos pero no aciertan con las propuestas. Los homicidios y la violencia se acumulan sin cesar mientras la insistencia en exigir más leyes, más condenas y más policía empuja por ocupar la primera plana de los diarios. Los más inteligentes predican en el desierto sobre ingenuas políticas […]
Los especialistas en seguridad son buenos para los diagnósticos pero no aciertan con las propuestas. Los homicidios y la violencia se acumulan sin cesar mientras la insistencia en exigir más leyes, más condenas y más policía empuja por ocupar la primera plana de los diarios. Los más inteligentes predican en el desierto sobre ingenuas políticas de prevención a las que nadie presta atención. Y casi todos buscan delitos y delincuentes en los barrios pobres de la ciudad, calmando las estadísticas y asustando a la gente «decente».
Encontrar la «llave» del problema no es para nadie un asunto sencillo. Sin embargo los autores tuvieron un primer gran acierto: encontrar un lugar diferente desde el cual mirar la seguridad, el Estado.
El Estado, con sus instituciones y su infinita desigualdad, es el actor central de las problemáticas de seguridad. Allí radica la poca o mucha estatalidad que sepa conseguir, integrando o desintegrando al país en unidades obligadas a competir día a día por la subsistencia y la reproducción en un territorio determinado. Estado, estatalidad y territorio conforman el trípode innovador del planteo de Barrios, Emmerich y Torres. Por eso llegan a afirmar que «no hay delito sin Estado pero si hay estatalidad no hay delito».
«Nosotros encontrábamos un déficit, y es que no hay delito si no es dentro de un territorio, y un territorio implica una estatalidad, un espacio estratégico. Todo territorio está dentro de un espacio, y por tanto a mayor estatalidad, menor criminalidad, y menor estatalidad, mayor criminalidad. Entonces para nosotros el tema fue que no se puede estudiar y planificar las políticas públicas si no es implementando el análisis de la territorialidad, entendiendo la misma no sólo como el espacio físico o la geografía del crimen, sino entendida como cuáles son los espacios estratégicos que el Estado ha dejado de ocupar y los ha ocupado el delito».
Los autores arriesgan un concepto tras otro, en una trama de pensamiento que lanza a los investigadores y especialistas a un mundo nuevo donde la ley, la delincuencia y la justicia son desafiados a cada paso.
«Los académicos, asesores y analistas siguen afirmando (y vendiendo) interesantes relatos sobre delitos y delincuentes. Los viejos odres que contenían hasta ahora al vino nuevo se han roto. Ya es tiempo de estudiar al gran ausente: el Estado».
«No afirmamos repetitivamente que los delitos son territoriales, algo que ya es obvio, sino que la seguridad no se refiere a delitos sino a territorio».
«Que los delitos se cometan, y tiendan a cometerse nuevamente, en un territorio, es un dato empírico; lo relevante es que el territorio defina los valores, las percepciones, los escenarios y los comportamientos de los actores incluidos en él (habitantes) y relacionados con él (policía, autoridades)».
Incluso el libro llega a plantear un nuevo ámbito de responsabilidad del Estado en la seguridad, al que denominan la «gestión territorial».
Editorial Biblos, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, puede sentir orgullosa de ofrecer al mundo la lectura de esta investigación tan ambiciosa. Una autoridad mundial como el embajador brasileño Alexandre Addor Neto, quien fuera hasta hace poco y por diez largos años secretario de Seguridad Multidimensional de la OEA, prologa con entusiasmo lo que expresamente denomina «este fabuloso libro».
Mario Duarte, experimentado juez de la convulsionada provincia de Corrientes, Argentina, hace hincapié en la importancia de las cuestiones locales al encarar los problemas de seguridad, reafirmando lo que el libro afirma rotundamente.
Rubén Darío Ramírez Arbeláez, figura de primera línea en las exitosas políticas de seguridad colombianas, habla de «una interesante propuesta de estudio y praxis de la seguridad ciudadana».
Finalmente el conocido embajador argentino Juan Archibaldo Lanús cierra el libro con una recomendación experimentada: «cada vez más es necesario que los dirigentes de América Latina tengan claros los conceptos que demuestra y plantea el libro, si quieren que sus países continúen siendo Estados soberanos frente a las amenazas de todo tipo que se ciernen sobre nuestras sociedades».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.