Recomiendo:
0

Reflexiones sobre la vida y obra de Edward Said

Un intelectual comprometido

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández, In Memoriam, con profundo amor y respeto.

El representante más fidedigno de la causa palestina, de los sufrimientos del pueblo palestinos y de sus aspiraciones de libertad y dignidad auténticas es Edward Said. Esta afirmación no es en modo alguno exagerada, aunque él ya no pueda compartir la presencia física y la angustia cotidiana de la gente de esa tierra. En efecto, ese prestigio lo alcanzó a través de la acción y el pensamiento político en estado puro.

Desde el amplio umbral abstracto de su intelecto, Edward Said llegó a personificar la causa palestina por su adhesión a los nobles valores humanitarios universales y por su elegantemente elaborado sentido de la verdad y de la justicia. De alguna manera fue con su mente antes que con su corazón que captó el horror en el que vive su pueblo y comprendió la extensión del crimen contra él perpetrado. Fue también perspicaz ante el silencio cómplice e hipócrita mantenido por diversos intelectuales, entidades políticas y agencias internacionales que sólo tratan de salvaguardar sus propios intereses, por temor al lobby israelí o por ciertas reticencias a la hora de cumplir con un deber que podía o no ser costoso pero que, ciertamente, no les iba a resultar rentable.

Otro rasgo que hizo de Edward Said un palestino hasta lo más profundo de su corazón fue su perenne y virulenta alergia a la falsedad y la iniquidad. Pudo representar tan bien la causa palestina porque sacaba su energía de incontrovertibles principios humanitarios y porque, en la defensa de éstos, representaba el epítome de la integridad. Sencillamente, no estaba en su naturaleza fingir o irse por las ramas sobre algo en lo que no creyera. Llamaba a las cosas por su nombre, sin eludir nada, hasta el último detalle atroz, sin importarle las consecuencias para él mismo. Dijo la verdad a los israelíes con respecto al movimiento sionista y a sus objetivos y prácticas y, con igual convencimiento, le dijo la verdad a la Autoridad Palestina cuando criticó sus acciones y comportamientos.

Edward Said pagó un precio alto por su franqueza y coraje intelectual. Desafió los despiadados ataques en su contra del movimiento sionista, del lobby sionista estadounidense y de sus partidarios. Al ponerse él mismo en peligro por decir la verdad sobre la causa palestina, ofreció enormes sacrificios personales, y no fue el menor toda la esperanza que depositó en lo que llaman «tranquilidad de espíritu». Pero caminó en esa dirección con los ojos abiertos y sin un momento de duda.

Esto era algo natural en la misma vida de Edward Said y se plasmaba en «el compromiso del intelectual», que en él se caracterizaba por una mezcla increíble de entregada disciplina y amor sin límites por la libertad escolástica y la búsqueda de la verdad, sin importar hasta donde pudieran llevarle. Estas mismas cualidades son las que le llevaron a la oposición democrática palestina y, a raíz de los Acuerdos de Oslo, a dar el valiente paso de fundar la Iniciativa Nacional Palestina, un movimiento de base en la oposición que trata de incitar al pueblo palestino a actuar e intentar avanzar.

Pero antes de discutir esta implicación, debemos mencionar una tercera dimensión de la dedicación de Said a Palestina y a su trabajo en general. Said estuvo impulsado por un constante y apremiante sentido del deber. Estaba continuamente obsesionado por el sentimiento de que siempre era posible hacer más y hacerlo mejor, que siempre había alguna cuestión más a la que prestar atención, o una idea que tenía que perfeccionarse o expresarse de forma más persuasiva. Esto podía aplicarse a todos los esfuerzos en los que se embarcó pero, sobre todo, a su trabajo por Palestina. Cada nuevo desafío al que tenía que hacer frente la causa palestina, como el creciente número de víctimas durante la Intifada o cada nueva demostración de incompetencia del liderazgo palestino, con el telón de fondo del alarmante estado de debilidad árabe, le hirió como una estocada y le aguijoneó a hacer más. Efectivamente, nunca he encontrado a nadie que pudiera hacer tantas cosas en el día como él.

La última vez que pude hablar con él fue tres días antes de su muerte y sólo en los escasos momentos en que su debilitada salud lo permitía. Su voz sonaba tan débil al teléfono que me escuché a mí mismo suplicándole: «Descansa ahora. Quédate tranquilo hasta que te recuperes». El me contestó: «¿Cómo puedo descansar? Quiero levantarme de la cama. Quiero escribir. Tengo trabajo por hacer. No he hecho nada aún».

¿No había hecho nada aún? Ese comentario es ya en sí muy instructivo. Algunos intelectuales, en sus obituarios sobre él, llegaron muy lejos para mostrar todo lo neutral y objetivo que era. Insistieron en que estaba por encima de cualquier implicación. Lo que sospecho es que ellos estaban defendiendo su propia apatía o su propio temor al compromiso, ya sea a una idea, a una causa, o al activismo político que le absorbió en sus días postreros. Para ellos, Edward Said era un intelectual y los intelectuales habitan en un mundo etéreo por encima de las preocupaciones y cuestiones de los seres humanos corrientes. Si esas gentes conocían algo a Edward Said, no le comprendían realmente.

¿Qué causó ese contagio del temor a verse implicados, ya fuera intelectual, cultural, social o políticamente? Quizá el miedo que ha estado siempre presente a través de la historia y que sólo aparece más abiertamente en la superficie en tiempos de crisis y depresión. Tomar parte cuesta mucho; supone salir de la paz de la torre de marfil. Quizá los autoproclamados habitantes de ese espacio sublime encuentran consuelo en la defensa de Said del mundo del «racionalismo y las ideas», en virtud del cual el «intelectual» ha ido asociado en la mente popular con la «torre de marfil» y la «sonrisa sarcástica». Esta caracterización de actitudes populares predominantes hacia los intelectuales aparece en la introducción de Representaciones del Intelectual, el libro de Said aparecido en 1993 sobre la serie de conferencias de Reith con ese mismo título. En esta obra, Said cita también la observación de Raymond Williams en Keywords: «Hasta mediados del siglo veinte, dominaba en la lengua inglesa el uso despectivo de los términos intelectuales, intelectualismo e intelligentsia, y está claro que esos usos persisten». Así pues, procedió a discutir los puntos de vista de Julian Benda, que había defendido de maravilla a los intelectuales como «una pequeña banda de superdotados y moralmente subvencionados reyes-filósofos que constituyen la conciencia de la humanidad».

Sin embargo, Said se apresuró a señalar que los ejemplos que Benda cita en apoyo de esta definición «dejan muy claro que no asumía la idea de los mundanos pensadores de la torre de marfil sin compromiso alguno, intensamente reservados y consagrados a cuestiones escondidas o incluso ocultas». De hecho, uno se ve forzado a concluir que «los intelectuales auténticos son ellos mismos más que nunca cuando, movidos por pasiones metafísicas y desinteresados principios de justicia y verdad, denuncian la corrupción, defienden a los débiles y desafían lo imperfecto o la autoridad opresiva».

Además, al final, Said se inclinó por el punto de vista de Gramsci, al creer que su percepción de la figura del intelectual estaba más próxima a la realidad. Efectivamente, mantiene que no existe la figura del intelectual privado. Es más, que la vida de un intelectual es una complicada mezcla entre lo público y lo privado «desde el momento en que pones una serie de palabras por escrito, y las publicas, has entrado en el mundo de lo público». Sin embargo, por encima de todo, el intelectual tiene una vocación que emana de la convicción de que «todos los seres humanos están autorizados a esperar niveles decentes de conducta en relación a la libertad y a la justicia de las potencias o poderes mundiales y que las violaciones deliberadas o inadvertidas de esos niveles han de ser testificadas y combatidas con toda valentía».

Este cuadro no estaría completo sin mencionar la oposición incondicional de Said a los fanatismos de toda clase. Ninguna causa justifica el dogmatismo y la intolerancia, aunque se asuma con todo fervor. Al contrario, es deber del intelectual ser consistentemente objetivo y abierto de mente y someter todo lo que se da por sentado a un escrutinio riguroso e incluso crítico.

En su abierta crítica a los Acuerdos de Oslo, Edward Said aborda el mismo fenómeno que hemos mencionado anteriormente: el miedo a comprometerse y a hablar en nombre de uno mismo. Percibe esa condición de forma específica entre algunos intelectuales palestinos y sugiere que eso abona la flagrante contradicción entre lo que dicen en privado y lo que proclaman por televisión. «Quizá», se pregunta, «el problema es que la mayoría de nosotros llevamos aún bajo la piel ese rasgo que sigue predominando en la mayor parte del mundo árabe, donde el intelectual sigue hallándose a sí mismo al servicio de un amo y mecenas, aprestándose a defenderse, atacando a quienes le atacan y estando siempre vigilante contra cualquier cosa que pueda poner en peligro su propia carrera o reducir el tamaño de las recompensas que recibe por servir a ese amo».

Said atribuye esta condición a un sentido de inseguridad profundamente interiorizado que, mantiene, está estrechamente vinculado con la penetración estadounidense e israelí en las bases palestinas. «Por penetración, en este sentido, me refiero a esa ignominia cultural y moral exhibida por el intelectual árabe y palestino, cuyo objetivo primordial no es la lucha por la independencia nacional sino más bien el intento de ganar la aprobación de algunos políticos o académicos israelíes o de conseguir apoyo financiero de la Unión Europea o de obtener un invitación a alguna conferencia en París o Nueva York». Añade, «¿por qué sucede que siempre tenemos que volver a la idea elemental y reiterar que hay una gran diferencia entre diálogo y sumisión y entre abordar la realidad y rendirse ante las condiciones de la parte más fuerte?».

En mi opinión, esos comentarios que hizo Edward Said en relación a Oslo pueden también aplicarse a la carta a la denominada Iniciativa de Ginebra y a sus partidarios, que son incapaces ya de diferenciar entre el realismo, en el sentido de entendimiento de la realidad con ánimo de cambiarla, y la abyecta capitulación ante realidades penosas.

Edward Said fue con frecuencia más allá de su época. Su exhaustiva y sistemática crítica del Orientalismo en Occidente precedió a la carrera general de análisis y críticas que contemplamos desde hace tres décadas. Y cuán profético fue hace diez años cuando escribió: «Dios viene en ayuda de muchos gobernantes árabes, a quienes veo hoy en una posición poco envidiable porque, con tal de congraciarse con EEUU e Israel, no se permiten a sí mismos ni un respiro y al mismo tiempo han de enfrentarse a cuestiones sociales y morales graves que han venido aplazando y tratando de ignorar durante un espacio muy largo de tiempo».

OPOSICION A OSLO: Quizá la coyuntura más sobresaliente en el compromiso de Said con la causa palestina estuvo marcada por su vehemente e inequívoco rechazo a los Acuerdos de Oslo. Como se firmaron poco después de su dimisión del Consejo Nacional Palestino, su declaración de oposición a Oslo no provino, como podría esperarse, de sentimientos extremos nacionalistas, que en todos los acontecimientos iban en contra de sus principios, sino más bien de una serie de consideraciones racionales. Comprendió sobre todo que el acuerdo estaba condenado al fracaso debido a la irracionalidad e inconsistencia de sus objetivos y propósitos. Al acordar un documento tan fundamentalmente viciado, el liderazgo palestino se sometió a un compromiso moral increíble. Esa fue «la primera vez en el siglo XX que un movimiento nacional de liberación sacrificó sus grandes logros y se mostró dispuesto a cooperar con una potencia ocupante antes que obligarla a admitir la ilegitimidad de su ocupación de la tierra de otro pueblo mediante la fuerza de las armas».

Said, como muchos otros importantes activistas palestinos, se sintió perturbado por la incompetencia, imprudencia e irresponsabilidad que caracterizó el enfoque que el liderazgo palestino dio al proceso de negociación y sus resultados. Protestó amarga e incesantemente contra esa despreocupación de los dirigentes por la sustancia y su obsesión, en cambio, por las apariencias y, especialmente, por los falsos boatos del poder, cuyas consecuencias supusieron que los emblemas y títulos oficiales reemplazaron a la soberanía auténtica y a los poderes soberanos, y la subordinación económica sustituyó a la planificación autónoma. Esta actitud se representó a la perfección a través de una estratagema de reparto de cuestiones que, poco a poco y de forma sucesiva, sirvieron de «sello hermético» para obtener inevitables concesiones y que fue precisamente el muro contra el que la Autoridad Palestina corrió a precipitarse cuando tuvo que enfrentarse con el momento de la verdad en Camp David II. Si Edward Said siguiera ahora con nosotros, nos recordaría a ese respecto cómo el pragmatismo rampante se convirtió en el pernicioso oportunismo utilitarista que probó ser tan perjudicial para el bienestar del pueblo.

A Said, su punto de vista sobre Oslo le llevó (de la misma forma que nos llevan a nosotros los nuestros en cuanto a la hipocresía de la retórica oficial de los dirigentes palestinos) a la convicción de que sólo adoptando medios democráticos para resolver las diferencias internas, podrán los palestinos arrebatar su futuro de las manos de los chapuceros y utilitaristas. Percibió -correctamente- una conexión integral entre nuestras debilidades internas, como son la carencia de estructuras institucionalizadas y la ausencia del imperio de la ley, de la transparencia y la responsabilidad, y nuestras debilidades ante los enemigos externos. Por tanto, no es extraño que se convirtiera en uno de los más ardientes defensores de la democracia palestina y de las elecciones libres y justas. Él sabía que estos eran los instrumentos esenciales para promover un cambio constructivo y reforzar nuestra capacidad para enfrentarnos a la ocupación, a la expansión de los asentamientos israelíes y a la judaización.

LA INTIFADA DE LA INDEPENDENCIA: El segundo levantamiento de base palestino proporcionó a Edward Said un enorme estímulo de energía y pasión, incluso le sirvió para continuar luchando contra la enfermedad con coraje indescriptible. Quizá su penetrante sentido del valor del tiempo, agudizado bien por su situación física o por la necesidad acuciante de enfrentarse a los peligros que amenazaban a la causa palestina, es lo que le llevó a consagrar a esta causa la mayor parte de su trabajo y escritos postreros. Gran parte de sus esfuerzos los dedicó a co-fundar la Iniciativa Nacional Palestina (Al-Mudabara), cuyo objetivo es construir una fuerza de base que dé voz a los derechos y puntos de vista de la mayoría silenciosa palestina y a sus aspiraciones de libertad, total soberanía nacional y democracia.

Al perseguir esos objetivos, Said estaba sólo siendo consecuente con su permanente búsqueda de la verdad, su largo historial de lucha contra la tiranía, la hipocresía y la involución, y su fe total en la victoria final de la justicia, la democracia y los derechos humanos. En resumen, estaba practicando lo que predicaba; no basta con hablar a favor de lo que está bien; tenemos que trabajar por ello.

En sus últimos escritos, Edward Said describió la Iniciativa Nacional Palestina como un prometedor grupo de «activistas de base cuya función principal no consiste en mover de acá para allá los papeles de una mesa ni hacer malabarismos con las cuentas bancarias, ni buscar periodistas para atraer su atención, sino que proceden de las filas de los profesionales, de las clases trabajadores, de los jóvenes intelectuales y activistas, de los profesores, de los doctores, de los abogados que hacen que la sociedad funcione a la vez que esquivan los ataques diarios de Israel. En segundo lugar, son personas comprometidas con un tipo de democracia y participación popular nunca soñadas por la Autoridad [Palestina], cuya idea de democracia es la estabilidad y la seguridad para ella misma. Finalmente, ofrecen servicios sociales a los desempleados, sanidad a los que no tienen seguridad y a los pobres, educación laica adecuada a una nueva generación de palestinos que deben aprender las realidades del mundo moderno y no sólo el extraordinario valor de lo viejo».

Edward Said debatió infatigablemente sobre la dirección que él sentía debía tomar la causa palestina. Mostró un inmenso coraje al tomar parte en la conceptualización de lo que creía era la única alternativa adecuada para esa causa con objeto de evitar que Israel consiguiera eliminar la posibilidad de crear una soberanía auténtica y un estado palestino independiente. Esta alternativa es la solución binacional; la creación de un único estado democrático en el que todos los ciudadanos sean completamente iguales. Si en esta fase resulta políticamente inoportuno abandonar la campaña por un estado independiente, mantener abierta la alternativa del estado bilateral implica diversas ventajas. Sobre todo, ofrece a los palestinos un amplio margen de maniobrabilidad para resistir las presiones que tratan de comercializar una noción falseada de estado independiente y de imponer una débil entidad autónoma, con el objetivo de que sirva como policía local bajo la supervisión de la potencia ocupante y como guardián de los guetos en los que el pueblo palestino va a ser confinado para poder neutralizar el factor de la superioridad demográfica palestina frente a la expansión ocupante israelí y la creación de facto de nuevas realidades geográficas.

Las alternativas, pues, son dos: o poner fin a la ocupación, eliminar todos los asentamientos y establecer un estado soberano completamente independiente, o encontrar un estado binacional completamente democrático en el que no haya espacio para la discriminación racial o el apartheid. Sin embargo, de hecho, ambas alternativas se reducen a la misma opción: la de aferrarse a los valores de justicia y dignidad y persistir en la lucha por la libertad.

Edward Said consideraba la causa palestina como algo inseparable de su entorno global. Defendió los derechos de nuestro pueblo desde el punto de vista de su compromiso con la defensa de los derechos y la dignidad de todo el mundo y de su repulsión hacia todas las formas de intolerancia y de estrechez de miras. El llevó a Palestina al mundo, de la misma forma que trajo el mundo, y lo mejor de su cultura, ideas y civilización, a Palestina. Se convirtió en una figura destacada y pionera para los palestinos, el mundo árabe y el mundo en general, no en virtud de la fuerza de las armas, el control sobre los recursos materiales o la manipulación del poder político, sino en virtud del poder de sus ideas y de su influencia moral, a los que dio forma a través de su rectitud personal, su amor por la gente y su insaciable sed de conocimiento y descubrimiento.

Siempre estará con nosotros. Aquellos que nos dejan se aferran al pasado mientras aún están vivos. En abierto contraste, Edward Said representa el futuro, el futuro con el que soñamos para nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos, también para nuestra nación, que se ha visto asolada por un dolor que no parece tener fin.

(*) Mustafa Barghouti es secretario general de la Iniciativa Nacional Palestina.

Texto original en inglés:

www.weekly.ahram.org.eg/2006/820/op11.htm

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.