Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Justo cuando las furias salvajes del sectarismo amenazan con desgarrar Asia Occidental, se producen de forma cívica protestas masivas en Bagdad y Beirut. En ambas ciudades, las poblaciones no pueden ya sentir mayor frustración ante la falta de servicios básicos y ante la corrupción. Durante el tórrido verano, los cortes eléctricos asfixiaban Bagdad mientras la basura se apilaba por las calles de Beirut. Tanto en Iraq como en el Líbano, los dirigentes de diversos grupos sectarios viven cómodas vidas en zonas vigiladas. La brecha entre sus espléndidas existencias y las privaciones que sufre la gente normal enviaron a millones de iraquíes y libaneses a las calles. En Bagdad, una pancarta celebraba la ética de la calle: «Desde Bagdad a Beirut: ni sunníes, ni chiíes. Nuestro Estado es un Estado civil». Era la expresión de un deseo, un deseo que sin embargo tomó vida en las manifestaciones.
Tanto en Iraq como en el Líbano, las elites políticas admiten la frustración que sienten sus pueblos. Por eso no podían limitarse a enviarles sus fuerzas de seguridad. Pocos líderes se atrevieron a despreciar las demandas, aunque desdeñaran a los activistas. La falta de servicios cívicos es un grave problema en Asia Occidental. Y las organizaciones extremistas son muy conscientes de ello. Cuando el Estado Islámico se apoderó de Raqqa en 2013, lo primero que hizo fue asegurar la recogida de la basura. La ideología es fundamental, pero carece de sentido si los servicios municipales básicos brillan por su ausencia. El alto el fuego de 1989 en Líbano tras su guerra civil se construyó a partir del principio de la mutua coexistencia de las diversas sectas, cuyos líderes se repartieron después el botín del país. En Iraq se elaboró una constitución sectaria bastante parecida durante la ocupación estadounidense. Los contratos para generar electricidad, recoger las basuras y organizar las telecomunicaciones se repartieron entre los señores de la guerra. La corrupción sectaria está enraizada en el sistema. No será fácil desalojarla.
Encontrar los rescoldos del mundo post-sectario por toda Asia occidental no es precisamente una labor imposible. También se encuentra en los campos de refugiados sirios. Dada la naturaleza de la guerra en Siria, uno temería que las pestilentes alambradas del sectarismo desgarraran el frágil sentido de la nacionalidad siria. No ha sido ese el caso, porque el principal objetivo es la supervivencia.
Sin embargo, el sectarismo -la alambrada que divide a sunníes de chiíes y de otras minorías- sigue estando ahí presente. El nacionalismo árabe de las décadas de 1950 y 1960 fue útil para superar las divisiones sociales y unir a la gente alrededor de la idea de lo árabe. Fue un artilugio poderoso que predominó durante al menos una generación. Pero el nacionalismo árabe amenazaba las ideas saudíes de realeza islámica, a su vez desafiadas por el republicanismo islámico de Irán. Estos embrollos geopolíticos avivaron las ansiedades sectarias, que el nacionalismo árabe había de alguna manera suavizado. Las tensiones entre Irán y Arabia Saudí se reflejan en la aparición del Estado Islámico (EI), que dirige su odio mucho más contra los chiíes que contra Occidente. No es de extrañar entonces que la actual guerra de Arabia Saudí contra el Yemen -que empezó a finales de marzo- siga impertérrita adelante, totalmente cargada de veneno sectario, y con el armamento suministrado por EEUU. Nadie habla de alto el fuego ahí, a pesar de las súplicas de la ONU de que el país está ya inmerso en una catástrofe humanitaria. La geopolítica sectaria alimenta los aviones saudíes en Yemen, al igual que enciende la aversión de Riad a un acuerdo de paz en Siria. Los saudíes prefieren arrastrar a un mundo árabe desangrado a través de las cenizas de sus capitales que encontrar una vía para reducir el sectarismo.
Las cenizas del sectarismo
La pasada semana, un malhadado encuentro en Doha confiaba en encontrar una salida a la volatilidad en Iraq. La ocupación estadounidense prohibió el Partido Baaz e impidió que su gente pudiera entrar en la burocracia estatal. Esto fue un regalo para el apoderado de Irán en Iraq, el Partido Islámico Dawa, de mayoría chií. Asentados en su exilio iraní y sirio, el liderazgo del Partido Dawa veía el mundo a través de la lente de la secta y la venganza. El prohibido Baaz permitió que Dawa y sus aliados dominaran la política iraquí, ahora marcada por el sectarismo gracias a la constitución impuesta por EEUU en 2005. Los restos del Baaz, que ayudó al Estado Islámico a llegar al poder en Mosul el pasado año, han roto ya con sus improbables aliados. El gobierno qatarí invitó al miembro de la Hermandad Musulmana del Parlamento iraquí, Salim al-Yaburi, a sentarse con el liderazgo del ilegal Baaz para discutir la formación de un nuevo bloque sunní anti-EI.
Aun contando con el apoyo inicial del gobierno iraquí, la reunión fue después rechazada por Bagdad. No es fácil superar las viejas historias de enemistades entre Dawa y Baaz. Están saturadas de recuerdos de torturas. El mejor resultado de la reunión de Doha estaría no obstante lejos de los postulados de las protestas cívicas en Bagdad. Se limitaría a seguir las líneas del sectarismo, un nuevo bloque sunní que se alía con el Partido Dawa contra el EI. Los manifestantes de Bagdad desconfían demasiado de su gobierno como para permitir que el primer ministro Haidar al-Abadi lance a Dawa detrás de ellos. Si va a recuperar algún tipo de nacionalismo iraquí, tendrá que hacerlo a través de la lógica del sectarismo. Pero la animosidad contra el Baaz, tanto desde Dawa como Irán, tiene bloqueada esa vía. Tampoco siente mucho entusiasmo por permitir el retorno de su enemigo histórico.
El fracaso de la conferencia de Doha dice mucho acerca del declive de la autoridad de Qatar en la región. Su política exterior ha fracasado mientras que la de Arabia Saudí ha conseguido imponerse una vez más. El rey saudí Salman se fue a Washington cuando se estaba celebrando y cuando se intensificaban los bombardeos saudíes y de los Emiratos Árabes Unidos en Yemen. El tema principal de las discusiones fue el acuerdo nuclear con Irán. Washington se resiste a criticar a Arabia Saudí por su guerra en Yemen, lo que es considerado por muchos como un regalo a Riad por su apoyo tácito al acuerdo nuclear. El rey Salman ha sugerido a sus confidentes que una vez que su campaña en Yemen llegue a su fin, pondrá más recursos en Siria. Pero, ¿qué objetivos busca con eso? El apoderado de Arabia Saudí en Siria -Yaish al-Islam- no es tan audaz como el EI, pero es despiadadamente sectario. Una mayor involucración saudí no significa necesariamente que la violencia vaya a reducirse. Podría implicar precisamente lo contrario. Arabia Saudí está empecinada en derrocar a Bashar al-Asad, aunque esto pueda significar la aniquilación de Siria.
La alternativa militarista
Si bien las manifestaciones de las masas proporcionan una vía alternativa (y utópica) al sectarismo, las formas más antiguas de autoridad proporcionan otra hoja de ruta. Arabia Saudí financia al gobierno de Egipto dirigido por Abd al-Fatah al-Sisi, quien sin embargo se reúne con el presidente ruso Vladimir Putin, un aliado de Asad, para considerar una coalición contra el EI. Sisi, hombre del ejército egipcio, tiene vínculos de empatía con el ejército de Siria, ambos son hijos de la era del nacionalismo árabe. Les une el miedo al aumento del extremismo. Eso frustra el intento saudí de mantener a sus aliados a su servicio. Ni Asad ni Sisi mantienen las promesas del nacionalismo árabe; están manchados por los fantasmas de Daraa y Rabaa. Pero lo que les acerca es su antipatía hacia al-Qaida y el EI. Esa es la alternativa de los soldados al sectarismo. Está muy alejada de las manifestaciones de masas de Bagdad y Beirut, que son una réplica del emblemático levantamiento de El Cairo de 2011. En Manshiet Nasser, en El Cairo, o en Ouzai, en Beirut, los barrios pobres del Sur Global, las esperanzas no se cifran tanto en «el pueblo quiere la caída del régimen» como en el pueblo quiere poder sobrevivir a la rabia del presente. El eslogan más radical de la Plaza Tahrir ha vuelto a la vida en Bagdad y Beirut, recogiendo la esperanza contra el sectarismo y la guerra. En estos momentos, en Asia occidental, esa idea es una idea radical.
Este artículo apareció originalmente en The Hindu (India).
Vijay Prashad es director de Estudios Internacionales en el Trinity College y editor de «Letters to Palestine» (Verso). Vive en Northampton.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/09/14/a-new-tahrir-square-moment/