Es la constatación de la práctica del apartheid en Israel: Tel Aviv acaba de prohibir la participación en las elecciones de los partidos árabes israelíes, a pesar de que en Israel el veinte por ciento de la población es árabe. Israel lleva tiempo practicando políticas exclusivistas incompatibles con un sistema democrático. En su empeño por […]
Es la constatación de la práctica del apartheid en Israel: Tel Aviv acaba de prohibir la participación en las elecciones de los partidos árabes israelíes, a pesar de que en Israel el veinte por ciento de la población es árabe.
Israel lleva tiempo practicando políticas exclusivistas incompatibles con un sistema democrático. En su empeño por ser un Estado solo judío, acepta como ciudadanos a todos los judíos del mundo y a aquellos que se conviertan al judaísmo (no a los judíos que se han convertido a otra religión) y sin embargo niega la ciudadanía y derechos a los palestinos que nacen en los territorios ocupados o en Jerusalén Este, a pesar de que son áreas controladas por el Ejército israelí, en las que los asentamientos judíos siguen creciendo con el consentimiento del Estado de Israel, que incluso ofrece subvenciones y ayudas a aquellos dispuestos a colonizar territorio palestino, algo absolutamente condenado por la ley internacional.
Ahora Tel Aviv va un paso más allá y excluye de la vida política a los árabes que sí tienen nacionalidad israelí, que son los que se pudieron quedar dentro de las fronteras tras la guerra de 1948 y que llevan años sufriendo discriminación y pobreza.
Hace unos meses, estando en Jerusalén, un judío israelí del Alternative International Center, contrario a la ocupación de los territorios palestinos, me decía lo siguiente:
-«El drama de Israel es que dentro de unos años los palestinos serán ya el 50% de la población y por eso si quiere seguir siendo un Estado judío tendrá que llevar a cabo otra limpieza étnica como la de 1948 o legitimar la política del apartheid que en realidad ya practica. «
Es escalofriante comprobar cómo el Estado israelí ofrece todo tipo de servicios a los colonos judíos y ninguno a los palestinos. Basta con seguir el trayecto de un camión de la basura: Recoge las basuras de las casas donde habitan judíos, se salta todas las viviendas de los palestinos.
Israel aparta y encierra a los palestinos para que no amenacen la esencia judía de su Estado. Los aísla tras verjas y muros de cemento, los apiña en cárceles a cielo abierto como la de Gaza, adonde en 1948 fueron a parar miles y miles de refugiados expulsados de sus casas, en las que se instalaron judíos no solo por iniciativa propia, sino respaldados por el Estado, que legitimó el robo de esas viviendas a través de leyes como la llamada de los Ausentes.
El Estado israelí es prisionero de los sectores más radicales de su población:
No tiene Constitución porque los judíos ultra ortodoxos no lo permitirían, ya que para ellos la única Constitución es la Torá, y de hecho creen que en realidad el verdadero Estado judío solo se formará cuando regrese el Mesías.
No renuncia al ideal del Gran Israel porque los colonos se le echarían encima, y por eso legitima la perpetuación y el crecimiento de los asentamientos judíos ilegales que convierten a Cisjordania en un queso gruyere y trocean aún más los territorios palestinos.
No asimila a los palestinos que viven en los territorios que ocupa pero tampoco les deja desarrollarse de manera autónoma y con independencia.
Y así Israel cae en su propia trampa. No puede ser una democracia mientras este tipo de prácticas sigan produciéndose. Tiene en su suelo a personas a las que niega derechos de manera sistemática. Pero se proclama como la única democracia de Oriente Próximo.
La prohibición de los partidos árabes israelíes en las elecciones es un paso de Israel hacia el abismo. Debería corregirlo de inmediato. Así mismo la sociedad israelí debería reflexionar sobre la dirección que desea tomar. Algo no va bien cuando grandes sectores de la población de un país no permiten que se introduzcan determinados temas en el debate público. Y eso ocurre a diario en Israel.
El propio partido Meretz, a la izquierda del partido laborista israelí, no se atrevió hasta el pasado sábado a unirse a las organizaciones israelíes que se manifiestan pidiendo el cese de los ataques contra Gaza. Un portavoz del Meretz quiso ser ambiguo, no condenó la masacre de palestinos, ni siquiera quiso cuestionar las acciones del Ejército, solo expresó su temor a que haya bajas entre los soldados israelíes si la operación militar se prolonga.
Es seguro que la salud de la sociedad israelí mejoraría si la gente estuviera dispuesta a tener empatía y a entender que su país está eligiendo políticas que solo conducen a la perpetuación de la guerra, a la segregación y a la discriminación de un pueblo, el palestino.
-«Como judío, me preocupa mucho formar parte de un país que mata a inocentes o los enjaula. Es terrible que con la excusa de no querer ser nunca más víctimas nos convirtamos en verdugos» -me dijo el integrante del Alternative International Center. Es seguro que la salud del país mejoraría si sus habitantes se preocuparan por lo que ocurre al otro lado de las vallas que su Estado levanta. Hay israelíes que lo hacen desde hace años. Ellos deberían ser el futuro de Israel.