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Israel gira a la derecha de la derecha

Un paso más de la impunidad israelí

Fuentes: Rebelión

https://revistafuturos.noblogs.org/

Israel ha dado un nuevo giro hacia el círculo del infierno para palestinos.

Queda por ver si los sionistas fanáticos de Israel no están introduciéndose ellos mismos en otro infierno.

El nuevo gobierno, la tríada Beniamin Netanyahu, Bezabel Smotrich e Itamar Ben-Gvir constituyen una perspectiva que procurará ser todavía más racista, abusiva y asesina que dirigencias como las de “el carnicero” de Sabra y Shatila, Ariel Sharon, o del que ha matado muchos palestinos, Naftali Bennet “¿y qué problema hay con eso?”

Smotrich ha planteado que “Israel debe tratar a grupos de derechos humanos como amenaza existencial.” La frase se comenta sola.

Por su parte, Netanyahu planteó en 2014 la disyuntiva: “La diferencia es que nosotros usamos una defensa de misiles para proteger a nuestros ciudadanos y ellos usan a sus ciudadanos para proteger sus misiles.” Un reduccionismo cómodo, sencillo.

La consigna preferida de Ben-Gvir “Muerte a los árabes” nos trae a la memoria aquella consigna del fascista castizo y aristocratizante José Millán Astray, “¡Viva la muerte!” de la década del ’30.

Estas “vanguardias” sionistas tienen que ir superándose una a otra por una razón, histórica: el tiempo del colonialismo rapaz, de asentamientos, que caracterizó la expansión europea en casi todos los continentes (el rey belga Leopoldo II seccionaba pies y/o manos de congoleños que no alcanzaban la producción que el monarca “civilizador” exigía); esa colonización europea, que prosperó cuando la navegación se liberó de las costas (cabotaje) e incursionó en continentes lejanos (y ajenos), tuvo su cuarto de hora entre el 1500-1600 y la primera mitad del s XX.

Con todo el mundo remodelado según la norma europea, llegó un reflujo de la furia conquistadora y los conquistadores empezaron entonces a acentuar lo civilizatorio. No cambió la relación de fuerzas, pero se suavizó el maltrato.

Porque a mediados del siglo XX hubo un crac del orgullo racista; el modelo nazi empezaba a socializar un espanto, y racistas que hasta apenas décadas antes, asumían el racismo como lo más natural, deseable y conveniente en cualquier sociedad, empezaron a considerarlo injustificable.

Y justo cuando florece” la democracia, el “buen trato” (rooseveltiano, que sustituyó “el garrote” igualmente rooseveltiano), el antirracismo, la igualdad de todo el género humano, ¡oh maravilla!, cuando se produce el crac ideológico del colonialismo y la consiguiente emancipación de las colonias (cierto que más formal que real), aparece el colonialismo mediante asentamiento de los sionistas. Con la bandera del despojo en ristre. Totalmente a destiempo: una trasnoche inesperada de la democracia en avance. Si en lugar de 1947/48 el sionismo hubiese dado su golpe de mano en, pongamos, 1924, habría pasado como “la voz de los tiempos”.

Pero ya no en 1948. Por eso la dirección israelí fue durante décadas “socialdemócrata”. Un membrete un poco forzado e incongruente con todo racismo militante. Pero, a decir verdad, ya varios gobiernos europeos socialdemócratas habían procurado “casar” socialismo y colonialismo. Así que los sionistas con su remedo ni siquiera fueron originales.

Pero quedaba lo de los modales. Los gobiernos socialdemócratas debían suavizar la opresión, la discriminación. El arrebato de tierras, por ejemplo, no tenía que hacerse manu militari ni con procedimientos policiales sino mediante desalojos con raíces jurídicas o históricas (aunque fueran un “valetodo”, como realmente ocurrió). De todos modos, sin una política de sangre y fuego, como la que propugnaba, por ejemplo, el padre de Beniamin Netanyahu en los ’30-’40, el proyecto Estado de Israel no “marchaba”, al menos no todo lo satisfactoriamente que deseaban los sionistas.

Por eso tan larga convivencia entre judíos sionistas y palestinos (musulmanes, cristianos o agnósticos). Y por eso, desde 1948, vemos un progresivo enderechamiento del Estado de Israel. Acercándose insensiblemente al viejo colonialismo mediante asentamiento y despojo; y expulsión o muerte de los “originarios”.

A fines de 2022, la manu militari está cada vez más presente: el ejército israelí, el de “Defensa”, acaba de inutilizar la red de agua de la comunidad Al-Auja en el valle del Jordán. Destrozaron las cañerías, inutilizaron el sitio llenándolo de piedras y montaron chapones de acero inoxidable soldados entre sí.

No es nada nuevo. El clima es seco, el agua escasa y el robo está bien organizado.

La OMS recomienda 100 litros diarios de agua por habitante; en los territorios palestinos con cañería funcionando rondan los 80 litros por hab.; palestinos no conectados, a gatas cuentan con entre 20 y 50 litros per capita. Mientras, el consumo diario israelí per capita, en zona tan escasa y desértica, es de casi 300 litros (ibíd.)

Si hablamos de calidad del agua, el abismo entre judíos israelíes y palestinos oriundos es aun mayor, mucho mayor (las cuencas de donde la población palestina extrae buena parte del agua están muy, pero muy contaminadas, en primer lugar por la industria y la agroindustria israelí que dirige sus efluentes hacia terrenos palestinos; las restantes fuentes de suministro son cuencas costeras, sobreexigidas con mucha agua salobre ocupando napas).

El broche de tal situación es que a los palestinos les está severamente vedado acumular la (escasa) agua de lluvia; el ejército israelí les rompe tales instalaciones.

No hay que extrañarse entonces que la OMS considere que apenas un 3% del agua en tierras palestinas es potable.

Veamos el testimonio, insospechable de simpatías ideológicas por islamismo o algo por el estilo, de un periodista del occidentalísimo diario El País (Madrid), registrado hace apenas unos años: “La trágica escasez de agua salta a la vista. Para conseguirla tenemos que recorrer más de 25 km cada día con el tractor, se lamenta Abed el Mahdi Salami, de 73 años y jefe de un pequeña comunidad beduina de al Hadidiyah. Intentamos construir un sistema de riego para la agricultura y la ganadería con el dinero de la cooperación española, pero el Ejército israelí lo desmanteló por motivos de seguridad, cuenta Abed apesadumbrado mientras muestra los restos de la conducción. Cerca de su tienda, una bomba de Mekorot, la empresa estatal israelí (de agua) emite un suave zumbido. «El agua está alli mismo, ¿lo ves?. ¿Por qué no podemos usarla?»

¿Cómo satisfacen los palestinos, siquiera mínimamente, la necesidad de agua? Comprándole a Mekorot. Cinco o seis veces más cara que lo que Mekorot le cobra a judíos (en 2020, por ejemplo, 90 millones de m3).

Pero la penosa cuestión del agua, con ser tan primaria, no es la única en el contencioso palestino-israelí. Destrucción de toda producción agropecuaria, con violencia abierta; un día el ejército israelí ocupa un sitio, alega que va a ser usado para maniobras y en consecuencia arranca de cuajo varios centenares de olivos (algunos centenarios) o limoneros, de palestinos, claro. Política de erradicación de palestinos mediante bloqueo de sus accesos o derribo de sus viviendas; alegando títulos históricos, a veces totalmente viciados por el tiempo y los acontecimientos transcurridos entretanto (la mezquita Al Aqsa tiene casi 1400 años; ¿qué sentido tiene alegar que allí, en ese mismo punto había antes algo judío? ¿cómo probarlo?)

Una “política de seguridad” que emplea proyectiles de plomo al cuerpo por las más nimias “obstrucciones a la seguridad del estado”; resistir un desalojo, manifestarse con carteles, apedrear un coche policial… Cuando las fuerzas de seguridad israelí procuraron ubicar un soldado israelí tomado prisionero (Gilad Shalit), a través de múltiples allanamientos, durante un año, terminaron matando, en dichos procedimientos, a unos doscientos palestinos (el soldado fue liberado tiempo después y atestiguó el buen trato recibido). La fuerza israelí sembró los cadáveres sin rendir cuentas a nada ni a nadie.

Y la agresividad del sistema imperante en Palestina/Israel no hace sino aumentar. Tensionarse. Y la negativa a reconocer lo palestino se acrecienta. El “Acuerdo del Siglo” de 2020, fue firmado entre el entonces presidente D. Trump de EE.UU. y B. Netanyahu de Israel. Sin palestinos. Y era un “acuerdo” sobre el territorio palestino.

Con los ya mencionados Netanyahu, Smotrich, Ben-Gvir y sus amenazantes declaraciones, el abuso lleva miras de aumentar ferozmente.

En los últimos dos años se han incrementado los asesinatos de palestinos a manos de israelíes (sin contar el costo en vidas palestinas de las invasiones que Israel ha llevado a cabo particularmente en la Franja de Gaza).

En 2021, el estado israelí acabó con la vida de 313 palestinos. El año 2022 lleva 224 asesinados (miles de heridos). Se anota asimismo que el tendal de judíos israelíes, notoriamente menor, en “las operaciones de limpieza”, ha aumentado.

En 2014, más de 300 judíos sobrevivientes de la 2GM y algunos de sus descendientes condenaron el «genocidio» de Israel al pueblo palestino en Gaza. Hay israelíes que se han mostrado alarmados «por la colonización de Palestina» y condenaron la «deshumanización racista de los palestinos en la sociedad israelí, que ha alcanzado su punto máximo». Son guarismos escasísimos, como en su momento los de los bravos refuseñik, soldados israelíes que se negaron a participar de las operaciones de bombardeo a barrios palestinos, por ejemplo. La escasez del número, empero, agiganta su valor (y valentía).

La dirigencia israelí hace oídos sordos a judíos críticos (muchos arrepentidos), a Amnistía Internacional, a la Corte Penal Internacional.

Con sus afanes de grandeza ni advierten que se empequeñecen hostigando, y haciendo desaparecer a palestinos. Amparados en sus poderes fácticos, apoyos financieros, económicos y militares de “Occidente”, y como cumpliendo una suerte de ciclo fatídico le hacen a los palestinos lo que siempre dijeron que los nazis le hicieran a ellos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.