La apuesta del Gobierno socialista es un paso positivo de cambio y regeneración, pero insuficiente en lo socioeconómico, retórico en lo nacional y limitado, cuando no contradictorio, en las necesarias reformas sociales, laborales y políticas. Es un plan transitorio, sin garantías de su plena aplicación ni de su continuidad en un sentido de progreso. Es […]
La apuesta del Gobierno socialista es un paso positivo de cambio y regeneración, pero insuficiente en lo socioeconómico, retórico en lo nacional y limitado, cuando no contradictorio, en las necesarias reformas sociales, laborales y políticas. Es un plan transitorio, sin garantías de su plena aplicación ni de su continuidad en un sentido de progreso. Es dependiente de su prioridad partidista por el ensanchamiento de su base electoral para incrementar su poder institucional y su margen de maniobra en la negociación de su preponderancia, programática y gestora, dentro de los equilibrios a pactar a su derecha (Ciudadanos) o a su izquierda (Unidos Podemos…), según le convenga tras las próximas elecciones locales, autonómicas y, sobre todo, generales.
Sin embargo, esa calculada indefinición genera desconfianza en ambos posibles socios, particularmente en los segundos que temen el aislamiento institucional y el bloqueo del cambio real. Los primeros (C’s) tienen la certeza de poder sumar con las derechas o, si no, con el PSOE, siempre con el deseo de neutralizar cualquier giro hacia la izquierda. Pero, particularmente, esa ambigüedad estratégica gubernamental, junto con una gestión timorata y retórica, genera incertidumbre popular sobre el tipo de ciclo político probable que se va configurando: gran centro o de progreso. Esa posición socialista difusa, sesgada más por la opción centrista y nacional-españolista del ‘susanismo’, no rearma o moviliza a la gente progresista tras una mejora sustantiva, social y democrática, siempre incierta y difícil. Y, además, como en Andalucía, no tiene la garantía de conseguir más apoyo ciudadano y poder frenar la involución reaccionaria comandada por las derechas.
Por tanto, la principal insuficiencia de la dirección socialista es la falta de determinación estratégica de los dos ámbitos fundamentales: implementar una firme política social, económica y fiscal progresista, empezando por el cumplimiento estricto de su acuerdo político con Unidos Podemos; articular una respuesta integradora del pluralismo nacional y democrática respecto del conflicto catalán, con un proyecto de país de países y comenzando por una respuesta proporcional y democrática a la petición desproporcionada de rebelión y la prisión provisional. Son dos elementos clave para fortalecer la unidad y la decisión de las fuerzas que propugnaron el desalojo gubernamental del Partido Popular y facilitaron el cambio gubernamental. Pero, sobre todo, generaría la dinámica y la expectativa necesarias para ganar las elecciones generales con un horizonte democrático, igualitario, solidario y de progreso.
O sea, la dirección socialista, en la práctica y en su apuesta estratégica, está en una posición intermedia, compatible con una inaplicación real y sustantiva de esos gestos políticos y una posible alianza de gran centro con Ciudadanos. Ya ha sido adelantada según los resultados previsibles, en algunas Comunidades Autónomas y sin descartar para el gobierno tras las elecciones generales. Es una realidad posible que se impone machaconamente y que desactiva la dinámica, la confianza y la expectativa de una estrategia conjunta por un cambio real de progreso.
Así, se cuestiona la imagen y el discurso de la existencia de un mismo campo político y de alianzas común con el bloque de las fuerzas del cambio o el bloque nacionalista. La dirección socialista, más ante la nueva ofensiva de las derechas, se muestra no más firme y definida, sino más vacilante y temerosa respecto de sus anuncios de giro social, democrático y plurinacional, quedando en gestos retóricos, y dejando abierto el acuerdo centrista.
Pero ello supone un reajuste del análisis de la relación de fuerzas y las estrategias de cambio. No habría dos campos, el reaccionario-derechista y el democrático-progresista sino tres (cuatro, con los nacionalistas), ya que en ese supuesto segundo hay dos polos diferenciados. La relación de las formaciones del cambio con el Partido Socialista no se establece con un aliado estratégico del mismo bloque (histórico) con el que cooperar en un recorrido común con un complemento de competencia virtual, con argumentos discursivos, para demostrar quién lo hace mejor. La cuestión es que, a veces, los caminos son distintos, incluso contrarios. La tarea conjunta es cómo asegurar el acuerdo o convivir en el desacuerdo, evitando el aislamiento propio alternativo.
Por otra parte, esa dura realidad de refuerzo de las derechas no necesariamente significa una trayectoria imparable hacia una involución política generalizada, tal como vaticinan las derechas y empieza a temer mucha gente. Pero no es un hecho aislado. Indica la existencia de una profunda pugna de fuerzas sociales y económicas, con importantes corrientes conservadoras, segregadoras y reaccionarias. Igualmente, se consolidan dinámicas nacionalistas excluyentes de signo españolista y centralizador, junto con el enquistamiento del conflicto catalán, que agudizan las dificultades para la articulación plurinacional y la convivencia democrática. Así mismo, persiste cierta debilidad del impacto estructural de la movilización cívica, así como deficiencias políticas e institucionales.
Demuestra la existencia de un bloqueo transformador del poder establecido hacia un cambio de progreso sustantivo y la profundización democrática, una falta de credibilidad ciudadana de las fuerzas y proyectos progresivos, una inconsistencia de discursos, estrategias y liderazgos alternativos. En consecuencia, existe un riesgo real de regresión autoritaria, de imposición de la ‘normalización’ institucional con cierre de la oportunidad de cambio de progreso y el retroceso de su apoyo popular.
En particular, explica la incapacidad representativa e institucional de las llamadas fuerzas del cambio para garantizar la consolidación de un campo democrático-progresivo e implementar un giro igualitario en lo social e integrador y pluralista en la articulación de lo nacional. Esa relativa impotencia transformadora, la crisis de la confianza en una dinámica ganadora ascendente, con su impacto en la subjetividad popular, y el desconcierto interpretativo y de legitimación de los distintos actores, acentúan la oscuridad respecto de las salidas. La crisis actual en la dirección de Podemos en Madrid no solo expresa división sino impotencia para abordarlas de forma sensata y unitaria.
En definitiva, si se clasifica a la dirección socialista con los de arriba o con la derecha (o con una izquierda o centroizquierda similares a la derecha), automáticamente y de forma estructural, serían adversarios estratégicos como las derechas. Solo cabrían acuerdos muy puntuales o genéricos (democráticos, de Estado, nacionales o procedimentales), pero no para el acceso y la gestión del poder institucional, sobre lo que primaría la confrontación o el antagonismo. Si se consideran en el mismo campo (de los de abajo, democrático o de izquierdas) que la tendencia democrático-igualitaria alternativa, se da por supuesto la dimensión estratégica de la pertenencia común, los intereses compartidos y la cooperación política, dejando como secundaria o en diferencias parciales la competencia, la crítica o la oposición, o solo en el plano cultural o discursivo
No es solo ni principalmente una cuestión analítica; acertar con el diagnóstico sobre los escenarios y las tendencias políticas y una adecuada elaboración sobre el contenido y el tipo de alianzas a tejer tiene enormes implicaciones políticas y estratégicas. Sin embargo, sigue siendo fuente de división y conflictos en Podemos y demás confluencias, agudizado en estos momentos en Madrid. La articulación de este conglomerado, tan diverso y plural es compleja: pero es un reto estratégico imprescindible, y también para la construcción de liderazgos democráticos y unitarios.
Desde una perspectiva más amplia, una vez que los dirigentes alternativos han ido admitiendo que ‘solos’ (y frente al resto) no cuentan con el apoyo de una mayoría social suficiente y no pueden garantizar el control del poder institucional y cambiar los sistemas político, económico y la articulación nacional, pasa a primer plano la definición de las alianzas: la tarea de ganar representatividad se asocia a gobernar juntos, con su equilibrio en la gestión y su carácter programático.
El problema de fondo alternativo: tener credibilidad para garantizar un cambio real en las condiciones de la mayoría social y la dinámica política e institucional, con la articulación plural y unitaria correspondiente.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM
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