Recuperamos este texto de E. Said de 1998 por la relevancia de su contenido en estos momentos. Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.
Durante varias semanas, Yasir Arafat y miembros de su Autoridad han estado anunciando a voz en grito que el 4 de mayo de 1999 el señor Arafat declarará un Estado palestino. Este anuncio apareció por primera vez como una amenaza a Israel y específicamente a Binyamin Netanyahu, quien ha estado retardando el acuerdo sobre un mayor despliegue de fuerzas palestinas de territorio palestino. Las reacciones israelíes a ese anuncio han sido uniformemente hostiles y muy amenazantes: hacedlo, dice Netanyahu a Arafat, y nuestra reacción será dura. Ni el lado palestino ni el israelí han sido exactamente específicos, pero eso no ha impedido que los dos sigan hablando de un Estado palestino y de una reacción desagradable de Israel. En todo caso, se dice que Arafat ahora quiere anunciar sus planes para un Estado palestino cuando esté en las Naciones Unidas y quizá incluso a Bill Clinton, que sigue sumido en el lío de Monica Lewinsky y que por ello no es probable que escuche con demasiada atención o que pueda hacer gran cosa por ayudar. Además, la prensa árabe ha estado informando de que durante sus numerosas visitas a países árabes y no árabes Arafat ha estado buscando apoyo exterior para su proyecto. Por lo tanto, la noción de que Arafat declarará un Estado palestino el 4 de mayo de 1999 ha ido desarrollado por el momento su propia dinámica, si no exactamente una vida propia.
Lo digo con cierta ironía porque, a primera vista, la idea de declarar un Estado por segunda vez (la primera fue la de Argel, en noviembre de 1988) debe parecer inherentemente cómica al espectador poco instruido, ya que en ambos casos, con la excepción de cerca de un 60% de Gaza, hay muy poco territorio para ese Estado. Hay un cierto control palestino, sin soberanía -un requerimiento importante para un Estado- en solo un tres por ciento de Cisjordania y ninguna continuidad territorial entre los diversos pedazos de tierra que componen lo que ahora llaman Zona A**. Una posible reacción de Israel podría ser decir que la entidad palestina tiene que estar en Gaza, que ya está separada de Cisjordania, y más o menos obligar al propio Arafat y, desgraciadamente, a las aspiraciones nacionales palestinas a confinarse en Gaza. Sería un duro golpe, independientemente del apoyo internacional que tuviera en ese momento la declaración del Estado. Además, el nuevo Estado tendría poco sentido demográficamente, ya que los palestinos de una zona estarían totalmente separados de sus compatriotas de las otras zonas.
Los partidarios de la idea de Arafat de declarar un Estado a pesar de los problemas concretos demográficos y territoriales afirman que el proyecto en sí tendría el efecto positivo de movilizar a la población palestina en una especie de energía, compensando con ello el deprimente fracaso de los Acuerdos de Oslo, por los que tanto han apostado Arafat y su círculo cada vez más pequeño de seguidores, consejeros, y parásitos. Hay mucho desaliento y letargo en Palestina, y también en otros lugares del mundo árabe. Se ha escrito y proclamado tanto sobre la nueva era de paz, los beneficios de la paz, la economía de la paz, etc., que con cinco años de no-paz es comprensible que la gente esté resentida, cansada de mentiras. Harta de la arrogancia israelí, harta, sobre todo, de su propio sentido de impotencia y fracaso. Creo que, como magistral táctico y artista de la supervivencia, Arafat todavía cree que puede cambiar las cosas con su idea de Estado y, al hacerlo, o bien evitar una explosión contra su régimen vacilante o distraer la atención al respecto. Siempre existe el peligro de que su plan tenga un efecto contraproducente pero, de nuevo de modo característico, probablemente piensa que puede manejarlo cuándo y si ocurre. En cuanto a las instituciones, la maquinaria y la gobernanza de un verdadero Estado, nada de esto existe en realidad. Es verdad que la Autoridad Palestina tiene muchas de las funciones de un gobierno estatal -oficina de correos, certificados de nacimiento, seguridad, asuntos municipales, educación y salud- pero todavía depende demasiado de Israel para actuar como un Estado debería poder hacerlo. Así, por ejemplo, tanto el agua como el uso de la tierra siguen bajo control israelí, lo mismo que las entradas y salidas de los Territorios [Palestinos Ocupados]. Cualquier presión que Israel aplique a uno de estos campos puede inhabilitar el Estado y hacerlo impotente. Seguro que ningún gobierno palestino querría verse en una posición tan angustiosa.
Me parece que las desventajas de declarar un Estado pesan más que las ventajas. Más importante aún es que un Estado declarado en los territorios autónomos dividiría definitivamente a la población palestina y su causa más o menos para siempre. Los residentes de Jerusalén, actualmente anexionado por Israel, no podrían desempeñar ningún papel en el Estado. Una suerte igual de indigna espera a los ciudadanos palestinos de Israel, quienes también serían excluidos lo mismo que los palestinos en la Diáspora, cuyo derecho teórico al retorno se anularía prácticamente. Por lo tanto, lejos de unir a los palestinos, la declaración de un Estado palestino los dividiría más que nunca anteriormente y convertiría la noción de un pueblo palestino en algo más o menos vacío. ¿A quién sirve un resultado semejante? Ciertamente no a los palestinos.
Tengo la fuerte sospecha de que Arafat está utilizando la declaración de un Estado como un medio de cubrirse con lo que parece un logro aunque esté a punto de aceptar la traicionera «oferta» israelí de nueve por ciento más tres por ciento como una reserva natural bajo control israelí. Arafat es un prisionero tanto de los israelíes como de EE.UU.: no tiene a dónde ir, no hay ningún corredor por el que pueda escapar, ninguna excusa en la cual basarse. Temo que, bajo presión, conceda y acepte el trato israelí, utilizando la declaración de Estado como una manera de compensar (así como de tratar de engañar) a su pueblo. Hay que vigilarlo cuidadosamente.
Otra desventaja que parece igual de significativa es que la idea israelí de librarse de los palestinos por medio de la separación la logrará no Israel sino los dirigentes palestinos. Sería el triunfo final del deseo de que desaparezca el pueblo palestino por medio de la desposesión , deseo por el que ha estado conspirando un siglo de planificación y beligerancia sionista: la eliminación de la presencia palestina como grupo nacional en el territorio de la Palestina histórica. Los sionistas consideran que es la Tierra de Israel, reservada exclusivamente para judíos. Por otra parte, debemos recordar que la propia idea de la autodeterminación palestina desde los orígenes de la actual OLP ha visualizado y encarnado una idea de igualdad no discriminatoria y uso compartido en Palestina. Era la noción de un Estado democrático laico y, posteriormente, la idea de dos Estados viviendo uno al lado del otro en una armonía de buena vecindad. La mayoría gobernante en Israel nunca han aceptado esas ideas y, a mi juicio, Oslo fue una astucia del Partido Laborista para crear una serie de bantustanes en los que Israel confinaría y dominaría a los palestinos, dando a entender al mismo tiempo que se haría realidad un casi-Estado para palestinos. Rabin y Peres hablaron abiertamente a los israelíes de separación, no como una manera de otorgar a los palestinos el derecho a la autodeterminación sino como una manera de marginarlos y reducirlos, y de dejar la tierra básicamente en manos de los más poderosos israelíes. Desde esta perspectiva la separación se convierte en sinónimo de apartheid, no de liberación. Declarar un Estado palestino en circunstancias semejantes es esencialmente aceptar la idea de la separación como apartheid y no igualdad, y sin duda no como autodeterminación. «Auto-gobierno» es el eufemismo de Netanyahu para ello. Además, quienes argumenten que para los palestinos esta declaración de Estado sería el primer paso hacia un Estado verdadero, con genuina autodeterminación, en realidad se están engañando a sí mismos al pensar de modo ilógico. Si declarar que lo que, en efecto, es una abreviación teórica de la verdadera condición de Estado es el primer paso hacia la realización de un verdadero Estado, entonces sería lo mismo que esperar extraer la luz del sol de un pepino sobre la base de que el sol había entrado al pepino previamente. Es un ejemplo no de pensamiento serio, sino de pensamiento mágico, algo que no necesitamos actualmente.
No, esta algarabía respecto al 4 de mayo de 1999 forma parte del comprobado y eficaz método de Arafat para distraernos de las verdaderas dificultades a las que nos enfrentamos como pueblo. Solía hacer lo mismo antes de cada reunión del Consejo Nacional, haciendo circular rumores sobre una futura fecha, luego postergándola, después anunciando tres o cuatro veces una nueva fecha, hasta que la gente saludaba la reunión en sí con mucha alegría. Sin embargo, esta vez las desventajas políticas de su proyecto de declarar un Estado tienen la función adicional de oscurecer la verdadera imperativa, que es en primer lugar unir a los palestinos y por encima de todo darnos una visión política, un programa y una dirigencia nuevos. Si los últimos años han demostrado algo es el fracaso de la visión proclamada por Oslo y de la dirigencia que elaboró todo el maltrecho asunto. Dejó a inmensas cantidades de palestinos sin representación, empobrecidos y olvidados; permitió a Israel expropiar más tierra, además de consolidar su control de Jerusalén, los Altos del Golán, y las colonias de Cisjordania y Gaza; validó la noción de lo que solo se puede denominar nacionalismo palestino banal, que en realidad es poco más que unas pocas consignas trilladas y la supervivencia de la antigua dirigencia de la OLP. Lo que ante todo necesitamos ahora es un evento político simbólico realizado fuera de la jurisdicción israelí y de la Autoridad Palestina que una todos los segmentos relevantes de la población palestina, una reunión o conferencia verdaderamente nacional. Desde esta reunión se anunciarían nuevas líneas para la resistencia y la liberación, que coordinarían no solo los esfuerzos de las personas de los Territorios Ocupados, sino también los de los palestinos de Israel y de toda la Diáspora. Lo que Arafat no puede o está dispuesto a abordar es a los miembros de este grupo más grande (en realidad la mayoría de los palestinos), ya que han sido excluidos del trato que hizo con Israel y EE.UU., de los que actualmente es rehén.
La única visión política a la que vale la pena aferrarse es la de un Estado binacional laico que trascienda las limitaciones ridículas de un pequeño Estado palestino, declarado por segunda o tercera vez, sin mucha tierra o credibilidad, así como las limitaciones que han sido tan esenciales para la forma sionista del apartheid que se nos ha impuesto por doquier. No soy el único en ver nuestras dificultades actuales como básicamente las de seres humanos privados del derecho a la ciudadanía plena. Es lo que nos unió a todos como un pueblo, ya sea en el Líbano, Jerusalén, Amman, Damasco, o Chicago. La actual dirigencia palestina no ha comprendido nuestro dilema ni, como es obvio, le ha proporcionado una respuesta. Por eso no deberíamos excitarnos demasiado ante el entusiasmo bastante juvenil de Arafat por las posibilidades de lo que podría o no tener lugar el 4 de mayo de 1999. Creo que la verdadera tarea es planificar una verdadera alternativa para la insensatez que se plantea actualmente, la de que al declarar un Estado en cierto modo obtendremos realmente uno, en cierto modo. Típicamente, esta estúpida consigna oculta las verdaderas dificultades de establecer verdaderamente un Estado, dificultades que solo se pueden superar mediante verdadero trabajo, verdadero pensamiento, verdadera unidad y, sobre todo, una verdadera representación de todo (como contrario a una parte) el pueblo palestino. No consignas unilaterales, vacías, redundantes. El continuo intento de inventar semejantes «realidades» imaginarias y de tratar de presentarlas como sustancia política es un insulto a la integridad de nuestro pueblo. Arafat y sus consejeros debieran avergonzarse de sí mismos por estos trucos tan banales. Deberían quitarse de en medio para que un proceso político más serio y verosímil pueda reemplazar de una vez por todas su desastroso proceder titubeante.
Notas del traductor:
*Para una biografía de Edward W. Said y la importancia de su obra, véase http://www.jornada.unam.mx/2003/09/26/034n1mun.php?origen=mundo.php&fly=1
*Recordemos que los Acuerdos de Oslo dividen los territorios ocupados palestinos en tres zonas, «Zona A , territorios de repliegue israelí y control exclusivo palestino que incluye las áreas más densamente pobladas; Zona B, territorios de competencias compartidas entre el ejército israelí y la AP, en los que se encuentran buena parte de los asentamientos de colonos judíos, y Zona C, de jurisdicción exclusiva israelí donde se ubican las zonas acuíferas palestinas y en donde hay un índice muy bajo de población palestina». (Véase http://www.nodo50.org/csca/palestina/negoc_palest-israel.html)
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Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/1998/397/op1.htm
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