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Sobre la crisis de Izquierda Unida

Una dulce (y oscura) desbandada

Fuentes: El Viejo Topo

1. Hubiera preferido no escribir este artículo, pero no siempre podemos elegir. Si hace tres años apunté, en esta misma revista, que Izquierda Unida había llegado al límite de sus posibilidades, y -triste satisfacción- el tiempo ha confirmado aquellas palabras, ahora, con una situación mucho más grave que entonces, no puede decirse sino que la […]


1. Hubiera preferido no escribir este artículo, pero no siempre podemos elegir. Si hace tres años apunté, en esta misma revista, que Izquierda Unida había llegado al límite de sus posibilidades, y -triste satisfacción- el tiempo ha confirmado aquellas palabras, ahora, con una situación mucho más grave que entonces, no puede decirse sino que la confusión y el desconcierto del actual grupo dirigente de la organización, agrupado en torno a Gaspar Llamazares, han creado las condiciones para una oscura desbandada. Ante la evidencia del fracaso electoral cosechado en las recientes elecciones generales, la resolución aprobada por su dirección, a propuesta de Llamazares, intentaba una endeble explicación justificatoria y abría una penosa y hueca vía de trabajo político que, proponiendo sobre el papel el relanzamiento de la organización, sugería, para ello, que nada era mejor que enterrarla, si atendemos a la puesta en circulación -vergonzante, hecha a hurtadillas- de ese nuevo artefacto llamado Izquierda Verde. En la resolución, aprobada el 27 de marzo, se ponía el acento en la importancia de la creación de un grupo parlamentario de Izquierda Unida: pero no puede decirse que Izquierda Verde lo sea, entre otras cosas, porque esa es, precisamente, la denominación del fantasmagórico partido de marco estatal creado por ICV, y que continúa existiendo.

La gestión del nuevo grupo parlamentario en el Congreso, denominado así en una reveladora pirueta ideológica, muestra con claridad los objetivos hacia los que se dirige la desarbolada Izquierda Unida de Llamazares. Esa lacerante situación vino después acompañada por una huída hacia delante, con la desastrosa iniciativa de hacer público el nombre del antiguo fiscal anticorrupción, Jiménez Villarejo, para encabezar la lista a las elecciones al Parlamento Europeo, hecha al margen de los órganos dirigentes, y la concesión gratuita (a la vista de la escasa envergadura y del comportamiento de ese pequeño partido verde en la elaboración de las listas electorales en Cataluña) del número dos a ICV. No se podían gestionar peor las cosas. El actual equipo dirigente apuesta ahora por cambiar el discurso, de manera confusa, pero sus movimientos indican una peligrosa desorientación, que ya se puso de manifiesto en el último congreso de Izquierda Unida: la obsesión por incorporar la palabra «verde» al nombre de la organización, como si fuera un milagroso talismán, apenas oculta el temor ante la soledad política y la precipitada búsqueda de hábitos más presentables. Ahí está la clave de la creación de ese nuevo grupo parlamentario, en el que muy pocas personas implicadas en la trayectoria histórica de Izquierda Unida se reconocen.

Así, no ha resultado extraña la notoria desmovilización y patente desinterés entre la propia militancia y los votantes a lo largo de la campaña de las elecciones europeas, y los magros resultados conseguidos son un síntoma más del agotamiento del equipo de Llamazares. Izquierda Unida ha cosechado el peor resultado de su historia: obteniendo un solo escaño -el segundo ha sido, literalmente, regalado a ICV, que se ha apresurado a informar de que su eurodiputado se incorporará al grupo verde-, todas las alarmas se han encendido, otra vez. Ahora, no sería extraño que, añadiendo sal a las heridas, y como ocurrió con la crisis de los renovadores, una parte de la dirección de Izquierda Unida intentara justificar su fracaso con una huída hacia adelante, especulando con la especie para devotos de que los desastrosos resultados electorales son fruto, no de su deriva política e ideológica, sino del lastre de la militancia comunista y del PCE, y de una supuesta timidez para adoptar una nueva identidad verde. No puede ocultarse que cuatro años de gestión del actual grupo dirigente de Izquierda Unida se han cerrado, además de con un retroceso electoral y con la pérdida del grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados (¿o acaso puede considerarse grupo propio ese estrafalario ensayo de Izquierda Verde?), con una extrema confusión y una gran desconfianza sobre los propósitos de la actual dirección.

No es eso lo más relevante, sin duda, pero, aquí, se impone un recordatorio: si es cierto que hay que ser abierto y generoso en la articulación de alianzas, no puede olvidarse que ICV impuso en Cataluña un criterio de elaboración de candidaturas (¡basado en una atrabiliaria aplicación del sistema d’Hondt!, que la izquierda siempre ha criticado, incluida la propia ICV ante otras fuerzas políticas) que ha limitado enormemente la presencia de EUiA, es decir, de la organización catalana hermana de Izquierda Unida. Después, en un enternecedor gesto de incoherencia política, y en circunstancias semejantes para cerrar la lista a las elecciones europeas, ICV olvidaba esos criterios que impuso e imponía otros. Para ICV, lo que servía para negociar en Barcelona, se olvidaba, interesadamente, en Madrid. Sin embargo, de manera sorprendente, la actual dirección de Izquierda Unida apoyaba esas pretensiones de ICV.

Es revelador que, mientras ICV imponía sus condiciones en Madrid, ayudada por la extrema debilidad de Llamazares y de la propia Izquierda Unida, llegaba a la desconsideración de negar ¡hasta la propia existencia de EUiA en el nombre del grupo parlamentario conjunto de ICV-EUiA, en el Parlament de Catalunya!: como es sabido, el grupo se denomina ICV-EA, y esa Esquerra alternativa, que no existe como tal, fue pensada precisamente para ocultar a la organización hermana de Izquierda Unida. La generosidad de ICV, llena de dientes de acero, puede ilustrarse también con el recordatorio de la adscripción de los diputados electos de la coalición ICV-EUiA: del total de 10 diputados (8 en el Parlamento de Catalunya y 2 en las Cortes) y 2 senadores electos, 11 escaños son de ICV; 1, de EUiA. Debe recordarse que, en las elecciones del año 2000, en las que ambas organizaciones concurrieron por separado y cuyos resultados sirvieron de referencia para calibrar el peso de cada organización, ICV obtuvo 119.000 votos, mientras que EUiA conseguía 75.000. Echen cuentas. Es obligado decir que nada de lo que ha ocurrido después hubiera sido posible de no mediar la aceptación y el apoyo de Llamazares y su equipo a las pretensiones de ICV. Y, precisamente por eso, la preponderancia adquirida por ICV en el proyecto de Llamazares, cobra una especial dimensión política.

Tras conocerse el retroceso electoral en las elecciones generales del 14 de marzo, el grupo dirigente de Izquierda Unida se apresuró a eludir cualquier responsabilidad. Fue más lejos, incluso: declaraciones públicas de algunos destacados dirigentes insistían en exigir «generosidad» al PCE, ¡como si la clave del mal resultado de Izquierda Unida estuviese en la actitud mantenida por ese partido!, o, más allá, radicase en su misma existencia, colocando, así, de matute, una discusión que ya había sido cerrada y que pretendía hurtar el verdadero debate y la petición de responsabilidades ante la evidente desorientación de Izquierda Unida. Las declaraciones de la alcaldesa de Córdoba fueron significativas: para huir de un análisis serio de la derrota, Aguilar enarbolaba la estaca salvadora ante el drácula comunista. Era un pobre recurso, similar al que utilizaron en su día los dirigentes de la Nueva Izquierda de López Garrido y Cristina Almeida (izquierda tan nueva y radicalmente renovadora, se recordará, que se apresuró a integrarse en el PSOE).

La propia puesta en escena de la última asamblea de Izquierda Unida, con la absurda preeminencia otorgada a Santiago Carrillo, el acercamiento a algunos de los planteamientos de los falsamente considerados renovadores en el pasado, y el deliberado olvido de la etapa de Anguita al frente de la organización, era algo más que un error, máxime cuando, un cuarto de siglo después del abandono de la aspiración republicana por Carrillo, y superadas con esfuerzo las hipotecas de la transición, han sido los actuales militantes comunistas y de Izquierda Unida quienes han impulsado de nuevo esa reivindicación, que ya inició Anguita y que concitó -recuerden- la increíble denuncia pública, con acusaciones de irresponsabilidad, del hoy olvidado Rafael Ribó hacia la Izquierda Unida dirigida por Julio Anguita. Sin duda, al lector que desconozca los usos internos de Izquierda Unida puede parecerle una cuestión menor, pero ese gesto de la actual dirección era una calculada apuesta por la mudanza ideológica.

Cuatro años después del recambio en la dirección de Izquierda Unida, no se ha conseguido crear un grupo dirigente capaz, ni aumentar la presencia entre la clase obrera, ni articular el esfuerzo de medios intelectuales y profesionales que, si bien tienen simpatía por lo que Izquierda Unida ha representado, no han visto en la apuesta de Llamazares la definición de un proyecto político que empezara a dinamizar, con vocación de cambio, el bloqueado y anquilosado sistema de poder del país. El excesivo protagonismo de Llamazares, en detrimento de otros dirigentes, renunciando además al prestigio acumulado por figuras como Julio Anguita y otros, ha ido configurando así una Izquierda Unida centrada en la figura de su coordinador y en la actuación institucional. No hay más que ver las páginas de Internet de Izquierda Unida, con la obsesiva presencia de Llamazares y la casi total ausencia de otros dirigentes. No resulta sorprendente -aunque, en general, la militancia haya sido prudente en la crítica, hasta extremos incomprensibles en una organización democrática-, así, la improvisación política de la dirección de IU, la pérdida de contacto con la clase obrera, el recurso a un estilo autoritario, la difícil situación financiera, el protagonismo de los «profesionales» de la política, y los continuos enfrentamientos entre familias y grupos, que han creado una situación de emergencia, que, sin embargo, la actual dirección se niega a constatar.

En algunos medios se ha hablado de la fatiga del proyecto político, pero es más adecuado hablar de la ausencia de un proyecto concreto, al margen de la improvisación y del acercamiento a lo que algunos ven como una tabla de salvación -el espacio verde-, y que, en mi opinión, no es más que un pasajero espejismo. Esa fatiga se constata en la tardía definición sobre la Constitución Europea, en la confusión sobre el papel que la Unión Europea debe jugar; en la subordinación al PSOE, en el temor ante el debate sobre la organización federal de España, con el asunto vasco en el fondo -que la ilegalización de Batasuna, la clausura de periódicos, las torturas a ciudadanos, como en el caso de Marcelo Otamendi, y el escándalo de la anulación de la candidatura de Herritarren Zerrenda, HZ, al Parlamento Europeo, hacen más evidente y más urgente, si cabe-; también, en la pérdida de relación con las fábricas, en el olvido de que los resortes institucionales que se ocupen deben estar al servicio del movimiento social, y no al revés; en el temor ante una clara reivindicación republicana que vaya más allá de las retóricas menciones en actos públicos que ha hecho Llamazares; en la ambición de asociarse con el gobierno de Rodríguez Zapatero, en lugar de encabezar los deseos de cambio que se expresan en los movimientos sociales, y que el PSOE está lejos de atender. La fatiga se expresa, también, en la progresiva conversión de Izquierda Unida en una fuerza que no pone en cuestión el Estado liberal.



2. Sin embargo, pese a todas las prolijas precisiones anteriores, la cuestión de los resultados electorales, aunque grave, no es la más importante. El último giro impulsado por Llamazares, fruto de un supuesto realismo político, agarrándose al clavo ardiente de una supuesta renovación representada por la matriz ecologista y verde, en realidad aspira a poco más que a conservar espacios de poder institucionales: las refriegas por puestos remunerados que hemos visto en las últimas semanas son ilustrativas. Se insiste, así, en primar los contenidos alternativos, denominados rojos, verdes y violetas, creando un arco iris de la confusión, que convive con esa sorprendente -y, a estas alturas de la historia, penosa- obsesión por el PCE, cuando, al mismo tiempo, se difunde con aparente pasión una retórica que habla de «integrar la pluralidad». Tampoco me satisface decirlo, pero, de hecho, se está cerca de correr hacia una identidad de tránsfugas, como ocurrió en Cataluña con el tránsito hacia ICV, proyecto cuya fundación -se recordará- se inició con una jura de Santa Gadea sobre la historia del PSUC, para culminar arteramente, después, en un enternecedor ecosocialismo. En Cataluña, el secuestro, primero, y, después, el asesinato furtivo del PSUC, todavía se está pagando, aunque hoy se haya recuperado parcialmente ese partido, partiendo de una casi absoluta falta de recursos: todo el patrimonio histórico del PSUC se utilizó para crear esa organización verde que hoy es ICV.

Llegar a acuerdos con otras fuerzas, más o menos afines, no debe limitar la discusión y la confrontación de posiciones políticas. Por eso, en rigor, hay que señalar que el propio éxito de esa organización de tránsfugas que es ICV -debe recordarse que casi todos los miembros de su dirección eran militantes del PSUC y se declaraban comunistas hasta no hace mucho tiempo- es una entelequia más: consolidar un limitado espacio electoral, haber conseguido sobrevivir no como lo que se era, sino como otra cosa, ¿acaso puede considerarse un éxito? Claro que ¿qué iban a decirnos los dirigentes de ICV? ¿Que en el viaje de tránsfugas hacia la supervivencia política a cualquier precio han adoptado el traje ideológico que han creído más adecuado? Porque lo cierto es que, más de diez años después del inicio del viaje propuesto por Rafael Ribó, ni siquiera ellos mismos se reconocen. Aunque deban componer la figura, qué remedio. Entiéndaseme: no reprocho a Ribó que pasase de ser comunista a ser ecosocialista, como no le reprocharía que se convirtiera en liberal, en budista o musulmán: el derecho a la evolución personal es irrenunciable. Le reprocho, a él y a sus continuadores, la mentira, la falsificación, la vulneración de las normas democráticas (¡diez años sin convocar el congreso del PSUC!), el engaño en cuanto a los objetivos que decía perseguir. Pero, ¿quién recuerda hoy a Ribó?

Es bien cierto que, entre algunos críticos de Llamazares, como Rejón, su respuesta no ha sido muy edificante. Pero que, personalmente, su opción me parezca un disparate, no quita para que su marcha sea una demostración más, reveladora, del estado de agotamiento del proyecto de Izquierda Unida, y esa responsabilidad no puede ser eludida por la actual dirección de Izquierda Unida, por mucho que las palabras de algunos recuerden la actitud de Carlos Carnero, quien fue responsable de relaciones internacionales de Izquierda Unida y uno de los inspiradores de la política europea e internacional de la organización, y que la abandonó ¡declarando su desacuerdo con la política que él mismo había elaborado! En la trastienda, como tantas veces, su temor a no seguir siendo diputado en el Parlamento europeo: su marcha al PSOE fue recompensada con su continuidad en un escaño en Estrasburgo.

Una vez más, en el caso de ICV, resulta evidente que el objetivo central para toda una serie de profesionales de la política no era la defensa de unas ideas y de unas convicciones políticas, con todas las correcciones que la vida y la historia nos exigiesen, sino, simplemente, la picaresca de asegurar sueldos políticos y posiciones personales. Ahora, lamentablemente, muchos constatan que la apuesta de Llamazares por esa Izquierda Verde es la segunda edición de la operación que lanzó Ribó hace años en Cataluña, y cuyos resultados son conocidos. Preferiría no decirlo, pero es inexcusable: aunque no es el único responsable, Gaspar Llamazares ha contraído una grave responsabilidad, no tanto por los magros resultados electorales como por la desorientación de un proyecto político que pretenda ir más allá de la crítica testimonial al sistema capitalista. Cuatro años gobernando la organización han culminado con el desconcierto, con una deriva antidemocrática en el gobierno de la organización, con la aversión hacia un radical programa de cambio social; se han culminado, también, con el increíble deslumbramiento ante la errática trayectoria de los dirigentes de ICV, y con la puesta en circulación de un «objeto defectuoso»: ese artefacto llamado Izquierda Verde no augura ningún cambio esperanzador.



3. ¿Qué hacer? Algunas cuestiones de futuro. Si la apuesta de los comunistas españoles por Izquierda Unida tenía algún sentido, era por la pretensión de articular un bloque político que tuviera el socialismo en su horizonte, pese a todas las dificultades, y no para crear una nueva organización que se limitase a la gestión de sus espacios institucionales y a nadar en las aguas turbias de la socialdemocracia. Sin embargo, hoy, el estado de desorientación de la izquierda comunista y revolucionaria es evidente: su temor ante las palabras lo revela. Socialismo, comunismo, revolución, son conceptos que han desaparecido de las apuestas por el futuro, de los objetivos que debe proponerse un bloque social que impugne el capitalismo real; y, si bien es cierto que la insistencia en las grandes palabras puede convertirse en una retórica vacía si no va acompañada de un concreto programa de acción política, los movimientos críticos de la izquierda se agotan hoy en las apelaciones a una vaga izquierda transformadora -¡ese lenguaje de compañía eléctrica!- que no propone a los trabajadores y a la población, con claridad, el objetivo de un cambio socialista, con todas las cautelas que se quieran, y en un momento, además, en que se hace más urgente que nunca la reivindicación y el estímulo de una alternativa socialista al desorden mundial y a la peligrosa deriva imperialista de las guerras preventivas de Washington. Es una inquietante paradoja: cuando crece la movilización social en todo el planeta, cuando se hace más perentoria la necesidad de un nuevo mundo, la izquierda retrocede ante la magia de las palabras. Y ese temor revela muchas cosas.

La propia construcción europea, con la amenaza de nuevos ataques a las conquistas históricas de los trabajadores, con la aparición de nuevas amenazas a la democracia y a los derechos civiles -que se expresan, por ejemplo, en la rampante corrupción de buena parte de las empresas e instituciones, en el empleo precario y mal pagado, en los arbitrarios recortes salariales, en la deslocalización de fábricas, en la explotación esclavista de los inmigrantes; o, también, por ejemplo, en la comprensión de Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, ante la escandalosa prohibición de los símbolos comunistas en Hungría, nuevo país de la Unión; en el encarcelamiento de Mikolas Burakiavitsious, secretario general del Partido Comunista Lituano, ¡organización que es ilegal en su país!, otro reciente miembro de la Unión Europea; en la marginación civil de la población rusa del Báltico, en la difícil situación de los trabajadores del Este de Europa (K. S. Karol ha recordado el reciente despido de 8.000 trabajadores en un banco checo, la mitad de la plantilla, ¡sin que se haya podido realizar ni un minuto de huelga!), y en la creciente precarización del trabajo y el despojo de las garantías sociales para buena parte de los trabajadores europeos- nos exige un claro programa de defensa de los trabajadores y de la libertad.

No pretendo con estas notas, ni mucho menos, trazar un programa que articule la actuación de la izquierda comunista y revolucionaria en España, pero sí recordar algunas cuestiones que deben estar en el centro de nuestra actividad, acumulando fuerzas para la definición de una alternativa socialista. En España, la reivindicación de la República, con claridad y contundencia; la articulación federal de los distintos pueblos, la denuncia de la corrupción empresarial, la exigencia de una economía social que resuelva las graves carencias de los trabajadores, la total equiparación entre sexos, el levantamiento de las hipotecas del franquismo, empezando por las bases militares norteamericanas. En Europa, la impugnación del proceso de construcción de una Unión Europea que pretende edificarse sobre el latrocinio social y el recorte de los derechos de la población; la reivindicación democrática de los derechos civiles frente a la ofensiva liberal, la defensa de los trabajadores y de los inmigrantes extracomunitarios, la lucha contra el racismo. En el mundo, el combate a la rapiña imperialista protagonizada por los Estados Unidos, y la solidaridad con los pueblos expoliados, como Iraq, Palestina y tantos otros, la exigencia de un desarrollo igualitario que no destruya la naturaleza; y la articulación con otras fuerzas del movimiento alterglobalizador que exigen un nuevo mundo. No es poco.

Junto a todo ello, en España, no hay que olvidar algunos riesgos: inmersos en la gestión y en la metabolización de la crisis de Izquierda Unida, algunos sectores de izquierda -integrados o no en la organización- creen que la desaparición de IU sería un acicate para el nacimiento de algo nuevo: sin embargo, deberían ser conscientes de que también puede serlo para la desertización de la izquierda crítica, para la consolidación del predominio político de la socialdemocracia. Los análisis de quienes, deslumbrados por las multitudinarias manifestaciones contra la guerra en Iraq, ponen el énfasis en los llamados movimientos sociales y en la movilización -justa, por otra parte-, quitando importancia a la desaparición de una alternativa de izquierda más allá del PSOE, o incluso deseándola, olvidan que ese escenario sería una catástrofe para la izquierda social en España: el definitivo triunfo del bipartidismo, en un esquema a la inglesa, no auguraría precisamente buenos tiempos para la construcción de una alternativa socialista al capitalismo. Sin olvidar que la propia existencia de una realidad organizativa, como la representada por el PCE e IU, con todas sus flaquezas, canaliza e impulsa la movilización popular. Hay que ser radical y coherente, pero no conviene iniciar aventuras que terminan siempre por debilitar el espacio social que representan hoy el PCE e IU, fortaleciendo el territorio del PSOE: basta repasar lo ocurrido en los últimos veinte años en España. Apelar al impulso retórico de la lucha popular, esperando que surjan, como por ensalmo, organismos autónomos que desarrollarán la movilización obrera, es una apuesta hecha desde la buena fe pero que corre el peligro de crear una confederación de reinos de taifas incapaz de configurar una seria y creíble alternativa al sistema capitalista. No es que no deba desearse lo mejor, sino que debe perseguirse, además, lo posible en cada coyuntura.

Rodeados por el pantano de la impotencia socialdemócrata para encabezar en España un proceso de cambio creíble, acosados por los espejismos de esos partidos verdes y por los trampantojos del nacionalismo progresista, las dispersas huestes de la izquierda realmente existente no saben si encomendarse a Marx, a Lenin, o a la melancolía por lo que pudo haber sido y no fue. Por eso, en la contemplación escéptica de quienes, con la mejor voluntad, plantean la difícil refundación de Izquierda Unida, soy de los que creen que es urgente el reforzamiento de la organización del PCE, cuya culminación y renovado protagonismo nadie debería temer. Diré más: la organización comunista nos es imprescindible, abordando al mismo tiempo la renovación de la apuesta comunista en el siglo XXI, porque el sectarismo no nos sirve para nada, como tampoco el refugio en unas certezas inmóviles, ni los espejismos transitorios de una nueva y endeble identidad verde.

Termino. No puede negarse la crisis de Izquierda Unida, ni la responsabilidad que ha contraído su dirección. De manera que, ante la evidencia del fracaso y de la deriva política, ante la incapacidad de su actual dirección para reorientar el proyecto que representó Izquierda Unida, los riesgos son muchos, pero la izquierda comunista debe ser consciente de que Llamazares y su equipo de confianza apenas nos proponen una desnaturalización, una vergonzante conversión, una muerte civil: una dulce (y oscura) desbandada.