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Una familia de Gaza como otra cualquiera

Fuentes: Rebelión

Esta mañana recibí una llamada de Rosa Schiano, activista italiana del Movimiento Internacional de Solidaridad (ISM en sus siglas en inglés). Me avisaba de una incursión de bulldozers israelíes en Johr al-Dirk, un pueblo al este de la Franja de Gaza. Inmediatamente fuimos para allá, pero cuando llegamos ya habían terminado su ‘trabajo’. Estas incursiones […]

Esta mañana recibí una llamada de Rosa Schiano, activista italiana del Movimiento Internacional de Solidaridad (ISM en sus siglas en inglés). Me avisaba de una incursión de bulldozers israelíes en Johr al-Dirk, un pueblo al este de la Franja de Gaza. Inmediatamente fuimos para allá, pero cuando llegamos ya habían terminado su ‘trabajo’. Estas incursiones son habituales. Los bulldozers, escoltados por soldados del Ejército de ocupación, entran en territorio de Gaza y arrasan, impunemente, las tierras de cultivo de los agricultores.

Acompañar a Rosa facilita mucho las cosas. Está desde noviembre en Gaza, trabajando con pescadores, campesinos, víctimas de los bombardeos… Rosa dejó su trabajo en Italia y vino a Gaza a trabajar activamente en la solidaridad con el pueblo palestino. Tiene previsto quedarse aquí mientras le duren los ahorros. No recibe ninguna ayuda económica. Su compromiso y coherencia me resultan admirables.

Una vez en la zona, y en vistas de que habíamos llegado tarde siquiera para dificultar algo el ‘trabajo’ de los sionistas, Rosa propuso visitar a una familia con la que había contactado meses atrás. Se trata de la familia de Nasser Abu Said. Nasser es un agricultor de 40 años que vivía en la casa de su familia, cerca del ‘área de seguridad’ establecida ilegalmente por Israel, que ha decidido de forma unilateral que ninguna persona palestina puede pisar allí. Es una franja de entre 300 y 1.000 metros, según la zona, a lo largo de todo el perímetro de Gaza. Esta área deja inutilizadas el 35% de las tierras gazatíes de cultivo.

Israel no se conforma con esta zona de seguridad, diseñada a su antojo. Con frecuencia lanza ataques más allá de la misma. El 13 de julio de 2010 atacó la casa de los Abu Said. Un tanque lanzó cinco disparos de una munición que, una vez que sale del cañón, se fragmenta en miles de pequeños dardos metálicos. La esposa de Nasser estaba en la puerta de la casa con cinco de sus hijos. Fue acribillada por cientos de estos proyectiles. Su cuerpo quedó absolutamente destrozado. El personal de la ambulancia encontró el cadáver, completamente mutilado, y a los cinco niños rodeándolo.

La vivienda sufrió un segundo asalto el 28 de abril de 2011. En esa ocasión, el ataque fue directamente al inmueble. Cuatro proyectiles impactaron en la segunda planta del edificio, destruyéndola prácticamente por completo. En el interior había diez personas. Dos niños, una mujer y un hombre resultaron heridos de diversa consideración.

Los hijos de Nasser están totalmente traumatizados. No quieren vivir en esa casa, donde aún reside la madre de Nasser y otros miembros de la familia. En consecuencia, Nasser se ha instalado con sus hijos en dos tiendas de campaña situadas 200 metros más lejos de la frontera. Poco a poco, y en función de sus posibilidades económicas, va construyendo otra casa para sus cinco hijos, su nueva esposa y una niña de diez meses fruto de este matrimonio.

Las condiciones en las que vive esta familia son terribles. El inverno de Gaza es muy duro y no tienen una sola pared que les resguarde del frío o la lluvia. El verano es sofocante, muy similar al del interior de Andalucía. Al ver las precarias tiendas de Nasser nos imaginamos cono se viviría en un pueblo de Sevilla o de Córdoba resguardados tan sólo por algunas lonas y plásticos.

Pero ellos continúan aquí. Si echan abajo su casa, la construyen de nuevo; si no les llega el dinero, fabrican un hogar con lonas, plásticos o maderas. Con lo que consigan. No tienen otra opción.

Para nosotros es un caso dramático. Para el pueblo palestino es sólo un caso más de entre decenas de miles similares. Cada familia de Gaza con la que hablo me cuenta su historia y cada historia es un drama provocado por la ocupación de su tierra por parte de una entidad que se considera a sí misma la encargada de dotar al pueblo elegido de Dios de un territorio anunciado en sus libros sagrados. Con esas ‘escrituras de propiedad’ -y con el apoyo cómplice de la comunidad internacional- se considera legitimada para tratar a los verdaderos propietarios de los territorios históricos de Palestina como a bestias sin derecho cuyo único fin es impedir la consecución de su sagrado objetivo.

Las Naciones Unidas y los gobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos se limitan, en el mejor de los casos, a emitir vacías declaraciones cuando las fechorías de la ‘única democracia de Oriente Próximo’ traspasan los límites de lo que ellos consideran aceptable. En casos como el de la familia de Nasser Abu Said ni siquiera se llega a eso. La respuesta de estas instituciones supuestamente civilizadas y democráticas es un silencio cómplice del verdugo.

Es a nosotros y nosotras, la sociedad civil, el pueblo cabal, a quienes nos corresponde presionar en nuestro ámbito a nuestros respectivos gobiernos, con el objetivo de que obliguen a la entidad sionista de Israel a respetar los derechos del pueblo palestino y a acabar con una ocupación criminal que dura ya 64 años.

Manu Pineda es miembro de la Asociación Unadikum

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.