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Reseña del libro Ciudades Muertas. Ecología, catástrofe y revuelta, de Mike Davis

Una hoja de frágil cristal

Fuentes: El Viejo Topo

Mike Davis, Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta. Editorial Traficantes de sueños, 2007 (ed original 2002), 254 págs. Traducción de Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro Sin ánimo de exageración. Es muy probable que Mike Davis sea actualmente uno de los marxistas vivos de mayor proyección y […]


Mike Davis, Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta. Editorial Traficantes de sueños, 2007 (ed original 2002), 254 págs. Traducción de Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro

Sin ánimo de exageración. Es muy probable que Mike Davis sea actualmente uno de los marxistas vivos de mayor proyección y producción, y una prueba irrefutable de que el marxismo no es sólo una tradición política y filosófica, con enormes aciertos y notables desaciertos, de los siglos XIX y XX sino que este nuevo milenio se abre con excelente pie para su necesaria revisión y su desarrollo creativo. Los deslumbrantes ensayos del geógrafo norteamericano, que el lector puede consultar, por ejemplo, en www.sinpermiso.info y www.rebelion.org, son ejemplo permanente de ello.

Davis es, además, un magnífico escritor, tan formidable como el mismísimo Eagleton, atributo asentado que, desde luego, no impide el cómputo cuando es necesario. Véanse, por ejemplo, los informados cuadros del capítulo VI -«¿Quién ha matado a Los Ángeles? Una autopsia política». Una prueba de esa excelencia: «Pero los estadounidenses, cegados por la ilusión solipsista de vivir en una historia de factura exclusivamente propia, son blancos fáciles de esa Nueva Asiria conspiradora: la Alemania guillermina. Atacada por sorpresa por la flota imperial de zepelines, la Nueva York del ragtime se convierte en la primera ciudad moderna destruida desde el aire. En un solo día, los altaneros manhattanianos se ven reducidos a nativos degollados» (p. 16). En cuanto a la perspectiva de análisis, sobre su singular, valiente y nada frecuente mirada política, baste acaso esta nota a pie de página inspirada en un análisis de Fitch: «Robert Fitch señala que los desalojos para construir el WTC destituyeron 30.000 puestos de trabajo y, al impulsar el desarrollo del adyacente Battery Park City, eliminaron también los cruciales astilleros del sur de Maniatan» (p. 22).

Aún más, el autor de esta reseña cree firmemente que el estilo y la perspectiva rojiverde de Davis, por decirlo en términos hoy en desuso, será, es ya, un lugar central de la tradición marxista. No es posible ver la historia del capitalismo, de sus ciudades, de su mastodóntica huella ecológica sobre ambientes y seres humanos, del Centro y de las periferias, sin tener en cuenta el lado oscuro, oscurecido y ocultado, de esta civilización, el sufrimiento de los desposeídos que Davis no se cansa de mostrar y denunciar..

En el aristocrático mundo eidético platónico no estaba, que se sepa, la Forma de un «intelectual riguroso de origen obrero». Añadamos el eidos correspondiente. Mike Davis lo encarna a la perfección. Davis es hijo de la clase trabajadora estadounidense. Su infancia transcurrió en los suburbios de este de San Diego. De joven militó en diversas organizaciones políticas mientras trabajaba como carnicero y conductor de camiones. Más tarde consiguió la licenciatura en el departamento de Historia en la Universidad de California, donde es actualmente profesor. Es además colaborador de New Left Review, Socialist Review y miembro del consejo de redacción de la revista sin permiso. Están traducidos al castellano sus ensayos Más allá de Blade Runner. Control urbano: la ecología del miedo (Barcelona, 2002), Ciudad de cuarzo. Excavando el futuro de Los Ángeles (Madrid, 2003), El monstruo llama a nuestra puerta. La amenaza global de la gripe aviar (Barcelona, El Viejo Topo, 2006) y está anunciada la próxima publicación por Akal de Planeta de ciudades miseria, mientras Davis lleva años trabajando en un voluminoso ensayo sobre la historia del «terrorismo» obrero y los coches-bomba.

Escribía Machado: «Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;/ cambian la mar y el monte y el ojo que los mira» («A orillas del Duero», XCVIIII). Del ojo de Davis, del color de su mirada, puede encontrase un buen ejemplo en una reciente entrevista en la que recordaba que él no tenía ninguna confianza en el concepto de superpoblación. La pregunta correcta no era preguntarse si la población humana había aumentado demasiado o cuestiones similares, sino cómo cuadrar la justicia social y el derecho a un nivel de vida decente y la sostenibilidad ambiental. Esa era, esa es la cuestión central. La solución tenía que pasar por la propia ciudad, ya que las ciudades verdaderamente urbanas eran los sistemas más eficientes que ha creado la Humanidad para la vida en común. El auténtico desafío de los activistas y de los movimientos y organizaciones de izquierda es conseguir que la ciudad sea mejor como ciudad. La inviabilidad de las megaciudades tienen menos que ver, aunque tenga que ver, con el número de personas que viven en ellas que con el modo de consumir. La huella ecológica varía sustancialmente según los grupos sociales. Davis lo ilustra del modo ejemplo: «En California, por ejemplo, el ala derecha de los movimientos conservacionistas sostiene que hay una enorme marea de inmigrantes mexicanos que es la responsable de la congestión y la polución, lo cual es completamente absurdo: no hay población con menor huella ecológica o que tienda a utilizar el espacio público de forma más intensa que los inmigrantes de Latinoamérica. El auténtico problema son los blancos que se pasean en sus cochecitos de golf por los ciento diez campos que hay en Coachella Valley. En otras palabras, un hombre de mi edad ocioso puede estar usando diez, veinte o treinta veces más recursos que una chicana que intenta salir adelante con su familia en un apartamento del centro de la ciudad».

¿Cuál ha sido la suerte de los grandes centros urbanos de Occidente en estas últimas décadas? Esta es la pregunta que guía el conjunto de ensayos recogidos en Ciudades muertas. La mirada de Davis es la mirada de un forense ante su próxima autopsia. «La respuesta obedece a la minuciosidad médica con la que se descubren aquellos fragmentos olvidados de realidad que deducen los terroríficos paisajes que caracterizan algunas urbes contemporáneas».

Ciudades muertas está estructurada en dos partes. La primera, «Sobre las ruinas del Oeste», consta de cuatro capítulos, los mismos que forman la segunda parte del ensayo, «La ciudad de la revuelta». Escritos a lo largo de la década de los noventa, la mayoría de ellos tiene breves epílogo actualizadores. No se trata de dar cuenta de los diversos desarrollos del volumen pero sí recomendar especialmente el magnífico, e inusual, segundo capítulo de la primera parte -«Ecocidio en el país de Marlboro»-: «¿Ha sido la guerra fría el peor desastre ecológico sobre la tierra en los últimos diez mil años? Ha llegado la hora de medir los costes ambientales de la «lucha crepuscular» y su insistente carrera de armas nucleares. Hasta hace poco, la mayoría de los ecologistas subestimaron el impacto de las guerras y de la producción de armas sobre la historia natural. Sin embargo, existen claras evidencias de que grandes áreas de Eurasia y América del Norte, particularmente los desiertos militarizados de Asia Central y la Gran Cuenca se han vuelto inhabitables para los humanos, quizás durante miles de años, como resultado directo de las pruebas armamentísticas (convencionales, nucleares y biológicas) realizadas por la Unión Soviética, China y Estados Unidos». En términos similares podría hablarse del capitulo dedicado a Los Ángeles en la segunda parte. O del mismo epílogo del ensayo.

Cabe agradecer a Traficantes de sueños la cuidada edición de Ciudades muertas, de la que «se permite la copia reproducción en papel de la edición digital de este libro», www.traficanes.net- y a las cuatro generosas traductoras las frecuentes, nada triviales e informadas notas que acompañan al ensayo.

En la contraportada se destaca una afirmación central de este conjunto de trabajos de Davis: «Sólo una fina y transparente hoja de frágil cristal separa la civilización de su recaída catastrófica en el abismo de la historia». El autor de Planeta de suburbios muestra convincentemente en Ciudades muertas que este abismo histórico no es una simple ensoñación, en ningún caso una mera posibilidad remota. «El terror se ha convertido en el esteroide del imperio. Aunque nerviosamente, el orden establecido en todas partes se ha reunido en torno a las barras y estrellas de la bandera estadounidense. Tal y como ha señalado un Henry Kissinger exultante, uno de esos cadáveres todavía en pie, es lo mejor que ha pasado desde que Metternich cenó por última vez con el Zar» (p. 35). Temblemos, con motivos, al oír esta voz de la ultratumba amiga de Pinochet, un cadáver que finalmente ya no está en pie, pero no nos quedemos paralizados por ello.

Nota: Esta reseña fue publicada en la revista El viejo topo, junio 2007.