Asistimos una y otra vez a la fragmentación de la izquierda, como si se tratase de procesos tectónicos inevitables, o tal vez estuviésemos enfrentados a alguna fuerza centrífuga ineluctable, que nos supera y anula todo intento de reunir opciones, consensuar proyectos, formar grupos numerosos y opciones sólidas.
Estamos tan habituados a la presencia de múltiples partidos, grupos, sindicatos, asociaciones, tendencias… definidas todas ellas por contraposición constante, que lo tomamos como lo normal. Asistimos a las rupturas sucesivas sobre las divisiones anteriores, hasta llegar a una aparente atomización de todo el movimiento de progreso.
No, no es una realidad específicamente española, sino que la izquierda en muchos lugares vive esta situación. Quizá las fuerzas que defienden diferentes programas de transformación racional de la sociedad y la economía, para lograr mayor justicia social y libertad, hayan vivido siempre en las constantes divisiones, como lo muestran las sucesivas rupturas de las Internacionales que trataron de fundar un movimiento obrero unido.
Tampoco se trata de defender la unidad a toda costa, a pesar de las diferencias claras de ideas. No tiene sentido presentar una unión de lo que es diferente. Pero el problema central es más bien: ¿por qué ideas similares y proyectos casi indistinguibles se presentan ante la sociedad con nombres distintos, como partidos enfrentados? Además, si un movimiento político defiende simultáneamente ideas de izquierda y cuestiones de identidad, usualmente nacional, lingüística, etc., ¿cuál de esos dos ejes de su proyección política tendrá preferencia?
Toda esta historia de rupturas es curiosa, extraña, pues en cada reunión de partidos, sindicatos, grupos, se escuchan los eternos llamamientos a la unidad y las promesas de mantenerla. Un participante en las reuniones durante décadas debería concluir que la unidad será total, pues nadie la ataca. Sin embargo, al mismo tiempo, hay no menos frecuentes condenas del otro por no mantener lo que se califica como lo realmente de izquierdas. Como si el otro fuese siempre el culpable de alejarse de lo que cada uno se siente capaz de definir como la auténtica izquierda. Por un lado, las necesarias alianzas y unidades, sin las que se logra la derrota electoral y social. Por el otro, las posiciones de mayor «pureza», donde estaría la verdadera defensa del progreso y la justicia. A veces parecería que son los grupos de izquierda los que más se critican entre sí, como si deseasen la derrota del otro, aunque esto supusiese la victoria de las ideas más conservadoras, ultraconservadoras y liberales.
Ahora es cuando el escritor del artículo se saca un as de la manga y descubre la solución en varios enunciados rápidos. Pero ante preguntas complejas y con múltiples debates sin solución clara, no existe una varita mágica para conocer las razones que desunen a la izquierda y perjudican, de esta forma, la capacidad de transformar la realidad social y política.
Sin embargo, es necesario pensar estos factores. La duda más acuciante se presenta en torno al concepto de clase social y de clase para sí. Es decir, ¿existen en 2024 las clases sociales?, y, si existen, ¿son las clases sociales en 2024 conscientes de sí mismas y, en consecuencia, actores ideológicos y políticos? El concepto de clase social, en general, se refiere a la inserción de las personas en la economía y el nivel de renta y gasto que tienen, generando intereses en común para quienes comparten clase, y, por lo tanto, ideología. Es claro que las clases sociales existen y que son un factor de enorme relevancia. Es cuando la clase se hace consciente de su posición y su ideología que pasa a ser un actor político. Ver, por ejemplo, el libro clásico de Carlos Marx, Miseria de la Filosofía (1). La relación entre la estructura económica, las clases sociales y las ideologías, objeto de numerosos estudios (por ejemplo, Mannheim (2)), es muy compleja. Erice (3) constata (analizando a Eagleton (4)) esa complejidad de las relaciones entre ideologías e intereses de clase (pp. 512-513). Pero que existen, parece cierto sin duda. ¿Qué tiene todo esto que ver con la división de la izquierda? Nos quedamos en lo anecdótico si no comprendemos qué factores profundos motivan la fragmentación política. Es posible que se deba a transformaciones de la clase social a la que la izquierda quiere representar, la clase obrera, o como queramos llamarla.
Además, es llamativa la desaparición aparente, quizá temporal, de las ideas utópicas. comprendiéndolas como proyectos de transformación ambiciosa de la realidad. Son las estrategias y fines últimos que animan a la actividad intelectual, política y sindical. Porque, como señaló Leszek Kolakowski, «la izquierda no puede renunciar a la utopía; no puede abandonar fines que están por el momento más allá de la realización aunque den sentido al cambio social.» (5) (p. 8). ¿Qué pensar, entonces, de una izquierda que ha pasado a hacer de la palabra “resistencia” su leitmotiv?
Claro que transformar es difícil, y la izquierda pierde su capacidad de actuación conjunta cuando olvida sus objetivos, o no es capaz de generarlos. Por supuesto que estamos en medio de profundos cambios sociales en las clases sociales y en la consciencia de pertenecer a ellas. Evidente que desconocemos todos los factores sociales y culturales que están en acción. Pero no menos obvio es que deberíamos, en palabras de Erice (3): “echar mano -por una vez y sin que sirva de precedente- al gramsciano optimismo de la voluntad.” (pp. 525-526). Este optimismo requiere de una acción política eficaz, porque si es ineficaz no logrará mayorías democráticas y, en consecuencia, no responderá a las necesidades reales de la transformación social. Lo que es imposible de entender en la práctica política es que la izquierda parezca olvidar una y otra vez la famosa frase atribuida tradicionalmente a Julio César: “divide y vencerás”. Dicho de otro modo, “divídete y perderás”.
Referencias
(1) Marx, K. (1987). Miseria de la Filosofía. México: Siglo XXI Editores. Obra original publicada en 1847.
(2) Mannheim, K. (1987). Ideología y Utopía. México: FCE. Obra original publicada en 1941.
(3) Erice, F. (2020). En defensa de la razón. Contribución a la crítica del posmodernismo. Madrid: Siglo XXI Editores.
(4) Eagleton, T. (2005). Ideología. Una Introducción. Barcelona: Paidós.
(5) Kolakowski, L. (1968). Sentido actual de la izquierda. Diálogos: Artes, Letras, Ciencias humanas, 4(2 (20), 7-12.
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