Pedro Carlos González Cuevas ha publicado en Okdiario, ¡nada menos que Okdiario!, un artículo titulado: «Manuel Fraga, padre de la Constitución» (https://okdiario.com/opinion/manuel-fraga-padre-constitucion-4141837). Me da que no vale la pena perder o usar mucho tiempo en su lectura. Pero cabe, eso sí, un breve apunte sobre una de sus afirmaciones. González Cuevas hable su texto con […]
Pedro Carlos González Cuevas ha publicado en Okdiario, ¡nada menos que Okdiario!, un artículo titulado: «Manuel Fraga, padre de la Constitución» (https://okdiario.com/opinion/manuel-fraga-padre-constitucion-4141837). Me da que no vale la pena perder o usar mucho tiempo en su lectura. Pero cabe, eso sí, un breve apunte sobre una de sus afirmaciones.
González Cuevas hable su texto con estas palabras:
«No vale decir, como dicen algunos frívolos, que Franco es simplemente un individuo grotesco, que tiene buena suerte, porque eso no es más que la versión invertida de la imagen de Franco hombre providencial difundida por la propaganda. ¿Puede, en efecto, imaginarse nada más providencial que veinticinco años de buena suerte? Veinticinco años son muchos años. España y los españoles han cambiado, y aunque forzosamente hubieran cambiado también sin Franco, el hecho es que han cambiado con él. De la España que Franco deje han de partir quienes vengan cuando éste acabe, no de ninguna anterior«. Así se expresaba, a la altura de 1965, Jaime Gil de Biedma, todo lo contrario de un franquista; gran poeta y hombre de izquierda que hubo de padecer la homofobia dominante en el PCE, encarnada por entonces en la figura del filósofo marxista Manuel Sacristán.
Habría que ver el contexto en el que Gil de Biedma dijo las palabras que González Cuevas pone en su boca o en su pluma (de entrada, razonable realismo político y sociológico que no implicaba conciliación con lo existente) y que no documenta. Pero no es el punto aquí. El punto es lo que añade a continuación y que el autor tampoco documenta: «…y hombre de izquierda que hubo de padecer la homofobia dominante en el PCE, encarnada por entonces en la figura del filósofo marxista Manuel Sacristán.»
La homofobia dominante en el PCE a la que se alude tenía ya, en aquellos años donde la homofobia estaba extendida en nuestro país y en muchos otros países de forma generalizada (incluidos grandes imperios liberales como Estados Unidos donde era perseguida), muchas voces disidentes en el PCE-PSUC. Muchas, no era un partido de brutos y machos alfa. Y lo que es absolutamente falso (el autor habla de oídas y se hace eco de afirmaciones indocumentadas como las de una sobrina del poeta, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma) es que esa homofobia estuviera encarnada por Manuel Sacristán.
Las razones esgrimidas por el PSUC para no admitir la militancia de Gil de Biedma han sido explicadas con claridad por Luis Goytisolo (en su autobiografía, era dirigente entonces) y Gregorio Morán (en su historia del PCE, en su edición reciente en Akal) entre algunos (no muchos) otros. Razones -buenas, malas o regulares- de clandestinidad y seguridad, y el tipo de vida que entonces llevaba el directivo de Tabacos de Filipinas están en el fondo de la decisión. Una decisión que en absoluto fue obstáculo para otro tipo de relaciones ni para la buena sintonía que el autor de «Pandémica y celeste» mantuvo con el Partido de los comunistas catalanes, antes y después de su petición de militancia. Ni con el PCI, el Partido comunista italiano, por dar otro ejemplo.
En cualquier caso, Manuel Sacristán (1925-1985), que como todos nosotros fue un hombre de su tiempo pero que en muchas aristas, y con riesgos indudables, fue mucho más de las ideologías y marcos culturales hegemónicas, no encarnó ninguna ortodoxia homofóbica (tenía amigos homosexuales ya en aquellos años, los siguió teniendo a lo largo de su vida) y no fue él, en contra de lo que se ha afirmado cien o diez mil veces, el responsable de la decisión que se tomó (ni quien se la comunicó al poeta a pesar de ser él quien recibió su petición), una decisión que, por supuesto, no era fácil (el PCE había vivido recientemente momentos dolorosos por estas cuestiones), y que tuvo que ver estrictamente con la militancia del poeta segoviano-barcelonés en el PSUC, no, como decía, con otro tipo de vinculación ni con su permanente apoyo a las acciones democrático-socialistas del gran Partido antifranquista.
Para más información sobre lo sucedido, puede verse: Salvador López Arnal, La observación de Goethe, Madrid, La Linterna Sorda, 2015, capítulo 2º.
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