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En torno a un artículo de Vicenç Navarro

Una nota sobre fascismo, estalinismo y falacias comparativas

Fuentes: Rebelión

En Compendio de lógica, argumentación y retórica [1], Carlos Pereda ofrece una definición algo tradicional de falacia: «El argumento A es una falacia si y solo si A es un mal argumento pero A parece un buen argumento». Sugiero que un caso así puede verse en un reciente artículo, imprescindible como casi todo lo suyo, […]


En Compendio de lógica, argumentación y retórica [1], Carlos Pereda ofrece una definición algo tradicional de falacia: «El argumento A es una falacia si y solo si A es un mal argumento pero A parece un buen argumento». Sugiero que un caso así puede verse en un reciente artículo, imprescindible como casi todo lo suyo, de Vicenç Navarro: «¿Franquismo o fascismo?» [2].

El catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la UPF llama nuestra atención sobre el uso, nada inocente política y culturalmente, de los términos «franquismo» o «fascismo» para referirnos al sanguinario régimen político que asoló nuestro país durante unas cuatro décadas. Lo hace, es marca de la casa, espléndidamente. Algunas de sus consideraciones:

La utilización del término franquista en lugar del término fascista ha sido resultado de un proyecto político-intelectual exitoso, señala, «que consistió en presentar tal régimen como caudillista y autoritario, carente de una ideología totalizante que intentara imponer una nueva visión a la sociedad». De este modo, según tal proyecto, «una vez desaparecido el caudillo y el caudillismo, habría desaparecido el carácter jerárquico y autoritario de aquel Estado, el cual, dirigido por la habilidosa mano del monarca, se transformó, mediante el modélico proceso de Transición, en un Estado democrático». Esta interpretación, sostiene VN, es profundamente errónea. Tiene razón: sin espacio para ninguna duda.

Para el profesor de la Pompeu Fabra, el fascismo fue una ideología «aparecida en los años treinta en Europa que se caracterizó por un nacionalismo extremo con vocación imperialista que se basaba en una supuesta superioridad de la raza, grupo étnico y/o identidad cultural de los nacionalistas, lo que les daba el derecho de conquista e imposición». El Estado en el que se reproducía esta ideología, prosigue VN, «era un Estado dictatorial que intentaba controlar a la sociedad civil (incluyendo todos los medios de información y persuasión, desde las escuelas hasta la prensa, la radio y la televisión)».

Vicenç Navarro recuerda que varios autores han señalado que si bien el conjunto de características que singularizan el fascismo existieron al principio del régimen de Franco, «desaparecieron más tarde, cuando los tecnócratas del Opus Dei sustituyeron a la Falange». El argumento, comenta el agudo crítico de nuestra demediada democracia, ignora que los tecnócratas también reprodujeron el nacional-catolicismo, elemento esencial del fascismo español, y que la Falange fue sustituida por el Movimiento Nacional, «que conservó gran parte de la ideología fascista, incluyendo su simbología, su narrativa y su influencia». Hasta el final de los días del dictador.

Que ese régimen estuviera en sus últimos períodos repleto (aunque no lleno) de meros oportunistas no niega el carácter fascista del régimen, continúa Navarro, quien, saliendo de tema en mi opinión y aprovechando que el Duero pasa por Sevilla, apunta la siguiente, tópica y poca exacta comparación: «[…] En realidad, la distancia entre el Franco de 1939 y el Franco de 1975 era mucho menor que la distancia política entre un Stalin al principio del régimen comunista en la Unión Soviética y un Gorbachov al final. ¿Por qué, pues, definir al régimen liderado por Gorbachov como régimen comunista (a pesar de que al final del régimen el aparato de aquel Estado carecía de una ideología propia) y no llamar fascista al régimen dictatorial español, argumentando que al final nadie en él era fascista?»

¿Encaja bien una comparación así? ¿Ilustra la tesis político-semántica defendida por el autor? ¿Es pertinente en su argumentación? ¿Es, digamos, imprescindible para fundar mejor la conjetura defendida? No lo parece. Sin sentir nostalgia alguna por ese periodo de la historia del movimiento comunista que solemos llamar «estalinismo», Manuel Sacristán ya nos enseñó insistentemente sobre ello en tiempos nada fáciles para ello [3], cabe apuntar algunas notas sobre el fragmento en cuestión:

1. Si la distancia a la que alude Navarro es mucho menor, como él mismo afirma, parece que debe haber obtenido algunas mediciones, algunos resultados métricos -o el acaso el manejo de algún concepto comparativo que nos es desconocido-, que le permiten tal conclusión. ¿Qué unidad de medida ha usado? ¿Cómo ha llegado a saber que la distancia entre los puntos señalados, más allá de la heterogeneidad de lo comparado, es mayor, menor o igual en un caso que en otro?

2. Comparar el fascismo español con el comunismo soviético es consecuencia, mal o bien obtenida, de una idea generalizada, que tiene en Hannah Arendt protagonista principal, en torno a los totalitarismos contemporáneos. No hace falta estar de acuerdo con muchos de los pasos y tesis del libro de Losurdo sobre Stalin [4], se puede estar en desacuerdo con muchos de ellas, para apuntar que hay en él criticas pertinentes e informadas al respecto. No hay nada en la historia de los fascismos europeos comparable a la ayuda de la URSS a la II República española (sin olvidar Nin y otros crímenes); no hay nada que nos deba hace olvidar el decisivo papel de la URSS, con Stalin en la jefatura de Estado, en la derrota de la Alemania nazi en la II Guerra mundial. Hay más ejemplos. Stalin y Hitler no fueron, sin más, monstruos gemelos. Ya no vale ese cuento interesado.

3. El papel de Stalin al principio de la Unión Soviética, al que alude VN, remite, si no ando errado, a los años «leninistas», entre, pongamos, 1917 y 1924. A pesar de la guerra civil abonada que asoló el país, a pesar de la descomunal y organizada contrarrevolución blanca, nada permite hablar de estalinismo para referirse aquellos años. No hay identificación admisible políticamente entre leninismo y estalinismo. No todo fue uno y lo mismo

4. ¿Por qué creerá necesario Vicenç Navarro, catedrático de ciencias políticas, usar la expresión «régimen comunista» para hablar del Estado de la Unión Soviética? ¿Hablaría o habla en alguna ocasión de régimen neoliberal, o de régimen socioliberal o socialdemócrata por ejemplo?

5. Gorbachov con su perestroika, no se trata ahora de hacer un balance de errores, quimeras y asedios, cuanto menos en sus momentos iniciales, intentó una reforma democrática del comunismo soviético. Que la cosa acabara como el rosario de la autora no quita ni pone un quark a las motivaciones iniciales. Alexander Dubcek, una de las grandes figuras de la historia del movimiento comunista, fue entrevistado por L’Unità a finales de los ochenta, veinte años después de la invasión. Allí lo confesó abiertamente: en su opinión, gran parte de las finalidades del programa emprendido por Gorbachov coincidían con el intento de renovación que significó la, esta sí, añorada Primavera de Praga (ni que decir tiene que eso no implica, de ninguna manera, que, sin intervenciones exteriores, ambos procesos tuvieran que finalizar del mismo modo) [5].

6. Muchos comunistas seguían siendo comunistas, honestos comunistas en el momento de la desintegración de la URSS. Desde luego, en España, de nuevo la comparación es particularmente odiosa, muchos elementos del régimen seguían siendo declaradamente fascistas. No es exacto, no es esta desde luego la tesis VN, de que al final nadie era fascista en el fascismo español. Además de Manuel Fraga. que sigue siendo presidente de honor del PP, o de López Rodó por ejemplo, Juan Antonio Samaranch, más allá de las formas y exquisitices de la diplomacia olímpica, nunca renunció a lo que el consideraba «la herencia positiva del fascismo español».

Que un político del fascismo español como él fuera tratado como fue tratado por Pasqual Maragall y fuera despedido, en tiempos del gobierno «tripartito, de izquierdas y nacionalista», con honores de Jefe de estado, dice mucho -pero mucho- en contra de la infame tesis de la Inmaculada Transición. Pero no hay aquí, desde luego, diferencia alguna con las posiciones críticas del profesor y maestro Vicenç Navarro.

Notas:

[1] Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez (ed), Compendio de lógica, argumentación y retórica, Editorial Trotta, Madrid, 2011.

[2] http://blogs.publico.es/dominiopublico/3625/%C2%BFfranquismo-o-fascismo/

[3] Manuel Sacristán, Seis conferencias, El Viejo Topo, Barcelona, 2005 (presentación de Francisco Fernández Buey, epílogo de Manuel Monereo, edición y notas de Salvador López Arnal).

[4] D. Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2011 (traducción de Antonio Antón Fernández). Para una aguda aproximación al ensayo de Losurdo, Jean Bricmont, «Stalin, historia y crítica de una leyenda negra» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131660. Un paso como ejemplo: «[…] Aunque el autor desmonta la «leyenda negra» forjada entre otros por Arendt, Conquest, Kruschev y Trotski, este libro no es una apología de Stalin (aunque se le acusará de serlo) sino que más bien es una tentativa para sacar a Stalin de la demonología occidental, donde ocupa un lugar destacado al lado de su «hermano gemelo» Hitler, y hacerle entrar en la historia, una historia ciertamente trágica, pero que no se resume en la lucha del Bien democrático contra el Mal totalitario. El autor aborda de frente varios temas sensibles, como la conducción de Stalin de la guerra patriótica (1941-1945), la hambruna en Ucrania, los campos, la industrialización forzada, también el antisemitismo, y lo interesante es que el autor se apoya para ello en fuentes no comunistas».

[5] Una de las más agudas aproximaciones a la historia del movimiento comunista en la URSS puede verse en Moshe Lewin, El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión soviética?, Crítica, Barcelona, 2006 (edición de Gregory Elliott y traducción de Ferran Esteve).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.