Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Cuando los miembros de Hamas salieron elegidos como bloque mayoritario del Consejo Legislativo Palestino, y apareció de forma clara en el horizonte que el precio inmediato a pagar por esa victoria sería un embargo internacional dirigido por EEUU, contacté con muchos intelectuales y escritores en Palestina, la mayoría de los cuales se posicionaban a menudo como parte integrante de la Izquierda Palestina. Les pedí que se solidificaran en pos de la opción colectiva del pueblo palestino y que protegieran, a cualquier coste, la democracia palestina.
Un párrafo exacto de mi llamamiento fue el siguiente: «Esta es la primera vez en nuestra historia que, para seguir adelante, hemos elegido nosotros mismos a nuestros dirigentes, que éstos han sido elegidos por nuestros oprimidos, pobres y desposeídos. No me hago ilusiones de que el Parlamento actual sea expresión de una auténtica experiencia democrática, porque ninguna democracia real puede echar raíces bajo una ocupación, y tengo también igualmente claro el hecho de que el Consejo no representa más a una minoría de nuestro pueblo, pero no hay ninguna duda de que supone una gran esperanza ver a los refugiados, a los miembros de familias humildes, a los profesores de las escuelas primarias y a la clase trabajadora reivindicando sus justos derechos como líderes comunitarios. A pesar de cómo quiera EEUU interpretar este acto colectivo, es muy importante que defendamos y articulemos tal y como son las realidades en Palestina, y no como los medios dominantes quieren que aparezcan: siempre distorsionadas».
Esto fue como respuesta a mi lectura inicial de que el gobierno de Hamas estaba perdiendo la batalla en el frente de los medios. La razón era sencilla: no poseían ni experiencia ni la plataforma adecuada para lograr que los medios internacionales articularan y recogieran su posición de forma o modo convincente. Conociendo esto y siendo también consciente de la polarización política en Palestina, temí que la batalla de la articulación se formularía alrededor del tema de Hamas vs. Fatah, o gobierno islámico vs. secularismo, como efectivamente se hizo.
Como alguien que se define a sí mismo como un humanista laico, no interpreté de esa forma el debate en Palestina, y creo que gran parte de los intelectuales palestinos en la Diáspora -algo de lo que estoy muy orgulloso- utilizaron también una línea de lógica parecida: para mí, el debate era el de la genuina democracia enfrentándose con un aborto precoz como consecuencia de la unión más siniestra, que logró congregar a muchos gobiernos del mundo, a Israel y a los palestinos corruptos. Sin embargo, la airada respuesta fue comprensible. El voto palestino era un acto colectivo de proporciones épicas que erradicaba, casi instantáneamente, la charada de la administración Bush del Proyecto de Democracia para un Gran Oriente Medio, que no era sino una prolongación del viejo Proyecto para un Nuevo Oriente Medio de los últimos años de la década de 1990. El gobierno estadounidense confeccionó un proyecto específico, que incluía una ficción de democracia que no hacía más que servir a sus intereses a largo plazo en la región y que le permitía posicionarse, en un momento en el que se habían venido completamente abajo sus proclamados objetivos para Iraq, como el protector de la voluntad de los pueblos para los años venideros.
A nivel interno, las elecciones significaron también que los palestinos -aterrorizados durante seis décadas por el ejército israelí y, en los últimos tiempos, por las ramas encargadas de la ‘seguridad’ palestinas y por sus jefes tipo señores de la guerra apoyados por Israel- poseían aún la fortaleza necesaria para contraatacar e insistir en su derecho a desafiar el statu quo. Fue una de las más potentes victorias no violentas conseguidas por el pueblo palestino, comparable sólo con su Primera Intifada de 1987.
Tras las elecciones, el liderazgo del movimiento insistió en gobernar de acuerdo con las normas de la democracia y de la sociedad civil, y se hizo rápidamente un llamamiento a todos los grupos palestinos para que se unieran formando un gobierno de unidad nacional.
Fatah lo rechazó, lo cual no supuso sorpresa alguna. Pero, ¿por qué la denominada Izquierda Palestina rechazó tomar parte en el gobierno -a pesar de su insignificante popularidad entre los palestinos-, un acto que hubiera servido para apoyar de mil maneras a la democracia palestina?
En las primeras semanas y meses, tras el ascenso en solitario de Hamas al poder en marzo de 2006, empezamos a ser testigos de cómo respetados intelectuales palestinos hacían ciertas controvertidas declaraciones en los medios atacando a Hamas como si fuera una entidad alienígena, fletada desde Teherán, legitimando así, de hecho, el embargo internacional. En algunas ocasiones, había compartido orgullosamente escenario con muchas de esas personas en foros internacionales; algunos incluso se hacían pasar por socialistas y habían hablado fervientemente de la lucha colectiva contra el imperialismo internacional y de la necesidad de activar a la sociedad civil en la lucha contra la injusticia, etc… La victoria de Hamas había puesto de manifiesto el abismo entre palabras y acciones, entre prioridades nacionales e inflexibilidades y limitaciones ideológicas e incluso individuales. Cuando Hamas empezó las rondas de conversaciones con grupos ‘socialistas’ palestinos, estaba casi seguro de que éstos apreciarían la intensidad del desafío y tomarían parte en un gobierno de unidad, aunque la unión con una organización religiosa estuviera en desacuerdo con sus principios globales. Pensé que la situación era demasiado grave como para permitir que programas de partido y manifiestos superficiales obstaculizaran el camino. Me equivoqué.
Tras la resistencia armada de la década de 1970 en Gaza, dirigida parcialmente por varios grupos socialistas, realmente no hubo una izquierda popular que atrajera a un gran segmento de la imaginación popular palestina. Aunque algunos de esos grupos, por ejemplo, mantuvieron verdaderamente posiciones opuestas a Oslo, permaneciendo confinados en gran medida en los campus universitarios, se les veía en los centros urbanos como artistas, académicos e intelectuales de clase media y, en ocasiones, de clase alta.
Lo extraño es que Hamas, por definición práctica, estuviera mucho más cercano de los principios socialistas que esos intelectuales ‘socialistas’ urbanos.
Al defender a Hamas y la voluntad democrática de los palestinos, he tenido la sensación de que apenas me desviaba de mis propios principios. Mi carta a la Izquierda Palestina casi no produjo respuesta alguna, mis comunicaciones con los progresistas en Occidente generaron un entusiasmo mucho mayor. Ahora que la escisión entre Fatah y Hamas se ha convertido casi en escisión geográfica también -una ruptura completa con los objetivos nacionales palestinos-, muchos en la Izquierda siguen aún repitiendo los viejos mantras, luchando todavía por conseguir apariciones irrelevantes en la BBC, presentando exigencias ante Hamas y utilizando términos tales como ‘golpe contra la democracia palestina’.
Para empezar, apenas existía una Izquierda Palestina; perdieron la única oportunidad que hubiera podido darles presencia y, en estos momentos, continúan ajenos al statu quo, intentando hacerse pasar aún por los sabios en medio de un océano de multitudes lerdas: la definición exacta del elitismo intelectual.
Ramzy Baroud enseña comunicación de masas en la Universidad Curtin de Tecnología y es autor de «The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle». Es también editor jefe de Palestine.Chronicle.com. Se puede contactar con él en: [email protected]
Fuente:
http://www.counterpunch.org/baroud07092007.html
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.