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Una “banalidad del mal” rutinaria, sin prestigio intelectual y sin eco mediático

Una pequeña historia sobre una pequeña niña

Fuentes: Ha’aretz

Traducido del inglés para Rebelión por L.B.

Tiene la boca cerrada, sellada, aherrojada. Sus palabras se filtran a través de mandíbulas atornilladas. Tiene 9 años, es estudiante de tercer curso. De vez en cuando una lágrima transparente  se desliza por su hinchada mejilla. Hace dos semanas una bala recubierta de caucho disparada a media distancia entró en su boca por la parte derecha, destrozándole la mandíbula. Una historia intrascendente. En casa son 11 criaturas sin padre, y Nasarin es la más pequeña. A su casa no ha entrado ningún ingreso desde hace seis años, no figuran en la agenda social de nadie. Y ahora viene esta herida y la mandíbula machacada.

En esta historia no hay ningún muerto y casi se puede asegurar que la pequeña Nasarin Abu Hashash se recuperará de su herida. Entonces regresará a su hogar  en el campo de refugiados de Al-Fawar, al sur de Hebrón, a la casa que su padre comenzó a construir con la indemnización recibida de la empresa textil Polgat, de Kiryat Gat, donde trabajó durante 17 años como sastre hasta que lo pusieron de patitas en la calle, igual que a todos los trabajadores procedentes de los territorios [palestinos ocupados] empleados en la planta. No consiguió completar la construcción de la casa y ahí se yergue a medio construir, con una planta entera por acabar y con puertas de segunda mano. Poco después de ser despedido el padre murió cuando aún era joven, dejando en la casa a 12 almas que nadie puede mantener.

La madre ni siquiera tenía dinero para pagar un taxi que trasladara a la niña herida  de un hospital de Hebrón a otro, hasta que la pequeña fue finalmente llevada al pabellón infantil del hospital universitario Hadassah, en Ein Karem. Esta es una pequeña historia acerca de una pequeña niña huérfana y pobre que se asomó a la puerta de su casa  para observar la calle justo  cuando el ejército israelí se presentó en el lugar para apresar a personas en situación de búsqueda y cuando los niños arrojaban piedras contra los soldados. Una bala de goma [1] disparada por los soldados israelíes contra los lanzadores de piedras la alcanzó en la mandíbula y se la destrozó.

La casa se despertó con el estrépito del tiroteo procedente de la calle. Hace dos semanas, un martes por la mañana, un numeroso contingente del ejército israelí se presentó en el campamento para proceder a la captura de dos hombres en situación de búsqueda: Mohammed Shawabkeh y Sari Abu Hashhash. Este último es pariente de la pequeña Nasarin y vive cerca de ella. Nasarin recuerda que quería desayunar una manzana, pero su hermana mayor la recriminó por ello: «¿No ves lo que está pasando ahí fuera? Éste no es momento para comer«, y la azorada niña le devolvió a su madre la manzana a medio comer. A continuación, subió al techo de la casa para ver lo que pasaba fuera. Vio a soldados en la calle y corrió apresuradamente a refugiarse al interior de la casa. Así son las mañanas de los niños en los campamentos de refugiados palestinos.

Por la ventana le preguntó a su vecino y compañero de clase, Assil, si había escuela ese día, y Assil le respondió que no.  Es día libre, el ejército israelí ocupa la zona. En la calle los escolares lanzaban piedras a los soldados israelíes.

Pocas horas antes, al concluir la ronda nocturna, los soldados israelíes habían entrado en el campamento y habían rodeado la casa de Sari Abu Hashhash. Por medio de un megáfono le conminaron a que se entregase. Abu Hashash se encontraba en su casa y, al ver que no salía, los soldados israelíes amenazaron con destruir la casa con él dentro. Sin embargo, al cabo de unos instantes Sari Abu Hashhash se entregó, salió de su casa, y los soldados israelíes se lo llevaron para que lo interrogara el Shin Beit. Tiene 28 años y su hermano Musa es investigador para el área de Hebrón del grupo de defensa de derechos humanos B’Tselem.

Los soldados continuaron registrando en busca del segundo hombre, pero no lo encontraron. En su lugar, detuvieron a su mujer, que había dado a luz apenas diez días antes. El bebé se quedó en la casa. La hermana de la  madre trató de explicar a los soldados que el niño necesitaba el pecho de su madre y que no podían dejarlo allí, pero los soldados israelíes insistieron. El tío, Faiz Abu Hashhash, amenazó con depositar al bebé sobre la calzada, hasta que finalmente los soldados israelíes consintieron en que se lo llevara su madre, que se encontraba detenida en un jeep aparcado cerca del puesto de control situado a la entrada del campo.

Nasarin quiso mirar fuera y ver lo que estaba pasando en la calle. Abrió la puerta y asomó la cabeza en dirección al tumulto callejero. «Ni siquiera tuve tiempo para mirar«, dice a través de sus dientes cerrados, «y la bala me dio«. El primo de su madre, Faiz, que se encontraba en casa se ocupa de los niños como si fuera su padre, aunque él mismo tiene diez vástagos  oyó de pronto los gritos de la niña. Dice que estaba histérica, que corría de un lado para otro presa del pánico, asiéndose su mejilla sangrante, hasta que de repente se calló.

Fiz tomó en sus brazos a su pequeña prima y subió corriendo al tejado, desde donde esperaba poder evacuarla utilizando la salida trasera de la casa, sin exponerse a salir a la calle. Los soldados israelíes también se presentaron inmediatamente  y le ordenaron que depositara a la niña en el suelo y que se quitara el abrigo, que les parecía de corte militar. «Le dije al soldado: ¡Mira a la niña, no a mi abrigo!«, recuerda Faiz. Después salieron a la carretera principal y un jeep militar recogió a Nasarim.

Según Faiz, el jeep permaneció detenido durante bastante tiempo porque los soldados israelíes no querían permitir que Faiz o su hermano, Mahmoud, acompañaran a la niña. Finalmente, Mahmoud consiguió subir y acompañó a pequeña, llevándola en su regazo mientras avanzaban hacia la salida del campamento. Durante todo ese tiempo Nasarin permaneció consciente. La pequeña afirma que  durante el viaje en el jeep el soldado israelí disparaba por encima de la cabeza de Mahmoud contra los niños que lanzaban piedras, y que incluso golpeó a su primo.

Portavoz del ejército israelí: «El martes 28 de marzo, en el curso de una operación desarrollada para arrestar a personas en situación de búsqueda en el campamento de refugiados de Al-Fawar, al sur de Hebrón, estallaron violentos disturbios que comprendieron el lanzamiento masivo de piedras contra la fuerzas del ejército israelí presentes en el lugar. La fuerza respondió con los medios adecuados para disolver manifestaciones y en ese momento la niña palestina aparentemente resultó alcanzada por una bala de goma. Cuando se descubrió su herida fue trasladada a la carretera 60 en el vehículo del comandante del batallón, el cual la acompañó en su traslado. Durante el traslado de la niña al vehículo militar numerosos miembros de su familia solicitaron permiso para acompañarla y se congregó en el lugar una gran cantidad de personas. Finalmente, se autorizó a un miembro de su familia que la acompañara. Con respecto a este hecho cabe señalar que no se produjo ningún incidente violento«.

«Simultáneamente, se llamó a vehículos de la Estrella de David y de la Media Luna Roja para que atendieran a la niña. Cuando llegó la ambulancia de la Media Luna Roja, la niña fue evacuada para recibir tratamiento médico. Debe indicarse que en el curso de la operación se produjo la detención de una persona en situación de búsqueda, un comerciante de armas miembro activo del Tanzim» [2].

Con respecto a la pretensión de separar a la mujer de su bebé, el portavoz del ejército israelí declara lo siguiente: «Cuando la fuerza llegó a la casa de una de las personas buscadas con la intención de arrestarla, la persona buscada se hallaba ausente, por lo que se decidió llevarse a su esposa para proceder a su interrogatorio. Cuando la mujer se negó a llevarse a su bebé con ella, lo entregó a uno de sus familiares. Más tarde, debido al masivo lanzamiento de piedras, la fuerza  acompañó al vehículo familiar que transportaba al bebé de la mujer hasta el lugar donde ésta se encontraba, a fin de que pudiera amamantarlo«.

Cerca del checkpoint, Nasarin fue transferida a una ambulancia militar en la que recibió tratamiento médico. Había un plan para evacuarla al Soroka Medical Center, en Be’er Sheva, pero finalmente por alguna razón fue transferida a una ambulancia palestina, que se la llevó al hospital Al Ahli de Hebrón. Sólo era el comienzo de las tribulaciones que habría de padecer la pequeña Nasarin. En Al Ahli no sabían qué hacer con la mandíbula de la pequeña, de modo que sugirieron que fuera trasladada al hospital de Al-Mizan, situado en la ciudad. Quizá hubiera allí algún especialista maxilobucal. Faiz, que mientras tanto había llegado a Hebrón, la montó en un taxi después de que los palestinos fueran incapaces de encontrar una ambulancia que pudiera llevar gratuitamente a la niña al hospital Al-Mizan. En Al-Mizan  exigieron un pago preliminar de 1.000 shekels, por lo que Faiz decidió volverla a llevar a Al Ahli. La puso en una cama en la sala de emergencias y dijo a los doctores: hagan lo que quieran con ella. Los doctores le volvieron a decir que  carecían de especialista y que debía llevársela al hospital Alia de la ciudad.

En Alia la examinaron y dijeron que precisaba un especialista privado. El doctor en cuestión vive en Belén. Para entonces ya había caído la tarde. El doctor llegó de su casa al cabo de aproximadamente dos horas, examinó a la niña y dictaminó que tenía 12 fracturas en la mandíbula y que no podía operarla. Dijo que había que fijar las mandíbulas mediante un aparato especial durante dos meses  y que luego habría que esperar. Esa misma noche, Faiz compró el aparato por 200 shekels. Por la noche, una mujer  llamada Yael y miembro de B’Tselem, llamó y preguntó si necesitaban ayuda. Nasarin estaba aprisionada en el aparato, babeando y llorando.

Al día siguiente, Faiz corrió infatigablemente de un lado para otro buscando el modo de trasladar a su primita a un hospital israelí. En cierta ocasión, en vísperas del milenio, lo habíamos conocido en su casa de Al-Fawar. En aquella época estaba muy tenso a causa del sorteo de la lotería mundial árabe. El premio era de 2,5 millones de dólares. ¿Qué pasó? «Mi boleto estaba solamente a cuatro números de distancia del número premiado, propiedad de un libanés«, nos dijo esta semana.

El martes pasado estaba atareado yendo de un lado para otro entre el ministerio de Sanidad palestino, cuyos funcionarios debían adoptar el compromiso financiero necesario para poder hospitalizar a su prima en Israel (en aquel momento el director estaba en Gaza), y la oficina de liaison israelí, necesaria para organizar los permisos de salida para la madre de la niña y para él mismo, de forma que pudieran acompañarla a Jerusalén.

Sólo la intervención de los miembros de B’Tselem y de Médicos por los Derechos Humanos permitió que finalmente se pudiera llevar a cabo ordenadamente el traslado de Nasarin al hospital Hadassah. Mientras tanto, Faiz se vio obligado a mantener otra discusión con la gente del hospital palestino a causa de la ambulancia. Sólo tras amenazar con colocar a Nasarim sobre el techo del taxi y circular de esa guisa por las calles de la ciudad se encontró una ambulancia. Introducida en ella,  la niña fue conducida hasta el checkpoint del túnel, donde aguardaba una ambulancia israelí.

En la sala de emergencias del hospital Hadassah le dijeron a Faiz que arrojara el aparato que había comprado siguiendo las indicaciones del especialista de Belén, y tras una serie de tests Nasarin fue llevada ese viernes, es decir, dos días después de recibir el balazo, a la sala de operaciones. El domingo, cuando fuimos a visitarla en al pabellón infantil, estaba ocupada haciendo trabajos manuales en el patio del hospital en compañía de otros niños. En la habitación para los familiares, la madre, Hikmat Abu Hashhash, aguardaba mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. «Nuestras bocas están tan llenas de canciones como el mar«, reza la inscripción del reloj de la habitación para las familias.

Nasarin se las arregló para farfullar a través de su boca cerrada que echa de menos a todo el mundo, especialmente a su hermana mayor, Wisal, la misma que aquel día le dijo que no comiera una manzana con todo lo que estaba pasando en la calle.

 NOTAS:

[1] Las balas de goma que utiliza el ejército  israelí de ocupación están compuestas por una fina membrana exterior que recubre un núcleo rígido de metal.

[2] Milicia de Fatah.

Texto original en: www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=705921

L.B. es miembro del colectivo de traductores de Rebelión.