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Manuel Sacristán y la II República española

Una propuesta sobre símbolos de la tradición: La tricolor enrojecida

Fuentes: Rebelión

Para Darío Rivas.
Para José Arnal Cerezuelo, asesinado por el fascismo español en el Camp de Bota de Barcelona a primeros de noviembre de 1939.
Lugar donde se encuentra enterrado: desconocido.

No se trata de olvidar u ocultar las aristas políticas poco afortunadas de Unamuno y Ortega, pero no hay duda de que ambos tuvieron rasgos netamente republicanos. El Sacristán juvenil, alejado ya de su falangismo adolescente por numerosascausas entre las que las torturas inflingidas a estudiantes catalanistas por falangistas, Pablo Porta entre ellos, y sicarios de la policía fascista española no fue un asunto menor, escribió sobre ambos en reiteradas ocasiones. La editorial del número 3 de Qvadrante (estamos en 1947, ocho años después del final de la guerra incivil) se abría con las siguientes palabras: «En Roma se ha celebrado una reunión de pensadores. Se pretendía lograr una toma de contacto fecunda por sincera, entre representaciones auténticas del pensamiento de cada país. El nuestro estuvo «representado». Y no acertamos a comprender por qué no formó parte de nuestra representación el hombre -único, muerto Unamuno- que encarna los principios de una escuela filosófica española: José Ortega y Gasset. Carecemos de la información necesaria para achacar tan absurda conducta a quienes enviaron la representación o a quien, debiendo, no se encontró en ella. Pero mal podemos creer que haya sido Ortega quien negara su asistencia, cuando el ilustre pensador -cada vez más desorientado en las pequeñas interioridades de la nación- permite que los rodillos de las máquinas impresoras presionen al mismo tiempo su nombre y el de pequeños contrabandistas de la vida publicista…»

Dos años después, el 29 de octubre de 1949, Sacristán escribía a su amigo y compañero Juan-Carlos García Borrón recordando a Costa y a la Liga para la Educación política orteguiana: «Hoy he leído un párrafo de Mentsé hablando de que el Estado y la sociedad están obligados a tener maestros competentes para que no se malogren lo que él llama «Aprendices de la Sabiduría» y, por el contrario, pueden formarse, madurar y educar a su vez. Por cierto que, como quiera que esto está dicho con interés político en último término, me recuerda aquellas conversaciones nuestras que terminaban en el doble y terrible callejón sin salida de «bienestar nacional necesario» y «educación imprescindible de la nación». Es decir, en la Despensa y Escuela de Costa y en la Liga para la Educación Política Española de Ortega, pasando por el Ateneo del Bar-Club.«

Cuatro años más tarde, para «la inolvidable», Sacristán publicaba este imperecedero «Homenaje a Ortega» en el número 23 de Laye:

«Una tradición venerable distingue entre el sabio y el que sabe muchas cosas. El sabio añade al conocimiento de las cosas un saber de sí mismo y de los demás hombres, y de lo que interesa al hombre. El sabedor de cosas cumple con comunicar sus conocimientos. El sabio, en cambio, está obligado a más: si cumple su obligación, señala fines.

Dos modos hay de señalarlos: poniéndolos fuera de la vida de cada hombre, sin tomar muy en cuenta los trabajos de éste por alcanzarlos y dando por bueno su logro casual, o preocupándose, más que por su consecución, porque los hombres se la propongan. Esta última fue la preocupación de Sócrates, que su nieto Aristóteles expresó de este modo. «Seamos como arqueros que tienden a su blanco».

Tal era la divisa de Ortega, proseguía Sacristán. Cuando el sabio enseñaba así los fines del ser humano más que enseñar cosas lo que realmente enseñaba es a ser hombre: «Enseña a bien protagonizar el drama que es la vida, a vertebrar el cuerpo que es la sociedad, a construir el organismo que es nuestro mundo, a vitalizar todo lo que es vida común, desde el contacto al lenguaje. Todo eso ha enseñado Ortega en su socrática lección explicada a lo largo de cincuenta y tres años. Su obra, además de enseñar cosas, enseña a vivir y todo lo que el vivir conlleva: convivir -ahí están sus escritos político-, hablar -él ha re-creado la lengua castellana-, amar -en Alemania los estudios Über die Liebe [Sobre el amor] son regalo de primavera».

En suma, finalizaba Sacristán, Ortega había cumplido respecto a los españoles una función tan decisiva como la que había cumplido Sócrates respecto a los griegos. Lo que justificaba ampliamente el homenaje que Laye le rendía.

No olvidó Sacristán, desde luego, a mártires de la República española. Del texto que escribió en 1976, 34 años después de su muerte, en homenaje al poeta comunista Miguel Hernández ya se ha dado cuenta en estas mismas páginas. Recordemos sus compases finales: «[…] Al decir eso pienso, por ejemplo -pero no solamente- en aquella fatal indefensión de Hernández en su cautiverio. Hernández fue un preso del todo impotente, sin enchufes, sin alivios, sin más salida que la destrucción psíquica y la muerte, como sólo lo son (con la excepción de dirigentes revolucionarios muy conocidos por el poder) los oprimidos que no someten el alma, los hombres del pueblo que no llegan a asimilarse a los valores de los poderosos, aunque sea por simple incapacidad de hacerlo y no por ninguna voluntad histórica. O por ella, naturalmente. Las últimas notas de Hernández que ha publicado hace poco la revista Posible documentan muy bien el aplastamiento moral que acompaña a la destrucción física del hombre del pueblo sin cómplices y, por lo tanto, sin valedores en la clase propietaria del estado, de las fábricas y de las cárceles».

La autenticidad popular de la poesía madura de Miguel Hernández, apuntaba Sacristán finalmente, era tan consistente porque se basaba en la segunda, «en la autenticidad popular del hombre muerto, como el Otro, entre dos o más chorizos, y como ellos».

Tampoco en García Lorca habitó su olvido. En un artículo, inédito en castellano hasta la fecha, publicado en agosto de 1954 en la revista alemana Dokumente, itulado «España: El teatro bajo la tutela del Régimen», el crítico teatral de Laye señalaba: «[…] También García Lorca, prematuramente arrebatado a su pueblo en 1936 por su trágica muerte, figura entre los «Viejos». Y eso no sólo por sus datos biográficos, sino también por el estilo de sus obras, tanto por el «ruralismo» de sus primeros años como, al final, por el puritanismo que aparece en la severa forma de sus piezas tardías. Su último drama, La casa de Bernarda Alba -nunca representada en España hasta 1952, en que se publicó como libro, no dada a conocer al público- es un ejemplo impresionante del más puro arte dramático, elaborado según normas formales que hoy nos parecen exageradamente severas»

La misma revista que él dirigiera, la revista que más hizo suya, es muy probable que tomara su nombre, mientras tanto, entre otras motivaciones, del Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building) del poeta asesinado:

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los

directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube ,

ha de gritar aunque la estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas

ha de gritar loca de fuego

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento

ha de gritar como todas las noches juntas

(…) porque queremos el pan nuestro de cada día

flor de aliso y perenne ternura desgranada

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos.

También se refirió Sacristán a José Bergamín en alguna ocasión. En los pasos finales de su segunda respuesta al cuestionario de Cuadernos para el Diálogo de 1969 sobre la Primavera de Praga, Sacristán señalaba que si el movimiento comunista internacional era de verdad un movimiento y no un espectacular calambre, los graves problemas de la situación de aquellos años no tenían por qué asustarle: «[…] Una de las sátiras con más gracia entre las que se han hecho del movimiento comunista es aquella de José Bergamín [2], que lo presenta como un pelotari pedante y cabezota al que la tenacidad muchas veces, acaso, petulante y subjetivamente necia le permite no cansarse nunca de devolver al muro la pelota de la historia. O lo que él cree ser la pelota de la historia. En suma, no cansarse nunca. Ni impacientarse, por lo tanto, sino saber que la impaciencia, que en un determinado momento puede ser revolucionaria, mucho más frecuentemente tiene una naturaleza subjetivista y reaccionaria, como el impaciente odio orteguiano y las calendas griegas de la utopía clásica».

Sacristán hacía referencia aquí a un paso de la sátira «Coloquio espiritual del pelotari y sus demonios», una obra de Bergamín de 1973. El fragmento al que aludía probablemente fuera el siguiente: «No puedo retener en mi mano el único objeto de mi vida; tengo que lanzarlo siempre fuera, con todas mis fuerzas -y vuelve siempre a mí-. Sufro en cuerpo y alma de esta fatiga» [3].

Tampoco Rafael Alberti estuvo ausente. A su vuelta de Alemania, Sacristán escribió para Nuestras ideas un detallado comentario sobre la Ora marítima del poeta gaditano. La publicación de este trabajo, la firma que lo acompañó, se relacionó erróneamente con la detención policial de Gabriel Ferrater. Vale la pena detenerse en este nudo, desconocido incluso por el propio Sacristán, en otro momento.

Tampoco los exiliados, los trasterrados, estuvieron fuera de su pensamiento. Su mismo tío, el hermano de su padre, un socialista exiliado en tierras mexicanas, fue siempre para él un referente por su honestidad y republicanismo vivo. Allí mismo, en tierras mexicanas, durante su estancia en la UNAM, Sacristán dictó en 1983 una conferencia clandestina donde habló de la situación de las organizaciones de izquierda en Europa Occidental en los años ochenta [4], al mismo tiempo que hacía algunas reflexiones de interés sobre el PCE y nuestra guerra incivil.

Sobre José Gaos, por ejemplo, escribía en Laye, a propósito de su traducción de Ser y tiempo, en los términos siguientes: «Han pasado veinticuatro años desde que en el octavo volumen del «Anuario» apareció Sein und Zeit. En ese cuarto de siglo la obra ha llegado a colocarse merecidamente entre las investigaciones filosóficas capitales de nuestra época. Pero tantos miles de días no habían sido tiempo bastante para que se tradujera a ninguna lengua. La de Gaos es la primera traducción de Sein und Zeit. Una nota bibliográfica escrita en 1952 no es lugar oportuno para comentar la importancia de aquel acontecimiento viejo de cinco lustros. Acaso tampoco lo sea para declarar la del segundo -la traducción de Gaos, merecedora de más resonante eco-. Pero a los motivos profesionales que tuviéramos para hacerlo se suma esta consideración: la primera traducción de Sein und Zeit se hace a nuestra lengua».

Las más retóricas alusiones a la escuela toledana de traductores estarían justificadas en esa ocasión, señalaba Sacristán. José Gaos pertenecía a la robusta tradición de la Revista de Occidente. «Acaso el Fondo y alguna otra de estas grandes editoras americanas sean hoy todo lo que son gracias al feliz injerto (feliz -¡ay!- sólo para ellas) que les llegó de la Revista de Occidente…«

A pesar de sus discrepancias, tampoco se olvidó Sacristán del titánico esfuerzo traductor de Gaos en su tesis doctoral sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger: «La traducción de los textos intenta ser verdadera traducción, es decir, traslado del alemán al castellano. No sigue, pues, las normas adoptadas por Gaos en su laborioso trabajo con Sein und Zeit, trabajo consistente en una desmembración de los vocablos heideggerianos para indicar en castellano, más que la significación de los mismos, las de sus miembros. La labor de Gaos es, además de grande, muy valiosa para facilitar al estudioso español la lectura de dicha obra; pero no es propiamente una traducción, razón por la cual sus criterios no podían ser seguidos aquí. Ello no es óbice para agradecer la gran ayuda que aquel trabajo ha sido para el autor de este estudio [Las ideas gnoseológicas de Heidegger], como seguramente para todo estudioso español de la filosofía de Heidegger de Sein und Zeit

Poetas antifranquistas de tradición republicana como Salvador Espriu o Joan Brossa fueron, como es sabido, estudiados y comentados también por Sacristán.

Pero una referencia directa, sin duda curiosa, en una trayectoria política, la suya, donde el republicanismo y la defensa de la República española y su legado eran postulados o nociones comunes innegociables, fue escrita y diseñada por él para la contraportada del número 3 de Materiales. Las primeras elecciones aún no se habían celebrado y la vergüenza que significó para todas las izquierdas hispánicas, dignas de ese nombre, la aceptación, amparada en una muy difícil y violenta correlación de fuerzas, de la Monarquía borbónica y de los símbolos franquistas, pesaba fuertemente en el ánimo de toda la ciudadanía de izquierdas y también en el suyo.

Se trató de un «Proyecto de bandera española» que se abría con una breve nota explicativa: «A muchos las banderas no nos habían dicho gran cosa hasta ahora. Lo que menos podíamos suponer era que eso de las banderas fuera un asunto estimulador de la imaginación. Hoy se tiene que reconocer que lo es. En materia de banderas están pasando cosas muy originales. Eso anima la productividad de todo el mundo, y así nosotros mismos, que hasta hace poco nos contábamos entre los insensibles, hemos dibujado el siguiente modelo que proponemos como modesta contribución al certamen»

Éste era el modelo, ésta fue su contribución:

Sacristán y sus compañeros de Materiales tuvieron el cuidado, herencia pitagórica sabiamente cultivada, que una proporción significativa jugase su papel en el diseño: el tamaño de la franja roja era catorce veces mayor que el tamaño de las otras dos partes.

Por lo demás, el lila, un color incorporado a mientras tanto, era el color situado en primer lugar y la estética de la propuesta empujada a un giro de 180 grados y a sugerir una posición vertical para los vindicados colores republicanos.

Me estaba olvidando… sin que pueda ni deba olvidarse: ¡Viva el 14 de abril!

PS. El admirable informático, y tenaz y activo partidario del software libre, Víctor Carceler es el autor de la composición republicana que acompaña estas líneas. Como buen admirador de Hipatia, una referencia implícita a la sección áurea acompaña su diseño

Notas:

[1] Traducción castellana de Alejandro Pérez, un alumno de Giulia Adinolfi, y amigo de ambos, y de su hermana, la científica e investigadora Marisol Sacristán.

[2] Sacristán escribió por error Jorge Guillén, de cuya poesía, Cántico especialmente, era admirador. En Lógica elemental (Vicens Vives, Barcelona 1995, edición de Vera Sacristán) pueden verse referencias a su poesía.

[3] Debo esta referencia a la admirable y generosa erudición literaria del profesor de lengua y literatura castellanas Francisco Gallardo Díaz.

[4] Puede verse ahora su trascripción en Manuel Sacristán, Seis conferencias, El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2005 (prólogo de Francisco Fernández Buey y epílogo de Manuel Monereo; edición de Salvador López Arnal).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.