Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Una delegación de altos cargos de seguridad egipcios se ha embarcado una vez más en otra misión imposible para establecer las bases de la siguiente ronda de conversaciones de reconciliación entre palestinos programada originalmente para que tenga lugar entre Hamas y Fatah en El Cairo a finales de este mes. La delegación egipcia, encabezada por el jefe de la inteligencia Omar Suleiman, se reunió primero con el líder de Fatah Mahmoud Abbas en Amman, antes de seguir a Ramala, Damasco y Gaza para reunirse con otros altos cargos de Fatah y Hamas con la esperanza de suavizar sus posturas respectivas antes de la reunión de El Cairo.
Según se ha informado, los egipcios sugirieron que las facciones aceptaran que las elecciones legislativas y presidenciales palestinas, actualmente fijadas para enero, se debería celebrar antes de un acuerdo de reconciliación. Pero ni esta idea ni otras han logrado romper el impasse.
Ambas partes han confirmado tanto su compromiso de acudir a El Cairo como su determinación de llegar a un acuerdo, aunque estos sentimientos expresados ritualmente nunca han servido de indicador de progresos inminentes.
Una traba fundamental han sido los cientos de presos políticos de Hamás que se encuentran en prisiones controladas por la Autoridad Palestina (AP) y Fatah en Cisjordania (la AP niega rutinariamente la existencia de estos prisioneros, a pesar de que Abbas anunció que liberaría a doscientos presos de Hamás con ocasión del inicio del Ramadán*). Hamás exige también que las fuerzas de seguridad Fatah equipadas, adiestradas y supervisadas por el general estadounidense Keith Dayton detengan su campaña contra de los luchadores de la resistencia de Hamás que forma parte de un plan respaldado por Estados Unidos para acabar con toda resistencia a la ocupación israelí.
Éste es realmente el meollo de la cuestión. En efecto, Hamás pide a su oponente Fatah/Autoridad Palestina que abandone el papel fundamental que ha emprendido como parte de su «estrategia de paz» y sus compromisos con la llamada «comunidad internacional», la hoja de ruta del Cuarteto, así como con el plan Dayton. Fatah y el aparato de la AP que aquella controla acata a esta estrategia patrocinada por Estados Unidos contra de la resistencia ya que es la condición fundamental para que la AP siga recibiendo la financiación internacional.
Esta es la razón por la que obviamente Hamas sería la primera de la lista de objetivos de la AP. También explica por qué las cárceles de la AP están llenas de miembros de Hamás y por qué sólo durante el mes pasado han muerto varios de ellos presuntamente bajo las torturas de la AP.
Comprensiblemente desde esta perspectiva, Hamas considera que la persecución y asesinatos continuos de sus miembros por parte de las fuerzas de la AP es totalmente incompatible con cualquier reconciliación. La AP, por su parte, se jacta de que estas mismas acciones (como un infame incidente ocurrido en mayo en Qalqiliya cuando las fuerzas de la AP atacaron una casa en la que se escondían miembros de Hamas, a consecuencia de lo cual hubo seis muertos) son indicios de que la AP está cumpliendo sus obligaciones según la hoja de ruta de «luchar contra el terrorismo».
Cualquier indicio por parte de la AP controlada por Abbas de que vaya a renunciar a estos compromisos la situaría en una postura insostenible frente a sus financiadores y partidarios extranjeros. Siempre que Abbas se ha visto obligado a la elegir entre la paz con Hamás o seguir recibiendo el apoyo de sus patronos extranjeros, ha elegido esto último.
Puede que no se desconozca que Abbas y su Autoridad de Ramala sólo pueden funcionar dentro de unos parámetros confeccionados a conveniencia, incluso las necesidades de seguridad, de la potencia ocupante y de las políticas pro-israelíes de sus partidarios extranjeros. No hay sitio para Hamas en este esquema rigurosamente construido. A pesar de la voluntad de Hamas de entrar en el sistema político y de seguir sus reglas, la idea ha sido eliminar completamente al movimiento de resistencia y no permitirle desempeñar papel político alguno.
La única condición con la que parece que Abbas permitiría una reconciliación es que Hamas se sometiera a la primacía de Fatah y al control permanente de la AP, y estuviera de acuerdo con la hasta el momento infructuosa estrategia política de Fatah. Una reconciliación previa (el llamado Acuerdo de La Meca de principios de 2007) fue de corta duración debido precisamente a que incluía a Hamas como un socio igual. Bajo presión estadounidense Abbas se echó atrás en el acuerdo, con lo que acabó con el gobierno de unidad que éste había establecido.
La negativa de incluir a Hamas sobre la base de una asociación plena y del respeto a la gran cantidad de votantes que representa garantizaron el fracaso de la anteriores rondas de conversaciones de reconciliación. Estos hechos no son desconocidos ni para los patrones del diálogo de reconciliación ni para los muchos otros que constantemente echan la culpa a los palestinos (con frecuencia a Hamas) de ser incapaces de solucionar sus diferencias.
Los Acuerdos de Oslo de 1993, que crearon la AP, se tienen que adaptar regularmente para dar prioridad a las demandas de los ocupantes. Israel se opone enérgicamente, y Estados Unidos lo apoya, a todo intento de llevar las cosas por una dirección que permita a la AP obtener algún beneficio de los acuerdos, por pequeño que sea. Israel considera los acuerdos únicamente como un instrumento para controlar a los palestinos de manera que pueda seguir disfrutando de una ocupación sin problemas y colonizando sus tierras.
Ésa fue la razón por la que en un momento dado el difunto dirigente palestino Yasser Arafat dejó de ser considerado un «socio de paz» apropiado para Israel. A pesar de que se fue acomodando a muchas de las exigencias de Israel, sus concesiones trascendentales nunca fueron consideradas adecuadas, a pesar de que comprometían derechos e intereses fundamentales palestinos. Arafat llegó a un punto en que no pudo renunciar a más derechos palestinos sin perder totalmente el apoyo y la credibilidad de su pueblo.
Así, a principios de 2002, se tenía que instalar un nuevo liderazgo palestino (o «dirigente títere» como lo describe Paul McGeough en su revelador libro Kill Khaled). Aunque se suele creer que fue el ex-presidente estadounidense George W. Bush quien presionó para que se sustituyera al dirigente palestino, McGeough afirma que en realidad la idea era del Mossad israelí. Como se consideraba que era imposible derrocar a Arafat debido a su popularidad entre los palestino, el jefe del Mossad Efraim Halevy concibió un plan para solucionarlo. «Israel no podía eliminar a Arafat, pero Halevy creía que Israel podía manipular a otros para reorganizar la infraestructura de poder palestina de manera que permitiera que la mayoría de ella se invirtiera en otro lado», escribe McGeough.
El entonces primer ministro Ariel Sharon aprobó el plan de Halevy y lo promocionó en las capitales árabes y extranjeras donde, según Halevy, fue bien recibido. Bush adoptó con entusiasmo el plan, que se convirtió en el origen de su llamamiento de junio de 2002 a un nuevo liderazgo palestino.
El golpe incruento de Halevy contra Arafat se planeó de manera que Arafat siguiera siendo la «cabeza titular», pero al que se le quitarían todos sus poderes, que serían conferidos a un nuevo primer ministro. El hombre elegido para este trabajo «a instancias de Washington y de los israelíes», escribe McGeough, fue Mahmoud Abbas, que después sucedió a Arafat como dirigente de Fatah y presidente de la AP. Se confirió el control de los fondos a un ministro de Finanzas y un desconocido alto cargo del Banco Mundial llamado Salam Fayyad fue reclutado para este cargo. Fayyad desempaña hoy el cargo de primer ministro de Abbas.
Resulta difícil encontrar en la historia un ejemplo de un movimiento de liberación nacional que haya sido transformado tan completamente en una herramienta del opresor. Pero comprender esta triste realidad es la clave para comprender por qué hablar de «reconciliación» entre palestinos es inútil mientras persista esta situación.
El fracaso de la reciente misión egipcia ha llevado inevitablemente a posponer hasta después de Ramnadán la programada ronda de reconciliación de El Cairo. En ausencia de voluntad de declarar que los esfuerzos de reconciliación son estériles, con toda probabilidad éste no será el último aplazamiento.
Hasan Abu Nimah es ex-representante de Jordania ante Naciones Unidas. Este artículo fue publicado en The Jordan Times y se reproduce con permiso del autor.
*N. de la t.: Efectivamente, los presos fueron liberados.
Enlace con el original: http://electronicintifada.net/