Las amigas de Onda Precaria me invitan a su emisión de radio. Llevan varios programas dibujando un «abecedario sonoro» del 15-M. Se trata de pensar qué tipo de prácticas nombran algunas palabras clave que han marcado profundamente los haceres y decires del movimiento: consenso, respeto, inclusividad, despertar, plaza tomada, #global revolution, no violencia… En este […]
Las amigas de Onda Precaria me invitan a su emisión de radio. Llevan varios programas dibujando un «abecedario sonoro» del 15-M. Se trata de pensar qué tipo de prácticas nombran algunas palabras clave que han marcado profundamente los haceres y decires del movimiento: consenso, respeto, inclusividad, despertar, plaza tomada, #global revolution, no violencia…
En este abecedario sonoro late el deseo de pensar y tratar de entender lo que el movimiento ha inventado (o reinventado) de más potente y esperanzador, las ideas-fuerza en las que habría que insistir y que tendríamos que actualizar si no queremos recaer en la impotencia y los guetos de la vieja política.
A mi me invitaron para hablar de la palabra «personas». Es verdad, la palabra aparecía mucho aquí y allá sobre todo al comienzo de la acampadasol. Recuerdo una discusión en el Grupo de Pensamiento sobre si debíamos llamarnos personas o ciudadanos. Recuerdo a un chico con el megáfono en mano en medio de la plaza uno de los primeros días proclamando «no somos colectivos ni organizaciones, sólo personas». Y esa fue también la autodenominación que se escogieron en uno de los primeros textos que se lanzaron desde la plaza: «somos personas que hemos venido libre y voluntariamente».
No se trata de una palabra habitual en un movimiento de transformación social. ¿Qué realidades pretende nombrar? ¿De dónde viene? ¿A quién incluye y a quien excluye? ¿Qué problemas implica? En el cuartito de la Eskalera Karakola que hace las veces de estudio, los invitados Nico, Cristina y yo mismo nos apiñamos junto al equipo de Onda Precaria para pensar juntos qué significa una «revolución de personas». Lo que puedes leer a continuación es la elaboración de las notas que tomé para el programa y lo que más o menos traté de decir allí.
En primer lugar, me parece que el concepto de personas tiene que ver con la despolitización generalizada de las sociedades en las que vivimos. La política de los políticos está bajo un enorme descrédito. Pero tampoco la izquierda extraparlamentaria o los movimientos sociales gozan de mucha más confianza.
Esta tendencia profunda se ha visto acentuada durante las dos legislaturas de ZP. El «no a la guerra» y el 13-M de 2004 se olvidaron pronto. Mucha gente mantuvo durante años que no había que criticar o manifestarse en ningún sentido que pudiera perjudicar al gobierno y ayudar así a la derecha a volver al poder (por ejemplo, cuando los hechos en la valla de Ceuta y Melilla). En los tres años de explosión explícita de la crisis, las protestas contra su gestión neoliberal han brillado sorprendentemente por su ausencia. Nadie se explicaba porqué, aunque la pregunta estaba en todas las bocas. Excepto quizá en Barcelona, la huelga general fue desde el principio una especie de globo pinchado (incluyendo las convocatorias alternativas a los grandes sindicatos). Ahí no pasaba nada y todos lo sentíamos.
Y de pronto el 15-M. Se abre un espacio desde abajo que genera muchísima energía, ilusión y esperanza entre gente muy distinta. Creo que el uso de la palabra «personas» se entiende en este contexto. Se trata de una palabra aún libre del descrédito general de la vieja política. Intuitivamente se escoge como nombre propio una palabra en principio vacía de color y peso político, pero que por ese mismo motivo podía cargarse de una potencia inédita. No somos más que personas, no hay nadie detrás. «Personas» indicaba ese deseo de otro comienzo, de empezar por otro lugar completamente distinto, lejos de todos los callejones sin salida a los que ya sabemos que nos aboca la vieja política. Por eso se hizo una palabra creíble.
En segundo lugar, creo que la palabra «persona» remite a una de las pocas dimensiones de la experiencia contemporánea que aún merecen nuestra confianza: lo personal.
El atractivo de la intimidad tiene que ver con el disfrute de los espacios donde el otro se nos muestra aún sincera y espontáneamente, de forma simple y directa, sin miedo al juicio. Las redes sociales también son un espacio de relativa intimidad. La conexión es persona-a-persona, el otro no es un ente abstracto y desencarnado, sino una persona que habla de la vida en sus diferentes planos (aficiones, convicciones, preocupaciones, etc.). En las redes sociales la cosa se complica un poco más, porque la intimidad está a la vista de todos, las fronteras entre lo privado y lo público se desdibujan, la distinción entre amigos y los desconocidos se emborrona. Por supuesto tanto la intimidad como las redes sociales están llenas de estrategias, pero también perdura la huella de lo personal: auténtico, desinteresado, gratuito.
En otras movilizaciones masivas ya hemos visto funcionar la potencia de la conexión uno-a-uno: otorgo confianza al sms que me convoca al 13-M porque conozco personalmente a quien me lo manda; me atraen las manifestaciones de la V de Vivienda porque las pancartas las hace cada cual y expresan los problemas personales con la vivienda; me reconozco en ese «no vas a tener casa en la puta vida» porque es exactamente lo yo pienso por dentro, etc.
El 15-M se inclina y explora también esa potencia de lo personal. La intimidad, no sólo se hace pública, sino que además se encarna en las calles y los cuerpos. Todavía se me ponen los pelos de punta recordando algunas intervenciones de gente que relataba en asamblea cómo era una vida «dormida» y en qué había consistido su «despertar». Muy pocas veces he escuchado hablar así en un espacio político, había grado de exposición desconocido para mí. La gente no escondía su vida detrás de sus palabras. Era como si hubieran caído de pronto la vergüenza y el pudor que impiden poner en común lo más íntimo, las inclinaciones y preocupaciones más profundas de cada cual, es decir, politizarlas.
También recuerdo que las intervenciones que más se aplaudían (en absoluto silencio) eran casi siempre las de la gente que se trababa un poco, que no ocultaba su nerviosismo, que tanteaba para encontrar sus propias palabras. Por el contrario, las aspas se levantaban enseguida contra los discursos muy hechos, demasiado automáticos, muy poco personales.
Solemos pensar lo personal diferenciado y contrapuesto a lo público y lo común. Pero no es en absoluto así: lo personal es lo más impersonal y lo que mejor circula. Como en otros muchos momentos revolucionarios en la historia, en el 15-M hemos (re)descubierto que lo tuyo es lo mío, lo que te pasa a ti también me pasa a mi y menuda sorpresa me he llevado cuando aquel desconocido ha dicho en la asamblea exactamente lo que pienso yo. Es como si el veneno del individualismo y su antídoto estuvieran localizados en la misma raíz ambivalente.
En tercer lugar, el discurso sobre las «personas» me recuerda la historia del cíclope Polifemo y Ulises. Polifemo le pregunta en determinado momento de la historia a Ulises su nombre y el héroe le responde astutamente: «mi nombre es nadie». Esa argucia permitirá finalmente a Ulises y a sus compañeros huir, porque Polifemo ya herido en su único ojo será incapaz de obtener la ayuda de los otros cíclopes para perseguirles: «ayudadme, nadie me ha atacado, ha sido nadie». Manifestar que «somos personas» me parece una manera de decirles a nuestros particulares cíclopes mediáticos y políticos: «somos nadie». Nadie, es decir, todos, es decir, cualquiera.
Me atrevería a decir que la alegría irresistible que estalló en Sol era la alegría de no ser, de dejar de ser lo que quieren que seamos, de ser uno cualquiera, de compartir lo común más allá de las etiquetas que nos separan, de estar junto a otros que no conozco y que no son como yo, pero que confío que están aquí por lo mismo que yo. Es cuando nadie nos re-presenta que podemos hacernos presentes, estar ahí en primera persona, con la vida al descubierto, haciendo y deshaciendo mundo por nosotros mismos, creando algo nuevo y no sólo repitiendo una identidad.
Como ya he escrito alguna vez, acampadasol era en primer lugar un espacio que se abría y ofrecía a cualquiera, más allá de toda condición identitaria (clase o ideología). Más un espacio que un sujeto político, quizá. Me parece que ahí hay una clave para entender la fuerza de la política que viene: compartir un problema y no una identidad. Un problema que puede tocar e interpelar a gente muy distinta, como un desahucio puede afectar a un JMJ o a un laico, a una persona de derechas o de izquierdas. Eso no importa nada. No somos estos o los otros, sino, tal y como recordaba Cristina en el programa de radio, cualquiera que quiera «democracia real ya» y no ser «mercancía en manos de políticos y banqueros».
La fuerza del anonimato, que a algunos amigos nos parece clave para entender las politizaciones contemporáneas, no es la fuerza opaca del hombre-masa o el bloque homogéneo, sino que como dice Juan Gutiérrez «está llena de colores, estilos, contrastes, movimientos. Es una anonimidad con muchos nombres de hacedores, que es sin embargo anonimidad porque ninguno de ellos resalta con un perfil protagonista». En todo caso, como discutimos en el programa, la elaboración común de la diferencia y el disenso fue un problema irresuelto en acampadasol y que desde luego está aún abierto.
Por último, quizá no sea demasiado abuso relacionar el discurso de las personas con el concepto de humanidad. No como ideal abstracto, moral y regulador, sino como la mismísima condición que nos impone la actualidad: en la globalización, no hay afuera ni otros mundos posibles, sino que todos compartimos un solo mundo común. Como decía Nico en el programa, «somos una sola máquina, un solo animal». Fukushima no es sólo un asunto privado de los japoneses. Lo que ocurre a miles de kilómetros nos puede afectar a nosotros al día siguiente. Estamos interconectados en un interdependencia global. Como explica Marina Garcés, la realidad nos impone una «política planetaria» y la humanidad es hoy un hecho, no un ideal abstracto.
¿Cómo lo asumimos? Por un lado, los contextos locales y nacionales aún nos parecen los espacios donde podemos intervenir, hacernos escuchar, modificarlos mediante la protesta o el voto. Por otro lado, sabemos que el margen de maniobra en esos contextos para la decisión autónoma es cada vez menor y que los políticos se limitan prácticamente a la gestión de las necesidades de la economía global. Y sin embargo, Europa, el mundo aún nos parecen entidades demasiado abstractas, no podemos aferrarlas bien con el cuerpo y el pensamiento. En ese dilema nos debatimos. El lema de la convocatoria global del 15-O es «United for Global Change«. ¿Puede ser el comienzo de una revolución de personas?
Fuente: http://blogs.publico.es/fueradelugar/920/una-revolucion-de-personas