A comienzos de 2017, Cuba es en muchos sentidos un país muy diferente a 1990. Dos décadas y media de grandes acontecimientos han marcado profundamente a una nación convencida de que ocupa un lugar singular en el mundo. En 1989, el Estado cubano controlaba directamente una proporción abrumadora de las empresas y activos en la […]
A comienzos de 2017, Cuba es en muchos sentidos un país muy diferente a 1990. Dos décadas y media de grandes acontecimientos han marcado profundamente a una nación convencida de que ocupa un lugar singular en el mundo.
En 1989, el Estado cubano controlaba directamente una proporción abrumadora de las empresas y activos en la economía. El 90% de los trabajadores estaba empleado en el sector público; y esencialmente todos los factores e insumos se asignaban de acuerdo a los criterios establecidos por el gobierno a través de los diversos entes de la planificación central.
En ese esquema, el Estado captaba con facilidad las rentas que se generaban, la mayor parte de estas en el comercio exterior, y estos recursos luego se redistribuían de acuerdo a diversas prioridades, tanto productivas como sociales. El control del empleo y los ingresos permitía ejercer una influencia determinante en los niveles de consumo y la distribución de la riqueza. El pleno empleo y un bajo diferencial salarial eran componentes centrales de ese modelo, que propició niveles de equidad comparables a los de naciones avanzadas con sólidos estados de bienestar. Las políticas sociales universales eran dominantes y casi nunca se establecían criterios de diferenciación para el acceso a servicios públicos y subsidios.
Los logros sociales de esa etapa son indiscutibles, y son aún más impresionantes teniendo en cuenta un desempeño bastante más discreto en la esfera económica. La compensación externa que suponía la Unión Soviética y el CAME fueron factores claves en la aparente solución de esas contradicciones. Como es bien conocido, ese modelo hizo aguas desde el inicio de la década de los noventa.
Un diagnóstico que se hizo popular en aquellos momentos ubicó al origen de la crisis en factores externos y pronosticó que la recuperación de los niveles de actividad económica nos devolvería casi automáticamente a la sociedad pre-crisis. No obstante, con la crisis cambiaron elementos mucho más esenciales que el Producto Interno Bruto.
El camino elegido para recuperar la vitalidad económica ha tenido efectos duraderos sobre las estructuras sociales. Dos aspectos merecen ser destacados. En primer lugar, el crecimiento económico no se ha correspondido con una recuperación similar del bienestar en todos los hogares. Aunque la economía se diversificó respecto a su estructura sectorial tradicional, resalta la escasez de actividades verdaderamente dinámicas en el panorama productivo. Y una reforma a medias acentuó las fallas estructurales del modelo. En ese contexto, creció una exuberante economía informal, que se ceba tanto en las limitaciones del control administrativo, como en la ineficiencia de la distribución y las escaseces recurrentes.
De otro lado, la depresión de los salarios reales, inicialmente concebida como símbolo de la repartición equitativa de los costos de la crisis y el ajuste subsiguiente, llegó para quedarse. En ese proceso, se ha venido resquebrajando el valor del empleo público, ahora sinónimo de estrechez e incapacidad para ascender en la pirámide social. Ante esta situación, las familias fueron diseñando y poniendo en práctica un conjunto de estrategias para asegurar la viabilidad del hogar. Algunas de las soluciones observadas rayan en lo obsceno, pero son en última instancia consecuencia del impacto que tuvieron que enfrentar.
Aquí se fueron consolidando fuentes de riqueza desvinculadas del valor social de la actividad que las propicia. También comenzaron a operar nuevamente aspectos históricos que parecían dormidos en el esquema anterior, pero que recobraron su capacidad para explicar trayectorias de ingreso y consumo. Se podrían mencionar la propiedad de ciertos activos altamente valorados como casas, apartamentos y automóviles, lugar de residencia, y redes sociales dentro y fuera de la Isla.
En la Cuba contemporánea, el Estado emplea todavía a un 70% de la fuerza de trabajo. Pero su influencia en el consumo real de los hogares está muy por debajo de esa cifra. Ponderando, por el consumo efectivo que hace posible, los pagos del sector público representan menos de la mitad del ingreso total en la mayoría de los hogares. La capacidad de incidir decisivamente sobre la distribución de la riqueza se ha visto notablemente disminuida. El resultado ha sido una creciente disparidad de ingresos anclada en dimensiones de largo recorrido, junto a las contradicciones propias de nuestro modelo económico y el retraso en la actualización de las políticas sociales.
Otro elemento que cambió radicalmente fue la relación con la economía y sociedad internacionales. El despegue del turismo internacional, la inversión extranjera, la cercanía de la emigración cubana e Internet constituyen factores de gran incidencia en la creciente interacción con el resto del mundo. Las remesas se convirtieron en una fuente apreciable de ingresos en divisas.
Hoy llegan a Cuba más personas que nunca antes en la historia. Más cubanos viajan al exterior por cualquier razón que en algún momento del pasado. Un número creciente de empresas mantiene operaciones en el país, tanto comerciales como de inversión. El acceso a Internet sigue siendo limitado, pero ha crecido apreciablemente desde 2011. Todo ello supone que el flujo de información desde y hacia Cuba ha aumentado exponencialmente desde 1989. Ese intercambio ajusta modos de pensar y actuar que no siempre transcurren de acuerdo a lo que se considera el paradigma preferido.
Estamos hablando de una sociedad heterogénea, con cierta estratificación, con un nivel creciente de transnacionalización, donde muy frecuentemente se persiguen las fuentes de progreso más allá de sus fronteras, incluso a través de canales tan tremendos como la emigración irregular. La transformación es de gran magnitud y varios elementos apuntan a que puede acelerarse en los próximos años.
A pesar de ello, es bastante común que los enfoques para entender esta realidad no guarden la debida correspondencia. La actualización de nuestro paradigma de progreso no ha tenido lugar todavía. En el esfuerzo de desarrollo las capacidades endógenas quedan en un segundo plano. El capital foráneo disfruta de mayores garantías que el naciente sector privado doméstico. Las nuevas fuentes de empleo fuera del sector público no se corresponden con la inversión en educación realizada en cinco décadas. En el mantenimiento de un objetivo de igualdad impracticable en nuestras circunstancias se mantiene un modelo de garantías sociales que muy bien exacerba la desigualdad, en tanto ciudadanos en condiciones muy diferentes reciben el mismo apoyo público.
Internet es parte indisoluble de las sociedades contemporáneas. Retrasar su despliegue equivale en las actuales circunstancias a limitar severamente el desarrollo de las fuerzas productivas.
Las estructuras de representación y participación ciudadanas tienen que adaptarse a esta nueva estructura socioeconómica so pena de ceder legitimidad. La creatividad de los hogares, individuos y redes ponen en aprietos constantemente al modelo tradicional de toma de decisiones basado en el enfoque «desde arriba hacia abajo». Los medios de difusión están llamados a representar plenamente estas nuevas dinámicas.
La inmensa mayoría de los factores estructurales que explican la conformación y evolución del modelo cubano hasta el presente, se han modificado radicalmente o están en vías de serlo en muy pocos años. Elementos tales como un liderazgo político marcado por el carisma y la legitimidad que otorgan la historia; la existencia de socios externos capaces de proveer un marco excepcional de apoyo económico y político; una relativa homogeneidad de la población cubana a partir de reducidas disparidades de ingreso, composición demográfica y formación político-ideológica; cierto aislamiento económico relativo del resto del mundo como consecuencia del bloqueo norteamericano; están siendo desafiados en estos momentos.
Este tsunami socioeconómico tarde o temprano tendrá que ser reconocido por las políticas públicas y forzará un rediseño institucional de amplias proporciones. Las opciones se limitan a si queremos ser nosotros los arquitectos de esa transformación o si las circunstancias nos forzarán a tomar decisiones apresuradas…
Fuente: http://progresosemanal.us/20170207/una-sociedad-no-se-adapta-cambios/