«El revolucionario es como el corredor de maratón en la olimpiada de la historia en que las generaciones se suceden unas a otras. Como atletas olímpicos que llevan en sus manos una antorcha de luz, hagamos el máximo esfuerzo en el tramo que nos falta para entregarla victoriosos con honor y esperanza al relevo mejor […]
«El revolucionario es como el corredor de maratón en la olimpiada de la historia en que las generaciones se suceden unas a otras. Como atletas olímpicos que llevan en sus manos una antorcha de luz, hagamos el máximo esfuerzo en el tramo que nos falta para entregarla victoriosos con honor y esperanza al relevo mejor que nosotros…»
Fidel
Una campaña gigantesca y sistemática se ha orquestado durante años contra Cuba, contra la Revolución Cubana y su líder Fidel Castro, incitada públicamente o en las sombras por el imperio y sus corifeos. Enemigos naturales y jurados han participado en forma demencial en la misma, tal como siempre lo han hecho a lo largo de más de cincuenta años. A veces también lo han realizado, conscientes o no, engañados o arrepentidos, algunos intelectuales críticos, que cual avestruces han enlodado sus miradas y sus voces, y parecieran no mirar de frente, desde sus urnas de cristal, a la tempestad fascista que se prepara a arrasar con todo vestigio de dignidad y rebeldía en todas las tierras dolorosas de nuestro mundo.
Son muchas las especulaciones sobre qué pasará después de su desaparición física. Sin embargo, más allá de todo lo que vaticinaron, propalaron, maquinaron y urdieron con vilezas miles sus enemigos para desprestigiarle y eliminarlo, Fidel cumplirá victoriosamente su noventa cumpleaños absuelto y agigantado por el tiempo y la historia.
En esta hora crucial de la humanidad es bueno que amigos y enemigos tengan bien definida la respuesta sobre el líder de la Revolución Cubana.
Fidel Castro lideró el Asalto al Cuartel Moncada bajo la inspiración de José Martí, en 1953, año del Centenario de su natalicio, y a quién proclamó como el autor intelectual del asalto armado a la fortaleza.
Son muchos los matices y las valoraciones que sobre el líder de la Revolución Cubana han existido y existen en el mundo en dependencia de las ópticas particulares de quienes los realizan.
Yo no sé como ven a Fidel la gama de los enemigos que andan dispersos por el mundo. Pero imagino que la visión enlatada y «vendida» por muchos medios de información y centros de poder, pudieran producir resultados ficticios diversos. Unos le verán como un engendro tropical capaz de provocar las más alucinantes pesadillas. Otros pensarán que todos los años en el poder lo logró sacrificando a sus compatriotas. Muchos lo habrán visto como un fantasma peligroso que ha recorrido el mundo con una tea incendiaria. Quizás algunos le imaginan saliendo del averno, con mirada terrible, para provocar el espanto de «las angelicales almas que habitan las tierras pacíficas del mundo». Habrá quienes piensen, enfermos y embrutecidos de tanta propaganda mercenaria yanqui y de sus aliados, que pretendía adueñarse del mundo y que ponía por ello en peligro mortal «la sacrosanta y endeble» seguridad de los Estados Unidos. Otros pensarán que ha sido un tipo con suerte y que ha sido una lástima que ninguno de los más de seiscientos atentados fraguados contra su vida haya tenido éxito. Algunos considerarán que es un manipulador malintencionado de los errores y situaciones socio‑económicas del bien estructurado mundo capitalista actual. Unos pensarán que les tronchó sus sueños individuales de posesión ilimitada de riquezas, sus aspiraciones de explotación de todo género, sus vocaciones y ansias de maldades y miserias humanas, en fin, sus naturales inclinaciones innatas o adquiridas, que el creador puso en sus almas y destinos como algo inmanente e intocable de sus personas y, por tanto, de sus «sagrados» derechos humanos. Tal vez algunos piensen que es una verdadera virtud de seres elegidos, el hecho de no compartir con Fidel ninguno de sus criterios y actos. Y hasta quizás algunos le respeten y admiren por su forma de ser y de actuar, pero no quieren o no pueden estar de acuerdo con lo que dice y hace, y por eso mismo le llevan la contraria. Quizás unos consideren que la obra revolucionaria de la que ha sido su protagonista principal, es un ensayo que ha sumido a su país en el más rotundo fracaso de su historia, y del cual nada se salva en los órdenes político, económico, social y espiritual. Tal vez otros enemigos, los traidores y desertores, piensen para sus adentros en la razón de su enemistad íntima y visceral: el resentimiento enfermizo por faltarles el valor y las condiciones humanas para poderle seguir en su infatigable marcha hacia la cúspide moral y en su lucha a muerte contra las fuerzas terribles y colosales que le han asediado continuamente.
En fin, hay de todo esto en el espectro de las visiones y las opiniones que reflejan los enemigos sobre la figura de Fidel, y algunas de las mas connotadas aparecen en la Ley Helms‑Burton, aún vigente como instrumento cavernario mayor del bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba.
Sin embargo, a pesar de este largo rosario del espectro ideológico sustentado por sus enemigos, sabemos demasiado bien como ven a Fidel Castro sus compañeros y amigos así como los pueblos, no importa las cercanías o distancias que existan en sus relaciones entrañables, no importa en la lengua en que se expresen, no importa las coincidencias o divergencias de los juicios o ideas que se intercambien, no importa las coyunturas o circunstancias favorables o adversas que se presenten, no importa que se aspire o pretenda enfrentar su misma suerte o destinos, acompañarle o no en todas sus batallas, sus fracasos y victorias.
Para todos esos que comparten compañerismo y amistad, compromiso, admiración, respeto y simpatía con el líder cubano, él es simple y llanamente Fidel, una persona con la cual se intercambia fraternalmente un saludo, un apretón de manos, un abrazo, unas palabras, o una larga conversación, una anécdota, un chiste, una reflexión o una descarga indignada, el anuncio de acontecimientos felices o tristes; con el cual se compartía una reunión o se tenía un encuentro ocasional en una calle, un camino vecinal, una casa, un campamento, una fábrica, un hospital, un campo de cañas, un aeropuerto, un pedazo de tierra nacional o extranjera. En fin, uno de esos sitios cualquiera donde se encuentran siempre o de vez en cuando los compañeros y los amigos a lo largo de la vida.
O tal vez sean las distancias o las ausencias las que despiertan nostalgias por no verle personalmente y constituyan un motivo para sentirlo cerca en el corazón y en el recuerdo, o llevarlo con nosotros en una foto, en un periódico, en un libro, en una postal, en una conversación con la familia y con otros amigos. En fin, !hay tantas formas de llevar con nosotros a los compañeros y amigos!. Y por eso Fidel no es una excepción.
También Fidel es sencillamente el Comandante o el Comandante en Jefe, que es un modo, no de verle distante por su cargo y autoridad, sino de acercarle o acercarnos más a la misma trinchera compartida del deber y del honor. Esas dos formas constituyen el reflejo de la familiaridad y el calor sentimental en las relaciones humanas entre Fidel y sus compañeros y amigos, hermanados con él a través de lazos tal vez más fuerte que los de la misma sangre común.
Por todo lo que puede significar un compañero y un amigo verdadero, que es como decir un hermano, de Fidel podemos afirmar, como Camilo, que más fácil nos sería dejar de respirar, que dejar de ser fiel a su confianza, o decir con el Ché, y a nuestra manera, que seguimos admirándole sus dotes de estadista, brillante ayer en los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre, e inmenso después del derrumbe del socialismo en Europa; que sentimos a su lado el orgullo de pertenecer a un pueblo revolucionario; que nos enorgullecemos de haberle seguido sin vacilaciones, identificados con su manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios; que seguimos adelante con la fe que nos ha inculcado, con sus enseñanzas y su ejemplo; y, finalmente, que ante los avatares peligrosos de la vida, trataremos de serle fieles hasta las últimas consecuencias de nuestros actos.
A Fidel nos unen muchas afinidades e identificaciones, muchos valores que dan sentido a la vida, muchas visiones y sueños que sirven de rumbo para el quehacer revolucionario, rebeldías para intentar una y otra vez transformar los mundos chicos y grandes.
Coincidimos con el Ché en su visión genial de la síntesis de su gran personalidad, y admiramos en Fidel su trayectoria de liderazgo indiscutible y consecuente, su audacia, fuerza y valor, su espíritu de dignidad y sacrificio, su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, su capacidad de aglutinar, de unir, cerrándole el paso a la división que debilita y destruye, su capacidad de asimilar los conocimientos y las experiencias, para comprender el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles, su capacidad de dirigir a la cabeza de todos la acción del pueblo, su entrega y posición internacionalista, su capacidad de ver siempre más lejos y mejor que sus compañeros; su amor infinito al pueblo, a los trabajadores, a los humildes de la tierra, su fe en el futuro y su capacidad de preverlo; por construir de la nada el aparato formidable de la Revolución Cubana.
Pero junto a esos valores indiscutibles, en Fidel reconocemos su extraordinario apego y culto a la verdad; su natural modestia en la grandeza; su cohibido gesto de niño grande ante los demasiados elogios merecidos, un antídoto natural contra el llamado culto a la personalidad, que no propicia; su infinita sensibilidad ante los dolores y sufrimientos de los individuos y del pueblo; su delicadeza en el trato personal, esa forma llana de acercarse a la gente, de igual a igual, como si siempre se tratase de conocidos; esa pasión vehemente en la defensa de lo que cree, construye y sueña; esa crítica perenne y salvadora contra los errores y entuertos de su propia obra; ese perdonar magnánimo ante las traiciones a su persona y esa firme condena ante las felonías que exponen a su patria a peligros mortales; ese asombroso sentido y espíritu fundador; ese optimismo imbatible de lucha y de victoria permanente sobre lo imposible.
En estos tiempos convulsos permeados de tanto egoismos, se admira en Fidel esa capacidad de renovar los sueños hasta el infinito; de convertir en realidad lo que para todos parecía imposible, tal como aspira y demuestra en la práctica la posibilidad de alfabetizar a pueblos enteros, tal como propone y logra salvar de la ceguera a miles y millones de seres pobres de nuestro mundo, tal como se entusiasma, promete y concreta la formación de miles de médicos procedentes de los sectores pobres para poner remedio a la insalubridad y falta de atención sanitaria para los pueblos subdesarrollados, tal como se conduele del sufrimiento humano y ofrece y manda contingentes de médicos hacia los países bajo los efectos devastadores de las catástrofes naturales con las consiguientes tragedias humanas.
Y en esta época de cambios en nuestra América, los revolucionarios también hacemos nuestra la confesión de Hugo Chávez, cuando le expresó su convicción de ser a la vez alumno e hijo con estas palabras: «Maestro, lo digo sin complejos, tú eres padre de los revolucionarios de este Continente. Tú eres Padre Nuestro, le dijo Neruda a Bolívar, y yo te digo a ti… Padre Nuestro que estás en la tierra, en el agua y en el aire.» También afirmó que Fidel «es ese gigante de todos los tiempos y todos los lugares».
Y cuentan que así pensaba quien fue indudablemente su mejor amigo en la liza política latinoamericana, y que caló muy hondo en lo personal e íntimo, de tal manera que nadie fue capaz como Chávez de bromear con Fidel o sobre él públicamente, con el desenfado característico del líder bolivariano. Una empatía particular y una audaz concepción de la vida y la política les permitían comportarse como almas gemelas, sentir y expresar la admiración recíproca de uno por el otro, y concebir los sueños y realidades para construir un mundo mejor mediante una lucha que tuviera como protagonistas esenciales a los pueblos.
En fin, corresponderá a pensadores, políticos y personas honestas del mundo, valorar en el presente y el futuro la obra e ideas que han dado sentido a la vida de Fidel, que ha sido la vida del combate y la virtud, y sus influencias en los acontecimientos principales que actualmente están en marcha en América Latina y el Caribe, de los que han ocurrido u ocurran en África y Asia, así como aquellos que un día ocurran, formando parte de sus juicios y vaticinios, incluso en los Estados Unidos y los países desarrollados.
Fidel es el ser humano y el político paradigmático de una auténtica rebeldía en nuestros tiempos, es el símbolo más rutilante de la rebeldía en la época que le ha tocado vivir. Y seguro que lo será para los siglos futuros.
Por todo eso y mucho más, en este noventa cumpleaños, Fidel puede sentirse satisfecho y reconfortado como un Sísifo triunfador contra todo maleficio, erguido junto a la roca que ha empujado con sus brazos a la cumbre de la montaña, para recibir la luz del sol y la ofrenda de los hombres; porque logró lo que no pudo Sísifo: la permanencia de la roca en la cima. Y esa roca es Cuba libre, independiente y soberana.
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