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Una visión socialista de la Constitución española y el nacionalismo gallego (II)

Fuentes: Galicia Hoxe

Traducido para Rebelión del gallego por Ana Salgado

– III –

Cuando en primavera de 1974, a raíz de la aceleración histórica exógenamente producida, esta vez, por la revolución portuguesa, se convoca multilateralmente la Conferencia Socialista Ibérica (CSI), dos son los ejes de los debates y negociaciones entre las diversas organizaciones que concurren a ella (singularmente, de partida, el Partido Socialista Galego (PSG), el Moviment Socialista de Catalunya (MSC), el Partit Socialista del País Valenciá (PSPV), el PSOE y Reconstrucción Socialista): uno, la búsqueda de los denominadores ideológicos y programáticos comunes del «nuevo» socialismo brotado organizativamente bajo el fascismo franquista; otro, la fórmula y prerrequisitos para la articulación del Estado español que vendrá después del fascismo y la de los propios partidos socialistas entre sí. Los documentos ideológicos, políticos de principios, y programáticos editados clandestinamente -pero profusamente difundidos ya entonces- por la CSI y, después, por la Federación de Partidos Socialistas del Estado español (FPS, 1976), lo acreditan sin lugar a dudas, incluso con la autoría firmada, en abundantes casos, de individuos que hoy son figuras del Estado central, las instituciones autonómicas o las altas jerarquías de la administración política.

En un documento informativo de la CSI, en el que se da cuenta de los acuerdos tomados en las sesiones de 1974, consta el «reconocimiento por parte del PSOE de la existencia de partidos socialistas en las nacionalidades periféricas y posibilidad de una federación de todos los partidos socialistas, con la consiguiente disolución de las federaciones regionales del PSOE en aquellas nacionalidades en las que existan partidos socialistas». Todavía me acuerdo hoy de Pablo Castellanos cogiéndome del brazo a la puerta de la sede del PS francés en París, en junio del 1974, y diciéndome que habría que cambiar muchas cosas, «incluidas las siglas del PSOE». Es sabido: Pablo Castellanos no llegó ni siquiera al final de ese año como secretario general del PSOE. Él había servido para ganarle la batalla del reconocimiento internacional a la dirección del partido en el exilio, pero fue liquidado por su parte en el congreso de Suresnes, en otoño del setenta y cuatro, por los «jeunes loups» meridionales que, a través de los hilos detentados por el «Tanque» Múgica, le hicieron la cama a Willy Brandt en los habitáculos de la Internacional Socialista. El PSOE intenta congelar la CSI, y desde marzo de 1975 recurre al veto para impedir que cuaje una unanimidad en la que él es el único discrepante. Consecuencia: el PSOE se auto excluyó, dado que todos los demás deciden continuar, y subrayan: «la CSI no está formada sólo por los partidos socialistas de las nacionalidades en conflicto con el PSOE», ya que «también participan en ella otras organizaciones socialistas tales como Reconstrucción Socialista -que no tiene connotaciones nacionalistas- y USO, un sindicato de tendencia socialista». La llave de la cuestión, eso sí, se hace evidente por pasiva, cuando la CSI afirma: «Existe una honda convicción de que ningún participante tiene pretensiones hegemónicas».

Aquellas cosas que el nuevo equipo del PSOE sigue declarando aún para la galería que asume, pero ya no está dispuesto a suscribir en documentos de órganos interpartidarios socialistas -ergo, ya no quiere comprometerse a firmar- se hacen evidentes, por contraste, al leer los contenidos de los documentos pre-fundacionales de la FPS editados en marzo del 1976. Así, «Reconstrucción Socialista», por voz de Eugenio Royo, brazo derecho de Quique Barón, reclama el derecho de los pueblos del Estado «a elegir y dotarse de instituciones representativas propias que permitan el ejercicio del derecho de autodeterminación». Eusko Socialistak, a través de Mikel Salaverri, propugna «un sindicato unitario, de clase, autogestionario, democrático y autónomo, por el que estamos abiertamente y por el que lucharemos en todos los planos». El PSC, con la firma de Joan Raventós, escribe que «a la par de la concepción federativa de partidos socialistas en el Estado español, es necesaria una concepción organizativa de ellos totalmente democrática» y más «un grande debate teórico-político sobre las bases en las que debe fundamentarse la unidad de los socialistas» -debate en el que se eluciden «las grandes opciones estratégicas que los socialistas debemos definir y asumir». El PSPV, en palabras escritas por Joan Garcès, afirma que la FPS «procurará y mantendrá relaciones de solidaridad militante con el movimiento obrero internacional, con las fuerzas socialistas y anti-imperialistas de dentro y fuera de Europa, y con los pueblos en lucha por su liberación nacional» -comenzando, naturalmente, por los de dentro del Estado español en el que la FPS se inserta. En fin, lo que el PSG escribe con la antefirma de mi proprio nombre no vendría a cuento, obviamente, de no hacerlo suyo la propia FPS como en el resto de los casos mencionados: «uno de los problemas más serios con los que se choca cualquier estrategia para el establecimiento de la democracia en el ámbito del Estado español consiste en la contradicción entre el carácter unitario de ese Estado, por una parte, y la índole plurinacional de la realidad socio-política que ese mismo Estado recubre, por otra»; por eso mismo, «el Estado desmesuró hasta sacar de quicio el empleo de una ideología ‘nacionalista’ española centrípeta, hipertrofiando su función negadora de los demás valores nacionales autóctonos». Pero mismamente de esas plurales realidades nacionales «tienen que partir el internacionalismo y los planteamientos de solidaridad de clase. De ahí partimos nosotros, socialistas, y con el logro de la FPS damos pruebas de asumir en la práctica nuestros principios de solidaridad, y prefiguramos, en el plano de la articulación conjunta de nuestras organizaciones, la fórmula que preconizamos para la articulación del proprio Estado».

El PSOE no estaba dispuesto a «mezclarse», federándose en condiciones de paridad, con otros partidos soberanos en sus respectivos ámbitos nacionales, donde, por lo demás, el PSOE no existía virtualmente en absoluto -por lo menos en Galiza, como se demostró después y sabíamos muy bien entonces los socialistas indígenas. En el setenta y cinco, cuando las cosas ya iban mal en la CSI y se avecinaba la ruptura con el PSOE, que solía enviar allí, por relevos, a González y a Múgica -sal y pimienta, quizás- Múgica, en una sesión surrealista en la que acabamos increpándolo y equiparándolo con Arias Navarro desde Raventós y Barón hasta yo mismo, tuvo la presunción de presentarnos a un joven lánguido y tristísimo como «su hombre en Galiza», al Graham Greene, supuesto tejedor de una supuesta red socialista que haría ilusoria la hegemonía del PSG en el socialismo gallego. Sonreí y me irrité al mismo tiempo ante tamaña provocación. Este joven era conocido ya entre nosotros -y lo sería mucho más posteriormente- como «el Innombrable», por gafe. Poco después, César Portela, entonces artífice de la creación del Colexio de Arquitectos de Galicia, me relataría con mucho humor los «vaciles» a los que lo sometía cuando recibía su visita para proponerle el ingreso en el PSOE. «¿Cuántos sois ya?» -inquiría Portela. «Ya somos cinco» -respondía impertérrito el Innombrable». Le había ofrecido ya entonces ser alcalde de su ciudad en las primeras elecciones «democráticas» que hubiera. A esos niveles andaba el chollo del «Tanque» en Galiza. En las elecciones de 1977, «el Innombrable» fue segundo de la lista del PSOE por A Coruña, y resultó elegido diputado. Pocos meses después se pasaba a UCD, e incluso después a una dirección general en la Xunta pre-autonómica de Rosón. Por cierto que el cabeza de esa misma lista había sido Paco Vázquez. Yo había sabido de él -de su existencia- porque figuraba en la agenda de direcciones de Quique Barón, que me había preguntado si lo conocía. Le había asegurado que en los campos de la clandestinidad era absolutamente ignoto. «Sí, hombre, un chico que es inspector de trabajo», insistió Barón. «Ni idea, Quique». «Pues él te conoce, y dice que Beiras es una institución». «¡Para, Quique, chaval! El nacionalismo no tiene instituciones aún. Y no me «cosifiques», por favor». Hoy Paco Vázquez es un alcalde de A Coruña que hace buena la memoria de Molina Brandao -un megalómano fascistón que, por cierto, había muerto de una cuchillada en un tugurio brasileño, en viaje oficial de placer.

Esa «renuencia» del PSOE a la paridad con nosotros era tal vez un reflejo de supervivencia de un viejo partido reencarnado en nuevos cuadros recién llegados al activismo socialista clandestino -mucho más recién llegados ellos, desde luego, los de la nueva cumbre pesoísta, que la mayoría de nosotros, los de la «periferia», y sin nuestros vínculos ininterrumpidos con las generaciones ancestras, dado que en nuestros ‘currícula’ colectivos no había habido todavía una ruptura traumática semejante a la del equipo gonzalista a respecto de la llopista. En cualquier caso, si ellos no «pasaban» por reconocer la soberanía política y organizativa a partidos «hermanos» de las naciones gallega, vasca o catalana, cómo iban a reconocer soberanía intrínseca y derecho a la autodeterminación a esas correlativas naciones sin Estado? La ceremonia de la confusión estaba comenzada ya de una vez por todas, convirtiendo en ceniza el fuego de decenios de esfuerzos y de lucha por la comprensión mutua y la coordinación solidaria. Esfuerzos surgidos, por cierto, de la «periferia» y no del «centro»: el PSG había nacido en 1963, y en otoño 1964 ya estaba tendiendo su mano a otras organizaciones peninsulares en Imperia, en la Riviera italiana, bajo los auspicios del PSI de Nenni y tomado del brazo del recio viejete largocaballerista, de tan conmovedora memoria para mí, que se llamó estando con vida Xosé Calviño, quien debatía crítica y didácticamente conmigo en París ciertos contenidos no nítidamente socialistas de nuestra primera declaración de principios, e invocaba con paciente sosiego -y hasta con ternura- el método del «socialismo científico», esto es, del marxismo. Pobre Calviño si estuviese viendo dónde había acabado su amado Partido Socialista Obrero y su albaceazgo de Largo Caballero!

Continuación de la serie de artículos publicada en el periódico Galicia Hoxe 20-09-2009

Constitución Española y nacionalismo gallego: una visión socialista (I)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=91731&titular=constituci%F3n-espa%F1ola-y-nacionalismo-gallego:-una-visi%F3n-socialista-