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Uno más uno

Fuentes: Crónica Popular

Nuestros principios pueden servir como carta de presentación pero han de aplicarse y modificarse si se quiere evitar el siempre nefasto dogmatismo, mal que suele asolar esta tierra. A dicha modificación contribuyen aquellos argumentos que nos resultan convincentes por mucho que choquen contra los principios en cuestión. Desde esta perspectiva algunos confesamos que no tenemos […]

Nuestros principios pueden servir como carta de presentación pero han de aplicarse y modificarse si se quiere evitar el siempre nefasto dogmatismo, mal que suele asolar esta tierra. A dicha modificación contribuyen aquellos argumentos que nos resultan convincentes por mucho que choquen contra los principios en cuestión. Desde esta perspectiva algunos confesamos que no tenemos pasión catalana como no tenemos pasión

española o, digamos, francesa. Especialmente si de naciones se trata. Antes de nada porque Nación (sic Durkkheim y Weber) es un concepto tan oscuro que con sus mimbres es posible construir mil cestas. Y, sobre todo, porque aspiramos, quién sabe si con bastante ingenuidad, a un mundo sin fronteras políticas en el que únicamente sobresalgan las culturales .Y deseamos, no menos, una Autoridad Mundial por encima de lo que ahora se entiende por Estado y que exhibe con frecuencia una rigidez cuasidivina. Se trata de un viejo sueño, sin duda, pero los sueños no tienen por qué ser pesadillas y sí el anuncio de una buena realidad futura.

Se habla hasta la saciedad que respecto al actual problema catalán el diálogo y la pedagogía no han sido suficientes, incluso que han sido mínimos. Pero para dialogar y hacer pedagogía se necesita, de verdad, llamar a las cosas por su nombre y colocarlas, fuertes en el fondo y suaves en la forma, en el centro de la escena. Es el caso de la Autodeterminación de los pueblos, que no del eufemismo del derecho a decidir. Señalar su posible sustancia, no esconder sus aristas y recordar sus limitaciones podría ser una sensata manera de dialogar e intentar entendernos. Porque en este terreno nunca está de más comenzar de nuevo. De la misma forma que frivolizar la Autodeterminación instalados ya en un Estado que por ser tal goza de ella, no deja de chirriar ante una elemental lógica. Esa falta de lógica se repite cuando alguien quiere resolver el conflicto de una parte desde el omnipotente todo. Y acaba en pura contradicción o petitio principii si la Autodeterminación se diluye en palabra vacía. Y es que algo supuestamente externo decidiría sin contemplaciones, en vez del pueblo que supuestamente la desea. Es como si Juana se quiere divorciar de Pedro y fuera Pedro con todos sus parientes quien posibilitara que se diera o no el divorcio. Obviamente parientes y amigos tienen todo el derecho del mundo a aconsejar a Juana y Juana haría bien en atender a lo que le aconsejen. En cualquier caso, la Autodeterminación está rodeada por unos límites que una bienvenida pedagogía debería hacerlos patentes.

Separarse del todo, es decir, del Estado, no equivale a hacerlo arbitraria y traumáticamente. Piénsese en Québec, en Escocia -en donde, por cierto nadie se ha tirado de los pelos- o en tantos lugares más. La parte y el todo están obligados a negociar antes de unas hipotéticas elecciones. Y a plantear y resolver qué se gana, qué se pierde, qué pertenecería a unos o a otros. El ejemplo de la pareja viene de nuevo a cuento. Cuando dos se separan han de repartir equitativamente sus bienes. Y después, cada uno por su lado. En muchos casos esa separación formal posibilita que ambas partes se lleven mejor y hasta mucho mejor. En relación a la cuestión catalana no hay duda de que pueden darse posturas extremas que rezuman un nacionalismo en el que se cree que la esencia de una nación es eterna y sus fronteras trazadas por el dedo de Dios. Para unos, Cataluña sería impensable si no es independiente, y para otros, lo que llaman ruptura de España sería, de modo infantilmente naturalista, como si se desmembrara un cuerpo. No tiene por qué ser así. Que existen voluntades encontradas es evidente. Pero es ahí en donde tendría que hacer acto de presencia la pedagogía citada, y no solo tronar con incontables males o adornarse con buenas intenciones. Y un error garrafal consiste en creer o hacer creer que estar a favor de la Autodeterminación es lo mismo que estar a favor de la independencia. Son dos conceptos distintos. El error es similar a confundir, por ejemplo, el derecho a votar con tener que votar al partido A o al Partido B. De hecho son muchos más los que pidiendo que se les consulte anuncian que votarán en contra de la independencia. No son pocas las encuestas que ponen de manifiesto esta diferencia que, no se sabe bien por qué, muchos la desconocen y otros la suprimen sin más.

Lo que parece estar ausente, o solo hay pequeñas incursiones, es aquella argumentación que escucha siempre las razones opuestas. Al mismo tiempo, vendría bien una cierta modestia intelectual. Se recuerda, machaconamente, la unidad histórica de Cataluña con el resto de España. No hay por qué negarlo. Pero retomemos la analogía con el matrimonio. Que el noviazgo o los primeros años de convivencia sean maravillosos no implica que, pasado el tiempo, uno de los dos no quiera disolver el vínculo. O que los afectos de otros tiempos pasen a mejor vida o, peor aún, que lo bueno de antes se vea ahora con indiferencia. Añadamos a lo dicho, y en función de una argumentación en la que el razonamiento ofrezca siempre una salida al oponente, que no es lo mismo una Federación que una Confederación. Alemania es Federal y Suiza Confederal. Convendría exponer con claridad las semejanzas y las diferencias, cosa rara, si no inexistente, bien porque no se conocen o porque se ocultan. De la misma manera que hay diferencias abismales entre Estados Federales como ocurre en Alemania o en Estados Unidos. En este último país, con sus grandes virtudes y sus enormes defectos, un Estado puede legislar a favor de la pena de muerte, algo realmente desgraciado, y otro no. Mayor diferencia es imposible encontrarla. Y, por acabar, e independientemente de su controvertida interpretación, la Autodeterminación figura en varias resoluciones internacionales que han sido incorporadas por más de un Estado, entre otros el español. En vez de estar anunciando constantemente las posibles consecuencias de una separación, podría ser terapéutico exponer con libertad el contenido de lo que está en juego y tratar de entenderlo.

Quien esto escribe es un vasco, pero con todo el sabor madrileño que me ha dado esta ciudad. Y, sobre todo, alguien que, deseando ser realmente universal, respeta que cada uno sea libre de equivocarse. Y que le gustaría que tuviéramos el oído atento a lo pequeño sin desoír, eso sí, a lo grande. Porque este último alguna vez fue pequeño o lo será.

Javier Sádaba. Filósofo. Catedrático honorario de Ética de la Universidad Autónoma de Madrid

Publicado en Crónica Popular. http://www.cronicapopular.es/uno-mas-uno/

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