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Veinte años de ocupación, desconexión y aislamiento del muro de Israel en Palestina

Fuentes: Palestina Libre

Israel levantó hormigón y alambrada para ganar en seguridad, sin reparar en el derecho internacional. Hoy este elemento fijo en el paisaje sigue en pie y creciendo. El muro, es solo la punta del iceberg de la «tragedia» de los palestinos en Jerusalén: «No tenemos dignidad en nuestra propia ciudad».

Es hormigón y alambrada, pinchos y sensores, electricidad y videocámaras, cercas y trincheras, perímetros de seguridad y patrullas militares. Todo eso es el muro de Palestina, levantado por Israel hace ahora 20 años. Una barrera que va mucho más allá del obvio impacto físico: es el dolor de la familia separada, la desprotección ante la casa confiscada o demolida, la angustia del agricultor que no riega su tierra y pierde su sustento, la rabia de los desplazamientos extendidos para esquivarlo, la humillación de los controles militares para cruzar, el anhelo del fiel que añora orar en Jerusalén, la melancolía de una puesta de sol robada.

Fue en el arranque de la Segunda Intifada (2000-2005) cuando el entonces primer ministro de Israel, Ehud Barak, presentó el primer proyecto de “barrera de seguridad”, como se la conoce a ese lado de la valla, pero la construcción fue aprobada finalmente el 23 de junio de 2002, ya con Ariel Sharon al mando. Tel Aviv lo defendió como una medida para evitar la entrada en su territorio de terroristas, en un momento en que los atentados eran una constante. Mil muertos israelíes y 3.600 palestinos dejaron aquellos años. Pese a que se preveía cara, fue una apuesta popular porque se vendía como un tapón para salvar vidas.

El proyecto final tiene una longitud de 721 kilómetros y pasa aproximadamente en un 20% por la Línea Verde, la que se fijó tras la Guerra de los Seis Días (1967) y que es la base de las negociaciones de paz, esas que llevan estancadas desde 2014. El 80% restante se interna en suelo palestino, así reconocido internacionalmente, tanto en el este de Jerusalén como en Cisjordania. En esta dos décadas, se ha ejecutado en un 60%, pero se calcula que cuando esté acabado un 10% de este territorio acabará anexionado de facto a Israel También que 60.500 palestinos, residentes en 42 localidades de Cisjordania, vivirán entre el muro y la Línea Verde o en zonas cerradas, en bantustanes; que 12 de estas localidades y alrededor de 31.400 palestinos quedarán completamente rodeados por la el muro; que más de medio millón de palestinos vivirá en una franja de un kilómetro desde el muro. Hay ya 11.000 palestinos viven en la zona solapada, dentro de Cisjordania pero al oeste del muro, de modo que necesitan permisos israelíes para quedarse en sus casas.

Es por ello que la Autoridad Nacional Palestina (ANP), desde el primer momento, denunció esta infraestructura como “un intento de impulsar las políticas de anexión de Israel y perfeccionar su régimen de apartheid sobre el pueblo palestino”. El muro no sólo delimita, rodea o embolsa, sino que entra en Palestina y “roba” tierras y recursos clave como el agua. “El objetivo es encerrar a la población en un 12% del territorio histórico del Mandato Palestino”, el suelo en el que vivían antes de la orden de partición de las Naciones Unidas (1947) y la declaración de independencia de Israel (1948).

La ANP ha enumerado reiteradamente los males que implica la valla: confiscaciones de tierra privada, destrucción de propiedades, castigo colectivo a individuos que no han cometido delito alguno, deportaciones y expulsiones, violación de la libertad de movimientos, al acceso a la salud, la educación o el trabajo, del derecho a la libertad religiosa o a la identidad.

Ese argumentario se repite en la resolución que el 9 de julio de 2004 tomó la Corte Internacional de Justicia, que dictaminó que la construcción de la valla es ilegal y ordenó su desmantelamiento inmediato. La Haya denunció el muro como una violación del derecho a la libre determinación del pueblo palestino y declaró que “la construcción del muro y su régimen asociado crean un hecho consumado” sobre el terreno, que podría volverse permanente, como así ha sido con el paso de los años. Ya es una parte del paisaje para unos y un sufrimiento diario, para otros. “A pesar de la caracterización formal del muro por Israel, equivaldría a una anexión de facto”, avisaban los jueces.

Diez años después de la publicación de la Opinión Consultiva de la CIJ, hasta 92 expertos legales de alto nivel y 41 redes legales publicaron otro análisis conjunto llamado Es hora de una acción concreta sobre las implicaciones legales del muro y la decisión de Corte e instando a la ONU a tomar medidas. Naciones Unidas, de hecho, ha denunciado la ilegalidad de la obra y ha empleado recientemente incluso ese espinoso término de “apartheid” para definir la situación que genera la ocupación, de la que la valla es parte esencial, pero no se han dado más pasos concretos.

La Asamblea General de la ONU ha votado por abrumadora mayoría exigir a Israel que cumpla la sentencia de la CIJ, llamando de paso a los demás àíses a que “no reconozcan la situación ilegal resultante de la construcción del muro en el territorio palestino ocupado, incluso en Jerusalén Oriental y sus alrededores” y que “no presten ayuda o asistencia para mantener la situación creada por dicha construcción”. Nada se ha movido. En Nueva York siguen “profundamente preocupados”, como dicen en todos sus comunicados.

Muro de separación, con el barrio palestino de Shuafat detrás, en el este de Jerusalén, en una imagen de abril de 2020 (NURPHOTO VIA GETTY IMAGES)

Una valla porosa

El muro ahí sigue, ampliándose justo estos días porque la nueva oleada de violencia de esta primavera ha llevado a Israel a aprobar 40 kilómetros más en la zona noroeste, en un espacio por el que se cree que pudieron acceder los atacantes. No todo es hormigón de entre ocho y diez metros de altura, acompañado de su zona de amortiguación de entre 30 y 100 metros. Hay zonas que tienen alambrada y son más permeables. Y es justo lo que hace que parte de la narrativa de la seguridad se desmorone.

Es cierto que hay menos atentados terroristas en Israel, que en los primeros años se disparó desde sus torretas a sospechosos, que obviamente se han aumentado los controles, cacheos e interrogatorios y eso ha podido evitar algunos ataques, de diversa naturaleza, “pero pesa más el desmoronamiento de grupos armados como Hamás o la Yihad Islámica en Jerusalén Oriental o Cisjordania, la división interna, el retorno al proceso negociador y el reconocimiento de Palestina como estado observador en la ONU o el cansancio de la sociedad ante el statu quo”, señala Dror Etkes, de la ONG israelí Kerem Navot.

El muro, como han evidenciado estos últimos ataques y como se ve con un simple paseo por su perímetro, es permeable, lo que no quiere decir que vayan a entrar palestinos violentos. Lo normal es que crucen desesperados que buscan trabajo. “Tengo entendido que ha habido un cambio de política y que ahora los soldados deben hacer la vista gorda con los palestinos que entran”, indica, aludiendo a los cientos de brechas que existen en la barrera, nadie sabe cuántas. “Israel sabe que necesita aliviar la presión económica en Cisjordania y se beneficia de la mano de obra más barata. Lo que plantea una pregunta clara: si el muro es sólo una construcción arbitraria, ¿por qué está aquí?”, cuestiona.

El diario Yediot Ahronot ha publicado que hay unos 150.000 palestinos que ingresan legalmente a Israel desde Cisjordania, con permisos otorgados por Israel para trabajo (construcción y agricultura, sobre todo), estudios o salud, y hay 20.000 más empleados en las colonias ilegales en suelo palestino, en las que ya residen unas 600.000 personas, según Naciones Unidas, pero hay 30.000 palestinos más que cada día pasar el muro de forma clandestina hacia suelo israelí, en busca de unas horas de trabajo. “Pasan porque pueden”, resume Etkes.

Y luego está la parte sin acabar. ¿Por qué no se cierra el proyecto? “Pues porque sería como reconocer las fronteras de un futuro estado palestino, como pintar el mapa definitivo de lo que es de uno y es de otro, y eso Israel no lo quiere hacer porque la expansión de las colonias prosigue, como las prospecciones de petróleo y gas que podrían necesitar alterar el dibujo”, señala Jessica Montell desde HaMoked.

Un grupo de palestinos sin permiso cruza el muro desde Al-Ram hacia Jerusalén para intentar ir a rezar a la Mezquita de Al Aqsa, el pasado abril (ANADOLU AGENCY VIA GETTY IMAGES)

El pan de cada día

En esta ONG, también israelí, explican el sistema de acceso a la tierra, que es una parte vital para los palestinos, porque de sus cultivos depende en gran parte su supervivencia. Sostiene, con datos de la ONU, que 150 comunidades palestinas viven junto al muro y necesitan acceso a las tierras de labor que se han quedado del otro lado. Desde la asociación dan asistencia a los palestinos para lograr los papeles necesarios y revelan que el proceso es poco fructífero: en el año 2021 se rechazaron el 73% de las solicitudes, frente al 29% de 2014, primer año del que tiene estadísticas completas. Menos del 3% se negaron por motivos de seguridad, señalan. Son datos oficiales, en este caso, procedentes de una respuesta del Ejército.

Israel dejó de conceder permisos a familiares en 2014, salvo que estuvieran inscritos como trabajadores agrícolas en explotaciones grandes. Y en 2017, el Ejército empezó a dividir las fincas grandes entre los miembros de familias y determinó que cualquier terreno menor de 330 metros cuadrados era insostenible para la agricultura. A los propietarios de esas huertas pequeñas no se les conceden ya permisos. “Han decidido que la gente posee un pedazo de tierra que les parece demasiado pequeño para que merezca la pena cultivarlo”, dice Montell. Ahí no entra la seguridad.

Eso sí que es ponerle literalmente puertas al campo. Hasta 74 hay en todo el trazado, además de cinco controles militares para el acceso de los agricultores. 11 de abren cada día, diez varios días a la semana, 53 sólo para la campaña de la aceituna. Cultivos como la sandía, que requieren de mucha atención y que son un símbolo en Palestina, se han cambiado por aceitunas o almendras, de menor mantenimiento.

En el caso de los trabajadores con permiso para cruzar a Israel, su dinámica también depende del Ejército. Los pasos se cierran en fiestas judías, las horas de apertura se modifican en función de la “seguridad”, y lo mismo pasa con los controles. Se forman largas colas en puntos como Qalandia o Belén, los más cercanos a Jerusalén, para poder cruzar, pasando por complejos en los que se examinan las bolsas o mochilas, se presenta la documentación y se hacen más o menos preguntas, según el día. A pleno sol o bajo la lluvia. Para poder llegar a tiempo a los puestos de trabajo el proceso arranca de madrugada.

También madrugan los palestinos que tienen que ir de Hebrón a Ramala, por ejemplo, porque el muro cortó las carreteras más directas y cómodas y ahora toda dar vueltas y revueltas por Cisjordania para llegar a una ciudad que, en el fondo, está mucho más cerca. El problema de las carreteras es otro gran añadido del muro: hay unos 700 kilómetros de vías en la zona que están vetadas por completo a los palestinos o restringidas, porque llevan a colonias o se reservan a militares israelíes, impidiendo el flujo normal de la población palestina.

Hasta febrero de 2020, ONU-OCHA (la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios) había contabilizado 593 obstáculos para el movimiento en Cisjordania, incluidos puestos de control con personal total o parcial, bloqueos de carreteras de varios tipos y puertas. Se acompañan con más de 1.500 puntos de control “volantes” en rutas clave, durante varias horas cada vez.

Numerosos palestinos estudiaban antes del muro en Jerusalén o iban a la ciudad triplemente santa a recibir tratamientos en sus hospitales. La valla de separación también ha ralentizado todo eso. Los permisos llegan con cuentagotas y sin él no se cruza. De ellos depende el futuro de sus jóvenes y la vida o la calidad de sus enfermos.

Mapa de la segregación de carreteras en suelo palestino (VISUALIZING PALESTINE)

Y está el muro cultural y mental. Una comunidad que no se comunica con sus iguales deja de ser comunidad. Palestina está partida en tres, entre Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén, y cada vez hay menos comunicación entre los habitantes de las tres partes precisamente por los obstáculos que impone Israel. Las redes sociales ayudan a saltar el muro y está viviéndose un impresionante renacer de los movimientos juveniles, pero no hay roce. Es complicado. Antes todos eran palestinos, ahora son de Nablus o de Al Quds (Jerusalén, en árabe). Hay 200.000 palestinos de Jerusalén Esteque están totalmente aislados del resto de Cisjordania.

La barrera mental también hace su efecto en los israelíes, donde la amortiguación que les supone el muro les hace más fácil mirar hacia otro lado ante el sufrimiento del otro pueblo y la necesidad de buscar soluciones justas para ambos.

Para verlo menos, o verlo distinto, los palestinos han usado el muro como lienzo desde el principio. Las pintadas, grafitis y plantillas han tomado las paredes en las zonas más habitadas y accesibles, convirtiéndolo en un grito contra la ocupación. Todo banderas palestinas, retratos de sus líderes (del que fuera presidente Yasser Arafat a la activista Leila Khaled, pasando por la recientemente asesinada periodista Shireen Abu Akleh) y soflamas. Hasta el artista británico Banksy decidió hace unos años abrir un “hotel con vistas al muro” en Belén, donde dejó su impronta en varios viajes. Una reivindicación y un alivio para la maltrecha economía local.

Dibujo hecho por Banksy en 2002 en el tramo de muro junto a la Tumba de Raquel, en Belén, con la Estatua de la Libertad abrazando a Handala, el niño símbolo de la resistencia palestina (NURPHOTO VIA GETTY IMAGES)

Mural de Arafat en el paso de Qalandia, junto a una torre de vigilandia israelí vandalizada.   (FRÉDÉRIC SOLTAN VIA GETTY IMAGES).

Los costes

En Israel, ocasionalmente, surge el debate del coste económico del muro, pero lo cierto es que nadie lo sabe ajustar a ciencia cierta. Uno de los arquitectos Dany Tirza, calcula el costo en 2,56 millones de dólares por kilómetro, por lo que hablamos de no menos de 1.200 ya invertidos.

En el lado palestino, coste humano aparte, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) trató de presentar algunas cifras sobre las pérdidas financieras de la economía debido a la ocupación israelí, valla añadida. Su registro de Daños dice que a 2019 se habían reunido y enviado a la Oficina del Registro de Daños en Viena 69.554 formularios de reclamación para el registro de daños y más de un millón de documentos justificativos de nueve provincias afectadas. Esa quejas se revisaron y se decidió que 35.370 de las reclamaciones recopiladas eran aptas para su inclusión en el Registro.

Compensación no hay, por ahora, y tiene pinta de no llegar, así que pasen otros 20 años.

Fuente: www.huffingtonpost.es 

Fuente: https://palestinalibre.org/articulo.php?a=78290