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Viaje a la «Tierra Prometida». ¿Prometida a quién?

Fuentes: palestine.over-blog.net

Traducido por Caty R.

Intervención en la conferencia-debate que se celebró en Nimes (Francia) el 4 de abril de 2007, con la participación de Mahmud Kamal, presidente de la «Asociación de los Palestinos de Francia».

Actualmente se habla de paz y negociaciones a partir del plan establecido por la Liga Árabe. Es una pequeña esperanza que tiene pocas posibilidades de prosperar si no «se dice lo que hay que decir»: sobre la Naqba, la expropiación del pueblo palestino, el derecho al retorno de los refugiados y el hecho de que la paz tiene que conllevar una forma de «reparación».

¿Es oportuno plantear la cuestión del sionismo? A menudo se oye la observación: «El Estado de Israel existe desde hace 60 años, no vamos a retroceder». Y para los sionistas poner en entredicho la legitimidad de su proyecto es, forzosamente, «querer borrar a Israel del mapa y lanzar a los judíos al mar».

¿De qué Estado de Israel estamos hablando?

Estamos inmersos en una ambigüedad absoluta: cuando se viaja a Israel es imposible encontrar un mapa con la frontera reconocida internacionalmente (la anterior a 1967). Esta frontera no aparece en los libros de texto. El rechazo a señalarla es deliberado, incluso fue objeto de un debate del gobierno. La anexión es todavía más rastrera, se considera definitiva y se aplica la estrategia sionista de «hechos consumados». El gobierno israelí exige, como paso previo a cualquier negociación, la seguridad del ocupante y el reconocimiento de Israel.

El problema es que no se trata de reconocer un estado como otro cualquiera. Oficialmente Israel ha anexionado territorios enormes (Jerusalén Este desde Ramala hasta Belén, están llenos de colonias convertidas en verdaderas ciudades como Ariel, Maale Adumim, el Golán…) que se niega en redondo a devolver. Israel no es el estado de sus ciudadanos, es un estado judío donde los «no judíos» son ciudadanos de segunda cuando no están privados de sus derechos elementales. Es Israel quien hace imposible o inviable la creación de un estado palestino. Está claro que los dirigentes israelíes no se conforman con el reconocimiento de las fronteras anteriores a 1967; exigen a los palestinos lo imposible: que acepten las nuevas anexiones y renuncien totalmente al derecho de retorno de los refugiados.

¿Por qué no hay paz? ¿Por qué la oferta del OLP de 1988 (establecer el Estado Palestino sobre el 22% de la Palestina histórica y ajustarse al derecho internacional) o la muy parecida de la Liga Árabe no despegan? Porque el tipo de compromiso que logró sacar del apartheid a Sudáfrica no se lleva a cabo en Oriente Próximo. La respuesta está en la naturaleza del sionismo. Si el Estado de Israel fuera capaz de «secularizarse», aceptara integrarse en Oriente Próximo en igualdad con los otros estados, si fuera capaz de renunciar a la colonización, al «Gran Israel» y a los mitos fundadores, la paz llegaría enseguida. Si está tan lejana se debe a que el sionismo es, además, un proyecto «mesiánico» y porque la huida hacia delante y los hechos consumados siempre son su forma de actuar.

Una ideología multiforme

Al principio el sionismo era un nacionalismo que apareció en el momento de la explosión de los nacionalismos europeos tras la caída de los grandes imperios. Todos estos nacionalismos llevan implícita la idea simplista de «un pueblo = un estado». Para los judíos esta idea tiene poco sentido. Aunque los judíos del Yiddishland constituyeran realmente un pueblo con una lengua común y una zona geográfica, eran minoritarios y estaban dispersos por la región. Así que los sionistas inventaron el pueblo judío que engloba también a los judíos del mundo árabe y a los sefardíes. A pesar de que la inmensa mayoría de los dirigentes sionistas no eran creyentes, decidieron reunir a todos los judíos del mundo entero en un solo país de origen religioso.

El sionismo no es un verdadero nacionalismo ya que crea artificialmente el pueblo, el territorio, la lengua y la identidad: el pueblo serán todos los que son de religión judía o madre judía, olvidando el hecho de que a lo largo de la historia el mestizaje y las conversiones fueron numerosos. Manifiestamente, los judíos polacos e iraquíes no pertenecen al mismo pueblo. La lengua es el hebreo religioso, mientras que los judíos de la diáspora tienen sus propias lenguas: judeo-árabe, ladino o yiddish. El territorio es Palestina, donde los judíos son muy minoritarios desde hace 2.000 años mientras que las comunidades judías importantes se encuentran en Europa del Este y en el Magreb. La identidad «nueva», es ante todo la destrucción metódica de las identidades de las diferentes diásporas, la negación de las ideas universalistas que aparecieron en el judaísmo en el momento de la salida del gueto. Es la transformación del judío cosmopolita en un judío militarista y colonialista.

Los sionistas difunden la idea del pueblo «único» con una historia instructiva, la de la persecución ininterrumpida, la del antiguo «reino unificado» (el de David y Salomón) que hay que recuperar. Consideran que la dispersión de los judíos es un paréntesis que tienen que cerrar. Sin embargo, la realidad histórica es muy diferente: el reino unificado probablemente no existió jamás. La identidad judía, esencialmente, es la vida en minoría religiosa en medio de diferentes sociedades durante dos milenios. Las nociones de «pueblo elegido» o la oración «el año próximo en Jerusalén» jamás significaron que había que «reconquistar» Palestina.

Para los sionistas combatir el antisemitismo no tiene sentido. Lo consideran ineluctable y empujan a todos los judíos a ir Israel, a hacer su Alya. Los sionistas piensan que la mezcla es imposible, que los judíos sólo pueden vivir entre ellos y que únicamente pueden contar consigo mismos para sobrevivir. Este rechazo a «los otros» ya era perceptible en diversas corrientes del judaísmo antiguo. Dio origen al «complejo de Massada», que se alimenta del pánico al regreso de las persecuciones y de la memoria del genocidio. Al contrario que la mayoría de los judíos europeos, que a principios del siglo XX se volvieron hacia ideas laicas, progresistas, socialistas o revolucionarias, los sionistas quieren «cerrar» la historia judía reuniendo a todos los judíos en un solo país. Los conminan a emigrar o sostener el proyecto porque de lo contrario se convierten en traidores y «judíos vergonzosos que se odian a sí mismos».

El sionismo extrae su carácter colonialista de las ideas de 1900. Es el mortífero mito fundador: «Una tierra sin pueblo para pueblo sin tierra». La conquista de Palestina se parece a las de América o África con el mito colonial clásico: «Del desierto hicimos un jardín». Los métodos son los mismos: acaparamiento de tierras, expulsiones, limpiezas étnicas, hechos consumados, pillaje del agua y los recursos naturales. Los sionistas «no vieron» que existía un pueblo autóctono, llegan incluso a negar su existencia incluyéndolos en «los árabes». De ahí el otro mito mortífero: «En 1948 los propios árabes se fueron». El historiador israelí Ilan Pappe (que acaba de exiliarse) estableció sin embargo que existía un claro plan deliberado (el plan Dalet) para expulsar a los palestinos.

El proyecto colonial siempre está manos a la obra. La colonización de Cisjordania ya estaba prevista antes de la guerra del 67. Se ha puesto en marcha por un gobierno «de izquierda» que recurrió a los «locos de Dios» (la corriente nacional-religiosa) para poblar las colonias. El sionismo se convirtió en el brazo armado del imperialismo estadounidense y la parte avanzada de Occidente en Oriente Próximo. Esta situación se construyó con la Historia. El colonizador británico la favoreció con la declaración Balfour. En la guerra de 1948 Israel estuvo apoyado tanto por Occidente como por el sector stalinista. El genocidio y el antisemitismo son crímenes europeos, pero hubo un consenso en la época para hacérselo pagar al pueblo palestino que sin embargo no tenía ninguna responsabilidad en esos crímenes. Israel se volcó completamente en el campo imperialista en el momento de la expedición neocolonial de Suez (1956). Después estableció lazos privilegiados políticos, económicos y militares con Estados Unidos. La ayuda económica y militar estadounidense es colosal. Ningún gobierno estadounidense se halla en situación de cambiar de política frente a Israel y dictar su ley al sistema israelí, más aún cuando la corriente «cristiana sionista», la corriente fundamentalista y antisemita, es muy poderosa en Estados Unidos y exige este sostén incondicional (por tanto son los antisemitas quienes financian la colonización). Los dirigentes israelíes se amoldaron al «choque de civilizaciones» amado por Bush y a su propósito de remodelar Oriente Medio de Iraq a Líbano pasando por Irán.

Un proyecto mesiánico y una reescritura de la historia

Los sionistas tuvieron éxito allí donde otras ideologías fracasaron. Crearon a un «nuevo hombre judío». Se ha hecho un trabajo metódico para reescribir la historia, fabricar una nueva geografía y borrar el rastro del «otro». Una sutil «neolengua» [1] colocó a Israel y los judíos en el campo de la civilización frente a la barbarie. Una propaganda eficaz instrumentalizó el antisemitismo y el genocidio para justificar todas las negativas a una paz fundada sobre la igualdad de derechos. Los sionistas se empecinaron en erradicar el judaísmo universalista, el que dio origen a Freud, Einstein, Kafka, Bejamin o Hannah Arendt, generaciones de escritores, artistas, científicos y revolucionarios. Estos judíos no eran sionistas e incluso fueron declaradamente antisionistas. ¿Quién se acuerda de que en 1946 Einstein y Hannah Arendt firmaron una petición contra la visita a Estados Unidos de Menahem Begin, jefe del Irgoun y futuro primer ministro israelí? Los judíos fueron durante siglos los parias de Europa. Los sionistas se las han ingeniado para hacerlos pasar «al otro lado del espejo». Hoy en Francia las únicas instituciones religiosas o colectivos que no protestan contra «la inmigración desechable» son las instituciones judías.

La historia se ha convertido en un espejismo. La arqueología demuestra que los principales episodios bíblicos (Abraham, Moisés, la conquista de Canaán o el reino de Salomón) tienen mucho de leyendas y sobre todo demuestra que los hebreos son un pueblo autóctono que cohabitó con otros pueblos, otras culturas y otras religiones durante toda la antigüedad. Sin embargo, contra toda verosimilitud, se les enseña a los israelíes que el pueblo judío tiene una antigüedad de 5.000 años y que en la época de Salomón, Jerusalén era la capital de un imperio inmenso. En los textos escolares siempre se dan las cifras más extravagantes sobre la población de la región cuando se destruyó el Templo. Los sionistas se empeñan en demostrar una presencia continuada de judíos en la región, sin embargo esta presencia es inferior en proporción a la presencia judía en los países vecinos como Egipto y Mesopotamia.

La historia de la región entre la destrucción del Templo (70 a.C.) y la llegada de los primeros sionistas sólo se cuenta con arreglo a los judíos que vivieron en la región. Como si los otros pueblos no existieran. La llegada de judíos religiosos a Jerusalén a partir de 1800 se instrumentaliza para afirmar que esta ciudad es mayoritariamente judía desde hace dos siglos. No sólo es una fantasía, sino que además enmascara el hecho de que los judíos que vivían en Palestina antes de la llegada de los sionistas fueron más tarde hostiles a la creación de un estado judío.

Al mismo tiempo, la historia oficial niega la existencia del pueblo palestino hablando de pequeñas poblaciones instaladas allí por los otomanos y de origen extraño. ¿Por qué estas manipulaciones históricas? Para tratar de legalizar la presencia judía y al mismo tiempo deslegitimar a los palestinos transformándolos en invasores. Para sostener la mentira fundadora: «Una tierra sin pueblo…»

La limpieza étnica

Tomemos el ejemplo del Golán. Encontramos allí las ruinas de ciudades y pueblos donde vivían 150.000 sirios (sólo quedaron los drusos). Las casas y mezquitas dinamitadas. Los guías turísticos afirman que la cumbre más alta de Israel es el monte Hermón que está en el Golán. Es allí donde se encuentra las únicas pistas de esquí, el mejor vino y el 30% del agua de la región. Qatzrin, la ciudad de los colonos del Golán (éstos son laicos) se parece a una ciudad del Far West con sus ranchos y sus supermercados. Y a la salida de la ciudad encontramos las ruinas de una sinagoga de la antigüedad. La jugarreta está servida, los rastros de los sirios desaparecieron y aquí está la prueba de que esta tierra siempre «nos» perteneció.

Jerusalén

La vieja ciudad está dividida en 4 distritos (cristiano, armenio, judío y musulmán). En pleno barrio musulmán una villa con una gigantesco «menora» (candelabro de 7 brazos) fue «adquirida» por Ariel Sharon que quiso demostrar que todo estaba permitido. Un poco más lejos, en el barrio judío, un museo narra el «martirio» de los judíos que fueron expulsados de la vieja ciudad tras la victoria jordana de 1948. Nada sobre los palestinos a quienes echaron del barrio cuando volvieron en 1967. No hay más que una sola memoria autorizada.

De modo general, ¿qué queda de los 750 pueblos palestinos destruidos y despojados de sus habitantes durante la Naqba? Casi nada. Una asociación israelí progresista, «Zochrot», promovida por Eitan Bronstein, trata de resucitar esta memoria. Casi todos los pueblos desaparecieron. En el barrio árabe de Wadi Nisnas en Haifa, los pacifistas dejaron puesta la llave en una casa abandonada para recordar que los que se fueron pensaban volver pronto. Los historiadores estudian qué pasó durante la guerra de 1948. Una estudiante de Ilan Pappe encontró las pruebas de una matanza masiva en el pueblo de Tantura. Tuvo que excusarse públicamente.

Siempre Jerusalén. La parte anexionada en 1967 se extendió inmensamente a lo largo de más de 20 kilómetros de longitud. De los 450.000 israelíes que residen en Cisjordania más de la mitad vive en la «nueva» municipalidad de Jerusalén. Estos nuevos barrios son otras tantas colonias: Gilo, Har Roma que rodea Belén, Pisgat Zeev donde llega el tranvía construido por Alstom y Veolia, Psagot, Givat Shaul, levantada sobre las ruinas del pueblo de Deir Yassine, donde los terroristas del Irgoun perpetraron un crimen contra la humanidad en 1948. El túnel para coches que pasa bajo Givat Shaul se llama túnel Menahem Begin, el nombre del jefe del Irgoun.

Algunas colonias son verdaderas ciudades. A 15 kilómetros de Jerusalén, Maale Adoumin cuenta con más de 300.000 habitantes; tiene edificios soberbios con alquileres muy bajos para atraer a la población, equipamientos pagados por las sectas cristianas sionistas estadounidenses, una ubicación magnífica sobre el desierto de Judea y el Valle del Jordán. Esta colonia secciona Palestina en dos aislando Belén y Hebrón de Ramala y Nablús. No hay un estado palestino viable si Maale Adoumin sigue siendo israelí. Lo mismo que Ariel, donde se instaló una universidad. ¿Qué queda de la parte palestina de Jerusalén? Barrios cercados como Abou Dis, que en un tiempo se contempló como la capital del futuro estado palestino, y ciudadanos con un estatuto ambiguo, que pagan sus impuestos en Jerusalén pero se les niega el acceso a los equipamientos básicos.

Una sociedad hermética y autista

Cisjordania está seccionada por el muro y los puestos militares de control. Se han abatido más de 100.000 olivos. Pero mientras tanto los colonos no sufren, disponen de carreteras de circunvalación que les permiten alcanzar los grandes centros israelíes en pocos minutos. Hasta las colonias calificadas de «ilegales» están protegidas día y noche por el ejército. No hay nada que permita distinguir lo que hay dentro de las fronteras israelíes de antes del 67 de lo que hay en los territorios anexionados. Todo está lleno de grandes empresas israelíes en los territorios ocupados (informática en Modi’in Illit, cosméticos en la fábrica Ahava del Mar Muerto). La autopista Jerusalén-Tel Aviv pasa por territorio ocupado en Latrun. Las conexiones viarias que conectan Jerusalén con Eilat o el lago Tiberíades pasan por Jericó. No hay más frontera. La mitad de Cisjordania ya está anexionada de hecho y en muchos casos despojada de su población.

Palestina está dividida en tres zonas A, B y C. Para los palestinos, es un verdadero rompecabezas jurídico que imposibilita la vida cotidiana. Es muy difícil ir de una zona a otro y casi imposible llegar a Jerusalén. 400.000 trabajadores palestinos han perdido su empleo en Israel.

Los israelíes no tienen derecho a ir a Cisjordania. Sólo los militantes pacifistas infringen esta prohibición. Los encuentros son raros y difíciles. Para ver a sus familiares que viven en los «territorios», los «árabes israelíes» tienen que ir a Jordania. Algunos encontrarán excesiva la palabra «apartheid», pero ¿De qué otra forma podemos calificar esas diferencias dentro de un territorio por muy pequeño que sea? Algunos periodistas valientes como Amira Hass o Gideon Levy describen regularmente en el periódico Haaretz la prisión a cielo abierto en que se ha convertido Palestina, las casas destruidas, los asesinatos cada vez menos selectivos.

A la opinión pública todo esto le tiene sin cuidado, no quiere saber (excepto una valiente minoría) lo que pasa a la puerta de su casa. Está persuadida de «que Israel no cuenta con un socio para hacer la paz». Piensa que las anexiones serán definitivas. Sataniza de buena gana a Hamás y Hezbolá para ratificarse en la idea de que la única política posible es la fuerza, olvidando que estos dos partidos se han creado gracias a los años de ocupación. Olvida también que, a la vista de la historia, la política actual de persecución no sólo es un crimen sobre los palestinos, sino que además es suicida para los israelíes. Básicamente «los israelíes tienen miedo de no tener que tener miedo» y verse obligados a mirar la realidad de frente. Es imprescindible destruir esa paranoia colectiva.

¿Y la paz?

Una paz civilizada tiene que pasar por el cambio de una parte de la opinión pública israelí. Estamos muy lejos de eso; de momento la cuestión del sionismo encubre los problemas reales del país: la cuestión social con 1/3 de pobres, el ultraliberalismo, el peso asfixiante de las religiones. Hay fuerzas minoritarias que luchan diariamente en Israel para conseguir la unión con los palestinos, para denunciar la ocupación y el colonialismo, para negar el militarismo ¡1.400 refuzniks! Pero estas fuerzas chocan con la ideología dominante y la represión. Hay por hacer un trabajo ideológico muy importante para desactivar el proyecto sionista, para alcanzar una sociedad «post-sionista» capaz de secularizarse e integrarse pacíficamente en Oriente Próximo. De momento los pacifistas sólo son una pequeña rueda. Es necesario que consigan arrastrar a toda la sociedad. Y debemos ayudarles.

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Neolengua

Fuente: http://palestine.over-blog.net/categorie-1021369.html

Pierre Stambul es profesor de matemáticas en Marsella y vicepresidente de la Unión Judía Francesa por la Paz (UJFP), cuyo manifiesto, entre otras cosas, declara: «Estamos claramente por la evacuación de los territorios ocupados por Israel desde que se fijó la frontera anterior a 1967, por el desmantelamiento de las colonias y por la paz entre palestinos e israelíes fundada sobre la justicia y la igualdad de derechos».

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.