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Egipto

Wael Aly, símbolo de la revolución confiscada

Fuentes: mediapart.fr

Traducido para Rebelión por Caty R.

¡Recuerden! El pasado mes de enero, un viento de libertad procedente de Túnez sopló en Egipto. Decenas de miles de egipcios invadieron la plaza Tahrir de El Cairo, a las que pronto se unieron cientos de miles de personas para formar una multitud de más de un millón de manifestantes. Como un reguero de pólvora, la revolución popular prendió en las principales ciudades del país, de Alejandría a Asuán pasando por Suez y las ciudades del Alto Egipto como Assiut y Al Minya. Su lema: «chaab yourid askat el nidham» (El pueblo quiere la caída del régimen), ¡sin discusión!

Enseguida el ejército tomó posiciones en las calles de El Cairo y se interpuso entre los manifestantes de la plaza Tahrir y las hordas de contrarrevolucionarios suministradas rápidamente por el régimen, en especial durante las jornadas de enfrentamientos de principios de febrero que produjeron su lote de «mártires de la revolución» caídos en el campo del honor. La sangre corrió y marcó un punto sin retorno que precipitó la caída del «rais el makhlou3» Mubarak. En la tarde del 11 de febrero el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (SCAF) anunció la destitución del dictador, desencadenando un increíble alborozo popular.

Los egipcios vivían un sueño. Todo se volvió posible: el ejército estaba de su parte y se había negado a disparar contra la gente; se nombró un nuevo gobierno y la coalición de los revolucionarios fue invitada a la mesa de Essam Sharaf, el primer ministro, para elaborar los fundamentos del nuevo Egipto. Un Egipto «democrático» dijeron.

Pero enseguida llegaron los desengaños. Las conversaciones en la cumbre parieron un ratón: nada de una nueva constitución, sólo enmiendas sometidas deprisa y corriendo a un referéndum popular el 19 de marzo. Los dados estaban trucados, ya que la apertura controlada del campo político en realidad permitió a la principal fuerza política del país, los Hermanos Musulmanes, constituidos en el Partido para la Justicia y la Libertad, arramblar con la elección. Y de esta forma ahogar las aspiraciones revolucionarias por medio del control de la sociedad que tienen organizado desde hace decenios a través de diversas instituciones culturales y caritativas.

Pero a pesar del desencanto causado por el «Sí» al lifting de la constitución y al calendario electoral propuesto, la protesta popular no se aplacó. Los irreductibles de la plaza Tahrir seguían, de una forma u otra, todos los viernes de esa primavera árabe martilleando sus reivindicaciones legítimas: justicia para las familias de los mártires, una nueva constitución seguida de un calendario electoral permitiendo a los partidos democráticos constituirse libremente. Y finalmente, ¡un gobierno civil con el regreso de los militares a los cuarteles!

Una reivindicación de más, según el SCAF, que se había disfrazado de «garante de la revolución». El colmo, pues en Egipto, como en todos los países sujetos al control de los militares, el ejército siempre es el garante del régimen establecido.

Los ocupantes de la plaza Tahrir se dieron cuenta enseguida. En primer lugar el 9 de marzo, cuando el ejército intentó por primera vez, ayudado por contrarrevolucionarios rápidamente calificados de «baltaguiya» (gamberros), limpiar la plaza. La operación se saldó con decenas de heridos, decenas de militantes detenidos y presentados a continuación ante el tribunal militar. Después en la noche del 9 de abril, al día siguiente de la gran manifestación del 8 de abril durante la cual más de un millón de manifestantes volvieron a invadir la plaza Tahrir. Esa jornada, durante la que el depuesto presidente Mubarak fue juzgado simbólicamente por un tribunal popular, según el SCAF debía marcar el final de la protesta popular. Pero un acontecimiento inesperado perturbó el plan inteligentemente elaborado con la complicidad de los Hermanos Musulmanes que habían tomado el control de la plaza. La multitud fue reunida por un batallón de militares llegados de Suez, y al principio de la tarde izaron a los oficiales a la tribuna principal desencadenando una auténtica euforia general. Se cruzó la línea roja y la reacción no se hizo esperar. Esta vez el ejército actuó brutalmente.

En la noche del 9 de abril, poco después de las tres de la madrugada, la policía militar y las fuerzas especiales intervinieron para evacuar la plaza, cercando a los cientos de manifestantes y sembrando el terror a golpe de ráfagas de ametralladoras disparadas al aire y de golpes con ayuda de porras eléctricas. La plaza Tahrir se convirtió enseguida en un escenario de violencia urbana de una intensidad inusual: interminables disparos de advertencia, vehículos incendiados, lanzamientos de piedras contra los militares e incluso un oficial agredido por la masa colérica. Objetivo principal: apropiarse de ese grupo de militares a quienes la embriaguez popular calificó rápidamente de «libres». Balance de esa «noche azul»: 19 civiles y dos «oficiales libres» muertos, decenas de heridos… Todo ocultado rápidamente. Por la mañana la plaza estaba abierta al tráfico, ¡completamente limpia!

Como para ocultar su crimen -pero también para aterrorizar a los manifestantes- el SCAF lanzó una orden de arresto contra Wael Aly Ahmed Aly, un activista pacífico de la plaza Tahrir más conocido por el nombre de Wael Abuleil. Presentado como contrarrevolucionario a sueldo de Ibrahim Kamel, un hombre de negocios vinculado al clan Mubarak, Wael está acusado de haber empujado a la población a la revuelta contra el ejército y de esa manera haber provocado la muerte de los civiles aquella famosa noche del 9 de abril. Una acusación inventada de cabo a rabo y sin ningún fundamento.

En realidad Wael Abuleil es el prototipo del nuevo revolucionario del mundo árabe. Procedente de la clase media amenazada por la miseria, este ejecutivo de cuarenta años con estudios superiores es una persona independiente sin ninguna ambición política. Su carácter jovial y su paciencia a toda prueba atrajeron rápidamente la simpatía de todos esos jóvenes de las clases populares en busca de referencias. Como demócrata horizontal supo escucharles y responder a sus preguntas animándolos a reflexionar para dar un sentido a sus acciones. Sin olvidar su capacidad de organización logística debida a su experiencia en el sector turístico.

Por lo tanto no es sorprendente que se convirtiese en un blanco del SCAF, decidido a recuperar por cualquier medio el control de la calle. Detenido el 13 de abril justo después de una rueda de prensa donde anunciaba su rendición, Wael fue juzgado una primera vez y absuelto el 11 de mayo por el tribunal militar. Pero su calvario continúa: las personas a las que acusaron con él han sido liberadas pero a él lo mantuvieron arrestado y después volvieron a inculparle en el marco de un procedimiento criminal fabricado de cabo a rabo con la ayuda de falsos testimonios e informes abrumadores facilitados por… ¡la policía política! Un complot perfecto digno de la época estalinista destinado a ahogar el germen de cualquier desafío al régimen militar. El juicio de de Wael Abuleil comenzará el próximo 24 de octubre en la sala de lo criminal de El Cairo. Se arriesga a una dura condena de prisión, o peor, ya que el juez designado habitualmente para los procesos políticos, Abdelsalam Gom’a, dirigirá el Tribunal… ¡Y su reputación de «matarife» no permite augurar nada bueno respecto al resultado del juicio!

En semejante contexto, la defensa de Wael es un gran reto para todos los presos políticos que se pudren en las cárceles egipcias (unos 12.000 actualmente). Su caso debe convertirse en un ejemplo para la lucha de los derechos humanos y de las libertades democráticas en Egipto, y también en todo el mundo árabe donde miles de Wael se levantaron para que otro mundo sea posible. Únicamente una oleada de solidaridad internacional puede conducir a los carceleros a dejar pura y simplemente a Wael en libertad.

Para cualquier contacto y para saber cómo apoyar a Wael: [email protected]

Rabha Attaf y Fausto Giudice son periodistas independientes francófonos. Rabha ha sido enviada especial de la revista francesa Les Inrockuptibles en Egipto. Fausto es animador de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.

Fuente: http://blogs.mediapart.fr/blog/studiom/151011/egypte-wael-aly-symbole-de-la-revolution-confisquee