Como en la más famosa de todas las telenovelas, aquella que escribiera Felix B. Caignet y que se estrenara hace ya más de 70 años, y que mantuviera en vilo a los oyentes por muchos meses esperando ansiosos que Don Rafael del Junco develara un secreto que ya todos conocían, Don Rafael Trump -perdón, Donald […]
Como en la más famosa de todas las telenovelas, aquella que escribiera Felix B. Caignet y que se estrenara hace ya más de 70 años, y que mantuviera en vilo a los oyentes por muchos meses esperando ansiosos que Don Rafael del Junco develara un secreto que ya todos conocían, Don Rafael Trump -perdón, Donald Trump- habló, después de tener en ascuas a una parte del público norteamericano y de hacer esperar desesperadamente a esa parte tan especial de la emigración cubana y de la clase política de estadounidenses de ascendencia cubana que durante muchos años han hecho de la lucha contra Castro un buen negocio.
Fue como lucecitas montadas para escena. Habló en el tono apropiado para satisfacer a su «público» con el cual tenía esa deuda política, como pago al favor de haberlo apoyado y recompensa a Marco Rubio por «llevarlo suave» en el Comité de Inteligencia del Senado. Habló con la prepotencia típica del cowboy de aquellas películas de los años 40 y 50, en el lenguaje propio de la década del 60, con la ignorancia típica de él, respaldada en la «valiosa asesoría» de dos campeones de la derrota: M. Rubio y L. Diaz-Balart.
Sus palabras me recordaron la frase célebre del chofer de la guagua «avanzando hacia atrás, caballeros». Ciertamente el tono, la forma, la expresión y los argumentos develaban un sendero que puede conducirlo a la prehistoria. Recordemos también que se retiró del Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Más allá de las migajas repartidas a los asistentes al banquete, en realidad no enseñó mucho la bola y, como se sabe, el diablo está en lo detalles. Habrá que esperar ahora por la OFAC. Sin embargo, el Miami Trump Show me obligó a recordar ciertos pasajes de esta historia de las relaciones de Estados Unidos con Cuba y de las aspiraciones de sus administraciones.
A Eisenhower, sus brillantes asesores (en aquellos momentos estadounidenses) le propusieron -y el aceptó- un plan para derrocar a Castro en 16 semanas, mismas que se convirtieron en «semanas Manzanero plus». Kennedy aspiró a tomar Cuba con una invasión de cubanos «asesorado» por la CIA. Su sueño duró 72 horas, y se transformó en compotas para los niños de Cuba, gracias al intercambio por los mismos chicos de la 2506 que corearon ahora «iuesei». Luego, lanzar el bloqueo que hoy dura aún y que se ha convertido en esa pieza imprescindible de referencia a una política fallida, poco antes la «crisis de los misiles» que finalizara sin consecuencias, para bien de todos. Sus aspiraciones de enmendar el error de una política ya fallida, parece estar dentro de las causas de su asesinato.
Los subsiguientes Johnson y Nixon aportaron muy poca novedad. Carter introdujo alguna racionalidad, pero las siguientes administraciones republicanas repitieron el guion y usaron la política hacia Cuba como una carta de negociación de sus acuerdos de política interna. Bush padre, nuevamente mal asesorado, intentó aprovechar la desaparición del campo socialista y la URSS para forzar el efecto dominó. «Apretó la tuerca» con la Torricelly 1 y 2 e invitó a los chicos del Manuel Artime a poner el champaña en la nevera, mismo que después fuera consumido como duro frío.
El varón de los Clinton, en un alarde de defensa de la «democracia» firmó una ley neocolonial, la nuevamente recordada Helms-Burton y dejó el escenario listo para el bebé de los Bush, que no escatimó en asesores y programas endureciendo y condicionando, convencido de que él sí podría «derrocar a Castro». Luego Obama en su segundo mandato reconoció, públicamente y con una sonrisa en los labios, que todo había sido un gran desastre y las administraciones anteriores habían empleado demasiado dinero para obtener nada. Desembarcó con «la bestia» en Cuba y se convirtió en el primer presidente estadounidense, después de muchas décadas, que caminaba las calles de La Habana y se mojaba en un aguacero cubano. Fue así que llegamos al Obamaway, que se convirtió en el centro de los ataques del «grupo de los cuatro», y que ayer olímpicamente D. Trump echara atrás.
En todo ese tiempo la economía cubana ha transitado por diferentes etapas, con aciertos y desaciertos. Con «ayuda fraternal y solidaria» y sin ella, con algún comercio con Estados Unidos y sin ningún comercio con Estados Unidos, sin visitantes norteamericanos, pues no son técnicamente turistas, o con muchos visitantes norteamericanos –como ahora-, sin inversión norteamericana -ni antes, ni ahora, pues primero el bloqueo y luego la Helms-Burton se lo hacen casi imposible a las empresas estadounidenses. Con una relación fluida con la comunidad cubana residente Estados Unidos y antes con relativamente escasa relación con ella.
Cuba se encuentra en un profundo, complejo y sensible proceso de transformación económica, política e ideológica, y sin dudas, generacional. Ha sido el propio producto de una evolución, de una certeza de la necesidad de cambio, de modernización de la economía y la sociedad, así como de las instituciones. No fue ni es ese proceso la reacción a los cambios ocurridos en la política norteamericana hacia Cuba. Había sido pensado, discutido y comenzado a implementarse antes del Obamaway. La distensión en las relaciones con Estados Unidos se convirtió en una variable de signo positivo para eso propósitos, de la misma forma que la política de Trump acaba de cambiar el signo de la variable. Aun cuando hay que esperar los detalles, podríamos avanzar algunas cuestiones muy generales:
1- ¿Impactará directa y negativamente lo anunciado por Trump en el flujo de inversiones hacia Cuba?
No existen hoy en Cuba inversiones directas de Estados Unidos, aunque sí muchas intenciones. No debe esperarse un impacto negativo directo. Sin embargo, el enrarecimiento de las relaciones puede tener efecto disuasorio sobre las intenciones de inversión de otras compañías de terceros países. Este es un fenómeno ya conocido por Cuba: lo enfrentó durante toda la década de los 90 y casi los primeros catorce años de este nuevo siglo. La manera de amortiguar ese efecto es «facilitando» de mejor forma el establecimiento de los nuevos negocios, y esa necesidad es algo que el presidente Raúl Castro reconoció desde junio del año pasado y que todos esperamos se concrete lo antes posible.
¿Impactará lo dicho por Trump en los ingresos por turismo?
Es probable, pero en dependencia de cómo se instrumenten las «desideas» de D. Trump habrá márgenes. De hecho todavía hoy, la mayoría del turismo norteamericano adopta la modalidad de grupos organizados por agencias. Si bien es cierto que los visitantes procedentes de Estados Unidos son hoy el segundo gran mercado cubano, una parte sustancial de ellos, más de 300 000 son parte de nuestra comunidad residente en ese país y muy pocos van a hoteles cuatro o cinco estrellas.
La parte buena es que los anuncio-amenazas de Trump deben reafirmar en Cuba la idea de que diversificar mercados es una de las vías más sólidas de adquirir fortaleza estratégica. Solo quisiera recordar que República Dominicana es hoy la segunda plaza turística del Caribe y no es el mercado estadounidense su principal emisor. Esa «nueva vieja política» puede, sin embargo, tener un impacto negativo en el corto plazo en el ingreso turístico. Pero no hay que anticiparse a lo que OFAC decida.
No parece tampoco que vaya a tomar medidas restrictivas respecto a la comunidad de residentes cubanos en Estados Unidos, por lo que no debe esperarse una disminución sustancial del flujo de remesas, estimado por algunas agencias entre 2 500 y 3 500 millones de dólares anuales. De todas formas los incrementos en el volumen total de ese flujo es predecible se reduzcan en tanto la migración cubana hacia Estados Unidos debe disminuir debido a la eliminación de la política de pies secos / pies mojados.
¿Y entonces?
El enrarecimiento de las relaciones siempre tendrá costos, aun cuando se mantengan las Embajadas. La imprevisibilidad de Trump ya está generando esos costos para muchos países, incluyendo a Estados Unidos, y la «deuda de gratitud» del presidente con Rubio es un factor no despreciable en la ecuación de las relaciones con Cuba.
Mientras, los senadores republicanos y demócratas claman por lo derechos olvidados de sus electores y las posibles ganancias que dejarán de percibir las compañías de sus estados, The New York Times se esfuerza por demostrar no solo el cinismo, sino también el gran paso atrás de D. Trump; Engage Cuba desde antes exponía los daños en ingreso por exportaciones, empleo, turismo… De manera unánime todas las personas dignas rechazan la decisión de retroceder.
Pero nada de eso cambiará la decisión Rubio-Trump. Los cubanos, y no solo quienes vivimos en Cuba, tendremos que sacar de nuestros escaparates aquellos recursos que ya una vez utilizamos para sobrevivir a políticas parecidas. Pero esto no basta: Cuba tendrá que hacer más porque potenciar sus fortalezas será la clave del éxito.
Concentrémonos en ellas, y en todo lo que hay que hacer, en la necesidad de mejorar la economía, en lo perentorio de que las empresas estatales cumplan su rol, en estimular el crecimiento de las cooperativas y regularizar la situación de lo llamados «cuentapropistas» convirtiéndolos en pequeños empresarios. Hagamos más eficiente el gasto fiscal, reduzcamos el aparato burocrático innecesario, mejoremos los incentivos en los sectores decisivos, incentivemos la producción de la riqueza nacional desde todos los sectores, generemos incentivos para que ciencia y científicos puedan contribuir mejor a la prosperidad deseada y se sientan prósperos, facilitemos a los inversionistas extranjeros abrir inversiones en nuestro país… Todos estos propósitos están contenidos en los documentos aprobados por el Parlamento cubano casi un mes antes del discurso de Trump. Si se cumplen, entonces asistiremos al fracaso de la política de D. Trump.
Fuente: http://oncubamagazine.com/columnas/y-por-fin-don-rafael-hablo/