En 1895 se acerca el fin de la corta pero intensa vida de José Martí. En ese año fracasa, por delación a las autoridades norteamericanas, el Plan de Fernandina. Remite a Juan Gualberto Gómez la orden de alzamiento armado. Se inicia la guerra contra España el 24 de febrero. Viaja a Santo Domingo y firma […]
En 1895 se acerca el fin de la corta pero intensa vida de José Martí. En ese año fracasa, por delación a las autoridades norteamericanas, el Plan de Fernandina. Remite a Juan Gualberto Gómez la orden de alzamiento armado. Se inicia la guerra contra España el 24 de febrero. Viaja a Santo Domingo y firma el 25 de marzo el Manifiesto de Montecristi. Escribe su carta a Federico Henríquez y Carvajal, considerada su testamento político. Sale en compañía de Gómez, y otros cuatro patriotas hacia Cuba. Desembarca por Playitas de Cajobabo el 11 de abril. El 5 de mayo se produce el encuentro con Gómez y Maceo. En el período del 14 de febrero al 17 de mayo escribe los Diarios conocidos como de Montecristi a Cabo Haitiano y de Cabo Haitiano a Dos Ríos. Escribe el 18 de mayo su carta inconclusa a Manuel Mercado, de carácter antimperialista. El 19 de mayo cae en combate en Dos Ríos, y su cadáver es capturado por los españoles, que lo trasladan y entierran en Santiago de Cuba. Tenía cuarenta y dos años, tres meses y veintiún días de edad.
En las misivas de Martí durante los cinco meses que le quedan para dar remate a la obra cardinal de su vida: librar la guerra definitiva por la independencia de Cuba, la llamada guerra necesaria, desfilan todas las grandes ideas y sentimientos que han sostenido la armazón compleja de su existencia.
Se pone de manifiesto su trabajo febril de organización de la Revolución en todos sus detalles, la fe y confianza que trata de transmitir a sus compañeros, la declaración de su voluntad de servir y de cumplir con su deber, que constituyen la razón de ser de toda su vida. He aquí las confesiones de Martí:
A Antonio Maceo, convocado con Gómez, para el inicio de la guerra, escribe a principios de enero: «[…] ¿Y yo? O todo estalla a mi alrededor, o cuando Vd. esté leyendo esta carta, ya yo me le habré adelantado en el camino. Y así le cumpliré lo que le dije: a nada lo expondré a que no me exponga yo, ni gozaré de más seguridades de las que Ud. goce.
… Siempre estaremos de la misma parte en la pelea por levantar a los cubanos al decoro de la libertad».
A Juan Gualberto Gómez, patriota encargado de transmitir la fecha del alzamiento en el interior de Cuba, escribe: «[…] Ése es mi primer pensamiento. Ayudar, sí. Oprimir, o encabezar a la fuerza, no. Lo que yo creo, luego lo diré, aquí mismo. Pero antes sepa esa decisión fundamental. […]
[…] No teman desmayos, ni esperas injustas. Andaremos como la luz».
¡Qué hermosa imagen literaria y simbólica sobre sus pasos de preparación de las batallas por la redención del hombre y del pueblo! ¡Qué hermoso símil para describir la misión de los hombres generosos: «¡Andaremos como la luz!»
En cartas diversas manifiesta confesiones claves sobre su estado de ánimo y su apreciación de cómo marchan los preparativos revolucionarios. Un hombre necesitado de amor confiesa al final de su vida: «Siento cariño justo». Un hombre que encabeza el movimiento libertador cubano, afirma: «Estoy levantando la Patria a manos puras». Un hombre que arde en sus ansias por echar a andar la «guerra necesaria», convoca con palabras de profeta: «Si es preciso, háganlo todo, den la casa. No me pregunten. Un hombre como yo, no habla sin razón este lenguaje.»
En medio de las dificultades naturales que encuentra la Revolución en su camino, y la conmoción lógica que esto produce en los hombres que la llevan adelante, Martí alienta con optimismo y argumentos contundentes «en estos días de deber y de honor», en que le han dado pruebas de las virtudes más extraordinarias. Y lanza su reclamo decisivo: «Júntense».
Entre el cúmulo de las actividades de alta responsabilidad política, de la tarea colosal de unir a las personas y a sus voluntades en un objetivo común, Martí halla tiempo para comunicarse con las niñas María y Carmen Mantilla, a quienes quiere como a hijas. A María envía una declaración de principios humanos que se sintetiza en la frase: «Quiere y sirve. Así te querrán y te querré». Por otra parte, a Carmen, enfatiza: «Tú sabes que la pureza y la lealtad son la dicha única».
En carta a Gonzalo de Quesada, de fecha 3 de febrero, que bien pudiera considerarse su testamento íntimo, se conjugan sus querencias personales con los destinos supremos de su existencia. En ella están implícitas las ideas del mejoramiento humano y en forma realista y presentida, las alternativas a la que aboca su propia vida en forma inminente: «Si vuelvo, para nuevas luchas, recíbanme con una sonrisa. Si no vuelvo, será la hora de enseñar a la niña a que junte sus manecitas para que vuelva a los cobardes el valor, y junte yo a los hombres en la paciencia y la piedad.»
«Si no vuelvo», fue la parte cumplida del vaticinio, tras su muerte en combate, o sea, la hora de dar valor, paciencia y piedad a los hombres.
Pero ahora es la nostalgia de cariño familiar, de hacerse presente en el corazón y el recuerdo de sus seres queridos, de dar noticias de sus nuevos encuentros, de querer extender la bondad a fuerza de cariño: «Haz algo bueno cada día en nombre mío», escribe a la niña María Mantilla.
Se acerca el inicio de la guerra, los días de la guerra que ha soñado, planificado y organizado, y que está a punto de desatar. Y barrunta en estos caminos sangrientos, «la pelea rabiosa de los hombres», o sea, los conflictos que puedan ocurrir y teme. Pero en medio de los presagios azarosos, pronuncia y reafirma la opción victoriosa, cualquiera que sea la alternativa: «Bien, si nos vemos. Y si no, bien también. Para nosotros no hay derrota».
Y ha comenzado la guerra el 24 de febrero. A impulsos de sus jefes, el pueblo de Cuba abraza de nuevo a su causa santa, la revolución, para hacer realidad su aspiración de ser libre e independiente. Martí está convencido de que «sólo empujan el ejemplo, y el éxito». Por eso insta y alienta el próximo y planeado arribo a tierras cubanas de Gómez, de Maceo y de él mismo. Y deja una consigna para los grandes tiempos de peligros con el enemigo acechándonos a cada paso y justo al frente. «Hoy es el gran trabajo: unanimidad, solemnidad, magnanimidad, precisión. Que en todo vaya esto».
Al fin llega la hora de la despedida más dolorosa de todas. El adiós es un acto de infinito amor filial: «Yo sin cesar pienso en Ud.» También es un acto de inmensa lealtad con su destino: «El deber de un hombre está allí donde es más útil». Bella y doliente carta, arrancada a un corazón impaciente en los trascendentales momentos en que se dispone a viajar hacia la patria y la gloria.
«Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.
Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza».
Y a la hora de la despedida, también llega la oportunidad a los hermanos. Al dominicano Federico Henríquez y Carvajal va su carta-testamento político, una declaración de principios humanos y políticos que universaliza su obra. «Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí ya es hora», escribe. También a Gonzalo de Quesada, a Benjamín Guerra y a Estrada Palma hace llegar sus previsiones y su valoración sobre las circunstancias personales que prevalecen en medio del torbellino de los acontecimientos históricos que están en marcha. «Voy con la justicia», afirma. Y es como si marchara con un talismán invisible que le abrirá los valladares físicos o espirituales.
«Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra: si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria. […] De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo.»
Y cuando llega la hora de pensar en su obra escrita y en los libros que han sido compañeros confidentes a lo largo de los años, escribe a Gonzalo de Quesada su carta-testamento literario, para aconsejar el ordenamiento de sus obras a fin de su posible publicación futura. También indica lo que debe hacerse con sus libros. Y todas estas líneas llevan el mensaje de padre a hijo, justo en el momento que percibe que la muerte es probable y que parece escucharla por sobre el estruendoso galopar de los caballos desbocados en la guerra.
Y, al fin, también la carta desgarradora a su hijo. Corta como un beso y un abrazo que las circunstancias le ponen apuros. Y al principio y final de un adiós que será para siempre, dos pedidos paternos conminatorios: uno, velado, contenido en su «salgo sin ti cuando debieras estar a mi lado». Y otro manifiesto en su escueta frase: «Sé justo». Con los dos mandatos cumplió su hijo, que más tarde se incorporaría a la guerra.
«Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en tí. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo».
Y cuando se trata de confesar querencias, de hablar con dulzura de las cosas de este mundo, de soñar despierto mientras recorre un camino a la vez placentero y escabroso, va regando cariños con las artes de un mago y va cosechando cariños con la tenacidad de un agricultor.
A la niña María Mantilla, escribe: […] Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro -el libro que te pido- sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres.-Trabaja.»
Y cuando ya está cerca de ver cumplidos sus sueños de pisar la tierra cubana y alzar a su pueblo hacia la conquista de su libertad e independencia, Martí escribe a Benjamin J. Guerra y Gonzalo de Quesada.
«[…] A mi alrededor, como van viendo todo se encariña y unifica y ese es alivio grande. Estos días han sido útiles y me siento creído. No puede ser que pasen inútiles por el mundo la piedad incansable del corazón y la limpieza absoluta de la voluntad. Quiero, y veo con creciente ternura, el sacrificio pleno y sencillo que me acompaña.»
Ha puesto los pies en Cuba el 11 de abril. Es un lugar inhóspito Playitas de Cajobabo en Baracoa, pero los seis expedicionarios llegan al fin al paraíso terrenal que es parte de sus sueños libertarios. Martí comienza a vivir su vida más plena. «Hasta hoy no me he sentido hombre», confiesa. Y a partir de ahí va trasmitiendo las noticias de sus ánimos acrecidos, de sus alegrías desbordantes, de sus sueños realizados, de sus actos, hechos y propósitos. Son los días que llevan su vida como en alas por sobre de las caminatas, los encuentros, los combates, el paisaje agreste y la calidez acogedora de la campiña insurrecta.
«Voy bien cargado, mi María, con mi rifle al hombro, mi machete y revólver a la cintura, a un hombro una cartera de cien cápsulas, al otro, en un gran tubo, los mapas de Cuba, y a la espalda mi mochila, con sus dos arrobas de medicina y ropa y hamaca y frazada y libros, y al pecho tu retrato.»
En circular a los hacendados expresa con firmeza algo que debe ser también legado consustancial para «la patria con todos y para el bien de todos» que ha decidido fundar: «Duele tener que hacer la guerra para conquistar la independencia y la honra de la noble Nación Cubana, y hacerla poniendo en vigor leyes penosas, pero necesarias.
«Todo el que respete la revolución será respetado por ella. Todo lo que sirva a los enemigos de la revolución, será destruido por ella.»
Y ha seguido su marcha, con Gómez al lado, insuflando vida a la Revolución, agitando el proceso de desarrollo de esos momentos y planeando con celo y previsión su rumbo futuro.
En las líneas escritas para la intimidad en su Diario de Campaña, como en las cartas escritas en este período, se nos presenta la figura del hombre que presiente como cercanos, posibles y reales, los sueños e ideales que han guiado toda su vida. Y marcha hacia la guerra, hacia el corazón de su pueblo, hacia la muerte y hacia la inmortalidad.
Y en un alto del camino es la hora de conversar con su hermano mejicano Manuel Mercado. Y en esta carta inconclusa que iniciara un día antes de su muerte, vuelca las ideas que han sido norte y han dado sentido a su vida. Es una carta al estilo de la que hiciera dos meses antes al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, y junto con ésta debe formar parte de su testamento político. Aunque inconclusa es concluyente el pensamiento expresado sobre su visión de la Revolución Cubana como instrumento formidable de la liberación de Cuba y de América y de su carácter antimperialista y de su papel personal dentro de la Revolución. Sobre todos estos temas medita y escribe el 18 de mayo, la víspera de su caída en combate, ocurrida el 19 de mayo de 1895.
«[…]; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.»
Ese día, en Dos Ríos, provincia de Oriente, cayó el líder de la revolución independentista, que había sido ascendido, por sus méritos acumulados, en reunión de Jefes de la Guerra, al grado militar de Mayor General, poco después de su desembarco. Allí cayó después de librar su primer y único combate en la guerra necesaria que organizara y dirigiera con las manos de un artista, la inteligencia de un genio, la pasión y estoicismo de un espíritu indomable de guerrero, y la visión y predicción de un visionario de los tiempos futuros de su patria y del mundo.
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