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Ya no hay más verdad que la que arde

Fuentes: Rebelión

En un intento desesperado por acabar con la poca sensatez que quedaba en el mundo, los medios de comunicación lanzan bombas de información envenenada sobre una población ávida de respuestas. La gente ya no se fía del sentido común, quiere soluciones rápidas y eficaces, pero sobre todo contundentes. Y dentro de esa contundencia es donde debemos enmarcar la palabra «ecolojetas» para definir a los ecologistas cada vez que sucede una tragedia que afecta tanto a humanos como al medio natural.

Que nadie se equivoque, quienes con tanta vehemencia consideran que dejar crecer el monte a su aire es un peligro para el monte, en realidad lo que están deseando es que no exista el monte. A estas personas les gustaría que todo fuera una pradera, tanto si es para que coman hierba las vacas que dan leche semidesnatada como para ver el horizonte despejado a bordo de un todoterreno que surca el mar del verdor de sus fantasías.

Millones de litros de gasoil para desbrozar millones de hectáreas inútiles o mal aprovechadas. Millones de cabras no dejando brote sin cabeza. Millones de litros de agua para regar las praderas en las montañas. Millones de estupideces que tienen como fin acabar con la escasa lucidez biodiversa que habita en el planeta. Este es el futuro que nos espera, según los ingenieros de la experiencia que en airada cruzada también se han lanzado a gritar que estamos rodeados de maleza y que si no se quema hoy se quemará mañana.

¿Pero de verdad se ha quemado solo lo que no estaba pastoreado? No sé qué hacían, entonces, las vacas en las montañas de Sanabria. Habrá que hablar con ellas y que trabajen duro, que para eso sus dueños cobran ayudas de Europa.

Me pregunto si, además de los ganaderos ávidos de territorio, agricultores imprudentes, cazadores psicópatas, algún que otro bombero no contratado y un dominguero que no sabe que no hay que asar chuletas en espacios abiertos, no será la suma de todas las ocurrencias de los ingenieros de bar una de las principales causas de los incendios. Con tanto repetir que el monte sobra no me extrañaría que haya quien, siguiendo instrucciones, decida borrarlo de la mejor manera conocida.

Pero no solo los ingenieros forestales de la experiencia, de bar y de carrera –que aparte de ordenar en filas las coníferas y los eucaliptos no logro imaginar qué función tienen–, también los mismos políticos que no se enteran de quién tiene la responsabilidad política cada vez que no se para a tiempo un incendio, y sobre todo los periodistas de las redes y de los grandes medios, que desde la más absoluta libertad de prensa tratan de desviar el problema diciendo que la culpa es de los ecolojetas –aunque no siempre empleen esta palabra–, todos ellos y algunos más están empeñados en calentar el ambiente alentando la cultura popular, ya de por sí muy arraigada, que considera a los bichos enemigos y a los paisajes lugares donde extraer riqueza. Así nos va.

No cabe esperar nada, tampoco, del pueblo que salva al pueblo, a pesar de que ciertos sectores ruralistas se empeñen en edificar héroes donde no hay más que vacío. Ese cáncer llamado opinión tribal, se manifiesta de forma virulenta en las redes, y hoy las redes son la verdad absoluta impuesta a golpe de reenvío o de respuesta repetida mil veces. Es inútil contrarrestar a tanto imbécil gritando por todas partes que son los ecologistas los que no dejan cortar nada o que por culpa de ellos los ríos ya no son lo que eran. Por más que les expliques que si quieren que se limpie algo que lo reclamen a sus dueños y a sus administradores –que son los mismos a los que luego votan–, siguen ladrando y ladrando por todos los rincones de la www. Es preciso hacerles frente, sí, pero sin perder la paciencia, no sea que nos ahogue el mal aliento que desprenden sus pensamientos neurofóbicos y, en consecuencia, irracionales.

Es obvio que el ecologismo activista –y no estoy hablando de grupos ecologistas que defienden una ganadería extensiva sin límites y el paisaje ajedrezado y otras muchas alteraciones industriales de carácter energético– siempre va a estar al lado de las víctimas cuando hay un incendio, es decir: de las personas afectadas, de los bichos y de las plantas que desaparecen; y esto es lo que realmente les fastidia a quienes se empeñan en descalificarnos, que nos duela que otros seres sufran innecesariamente y que la vida sea atacada en lo más íntimo. Pero su odio es nuestra fortaleza, y también esto debemos decirlo.

Quienes no nos dejamos arrastrar por arengas y soflamas oportunistas seguimos pensando que, a pesar de que el monte es monte, la solución pasa por la defensa y no por la prevención a secas, al menos no esa prevención de cortar el brazo a quien le duele la mano. En cualquier caso, la naturaleza no se previene, salvo que acabemos con ella, pero sí es preciso defenderla en contra de individuos de nuestra propia especie que, precisamente, se pasan la vida diciendo que el monte hay que limpiarlo. El cáncer somos nosotros, los humanos, y ya que no podemos extirparnos, tal vez lo mínimo que podíamos hacer es reconocer el daño y repararlo.

No, los ecolojetas no somos urbanitas de conciencia ni estamos en contra de la gente del campo. Tampoco queremos saber más que nadie en temas de ecología, faltaría más. Pero que nos digan que los leñadores saben más de árboles que quienes los defienden es tratarnos de idiotas, sinceramente.

No, tampoco los ecolojetas negamos los problemas asociados a la despoblación, pero si alguien se toma la molestia de revisar los mapas de los vuelos americanos de los años 50 podrá comprobar que la despoblación permitió tener la riqueza natural que tenemos en España. ¿Y ahora qué, debemos ponerle freno para que regrese la población a lo rural o debemos solicitar los servicios básicos que a lo rural le corresponden con pleno derecho para que sea posible la convivencia entre los seres vivos y el ser humano de la inteligencia artificial?

Sobre este punto, hablen con los alcaldes de la España despoblada o con los presidentes de las juntas vecinales, que en han construido una especie de mafia de aldea que controla intereses muy particulares, a favor siempre de ganaderos de lo intensivo y extensivo, cazadores y gerentes de cotos privados o, con algo de suerte, empresas de macrorenovables, biomasa o biometano. Sí, hablen con ellos y soliciten una vivienda en desuso de propiedad municipal, y pidan empadronarse para obtener leña de las suertes, y luego me cuentan, para reírnos un rato. Y no, no es preciso que para llevarse una decepción con esto sean ustedes africanos.

Hace poco Spanish Revolution colgaba en su redes la imagen de un árbol vivo rodeado de vegetación quemada. Debajo del árbol unas tiernas vacas. Y en el pie de foto: «Bajo su sombra, once vacas descansan ajenas al infierno que arrasó todo a su alrededor. No es milagro: es naturaleza cuidando de la naturaleza. Ellas comieron la hierba que podía arder, y ese árbol sobrevivió. Un símbolo de esperanza, pero también una advertencia: o cuidamos el monte todo el año (con pastoreo, limpieza y prevención) o seguiremos llorando vidas humanas y animales cada verano».

Lo que no contaba Spanish Revolution en sus redes es que las vacas habían llegado después del incendio y que si el árbol no había ardido era porque era un árbol destinado al sesteo, es decir, que el suelo más próximo al árbol no tenía más vegetación que la de una plaza de cemento.

Este es el nivel de los bulos que están circulando: fotos trucadas acompañadas de ideas que ponen el foco de la culpa en la propia naturaleza, la cual, al parecer, sin los humanos no es nada. ¿Paternalismo mágico o simpleza intelectual?

En lugar de esa foto deberían haber puesto una cualquiera de tantas que demuestran que los bosques sucios –y no las plantaciones para extraer madera– son capaces de resistir al fuego y hacerles frente, incluso cuando se encuentran rodeados de estas plantaciones. En lugar de esa foto, se podría ilustrar la precariedad de los medios de extinción y señalar la inoperancia de dispositivos maltrechos y centralizados, incapaces de abordar problemas en la periferia. En lugar de esa foto, se podría colocar la de los responsables políticos que deciden contentar a la población con subvenciones taurinas y otras pamplinas, en vez de crear auténticos cuerpos de bomberos forestales administrados desde lo público. 

Pero la verdad asusta, asusta tener que reconocer que nuestra especie sigue actuando con una insoportable inmadurez que solo es capaz de sembrar la destrucción a su alrededor. Y por esto adoramos las vacas que dan leche y carne, porque ellas son nuestro alter ego en la naturaleza. Venga, vamos a pastar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.