Según recientes informes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hacia finales de 2021, 277.000 yemeníes habrían muerto desde el comienzo de la guerra iniciada por Arabia Saudita en marzo de 2015. Dicho informe no especifica cuántas muertes se produjeron desde la asunción de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos el 20 de enero del año pasado hasta la fecha de la conclusión del informe, ya que el nuevo mandatario había llegado a Washington con la promesa de exigir a Riad que pusiera fin al genocidio.
Biden, durante su campaña electoral, había anunciado que quitaría todo apoyo a las operaciones del reino wahabita para derrotar a la resistencia yemení conocida como Ansar- Allah (partidarios de Dios)o también hutíes, en honor a su fundador Husein Badrudin al-Huti, muerto en combate por el ejército yemení en 2004, que a pesar de la gigantesca coalición que respaldó a Riad en 2015, entre los que se incluyen los Estados Unidos, Reino Unido, Israel, las monarquías del golfo y un cúmulo de naciones musulmanas no los han podido derrotar, sino todo los contrario. La coalición chií-sunita atormenta el sueño de la casa Saud golpeando con sus drones cada vez más cerca de Riad tras haber producido demoledores ataques a las más importantes refinerías del sur saudita afectando el suministro de petróleo a nivel mundial.
Si los dichos del entonces candidato demócrata fueron sinceros o solo un artilugio electoralista no lo sabemos, pero lo que sí saben muy bien los sauditas es cómo controlar cualquier intención renovadora en la ya larga alianza entre el Reino y los Estados Unidos. Entonces, en octubre pasado, Washington no tuvo más opción de anunciar un contrato militar de 500 millones de dólares con Riad que incluye apoyo técnico a los helicópteros de ataque que utiliza el ejército saudita en las operaciones contra los hutíes.
Así, mientras la catástrofe humanitaria se profundiza, los negocios siguen siendo los negocios, a pesar de que la ONU ha calificado la situación del pueblo yemení como la peor del mundo, al borde de un desastre humanitario que pone en juego la vida de millones de personas. Poco antes de las últimas navidades el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas anunció un recorte obligatorio de la ayuda que brindaba en Yemen, dada la falta de fondos. En septiembre la misma organización había informado de que 16 millones de yemeníes se encontraban al borde de la hambruna.
Si bien históricamente Yemen ha sido el país más pobre de la Península Arábiga, donde se registraban tasas de pobreza cercanas al cincuenta por ciento, en la actualidad después casi siete años de guerra continua en que la aviación saudita -algunas fuentes insisten en que los aviones F18 de fabricación norteamericana utilizados para esos ataques son operados por pilotos israelíes- ha golpeado de manera constante las zonas urbanas y de producción yemeníes, por lo que la pobreza se han incrementado entre un 75 y un 80 por ciento, dada la devastación sufrida en la infraestructura en general, servicios públicos, alcantarillados, redes de agua, siempre escasas y ahora inexistentes, además de que tanto escuelas como hospitales se convirtieron en el objetivo principal de esos ataques. En este marco de situación la ONU ha advertido de que el país se encuentra rumbo a convertirse en el más pobre del mundo.
Según Hans Grundberg, el enviado especial de la ONU, en su último viaje a ese país registró que el conflicto se encuentra en uno de los momentos de mayor virulencia.
Los ataques de la coalición invasora contra el aeropuerto de Saná, la capital yemení, bajo control de los hutíes, en diciembre último han impedido la llegada de los vuelos de ayuda, aunque el mando rebelde ha insistido en que estaban dadas las condiciones de seguridad para reiniciar esos vuelos que hasta ahora no se han reanudado.
Según David Gressly, el coordinador humanitario de la ONU para Yemen, las tripulaciones de vuelos humanitarios han informado de al menos diez casos en los que no pudieron contactar con la torre de control aéreo de ese aeropuerto, ya que las comunicaciones eran “poco claras” y dada la peligrosidad de la situación esos vuelos fueron abortados. Según el funcionario los equipos de la torre de control están obsoletos, por lo que habría que importar nuevos. Una operación que la situación hace prácticamente imposible, ya que los sauditas “no han autorizado la transferencia, a pesar de varias solicitudes de las Naciones Unidas”.
Otro de los elementos que ha provocado el agravamiento de la actual situación ha sido la disgregación de fuerzas en la coalición saudita. Desde hace más de un año las relaciones entre Riad y su principal socio en esta aventura, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), son prácticamente nulas, ya que en 2019 los Emiratos han retirado sus tropas y siguen, como desde 2017, alentando la secesión del sur del país, dando espacio para el surgimiento del Consejo de Transición del Sur a pesar de la negativa saudita.
Por otra parte hacen su guerra operando a veces por libre y en la mayoría de las oportunidades junto a la coalición invasora khatibas, perteneciente a al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) y al Dáesh, que no desaprovechan oportunidad para ganar terreno, expandir sus redes y sumar nuevos muyahidines, siempre teniendo como objetivo principal infiltrarse en Irán, a tiro de piedra del conflicto, y el gran enemigo a vencer no solo por el reino saudita, sino también y fundamentalmente por el enclave sionista y los Estados Unidos.
Marib, el nombre de la batalla
El príncipe heredero del reino saudita Mohamed bin Salman (MbS), más conocido en el mundo por ser el dueño del Newcastle inglés que por ser el mayor responsable del genocidio yemení, tiene poco que mostrar a su pueblo para justificar los miles de millones de dólares que ha invertido en esa guerra de donde si no consigue una victoria urgente, lo que es altamente improbable, saldrá totalmente derrotado ya no solo en lo militar, sino también y fundamentalmente en lo político ya que su país, que siempre ha sido el pilar de la alianza de las monarquías sunitas del golfo, se ha empezado a desquebrajar al tiempo que hacia el interior del reino las voces de protesta suenan de manera cada vez más desembozada, más allá del aceitado aparato represivo que ha imperado históricamente en el reino logrando la perpetuación del régimen, el cual acentuó sus medidas represivas a partir de una serie de acontecimientos en 1979, como la toma de la Gran Mezquita de la Meca, el corazón del Islam, por un grupo de oficiales y militantes fanáticos que consideraban que los Saud estaban violando los preceptos del Corán, casi en el mismo momento que triunfaba la Revolución Iraní, un “pésimo” ejemplo para el mundo árabe.
En prevención de males mayores, el régimen de Riad está buscando de manera desesperada una salida mínimamente decorosa, como lo han hecho ya la mayoría de sus socios.
La ofensiva contra en la ciudad de Marib en el centro norte del país, rodeada de llanuras áridas, solo arenas y matorrales, es el último bastión importante que todavía mantienen las fuerzas yemeníes pro-Riad, se ha iniciado hace casi un año y hoy parece una batalla congelada, ya que los avances son mínimos pero a un altísimo costo de vidas. Desde junio último los rebeldes han perdido cerca de 15.000 hombres mientras sus defensores, sin reconocer el número de bajas, han admitido que de no contar con el apoyo aéreo de la coalición invasora la ciudad habría caído hace muchos meses.
En medio de la batalla millones de vidas están en juego, la ciudad que no llegaba a los 20.000 habitantes hoy sobrepasa el millón de almas que han llegado allí huyendo de los combates. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) existirán unos 137 campamentos de desplazados en la ciudad y sus alrededores. La ciudad sitiada, que se encuentra a unas cinco horas de auto de la frontera con Arabia Saudita, es el corazón de la industria petrolera yemení, de ahí su importancia y quizás su caída finalmente decida el rumbo final de la guerra.
Se ha insistido hasta el hartazgo en el apoyo que Teherán han dado a hutíes de mayoría chiíta desde el comienzo de la guerra, aunque más allá de las denuncias constantes del Departamento de Estado, ni la CIA, ni el Mossad han podido recabar pruebas concretas acerca de esa asistencia, aunque de ser cierta la versión habría que preguntarse cuál sería la razón de que Irán no pudiera socorrer a sus hermanos en una guerra monumentalmente asimétrica, la que no han iniciado y en la que han dado vuelta su curso.
En lo que prácticamente era considerado un desfile militar por su principal responsable el príncipe Mohamed que no solo no han podido vencer, sino que gracias al valor de los hutíes han logrado llevar la guerra desde la agonía inicial al inminente éxtasis final de la victoria.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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