Quizás nunca sepamos los puntos del acuerdo a los que había llegado el ex presidente Alí Abdullah Saleh con el reino saudita, para lo que el último viernes hizo pública la traición a sus aliados chiíes del movimiento Ansarolá (partidarios de Dios), más conocidos como Houthís aunque ahora si conocemos sus secuelas: Saleh está muerto […]
Quizás nunca sepamos los puntos del acuerdo a los que había llegado el ex presidente Alí Abdullah Saleh con el reino saudita, para lo que el último viernes hizo pública la traición a sus aliados chiíes del movimiento Ansarolá (partidarios de Dios), más conocidos como Houthís aunque ahora si conocemos sus secuelas: Saleh está muerto y la guerra en Yemen, se vuelve a profundizar.
El movimiento Houthi, por su líder el Jeque Hussein Badreddin al-Houthi (asesinado en 2004, por las fuerzas de Saleh, a quien ha sucedido su hijo Abdul-Malik al-Houthi), no ha permitido la nueva traición y ejecutó a Saleh en plena fuga.
Al ex dictador entre 1978 y 2012, tiempo donde campeó la corrupción y el nepotismo, lo que no impidió que grandes sectores de la sociedad, particularmente en el norte, lo siguieran acompañando. Mantuvo seis guerras la comunidad chií entre 2004 y 2011, y su caída en 2011 fue uno de los tantos «daños colateral» de la Primavera Árabe, al igual que el egipcio Hosni Mubarak, que quienes la diseñaron y ejecutaron (Estados Unidos, Reino Unido, Francia e Israel), no pudieron prever, aunque sí ellos pudieron defender sus intereses haciendo un enroque con el entonces vice presidente Abdu Rabbu Mansour Hadi, que había ocupado la presidencia en 2012 y tras su renuncia, ya iniciada la guerra civil en 2014, escapó a Arabia Saudita, donde en un extraño minué, fue obligado a reasumir el cargo, para solo darle cobertura legal a sus anfitriones que se lanzaron a una de las guerras más hipócritas e injustas que se recuerden.
Saleh, de la tribu Hashid, nació 1942 en Beit al-Ahmar, cerca de la capital Sanaa. Tras un atentado en junio de 2011, cuando un artefacto explosivo detonó en la mezquita del palacio presidencial, donde varios de sus colaboradores murieron, el entonces presidente resultó gravemente herido, por lo que debió ser trasladado con urgencia a Arabia Saudita para recibir tratamiento médico. Tras ello renunció y quedó exiliado en Riad. Saleh nunca estuvo de acuerdo con aquel enroque, sabiendo que Mansour Hadi se aferraría al cargo con la misma pasión que él mismo lo hizo por casi 34 años. El autócrata contaba para su sucesión con Ahmed Abdulá Saleh, su hijo mayor, entonces jefe de la Guardia Republicana hasta 2014, y quien cuenta hasta hoy una gran popularidad entre los seguidores de su padre, lo que podría convertirlo en la gran opción de occidente, para deshacerse de su Mansour Hadi, que sigue en Riad, haciendo de cuenta que ocupa el cargo de presidente y renovar así las caras pro occidentales de la guerra en Yemen.
Saleh se vio obligado, para no pasar al olvido, a aliarse con sus históricos enemigos, los Houthis, que desde antes de los arteros ataques sauditas, que comenzaron en marzo de 2015, combatían en tres frentes, las fuerzas residuales del presidente Hadi, al-Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) y una membresía del Daesh. La alianza Houthis-Saleh, a pesar de haber sido enemigos jurados, benefició a ambas partes ya que Saleh pudo utilizar el poder de fuego y la estructura militar de los houthís, mientras la organización chií se benefició con el uso de la fina red de inteligencia y seguridad que tejió Saleh durante su dictadura.
El ex presidente que llegó al poder del entonces Yemen del norte, en 1978, tras un golpe de estado, supo dirigir con mano firme y la ayuda del Departamento de Estado norteamericano la unión en 1990, con Yemen del Sur, por entonces un país aliado del bloque soviético.
Sin duda, esta repentina conversión de Saleh a la causa saudita, como también la purga en Arabia Saudí, llevada a cargo por el príncipe heredero Mohámed bin Salmán, la extraña renuncia del Primer Ministro del Líbano, Saad Hariri, quien también volvió a su cargo tras la intervención francesa y la peligrosísima decisión de Donald Trump, de declarar a al-Quds (Jerusalén) tercer lugar sagrado del Islam, capital del enclave sionista. Tiene todo una misma raíz, la derrota de la entente internacional contra Siria, los fuertes reposicionamientos internacionales de su presidente Bashar al-Assad, del presidente ruso Vladimir Putin e Irán, este último país que se yergue como estandarte de la causa palestina, al tiempo que puede ser factor de unión de la comunidad islámica, unos 1700 millones de almas.
La muerte de Saleh se convertirá en factor clave para justificar las acciones terroristas de la aviación saudita, que tras conocerse la muerte de su posible aliado, inició una campaña de bombardeos que en más de más 30 ataques aéreos mató a unas 300 personas en Sanaa, la capital y sus alrededores. Para después prolongar el raid hacía provincias del norte del país, Taiz Haja, Midi y Saada. También fueron objetivos de los ataques la casa del ex presidente Saleh y la de unos de sus hijos y un sobrino que se encontraban en la caravana que huía de Sanaa junto a Saleh. Según la inteligencia saudita estas residencias estaban siendo ocupadas por efectivos houthís.
En la capital los enfrentamientos entre houthís y fuerzas que respondían a Saleh, junto a sus nuevos aliados, se han multiplicado desde el martes. En los combates urbanos se está utilizando morteros, tanques y armamento pesado. Lo que obliga a la población civil a mantenerse encerradas en sus casas, sin posibilidades de abandonarlas, ya no para huir de la ciudad sino para intentar conseguir insumos básicos para mantenerse con vida.
Inmediatamente conocida la noticia de la muerte de Saleh, su antiguo vice y hasta el sábado jurado enemigo Mansour Hadi, en un discurso televisado, pidiendo a los yemeníes la unidad contra los «rebeldes» houthís, describiéndolos como milicianos que responden a Irán.
Los que van a morir.
Esta muerte es una carta blanca para la alianza que encabeza Arabia Saudita y los Emirato Árabes Unido (EAU), que agravará todavía más la situación de los casi 28 millones de yemeníes, de los cuales 19 están sufriendo una crisis humanitaria, que según expertos, está en su pico máximo y alcanzará índices inéditos en la historia. Además de que en la actualidad entre siete y nueve millones de personas están siendo atendidas por organizaciones internacionales en sus necesidades tan básicas como salud y alimentación. Son miles los casos de cólera y otras enfermedades altamente contagiosas al tiempo que se estima que en las próximas semanas comenzarán a morir cerca de 50 mil niños que se encuentran en estado crítico por desnutrición y distintas enfermedades.
A Yemen, el país más pobre del mundo árabe, desde el inicio de las acciones sauditas le ha costado cerca de 10 mil muertos y varios millones de desplazados. Se estima que el bloqueo al que el país fue sometido por parte de los sauditas ha puesto al borde de la hambruna a otros 3.2 millones de personas en solo tres semanas. A la vez que ha agudizado la epidemia de cólera.
Yemen, un país de escasos recursos, cuenta con un solo factor de importancia para los Bab el-Mandeb o Puerta de las Lamentaciones, que vincula el golfo de Adén con el Mar Rojo, por donde más del treinta por ciento del tráfico mundial de petróleo lo atraviesa en procura del eje canal Suez hacia-Mediterráneo, a los que una interrupción prolongada de ese pasaje podría hacer trastabillar la economía mundial.
Encerrados en sus casas millones de yemeníes, sin acceso a agua, alimento y medicina, solo les queda esperar que esa matanza termine antes que un misil, definitivamente, los ponga en una estadística que al parecer a nadie le importa.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.