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Zapatero travestido de Aznar

Fuentes: La Estrella Digital

Se nota que hay elecciones a la vista, y que el Partido Socialista considera que le es más propicio el debate en el campo económico que en otros temas como los de la política territorial o la lucha antiterrorista. Será por eso que -copiando al presidente de EEUU- ha seguido el consejo de sus asesores […]

Se nota que hay elecciones a la vista, y que el Partido Socialista considera que le es más propicio el debate en el campo económico que en otros temas como los de la política territorial o la lucha antiterrorista. Será por eso que -copiando al presidente de EEUU- ha seguido el consejo de sus asesores proamericanos y ha decidido presentar lo que allí se llama el Informe Económico Anual, eligiendo para ello el escenario de la Bolsa. ¿Habrá sido por lo de la CNMV y Endesa?

El caso es que, curiosamente, el citado informe no lo ha elaborado el Ministerio de Economía y Hacienda sino los monclovitas y, según dicen, a base de estimaciones econométricas, con lo que se disparan automáticamente todas las señales de alarma. Los económetras, al menos los de nuestro país, no suelen acertar demasiado, se parecen bastante a los antiguos escolásticos a los que les da por estudiar el sexo de los ángeles. Suelen complicar lo fácil. Construyen modelos alambicados, análisis de laboratorio que apenas tienen aplicación a la realidad, ya que en ésta no suelen darse las condiciones bajo las que aquéllos se elaboraron.

El discurso del presidente fue triunfalista, por más que repitió una y otra vez que no quería serlo. Tanto que, en una cadena de televisión, un periodista próximo a Aznar le espetó que su intervención presentaba una gran similitud con las que el anterior presidente hacía en otras épocas. Y es que, en materia económica, los dos partidos se asemejan bastante. Lo único que le faltó a Zapatero es repetir lo de que España va bien.

El presidente no es muy ducho en materia económica. Por eso sus afirmaciones se movían en la generalidad basándose en los mismos tópicos de siempre, con lo que la semejanza con su predecesor aparecía de forma llamativa.

La primera referencia, hoy igual que ayer, consistió en resaltar las elevadas tasas de crecimiento de la economía, superiores a toda una retahíla de países que el presidente se tiene bien aprendidos. Lo que quizás no se dijo es que el crecimiento de la renta nacional no puede juzgarse sin ponerlo en relación con el de la población. Es la renta per cápita la variable que mide la riqueza de un país; y si consideramos su evolución, la diferencia con el resto de países desarrollados desaparece.

Pero aún hay más, lo que le preocupa al ciudadano es cómo este incremento de la riqueza nacional repercute en su peculio, y ahí el balance para la mayoría de los españoles es francamente negativo, ya que los incrementos salariales ni siquiera han compensado la subida de los precios y todo el incremento real de la renta ha ido a engrosar los beneficios empresariales. Tenía razón el señor Acebes cuando afirmaba que el discurso de Zapatero iba dirigido a los grandes empresarios y financieros, y que la economía doméstica es otra cosa. Aunque tiene gracia que sea precisamente él quien lo diga.

Gran parte del crecimiento económico se debe al aumento de población (población trabajadora) por la emigración, pero, como es lógico, retorna, quizás en menor medida de lo que les correspondería, a los emigrantes. Se crean, sí, puestos de trabajo, pero de una calidad y con una retribución ínfimas. Al tiempo que el presidente presentaba su informe, se hacía público un trabajo de la Fundación Adecco y de la escuela de negocios IESE por el que se conocía que España es el tercer país con peor rendimiento por hora trabajada de la Unión Europea, no sólo por los bienes y servicios que se producen de nivel añadido bajo, sino también por el tiempo que se tarda en producirlos.

El presidente del Gobierno se vanaglorió también de los importantes éxitos conseguidos en la lucha contra la precariedad laboral. En este aspecto, se limitó a seguir la senda de su ministro de Trabajo que, desde que se firmó el pacto con los agentes sociales, no hace más que anunciar de forma reiterativa el gran número de empleos fijos creados. Al margen de la borrachera de cifras a la que nos tiene acostumbrados mes a mes, la realidad es que el porcentaje de precariedad (número de trabajadores temporales sobre el total) se mantiene anclado en el 34% y, por supuesto, a la cabeza de los países europeos. No hay razón para extrañarse. Mientras que la lucha contra la temporalidad en el trabajo se centre en la concesión de incentivos a los empresarios, será difícil que esa lacra desaparezca de nuestra economía; lo único que se consigue es que el Estado financie los puestos fijos que los empresarios iban a crear de todas las maneras. Si de verdad se quiere acabar con la precariedad, la forma es bastante sencilla; consiste en prohibir los contratos temporales allí donde no son necesarios ni tienen razón de ser.

Estoy seguro de que sus asesores le encomendaron insistentemente al presidente que huyera de la autocomplacencia y del triunfalismo. Creo que debieron encarecerle también que evitase las cifras macroeconómicas y que hablase de la economía familiar y doméstica. De ahí sus continuas afirmaciones de que pretendía evitar tales vicios, pero tuvo desde luego poco éxito en el intento. Llegó a afirmar que el 2006 ha sido el mejor año económico de la democracia. Y es que para un presidente de Gobierno debe de ser difícil no caer en la autosatisfacción. Zapatero piensa que las piedras pueden convertirse en panes, y que resulta posible que lo blanco sea a la vez negro. Ése es el motivo de que afirme tan tranquilo que las OPAs de Endesa van a ser buenas para los accionistas y para los consumidores. Para los accionistas no hay duda, han doblado su inversión; pero, precisamente por eso mismo, se vislumbran todo tipo de nubarrones para los consumidores. De algún sitio van a salir esos miles de millones, y no me cabe ninguna duda de que va a ser de las tarifas, es decir, del bolsillo de los usuarios.

El discurso de Zapatero se pareció mucho al que nos tenía acostumbrados Aznar; y es que Zapatero, al igual que Aznar, está encantado de haberse conocido. Por otra parte, los discursos económicos de los dos partidos no son muy distintos. Es cierto que el Gobierno actual ha tenido algunos gestos, como el del salario mínimo o el de elevar en mayor cuantía que la inflación las pensiones mínimas (esto también lo hizo el Gobierno del PP en alguna ocasión). Pero cuando un Gobierno reduce el IRPF, propone eliminar el impuesto sobre el patrimonio y da un trato de favor fiscal a las rentas de capital, al tiempo que algunas pensiones permanecen en los 300 euros mensuales, resulta muy difícil considerarlo de izquierdas y ver en su política económica grandes diferencias con la derecha.


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