En Palestina la soberanía alimentaria está intrínsecamente vinculada a la lucha por la autodeterminación. La confiscación de tierras palestinas comenzó en 1948, fecha en la que el 78% del territorio de la Palestina histórica pasó a formar parte de Israel. El 22% restante -que hoy en día se conoce como «territorios palestinos» – está totalmente […]
En Palestina la soberanía alimentaria está intrínsecamente vinculada a la lucha por la autodeterminación. La confiscación de tierras palestinas comenzó en 1948, fecha en la que el 78% del territorio de la Palestina histórica pasó a formar parte de Israel. El 22% restante -que hoy en día se conoce como «territorios palestinos» – está totalmente ocupado por el ejército israelí, o bajo su control, desde 1967. En estos territorios, las zonas y el muro de separación, los asentamientos israelíes ilegales y las zonas de exclusión militares despojan poco a poco a la población autóctona de las tierras agrícolas y los recursos hídricos.
Saad Dagher, agrónomo y agricultor, es un pionero de la agroecología en Palestina. Explica que todos los habitantes de su región, en el norte de Ramala, eran agricultores hasta que empezó a producirse un cambio a partir de la década de los setenta. «Cuando la primera persona del pueblo abandonó su tierra en 1975 para trabajar en una fábrica israelí, la comunidad lo vio como una traición a la causa palestina. Pero era una forma rápida de ganar dinero, lo que dio lugar, poco a poco, al abandono de las tierras». En 2019, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo, la escasez de oportunidades en el mercado de trabajo palestino es tal que cerca de 127.000 habitantes de Cisjordania deben buscar empleo en Israel y los asentamientos israelíes.
Dagher cultiva cerca de un centenar de hortalizas en una pequeña parcela en el pueblo de Bani Zeid Est para alimentar a su familia, pero también para vender en el mercado local.
«Antes, en los campos de olivos no solo había olivos; había higueras, viñas, cereales, como trigo y cebada, y leguminosas, como garbanzos y habas. Sin embargo, estos cultivos exigen un mayor cuidado, por lo que, poco a poco, se han ido abandonando y solo han quedado los olivos. Actualmente la agricultura palestina está completamente alejada de los métodos tradicionales», dice este hortelano.
Mientras los antiguos agricultores palestinos se convierten en mano de obra barata al otro lado de la Línea Verde, Palestina se transforma en un mercado de consumidores cautivos para Israel, que controla las fronteras. «Somos una nación bajo la ocupación israelí y necesitamos producir alimentos para ser más fuertes e independientes. No producimos suficientes alimentos, por lo que ahora dependemos de los productos de los asentamientos ilegales israelíes, llenos de pesticidas», lamenta el agricultor.
Recoger y sembrar
Conscientes de este fenómeno, los palestinos multiplican las iniciativas para invertir esta tendencia y reforzar su soberanía alimentaria. Así, en la ciudad palestina de Beit Sahour, se ha abierto una biblioteca de semillas de los agricultores. Se trata de una colección de semillas ancestrales que los agricultores pueden tomar prestadas y compartir. Tras vivir varios años en el extranjero, Vivien Sansour, la mujer que creó este proyecto, descubrió que numerosas hortalizas locales iban a desaparecer o habían desaparecido completamente.
Perder hortalizas como el pepino blanco o la sandía jadul, que tanto echaba de menos cuando estaba lejos de Palestina, significaba para ella perder una parte de su identidad. Así que, en 2014, comenzó a recoger de los agricultores las semillas de verduras en vía de desaparición. Es así como surgió el proyecto de la biblioteca de semillas.
Sin embargo, esta «guardiana de las semillas» no ve la ocupación de Palestina como un hecho aislado del contexto mundial. «Pasas de ser productor a ser consumidor, ¿y qué mejor manera de subyugar a alguien que transformarlo en consumidor? Esto ocurre en todo el mundo, pero aquí se ve exacerbado por la ocupación», explica Vivien Sansour.
«No creo que una ocupación militar tan brutal pueda existir sin estar vinculada a todas las fuerzas opresoras que existen en el mundo actual. Además de vivir bajo ocupación, tenemos que hacer frente a un sistema político mundial que nos vuelve esclavos de las empresas del sector agroalimentario y las multinacionales», añade. Catalogar y preservar las semillas de los agricultores representa una forma de resistencia que Vivien llama «agrorresistencia».
Recuperar el espacio y su independencia
Cerca de la biblioteca de semillas, en la ciudad de Belén, se encuentra el campo de refugiados de Dheisheh. Más de 700.000 palestinos tuvieron que abandonar sus casas y sus tierras cuando fueron expulsados por las fuerzas sionistas en el momento de la creación del Estado israelí en 1948 y se instalaron en estos campos que, 70 años más tarde, siguen existiendo. Sin embargo, la población no ha parado de aumentar de generación en generación. Los palestinos siguen esperando una solución política que garantice su derecho al retorno, un principio enunciado en una resolución de las Naciones Unidas de 1948.
El campamento de Dheisheh, construido en 1949 para 3.000 refugiados procedentes de 45 pueblos, acoge hoy a 15.000 personas en una superficie de menos de 1 km². Es uno de los mayores campos de refugiados de Cisjordania. La mayor parte de los refugiados palestinos eran antes agricultores, pero en los campos superpoblados ahora se encuentran desconectados de la tierra, un elemento esencial de su identidad milenaria.
«Es casi imposible comprar tierras ahora», declara Dragica Alafandi, que vive con su familia en el campo de Dheisheh.
Dragica nació en Bosnia y se mudó a Palestina con Mustafa, su marido refugiado palestino, en 1994. Hace varios años empezó a plantar hierbas y legumbres en macetas sobre su tejado para aumentar la autonomía alimentaria de la familia. En 2017 recibió un invernadero de Karama, una organización comunitaria de Dheisheh. Desde 2012, esta organización promueve una iniciativa de microgranjas sobre los tejados, lo cual ayuda a las mujeres de Dheisheh a crear huertos.
El agua de los territorios palestinos está controlada por Israel en virtud de los Acuerdos de Oslo II de 1995 y tener una cantidad suficiente de agua para mantener con vida la microgranja es el mayor reto de Dragica. «Los cortes de agua son bastante difíciles de gestionar. El agua llega más o menos cada diez días, durante 24 horas. A veces menos». Por otra parte, Palestina se encuentra bajo ocupación militar desde hace décadas, lo que provoca periódicamente un recrudecimiento de las tensiones, sobre todo en las inmediaciones de los campos. «Hay soldados israelíes que disparan casi todas las noches aquí. Las bombas de gas lacrimógeno vuelan por todas partes. Nuestro tejado está a bastante altura, pero siempre tengo miedo de que destruyan el invernadero».
Preservar su salud, tanto física como mental
Mientras que los países del norte se interesan cada vez más por la calidad de su alimentación, los países del sur se encuentran saturados de alimentos industriales que producen los países del norte, pero que ellos mismos ya no quieren consumir. Si va a un supermercado de Palestina, encontrará sobre todo alimentos procesados, cargados de aceite y azúcar baratos, con los logos de las mismas marcas que hay en todas partes del mundo occidental y las etiquetas muy a menudo en hebreo, y que vienen directamente de los proveedores israelíes. Las alternativas que se ofrecen a los consumidores palestinos son, en resumidas cuentas, muy limitadas.
Esto tiene consecuencias desastrosas para la salud de las personas. «Cuando destruyes la salud de alguien, también destruyes su mente», declara Vivien. «Le dices que no vale nada. La opresión gana verdaderamente cuando comenzamos a creer que somos basura y, por lo tanto, comemos basura. Comenzamos a vivir como si nuestras vidas no tuvieran valor».
Desde que comenzó a recolectar sus propios alimentos, Dragica ha visto cómo ha cambiado la forma de comer de su familia. «Ahora comemos muchas más ensaladas y sopas. No podemos cultivar todo lo que necesitamos, pero siempre es especial cuando preparamos las pocas cosas que podemos cultivar aquí».
Para Vivien, la mejor forma de resistencia es «rechazar el discurso de tu opresor y responder ‘no soy basura y no voy a comer tu basura’. Creo que todos podemos decidir hacer nuestra vida un poco más soportable en este momento. Porque seremos libres; no ahora, pero lo seremos. Me siento libre cuando tengo estas semillas en las manos». No se trata únicamente de preservar las semillas ni de cultivar verduras en casa. Se trata también de recuperar el control de algunos aspectos de la vida en un lugar donde todas las vidas están controladas por la ocupación militar israelí. «No cultivo solamente plantas para comerlas», explica Dragica, «también las cultivo con fines terapéuticos. También para cultivar la mente. A mis hijos les gusta venir aquí. Les gusta simplemente sentarse y disfrutar del hecho de estar rodeados de plantas. Dheisheh está hecho de cemento y hierro, por lo que este huerto es un pequeño tesoro. En los campos, los tejados se utilizan como un pequeño lugar donde escapar cuando no hay ningún otro sitio al que huir».
Este artículo ha sido traducido del francés. Forma parte de Baladi – Rooted Resistance, un proyecto multimedia que explora la agrorresistencia en Palestina.