Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Nael al-Barghouthi, un palestino del pueblo cisjordano de Kobar, ha pasado casi cuatro décadas en cárceles israelíes. En 2009 batió el récord Guinness al ser el preso político que más tiempo ha estado en la cárcel.
Las fuerzas de ocupación israelíes detuvieron por primera vez a Barghouthi en abril de 1978, pero fue liberado en un acuerdo de intercambio de presos en 2011 antes de ser detenido tres años más tarde.
Cuando fue liberado en 2011 Barghouthi trató de volver a una vida normal, pero se había perdido toda una generación. Había cambiado el estilo de vida sencillo que conoció décadas antes, muchos de sus seres queridos habían muerto y los edificios y campos que recordaba de niño había sido devorados por el desarrollo urbano.
Raíces profundas
Mientras estuvo fuera de la cárcel Barghouthi se casó con su novia desde hacía mucho tiempo, Eman Nafe, que también había pasado diez años en una cárcel israelí.
La mayor parte del tiempo la pasó rodeado de olivos, lo que alivió su nostalgia y mostró la importancia de unas raíces profundas ante el paso del tiempo. Esos árboles eran la herencia de sus antepasados, la identidad de la Palestina a la que amó Barghouthi y luchó por ella, y la razón por la que pasó tanto tiempo de su vida en la oscuridad de la cárcel.
En los pocos años que estuvo en libertad Barghouthi trabajó en olivares regando, podando y recogiendo la cosecha. La ocupación le dio poco tiempo para disfrutar de esa paz: lo volvieron a detener en el verano de 2014 y fue condenado a 30 meses de cárcel bajo la endeble acusación de haber quebrantado las condiciones de la libertad condicional. Justo cuando estaba a punto de cumplir esa condena un tribunal militar israelí emitió una sentencia restableciendo su condena a cadena perpetua, además de añadir otros 18 años.
La historia de Barghouthi y su sufrimiento a lo largo de todas estas décadas suscita muchas preguntas. ¿De dónde se sacan fuerzas para pasar casi toda la vida en la cárcel? Cuatro décadas es un periodo muy largo para vivir en medio del dolor, la tristeza, la opresión y las privaciones. ¿Cuántas personas nacieron durante ese espacio de tiempo y cuántas murieron?¿Cuántos momentos de alegría, tristeza, encuentro y separación? ¿Cuántas noches cálidas con familia y amigos perdidas?¿Cuantas oportunidades y experiencias perdidas?
Lleno de esperanza
Todas esas cosas ocurrían en un mundo que estaba tan cerca pero tan distante. Barghouthi fue excluido del mundo, solo veía oscuridad y solo oía las cadenas.
Hablamos por teléfono cuando fue liberado en 2011. Era imposible un encuentro cara a cara dada la separación entre Cisjordania y Gaza. Cuando hablamos no oí la voz de una persona destrozada por años de sufrimiento. Su voz era vehemente y fuerte, llena de esperanza y de energía positiva. Habló de la inevitabilidad de la libertad para Palestina. Me habló de sus planes personales de trabajar y crear una familia. Yo me preguntaba de dónde salía esa esperanza que derrotó la opresión y me di cuenta de que su profunda creencia en la causa por la que fue encarcelado era más fuerte que su preocupación por perder todos esos años de su vida.
La nueva detención de Barghouthi violó los términos del acuerdo de intercambio de presos negociado por Egipto en 2011, el cual estipulaba que no se podía volver a detener o volver a juzgar por las antiguas acusaciones a aquellas personas que habían sido liberadas. Esta violación pone de relieve la politización del poder judicial de Israel, una herramienta en manos del gobierno para presionar políticamente a los palestinos sin base legal alguna.
Y Barghouthi no está solo: según el grupo de defensa de los derechos de los presos políticos palestinos Addameer, a fecha del mes de septiembre [de 2018] había más de 5.600 presos políticos palestinos, cientos de ellos condenados a cadena perpetua. Entre los presos hay decenas de mujeres y cientos de niños.
Un alto precio
Israel viola a todas luces el derecho humanitario internacional en su trato de los presos palestinos, desde denegarles una adecuada atención médica hasta obligar a las madres a dar a luz esposadas a la cama del hospital. También se utiliza la tortura tanto física como psicológica durante los interrogatorios, se deniega el derecho a las visitas, hay presos en aislamiento y en detención administrativa sin acusación. Estas violaciones demuestran la confianza de Israel en que la comunidad internacional no va a emprender acción alguna, lo que sienta las bases para otras violaciones de los derechos de las presas y presos políticos palestinos.
Mientras pedimos justicia para nuestros presos, no podemos olvidar el problema central de la ocupación. Resulta difícil imaginar que se obtiene justicia para los presos cuando los propios cimientos de Israel como Estado suponen una flagrante violación del derecho y las normas humanitarias internacionales.
El castigo de Barghouthi por buscar la libertad para su pueblo y el sufrimiento de todos sus compañeros presos recuerdan al mundo el devastador impacto de la ocupación. Las naciones establecidas sobre las ruinas de los derechos de otros pueblos no pueden convertirse en Estados normales. Los cimientos construidos sobre la injusticia y la hegemonía siempre provocarán resistencia entre aquellas personas que aman la libertad. Siempre elegirán revolución y confrontación, aunque les cueste todo.
Ahmed Abu Artema es un periodista y pacifista palestino. Nacido en Rafah en 1984, es un refugiado del pueblo de Al Ramla. Es autor del libro Organized Chaos.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.