Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
Fatah, Hamás y otros grupos palestinos no deberían limitarse a rechazar el llamado «Acuerdo del Siglo» de la administración Trump. Deberían utilizar su resistencia frente al nuevo complot de EE.UU. e Israel como una oportunidad para unir filas.
Los detalles filtrados de dicho «Acuerdo del siglo» confirman los peores temores de los palestinos: el «acuerdo» no es más que un beneplácito absoluto de EE.UU. a la mentalidad derechista que lleva más de una década gobernando Israel.
Según el diario israelí Israel Hayom, el plan consiste en crear un Estado desmilitarizado, «Nueva Palestina», en territorio fragmentado de Cisjordania, pues los asentamientos judíos ilegales pasarían a ser una parte permanente de Israel. Según el informe, si los palestinos se niegan a aceptar los dictados de Washington, serán castigados mediante el aislamiento económico y político.
Es evidente que esta iniciativa estadounidense no es una propuesta de paz, sino un flagrante acto de intimidación. No obstante, no se aleja mucho de otras rondas de «negociaciones de paz», en las que Washington siempre se mantuvo al lado de Israel, acusó a Palestina y no consiguió que Israel asumiera responsabilidades. Washington nunca ha dejado de apoyar a Israel en sus guerras contra Palestina, y ni siquiera ha condicionado sus siempre generosos paquetes de ayuda al desmantelamiento de los asentamientos judíos ilegales.
La única diferencia entre el «proceso de paz» del pasado y el «Acuerdo del siglo» actual está en el estilo y las tácticas y no en la sustancia y los detalles.
No cabe duda de que el «acuerdo» defendido por Jared Kushner, consejero y yerno del presidente Trump, está condenado al fracaso. No solo porque no traerá la paz -esa no es su intención-, sino porque con toda probabilidad será rechazado por Israel. La formación del nuevo gobierno de Benjamin Netanyahu se basa en partidos de extrema derecha y religiosos. En el nuevo léxico israelí, no resulta políticamente correcto la posibilidad siquiera de plantearse un Estado palestino, y menos de aceptarlo.
No obstante, probablemente Netanyahu va a esperar el rechazo de los palestinos, algo que ocurrirá con toda seguridad. Luego, con el apoyo de los medios de comunicación occidentales favorables a Israel, se creará un nuevo discurso que culpará a los palestinos de dejar pasar otra oportunidad para la paz y absolverá a Israel de cualquier falta. Este modo de proceder es bien conocido y quedó claramente patente en las negociaciones de Camp David II de Bill Clinton, en 2000, y en la Hoja de Ruta para la Paz de George W. Bush en 2003.
En 2000, el fallecido dirigente palestino Yasir Arafat rechazó la «generosa oferta» del entonces primer ministro israelí, Ehud Barak, una enorme farsa política que sigue marcando hasta nuestros días la interpretación oficial y académica de lo que ocurrió en aquellas conversaciones secretas.
Todos los palestinos deben rechazar el «Acuerdo del Siglo», o cualquier acuerdo que surja de un discurso político que no se centre en los derechos de los palestinos, tal y como recoge el derecho internacional, un marco político de referencia que aceptan todos los países del mundo excepto Estados Unidos e Israel. Décadas de fraudulentas «conversaciones de paz» demuestran que Washington nunca cumplirá con su supuesto papel de «pacificador honesto».
Sin embargo, no creo que sea adecuado limitarse a rechazar el acuerdo y dejar que todo siga como siempre. Mientras el pueblo palestino está unido ante la necesidad de resistir a la ocupación israelí, enfrentarse al apartheid y utilizar la presión internacional para que Israel desista en sus pretensiones, las facciones palestinas se mueven por otras prioridades egoístas. Cada facción parece rotar dentro de la esfera política de la influencia extranjera, bien árabe o bien internacional.
Fatah, por ejemplo, a quien se atribuye «prender la chispa de la revolución palestina» en 1965, ha caído en la trampa del falso poder que le otorga el dominio de la Autoridad Palestina, que por otra parte solo actúa dentro del espacio que le marca la ocupación militar israelí de Cisjordania.
Hamás, que comenzó siendo un movimiento orgánico en Palestina, se ve forzado a intervenir en políticas regionales llevado de su desesperación por alcanzar cualquier validación política que le permita escapar del asfixiante asedio de Gaza.
Cada vez que ambos partidos están a punto de formar una dirección unida con la esperanza de resucitar a la prácticamente desaparecida Organización para la Liberación de Palestina (OLP), sus benefactores manipulan el dinero y la política para que vuelva la desunión y la discordia.
No obstante, el «Acuerdo del siglo» ofrece a ambos grupos una oportunidad, ya que les une el rechazo del acuerdo y ambos consideran cualquier participación palestina en el mismo como un acto de traición.
Por si fuera poco, los pasos dados por Washington en su afán por aislar a la Autoridad Palestina (AP) -negando a los palestinos los fondos que precisan con urgencia, revocando el estatus diplomático de la OLP en Washington y evitando convertir a la AP en un aliado político- ofrecen la oportunidad de abrir el necesario diálogo político que podría finalmente conseguir una verdadera reconciliación entre Fatah y Hamás.
Israel, por su parte, ha perdido su última carta de presión contra Mahmud Abbas y su gobierno en Ramala al retener el dinero recaudado mediante impuestos en nombre de la AP.
Llegados a este punto, poco más pueden hacer Estados Unidos e Israel para ejercer mayor presión sobre los palestinos.
Pero este espacio político del que disponen los palestinos para crear una nueva realidad política será breve. En el momento en que el «Acuerdo del siglo» quede descartado como otro fracasado plan de la administración estadounidense para obligar a Palestina a rendirse, las cartas de la baraja política, regional e internacional, volverán a mezclarse, y las facciones palestinas no podrán controlar su resultado.
Por tanto, es fundamental que los grupos palestinos, los de dentro y los de la diáspora, hagan lo posible para facilitar el diálogo palestino, no solo en aras de formar un gobierno de unidad en Ramala, sino para revitalizar a la OLP y convertirla en un ente verdaderamente representativo y democrático en el que participen todas las corrientes y comunidades palestinas.
Solo si logran la resurrección de la OLP, los palestinos podrán retomar su misión original y diseñar una estrategia de liberación nacional que no sea manipulada por el dinero ni por el politiqueo regional.
Si podemos confiar en la historia, el «Acuerdo del siglo» no es más que otra iniciativa siniestra de Estados Unidos para manejar la situación en Palestina con el objetivo de mantener el dominio político en la región. Este «acuerdo» es esencial para la reputación estadounidense, especialmente entre sus descontentos aliados regionales, que se sienten abandonados por la progresiva retirada militar y política de EE.UU. de la región.
Esta última farsa no tiene por qué llevarse a cabo a expensas de los palestinos, y los grupos palestinos deberían reconocer esta oportunidad única y aprovecharla. El «Acuerdo del siglo» será un fracaso, pero los esfuerzos por lograr la unidad palestina podrían finalmente dar fruto.
Ramzy Baroud es periodista, escritor y director de The Palestine Chronicle . Su último libro es The Last Earth: A Palestinian Story (Pluto Press, Londres, 2018). Baroud es doctor en Estudios Palestinos por la Universidad de Exeter y profesor no residente del Orfalea Center for Global and International Studies, Universidad de Santa Barbara, California.
El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respeta su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente de la traducción.