El año 2016 en Chile ha estado marcado por una particular conciencia e impotencia respecto a lo habitual que son formas brutales y extremas de violencia de género y sexismo en América Latina. En pocos meses de iniciado el año hacen noticia los feminicidios ocurridos hasta la fecha, además de otros asesinatos que no se incluyen jurídicamente bajo dicha categoría al no ser cometidos por parejas oficiales como es el caso de Marina Menegazzo y María José Coni, las dos mujeres asesinadas en Ecuador o el asesinato de la feminista ambientalista Berta Cáceres.
El año 2016 en Chile ha estado marcado por una particular conciencia e impotencia respecto a lo habitual que son formas brutales y extremas de violencia de género y sexismo en América Latina. En pocos meses de iniciado el año hacen noticia los feminicidios ocurridos hasta la fecha, además de otros asesinatos que no se incluyen jurídicamente bajo dicha categoría al no ser cometidos por parejas oficiales como es el caso de Marina Menegazzo y María José Coni, las dos mujeres asesinadas en Ecuador o el asesinato de la feminista ambientalista Berta Cáceres. Los escabrosos detalles de estos crímenes han sido cubiertos por parte de la prensa local con una usual mirada machista que promueve la justificación de estos horrores apelando a la construcción de amor romántico patriarcal y heteronormado (en la cual los celos son naturalizados y las mujeres siguen siendo objetos que deben ser poseídos, controlados y domesticados) y a la siempre vigente responsabilización de las víctimas a partir de nociones como «víctima propiciatoria» que usaron «expertos» (en esta caso un doctor médico psiquiatra) para explicar los asesinatos de Menegazzo y Coni, quienes supuestamente «viajaban solas» (http://www.bigbangnews.com/policiales/Las-mochileras-antes-de-morir-Viajamos-en-las-cajas-de-las-camionetas-20160301-0007.html) .
En las redes sociales numerosas amigas y amigos han publicado sin cesar con rabia, impotencia e incredulidad noticias, críticas, memes y anécdotas que visibilizan cómo se mantiene vigente y activa la violencia sexista. Quisiera destacar la conversación casual que una amiga feminista colombiana tuvo con un taxista en Santiago de Chile, que le preguntó si se había enterado «de su compatriota que había sido tirada en pedacitos al Mapocho», a lo cual le respondió preguntando qué opinaba él de la cobertura mediática que enfatizaba los celos y el amor. Su respuesta fue algo así como «Pues yo creo que lo deben haber estado carcomiendo los celos porque ella era muy bonita y seguro le pegó y se salió de sus cabales al ahorcarla, y se le fue la mano y la mató… pero de ahí a picarla además! Ahí debería haber llamado a la policía». Las feministas estamos acostumbradas a ser tildadas de exageradas y graves, pocos entienden que somos violentadas con comentarios de este tipo de manera constante y cotidiana, y que la rabia y la impotencia nos sobrepasan al ver lo arraigada que está la violencia sexista en los modos cotidianos de ver el mundo. Que se justifique tan espontáneamente la violencia hacia las mujeres apelando, como en este caso, al efecto incontrolable que la belleza femenina tendría en los hombres no se puede desvincular de los titulares de prensa y la publicidad que acostumbramos ver en las calles en los cuales se reproduce simbólicamente el género como forma de violencia (http://www.laizquierdadiario.com/Otra-mas-de-La-Cuarta-el-amor-y-los-celos-asesinan-a-las-mujeres).
Para abordajes feministas actuales ha sido clave reconocer que la violencia de género forma parte de un contexto más amplio de violencias interconectadas, siendo necesario visibilizar al género como una forma de violencia en sí misma y realizar análisis más complejos que permitan comprender la articulación entre diferentes ejes de opresión como la clase, la «raza», la sexualidad. Complejizando y ampliando nuestra mirada sobre las violencias de género podemos comprender, por ejemplo, de qué forma el aborto ilegal violenta de manera diferenciada a mujeres de diferentes clases sociales, además de visibilizar que la penalización del aborto se promueve a nivel tanto legal como moral a partir de una compleja articulación entre discursos y prácticas políticas, religiosas, legales y educacionales que forman parte de los sistemas de dominación patriarcal que habitamos.
Si abordamos la violencia política como aquella violencia que es ejercida para asegurar la mantención de un determinado orden social, podemos desde una mirada feminista reconocer que las formas de violencia ejercidas desde los aparatos estatales, mediáticos y sociales constituyen discursos y prácticas cuyo fin es mantener un orden tradicional de género (heteronormativo, jerárquico, conservador) en el cual la violencia de género forma parte del orden natural de las cosas. La normalización de esta violencia la invisibiliza haciendo posible que se sigan reproduciendo sin pudor ideas altamente ofensivas y sexistas como las que difunden el taxista, los medios de comunicación y médicos «expertos».
Luego de una histórica y masiva marcha en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en la cual mujeres, lesbianas, personas trans y hombres, entre otras, marcharon con pancartas que recordaban a Berta Cáceres, a mujeres asesinadas y torturadas en dictadura, junto a la lucha por el aborto libre y legal en Chile, un grupo de mujeres que protestaban afuera de la Moneda exigiendo al Estado declarar alerta de género por los feminicidios ocurridos el 2016 en Chile, fueron detenidas, golpeadas, manoseadas y agredidas verbalmente por la policía chilena (http://universo.cl/nos-insultaron-estamos-con-rasguos-moretones-y-golpes-en-la-cabeza-nos-dijeron-que-deberamos-estar-en-nuestras-casas-y-no-en-la-calle/radio/2016-03-11/173804.html). A pesar de la condena pública al violento actuar de Carabineros por parte de la Red chilena en contra de la violencia hacia la mujer y la Ministra Claudia Pascual, el Ministro del Interior ha optado por bajarle el perfil a lo ocurrido (http://www.eldesconcierto.cl/pais-desconcertado/2016/03/13/burgos-le-baja-el-perfil-a-criticas-del-sernam-por-represion-en-marcha-contra-violencia-de-genero/).
Las mujeres agredidas afuera de la Moneda declararon además que carabineros les decían que «debían estar en sus casas y no en la calle». Los mismos dichos han narrado mujeres torturadas en dictadura, a quienes se les castigaba de modo especial por el hecho de ser mujeres que ocupaban el espacio público de la lucha política, abandonar su rol «natural» de mujeres y madres hogareñas. Esto no es coyuntural, es la continuidad de un tipo de violencia que afecta al espacio público donde se define el orden de la sociedad, no son hechos aislados, sino que forman justamente parte de violencias articuladas , animadas por formas arcaicas de concebir a las mujeres, buscando subordinarlas a una reaccionaria idea de la «buena mujer». La masividad y pluralidad de la marcha del Día Internacional de la Mujer Trabajadora nos muestra que amplios sectores sociales y políticos se siguen sumando a las luchas feministas contra el orden patriarcal, colonial y heteronormativo. Si la violencia de género es un forma de violencia política que busca mantener un orden social generizado y patriarcal, entonces la lucha para erradicarla será feminista.
Lelya Troncoso Pérez, Programa Psicología Social de la Memoria,Universidad de Chile.