Sin justicia de parte de los organismos internacionales que, sólo de vez en cuando, esporádicamente, pareciera que sí les preocupara en algo, de verdad, la situación creada para luego voltear la mirada como si nada escandaloso ocurriera; sin leyes que les protejan como seres humanos, sin empatía y sin muestra alguna de humanidad de parte […]
Sin justicia de parte de los organismos internacionales que, sólo de vez en cuando, esporádicamente, pareciera que sí les preocupara en algo, de verdad, la situación creada para luego voltear la mirada como si nada escandaloso ocurriera; sin leyes que les protejan como seres humanos, sin empatía y sin muestra alguna de humanidad de parte de sus agresores permanentes (por lo menos, hacia niños, adultos mayores y mujeres), y con la arbitrariedad perenne exhibida en su máximo grado, como lo atestiguan las detenciones de menores de edad y los asesinatos en masa perpetrados mediante actos de guerra desproporcionados, desde hace más de medio siglo, el Estado de Israel mantiene martirizado al pueblo de Palestina.
Dos elementos tergiversados afloran en esta realidad inhumana: por una parte, la negación sistemática de la igualdad de derechos que pesa sobre el pueblo palestino y, por la otra, el rechazo legítimo de éste al colonialismo sionista, promovido y sostenido por las grandes potencias occidentales, particularmente por Estados Unidos. Esto ha hecho que el régimen sionista ignore olímpicamente todas las resoluciones emanadas de la ONU en las cuales se planteen el cese de toda violencia en los territorios ancestralmente ocupados por los palestinos, así como la devolución de aquellos territorios que, producto de las agresiones militares, viene ocupando Israel ilegalmente, desalojando brutalmente a familias enteras, sin disponer de una reubicación.
De esta manera, bajo la excusa propiciada a su medida por un sobreentendido antisemitismo (o antijudaísmo), los sionistas del Estado de Israel han podido desplegar sus ejércitos en contra de la existencia de Palestina, reduciendo enormemente el territorio que le pertenece desde hace siglos, a través de la ocupación y la construcción de asentamientos israelitas. Contrario a esta percepción errada y manipulada por quienes favorecen el subimperialismo y expansionismo sionista en el Medio Oriente, Palestina y quienes respaldan su posición a nivel internacional sólo tratan de defender el derecho inalienable de los palestinos a existir como pueblo soberano, con respeto pleno a su integridad territorial y a su legado histórico-cultural. Por ello, es importante esta acotación, dados los prejuicios divulgados y explotados por el sionismo a través de la gran industria ideológica asentada en Hollywood y replicados sin restricciones por las corporaciones televisivas, justificando el derecho de conquista y la «autodefensa» que le asistiría, dada su condición de «pueblo elegido de Dios» y por haber sufrido las perversidades racistas del nazismo alemán, lo que nos induce a subrayar que Israel no existiría entonces sino acaece el genocidio decretado por el régimen imperialista de Hitler.
En relación con esta última temática, en su ensayo «Sionismo y antisemitismo, dos corrientes que se alimentan mutuamente», Pierre Stambul refiere que «tanto los de izquierda como los de derecha propagan la misma fábula sobre la historia del judaísmo, olvidando incluso decir que una buena parte de las víctimas del genocidio no tenían nada que ver con su ideología y eran, a menudo, no creyentes. Para los sionistas, los judíos han sido, son y serán víctimas. Como resultado, son totalmente insensibles al dolor del otro o a la situación en la que se encuentra». Esta fábula de la «tierra prometida» y de una tierra sin habitantes ha tenido, sin embargo, su costo reiterado en destrucción de poblaciones palestinas y vidas humanas, convirtiendo a los palestinos en los olvidados de la humanidad o, en el peor de los casos, en subhumanos o ciudadanos de segunda clase, despojados de todo derecho; algo en lo cual todos los pueblos y todos los gobiernos del mundo tienen una incuestionable deuda moral y una alta cuota de responsabilidad al no emprender acciones contundentes en favor de la vida, de la soberanía y de los derechos humanos del pueblo de Palestina.
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