El lunes 12 de septiembre a los 96 años de edad falleció en su hogar de California Stanley K. Sheinbaum. Quiero sumar estas líneas al tributo que seguramente habrá de recibir de muchos en todas partes. Pese a su edad avanzada y los quebrantos de salud sus amigos jamás hallarán consuelo a su partida. Porque […]
El lunes 12 de septiembre a los 96 años de edad falleció en su hogar de California Stanley K. Sheinbaum. Quiero sumar estas líneas al tributo que seguramente habrá de recibir de muchos en todas partes. Pese a su edad avanzada y los quebrantos de salud sus amigos jamás hallarán consuelo a su partida. Porque Stanley pertenece a la categoría de los que Bertolt Brecht llamó los imprescindibles los que luchan toda la vida.
Desde su infancia neoyorquina bajo la Gran Depresión hasta la era de la dominación global de la plutocracia norteamericana recorrió un largo camino que lo llevó no sólo a atravesar su país sino también a conocer el resto del mundo. Aprendió a interesarse, como pocos compatriotas suyos, por los conflictos y problemas de los demás y a involucrarse y tomar partido, «tratando de crear un poco de paz y justicia en este injusto mundo» como escribió en sus Memorias publicadas hace cinco años («A 20th Century Knight’s quest for peace, civil liberties and economic justice»)
Descubrió en 1959 que el programa que dirigía en la Universidad Estatal de Michigan era una actividad encubierta de la Agencia Central de Inteligencia y se convirtió en la primera persona que denunció públicamente las acciones ilegales de la CIA dentro de Estados Unidos.
En los años Sesenta articuló la campaña para la liberación de Andreas Papandreu encarcelado por la junta militar en Grecia. Encabezó el movimiento para la recaudación de los fondos necesarios y la defensa de Daniel Elsberg arrestado en 1971 por revelar los llamados Papeles del Pentágono sobre la agresión a Viet Nam, emblemática pelea con la destacada participación de Leonard Boudin y su discípulo el joven Leonard Weinglass, ambos brillantes defensores de los derechos humanos y las libertades civiles. Si no hubiera sido por Stanley, según el propio Elsberg «el juicio hubiera terminado, Nixon permanecería hasta el final de su mandato y la guerra habría continuado».
Impulsó las labores de la Unión Americana de Derechos Civiles en el sur de California para poner fin a la segregación racial en las escuelas y luchar contra los métodos represivos de la policía de Los Ángeles mientras dirigía los esfuerzos contra el régimen del Apartheid de Sudáfrica.
En 1988 organizó un grupo de dirigentes judíos norteamericanos que el 6 de diciembre se reunió en Estocolmo con Yaser Arafat para iniciar un proceso hacia el entendimiento y la paz en Palestina. El gesto le ganó no pocos enemigos. «Por un tiempo fui el judío más odiado en Norteamérica…por otros judíos» anotó en su Autobiografía.
Asumió un papel valeroso en el enfrentamiento a la brutalidad policial y la golpiza de Rodney King. Lo hizo desde su responsabilidad en la Comisión de la policía de Los Ángeles y en las calles de la ciudad. «Era», en palabras de la Congresista Afroamericana Maxine Waters, «un ser humano extraordinario».
También se ocupó de Cuba. Nos visitó aquí y mantuvimos comunicación a la distancia hasta el final. Se opuso al bloqueo, luchó por la normalización de las relaciones y fue decisivo en la batalla por la liberación de nuestros Cinco Héroes antiterroristas cuya situación ayudó a divulgar en Estados Unidos. Lo que fue anunciado el 17 de diciembre de 2014 era también fruto de su empeño solidario que no siempre trascendía a los grandes titulares mediáticos.
Al final de su vida pudo afirmar: «Aun me intereso, aun me involucro, aun creo que el mañana será mejor. Y por eso sigo siendo muy optimista. Si algo he aprendido a lo largo de los años es que no es tan importante si ganamos o no las batallas lo que es realmente importante es que continuamos librando las batallas por la justicia, por la igualdad, por la equidad».
Stanley sigue cabalgando.
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