¿Por qué las imágenes negativas sobre el islam son más frecuentes que otras en Occidente? ¿Por qué es aceptable decir cosas acerca de los musulmanes que simplemente serían consideradas inaceptables si se dijeran de judíos, hindúes o budistas, por ejemplo? Para responder a estas preguntas, necesitamos profundizar en las estructuras sobre las que se ha […]
¿Por qué las imágenes negativas sobre el islam son más frecuentes que otras en Occidente? ¿Por qué es aceptable decir cosas acerca de los musulmanes que simplemente serían consideradas inaceptables si se dijeran de judíos, hindúes o budistas, por ejemplo?
Para responder a estas preguntas, necesitamos profundizar en las estructuras sobre las que se ha ido configurando la «conciencia occidental» en relación con el mundo musulmán y descubrir qué es lo que subyace a ésta. Sin duda, los problemas políticos y la naturaleza de los conflictos relacionados con el mundo musulmán en el pasado cercano y lejano han desempeñado un papel significativo en la definición de las percepciones occidentales del islam, pero estas concepciones no surgen de la nada. Más bien, surgieron en el marco de una tradición que se remonta a muchos siglos atrás.
La verdad es que gran parte de lo que se dice del islam hoy es de origen medieval. Los términos pueden tener un aspecto moderno, pero el contenido sigue siendo esencialmente medieval. Las raíces de este pensamiento se remontan hasta el siglo VII, es decir, hasta el primer encuentro del cristianismo con el Islam.
Sarracenos e Ismailíes: Cristianismo medieval temprano e Islam
Confrontados con el enorme desafío militar, político y religioso que supuso el islam, los autores cristianos medievales elaboraron un extenso cuerpo de polémicas, apologética y refutaciones para combatir el creciente peligro de apostasía entre su rebaño, donde la leyenda se mezclaba con el hecho; el m ito con la realidad.
El cristianismo que se encontró con el auge del islam no era una página en blanco, sino que poseía ya una rica e intensa gama de interpretaciones, símbolos y mitos. Tanto conscientemente como inconscientemente, los autores cristianos recurrieron a este enorme repertorio en su intento de otorgar significado al fenómeno del islam antes de llegar a conocerlo.
La comprensión inicial del cristianismo sobre el islam se rige por los modelos teóricos y teológicos que regulaban la imagen y la posición del Otro dentro de la teología cristiana.
Antes de la aparición del islam, el cristianismo había construido un conjunto de categorías que determinaban al Otro religioso, en un contexto marcado por sus incesantes conflictos con herejías y paganismos. Todo lo que hizo el cristianismo fue convocar este arsenal de modelos teóricos y postulados para combatir el nuevo reto islámico.
El islam debía encajar en las categorías existentes de judíos, paganos y herejes. Los elementos que no encajaban cómodamente dentro del esquema preestablecido debían ser ignorados.
Para el cristianismo medieval, el islam era el punto de intersección de todas estas categorías, el Otro por excelencia: un judaísmo corrompido, el cristianismo pervertido y el paganismo natural salvaje de una vez, tanto el enemigo dentro como fuera.
El turco a las puertas
Aunque el primer encuentro de Europa con el Islam se remonta a finales del siglo VII y principios del siglo VIII, cuando la Península Ibérica empezaba a alumbrar Al-Ándalus, el Islam sólo comenzó a afectar vívidamente a la conciencia europea con las primeras campañas otomanas en e l corazón de Europa.
En una época que se presentaba marcada por la tragedia del cisma religioso, que alimentó innumerables conflictos políticos entre papistas y reformistas, el islam fue señalado como el símbolo del enemigo interior.
Para los reformistas, el Islam era sinónimo de toda la desviación y corrupción moral del papado: el orgullo, la avaricia, la violencia y la lujuria por el poder y la posesión. Pero para demonizar las nuevas ideas de sus enemigos, que estaban creciendo rápidamente en popularidad, la Iglesia Católica Romana no podía encontrar una carga peor que el Muhammadismo.
El «sarraceno» musulmán que había obsesionado a los cristianos orientales fue reemplazado por el «turco» que asestó un fuerte golpe a la conciencia cristiana con la captura de las más grandes ciudades medievales: Constantinopla y el colapso de Bizancio.
La Reforma, que había disuelto la sociedad cristiana en una multitud de sectas en guerra, hizo cada vez más difícil para los cristianos del siglo XVI suscribir el concepto de «cuerpo común de la cristiandad». Los cismas religiosos del siglo coincidían con lo que parecía entonces el progreso irresistible de los ejércitos otomanos.
Esto estimuló un proceso de autodefinición. Los miembros de esas sociedades que se vieron sometidas a una creciente presión turca se sintieron cada vez más identificados entre sí y diferenciados del enemigo otomano en contraste con lo que comúnmente se describía en los círculos humanistas y literarios como «los valores europeos».
Escribiendo a mediados del siglo XVI, Erasmo se dirigía a «las naciones de Europa», con lo que no se refería sino a las potencias constituyentes de la Cristiandad, a una cruzada contra los turcos.
Una teología secularizada
Esto anunciaba la transición de «Europa» como un término geográfico neutral a un término de identificación cultural; y el paso de la «Cristiandad» a «Europa», de un concepto religioso a un término secular de identificación.
La Reforma, que puede ser considerada como el catalizador de la aparición de lo que conocemos como la Europa moderna, fue también el puente a través del cual las nociones medievales del Islam nos han sido transmitidas hasta hoy.
La concepción cristiana medieval del Islam como un credo desviado, violento, licencioso y herético fue secularizada, despojada de su carácter trascendental y rearticulada dentro de una moderna filosofía esencialista que continúa definiendo los términos del discurso occidental sobre el Islam -en su corriente principal, al menos-.
La correspondencia entre lo que se dice y lo que se escribe hoy y los textos medievales que hemos heredado sobre el Islam es tan sorprendente que a menudo tengo que recordar que no son las palabras de un autor medieval las que estoy leyendo sino las de un escritor contemporáneo. Es cierto que el lenguaje ahora es moderno, pero su contenido es en gran medida medieval.
Igualmente sorprendente es la similitud de puntos de vista sobre el Islam expresados por estos escritores contemporáneos, liberales y conservadores, religiosos y ateos por igual. La ironía es que las divisiones ideológicas parecen carecer de sentido cuando se trata del tema del Islam.
La «carga del hombre blanco»
A medida que el mundo se fue introduciendo en la era del imperialismo, y cuando Europa comenzó su implacable expansión política, económica y militar, el Islam se convirtió en un objeto de conocimiento en oposición al Occidente, visto como su polo negativo.
Para afirmar su singularidad y superioridad cultural en relación con un mundo que estaba invadiendo, Europa expulsó fuera de sí todo lo que percibía como indeseable y desviado.
El islam y las sociedades musulmanas se esencializaron, pasando a ser un objeto permanente, unitario y coherente, entendido a través de una serie de contrastes y dicotomías. El Islam se convirtió en la antítesis del Oeste, un reino caótico de instintos delirantes, emocionalismo, irracionalidad y despotismo que encarnaban todo lo que Occidente no es.
El conocimiento no tiene lugar en el vacío. Es a la vez un generador y un efecto de las estructuras de poder y las relaciones de poder.
Representar el mundo del islam como bárbaro lleva a la conclusión lógica de que necesita desesperadamente la intervención de las fuerzas de la razón y la civilización para conseguir un cierto orden y estabilidad.
La interferencia en los asuntos de los que habitan esta sombría parte del planeta se hace no sólo legítima, sino deseable y benevolente.
La brutal colonización de otras tierras, la limpieza de sus habitantes, la explotación y usurpación de sus recursos y la destrucción de su rico acervo de instituciones y patrimonio cultural ya no son crímenes atroces, sino nobles «misiones civilizadoras» evangélicas, la «carga del hombre blanco» .
Muy al contrario de la convicción repetida a menudo de que la conciencia occidental se ha liberado del dominio medieval de lo sagrado, su visión del Islam ha permanecido esencialmente cristiana y medieval.
Todo lo que hizo la secularización fue reciclar las nociones salvajes y simplistas de «sarracenos» y «turcos» dentro de un nuevo lenguaje laico y moderno.
Una crisis de identidad
Las diferentes líneas de esta visión del Islam, que se remonta a muchos siglos atrás, se manifiestan hoy en miles de formas. Las imágenes latentes negativas de los «sarracenos» y los «turcos» se despiertan a raíz de las crisis en torno al mundo musulmán y en medio del surgimiento del terrorismo yihadista y la violencia generada por las intervenciones militares extranjeras y los conflictos en la región.
Las imágenes del Otro musulmán amenazador se activan en medio de las ansiedades de la identidad europea, ya que se enfrenta a un mundo cambiante donde la riqueza se está desplazando rápidamente hacia el este y el nivel de vida se deteriora continuamente en su casa; u n mundo de erosión de las fronteras geográficas y culturales debido al proceso de globalización y los movimientos migratorios.
El ascenso de la extrema derecha en Europa y los Estados Unidos es en realidad sólo un síntoma de las grandes tensiones que se están fraguando en las tripas de Occidente, ya que lucha por mantener su control en un mundo cada vez más irreconocible.
La verdad es que el discurso de la «amenaza musulmana» dice más sobre Occidente y sus percepciones de sí mismo y su posición en el mundo que sobre el islam o los musulmanes.
Este artículo fue publicado originalmente en el Middle East Eye