La reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, de condena a la ocupación israelí de territorios palestinos bajo la forma de «colonias» de propósito productivo o habitacional, ha desatado la furia de las élites israelíes y potenciado un debate de larga data: ¿cuál es el carácter del conflicto entre el Estado de Israel […]
La reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, de condena a la ocupación israelí de territorios palestinos bajo la forma de «colonias» de propósito productivo o habitacional, ha desatado la furia de las élites israelíes y potenciado un debate de larga data: ¿cuál es el carácter del conflicto entre el Estado de Israel y la población palestina?
Incómodos, porque se pone en duda el mito sionista de que «los palestinos impiden la plena ocupación pacifica de los territorios ancestrales heredados del mismo Dios según su interpretación del Antiguo Testamento»; aislados de buena parte del mundo que le resulta difícil no hacer al menos un gesto ante la brutalidad extrema de los ocupantes, las elites israelíes se abrazan al neo fascista presidente electo de los EE.UU. que en sus bárbaras definiciones (llevaría la Embajada de los EE.UU. a la ciudad de Jerusalén, consagrada como ciudad compartida por todos los acuerdos y resoluciones de la ONU; desconocería la formula dos pueblos dos estados con que se puso en marcha el proceso de diálogos de Oslo en 1994, proceso que prometía crear al fin el prometido Estado Palestino de la resolución de la ONU de 1947, promete ayuda militar irrestricta y respaldo a toda violación de los derechos humanos del pueblo palestino) y de este modo, en el abrazo, confirman su ideología fascista y su política colonialista alineada al Imperio norteamericano.
Podrán, quién sabe, mantener un tiempo más la ocupación militar y el sojuzgamiento del pueblo palestino, pero algo se ha quebrado en la formula sionista: su presunta legitimidad. Cada vez son más los que en el mundo comprenden que la experiencia no trata de «liberación nacional» del pueblo judío perseguid por siglos, sino de otra cosa: un dominio colonial que cumple las condiciones para considerarlo genocidio según la normativa internacional y la práctica teórica de estos años de Juicio y Castigo a los represores de Argentina y América Latina.
En mayo de este año (2016), invitado por Addameer, cuya pagina se puede visitar en www.addameer.org, organismo de lucha por los derechos humanos y en defensa de las y los presos políticos palestinos, tuve la oportunidad de recorrer Cisjordania y Jerusalén Oriental; luego, invitado por organismos de derechos humanos y la izquierda israelí, estuvimos en Jerusalén Occidental y Tel Aviv.
Fue un viaje distinto a lo que ofrecen las agencias de Turismo. Casi nada de los sitios sagrados para las tres religiones monoteístas más importantes del mundo: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo. Muy, pero muy poco de las famosas playas del Mar Muerto o el Mediterráneo. Apenas una rápida recorrida por el Vía Crucis hasta el Santo Sepulcro, un acercarse al Muro de los Lamentos y un asomarse al patio de la Mesquita de la Roca.
Entonces, ¿qué hicimos durante los días que transitamos por las viejas ciudades y los nuevos barrios?, pues recorrer los campos de refugiados de los palestinos (construidos en 1948, primero en territorio jordano y luego, desde 1967, encerrados en los territorios ocupados militarmente por Israel); entrar a las casas de palestinos en diversos barrios de Jerusalén Oriental para conversar con las mujeres y los hijos de los presos políticos; presenciar en una sesión de la corte militar que funciona casi en el mismo edificio que la Cárcel de Ofer, en el límite entre Ramalah y Jerusalén; recorrer minuciosamente el Valle del Jordán, entrar a alguna de sus aldeas y llegar hasta la naciente de un río que los israelíes, literalmente, se roban por medio de bombas y cañerías para dejar sin agua a los palestinos y alimentar las colonias productivas de la zona; también recorrimos colonias israelíes en las ciudades de Jerusalén y Hebrón, y algunas en regiones rurales
También dialogamos con diversos militantes y expertos, estudiosos y estudiantes, trabajadores y ex presos políticos, dirigentes de la Autoridad Palestina pero también del movimiento social y de otras fuerzas políticas de la izquierda laica y de Hamas, todo eso en Palestina; en tanto que en Jerusalén Occidental y en Tel Aviv conversamos con diversos organismos de derechos humanos israelíes y fuerzas no partidarias de la ocupación militar, lo que en el escenario israelí se podría considerar la izquierda y la centro izquierda (de nuevo, claro que en relación al derechizado panorama israelí). Participamos en una movilización de repudio a la designación como Ministro de Defensa del nazi de origen ruso Avigdor Lieberman en el centro de Tel Aviv, organizada por la coalición Lista Unidad, encabezada por los comunistas de Israel.
Se podría decir que tuvimos, junto a dirigentes de organismos de derechos humanos de Paraguay, Chile, Colombia, México y el País Vasco, con los que compusimos una delegación bastante cercana en sus convicciones y compromisos éticos y políticos, el raro privilegio de ver la trama oculta de la realidad palestina e israelí, aquello que tanto se empeñan en ocultar, deformar o negar los medios de comunicación hegemónicos y buena parte de los observadores y académicos que estudian el tema y se siguen manejando por los mismos prejuicios que Edward Said denunciara en diversos libros, pero especialmente en su indispensable Orientalismo (Said, Edward, Orientalismo, , 2013 Penguin Random House Grupo Editorial España.)
¿Y qué es lo que nosotros pudimos ver de modo prístino y que no ven los turistas llevados en confortables combis o los académicos de los más diversos signos, incluidos algunos autotitulados progresistas o de izquierda?: pues sencilla y de un modo contundente, un genocidio en tiempo presente.
Un genocidio tal como lo definió el artículo dos de la Convención de Prevención y Castigo al Delito de Genocidio, asumido por las Naciones Unidas el mismo año en que los israelíes expulsaron cerca de setecientos cincuenta mil palestinos de sus casas y aldeas, a las que todavía no pudieron regresar. Para el mundo, 1948 es el año de la declaración de los derechos humanos y de la sanción de la Convención de Genocidio, para el pueblo palestino, el año de la Nabka o tragedia. Lo que dice mucho más sobre las Naciones Unidas y el sistema internacional de garantías a los derechos humanos que mil tratados y libros de «expertos».
Cómo un anticipo cruel de lo que vendría, una interminable e inútil seguidilla de condenas formales, exhortaciones humanistas pero banales, e informes que no cambian un ápice de la realidad, el Convenio de Prevención y Condena al Delito de Genocidio no solo fue contemporáneo con el inicio del genocidio contra el pueblo palestino, en algún modo fue parte fundante del dispositivo discursivo que lo ha justificado desde entonces, y todavía.
¿No es una verdadera paradoja de que, en el discurso oficial sionista y de buena parte de historiadores, el Estado de Israel es el producto de un genocidio -en el sentido de que se constituye como respuesta al terror diseminado por el nazismo, el terror a que se repitiera un genocidio semejante- y al mismo tiempo, para su constitución arrasa otro pueblo, negando su identidad nacional, generando el terror de los palestinos por ya más de setenta años?
El creador del concepto de Genocidio, Raphael Lemkin, fue un abogado polaco de origen judío que buscaba una clasificación penal adecuada a lo que, entendía él, constituía un fenómeno de nuevo tipo surgido de la mano del fascismo y la Segunda Guerra Mundial: no solo la destrucción de la identidad de un grupo nacional, no solo la destrucción del grupo nacional como tal sino la imposición de la identidad del sujeto genocida (sea un Estado o un conjunto de fuerzas diversas) al grupo agredido.
Lemkin decía sencillamente: «Genocidio es el crimen de la destrucción de grupos nacionales, raciales o religiosos» aunque distinguía dos fases: la destrucción de la identidad nacional del grupo y la imposición de la nueva identidad; como veremos más adelante, el caso del genocidio palestino por parte del Estado de Israel, con el apoyo del gobierno de los EE.UU. y del movimiento sionista internacional, contando con la pasividad cómplice de la Comunidad Internacional, es la demostración más potente de aquella idea casi intuitiva de Lemkin.
Al adoptar el concepto, luego de largos debates, las Naciones Unidas dijeron en la Convención ya mencionada: «Artículo II : En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
- a) Matanza de miembros del grupo;
- b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
- c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
- d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
- e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.»
Como cualquier observador medianamente imparcial debería confirmar sin dudas, el Estado de Israel, con el apoyo entusiasta de amplios sectores de su población y el apoyo indispensable y fundamental del gobierno de los EE.UU. y del sionismo internacional, someten al pueblo palestino a un proceso genocida, que como todo proceso genocida, tiene características particulares y únicas.
En el caso palestino, una de las particularidades viene del lado de la duración.
Se podría decir, al menos de manera tentativa, que el proceso genocida comenzó en 1948 con lo que los palestinos llaman la Nabka, la tragedia, que consistió en la expulsión de sus aldeas y hogares de unos 750 mil palestinos, separados de su pueblo y sometidos a condiciones de existencia que inevitablemente acarrearían «su destrucción física, total o parcial».
Durante estos largos años, cerca de la mitad de los varones palestinos han pasado por las cárceles del Estado de Israel, sometidos a condiciones de supervivencia que acreditan un estado de tortura permanente y actualmente hay unos siete mil presos políticos, de los cuales 56 son mujeres, 340 niños y unos 700 están bajo «detención administrativa» lo que justifica la aplicación de los incisos B y C del citado articulo dos de la Convención.
Si unos seis millones viven fuera de los territorios administrados de un modo directo por Israel y relativo por la Autoridad Palestina, y poco más de cuatro millones y medio lo hacen en los territorios ocupados militarmente por Israel de Cisjordania y Gaza, amén de que otro millón y medio lo hace en la ciudad de Jerusalén Oriental o en otras ciudades del Estado de Israel, se puede demostrar que todos ellos sufren condiciones de discriminación que han sido equiparadas con el «apartheid» sudafricano, lo que nos remite nuevamente a los incisos B y C de la Convención.
Cada palestino que viva fuera de Jerusalén o el Estado de Israel, desde que nace hasta que muera, vivirá encerrado entre muros que solo podrá traspasar cruzando un «check point» militar en el que deberá mostrar pases administrativos emitidos por la autoridad militar, que de cualquier modo podrá demorarlo el tiempo que quiera o directamente negarle el paso sin mayores fundamentos que las armas largas que portan las soldadas y los soldados israelíes en cada punto de paso. En esos «encierros temporales» extrajudiciales, se han registrado muertes de madres embarazadas que esperaban llegar a un centro de salud o un hospital al cual nunca las dejaron ingresar, lo que de por sí amerita la aplicación del punto D del Artículo dos de la Convención: «Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo» (todas las cifras y datos históricos están tomados del libro en castellano: Palestina y palestinos del Grupo de Turismo Alternativo, www.atg.ps donde se pueden consultar información enciclopédica actualizada en tiempo real sobre la historia y la actualidad palestina)
¿En qué articulo del Convenio encuadrar el asesinato de los niños en Gaza, sorprendidos mientras jugaban al futbol en la playa o la de los niños del Campo de Refugiados Aída de Belén, cazados como animalitos con rifles de mira telescópica por los soldados israelíes que deberían garantizar su seguridad? La letra fría diría que en el primer inciso del articulo dos, el que condena «la matanza de miembros del grupo», pero uno presiente que en obstinado ataque a los niños hay algo mucho más profundo y revelador sobre el proceso genocida en curso: los matan, los arrestan, los torturan, y si uno de ellos alza una piedra, los tratan como terroristas y ahí aparece el coro de voces «progresistas» clamando por la seguridad de Israel, o sea, justificando el genocidio presente.
También, y eso corresponde al ya citado punto C del artículo dos: «Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial», los palestinos son limitados en la provisión del agua potable y en el acceso a la energía eléctrica, impedidos de mejorar sus viviendas o de tener un pleno acceso a los servicios de salud, esparcimiento, cultura y turismo.
Pero no tengo dudas que la segunda gran particularidad del genocidio que sufre el pueblo palestino a manos del Estado de Israel, sus seguidores y cómplices nacionales e internacionales, es que ese genocidio es negado por el Estado perpetrador y por muchos de los actores que a nivel internacional no dudan en condenar el sufrido por los pueblos de América Latina en los años setenta del siglo pasado o el pueblo armenio alrededor de 1915.
Un genocidio en tiempo presente pero oculto ante los ojos de la mayoría de la humanidad.
Si el Dr. Zaffaroni dice «que no hay crimen de estado que no se sostenga en un discurso justificatorio», el negacionismo del genocidio palestino se sostiene en la firme base histórica que los pueblos judíos en la diáspora han sido perseguidos durante muchos siglos. Y de un modo especial desde finales del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, cuando se consuma el exterminio nazi de unos seis millones de judíos, como parte del exterminio de cincuenta millones de europeos, lo que ha permitido construir el mito del «eterno pueblo perseguido», que ahora se resignifica en aras de la justificación de otro genocidio: el de los palestinos.
Como si los palestinos hubieran sido habitantes de Berlín o soldados de la SS, y como si hubiera dolor o agravio pasado que justifique la tortura, el asesinato, la violación de mujeres, el escarnio de los niños, la destrucción sistemática de sus viviendas y aldeas, es decir, como si el hecho cierto que algunos de los actuales perpetradores del genocidio hayan sido parte o sean familiares de los que formaron parte del grupo sometido a genocidio por los nazis, impidiera que ahora puedan ser sujetos de la infamia completando de un modo trágico y perverso aquello que Lemkin, un polaco de origen judío, había anticipado casi literalmente: el genocidio no consiste solo en que un pueblo sea sometido a condiciones para que sea anulada su identidad nacional, sino que luego de eso asuman la del grupo genocida. Aunque duela a tantas y tantos, el sionismo y sus competidores ultra religiosos han asumido la ideología y las prácticas de quienes dicen tanto odiar, los nazis. Y todo eso pude comprobar con mis propios ojos en mi viaje por Palestina e Israel, tal como lo conté en mis Crónicas Palestinas[1]
Nota
[1] Crónicas Palestinas, José Schulman, ediciones Crónicas del Nuevo Siglo, 2016
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.