Estamos viendo y comprobando que el retraso que supusieron los 40 años de dictadura no se recuperan así como así…
El paso convencional de la dictadura a la democracia burguesa no tuvo lugar por un acto de voluntad de los que urdieron el tránsito, y la Transición no rubricó el cambio más que en aspectos meramente formales, en la forma de hacerlo. Quiero decir que la naturaleza del molde democrático o dictatorial no se fija por la ley escrita ni por una proclama. No dice el dictador: debéis saber que a partir de mañana empieza la dictadura. Y del mismo modo los que maquinan una Constitución, pues fue maquinada, no dijeron el 6 de diciembre de 1978: desde mañana empieza la democracia. La dictadura y la democracia lo son por los hechos tangibles, por el modo de gobernar y de actuar los dirigentes y, en términos generales, las policías y la justicia. En función de eso decimos: eso es una dictadura, aquello una democracia desarrollada o esto una democracia en pañales. La democracia la configuran además los propios ciudadanos con la complicidad de los poderes públicos, y es concluyente la voluntad de todos de sentirnos siempre relativamente insatisfechos: la clave de una democracia internacionalmente aceptable…
Pero el espíritu del verdadero cambio, del paso de la dictadura a la democracia burguesa (recalco lo de burguesa porque en otros contextos también se habla de democracia popular que, para esos países, es tan democracia como la otra) lleva un camino y un tempo bien diferentes al marcado por una Constitución. Para digerir, casi de la noche a la mañana, un concepto global de sociedad libre y en lo posible dichosa, acompañado de un estilo y unos valores morales, éticos, civiles y políticos se precisa de mucho más tiempo. Comprender que la sinergia entre los que dirigen y son dirigidos y entre los mismos dirigidos, redunda en beneficio de todos, y que el exceso de egoísmo personal es una lacra para la esperanza y expectativas de una vida y sosegada con carácter general no es tan fácil en lapsus breves de tiempo. Ese metabolismo social requiere de una mentalización colectiva, de una concienciación que ha de ir desarrollándose en espacios de tiempo mucho más prolongados, tanto en el entendimiento y el espíritu de los dirigentes como en los de los ciudadanos. Cuarenta años perdidos no se recuperan en otros cuarenta. Se requiere por lo menos otro siglo completo para compensar ese vacío y modificar conductas e ideas seculares determinadas además por un temperamento o idiosincrasia dominados por la vehementia cordis como es el del español de estereotipo, y por la influencia del poder espiritual, el eclesial, casi siempre más fuerte que el material.
Sea como fuere, España lleva un retraso de 40 años con respecto a las sociedades de la Europa Vieja. Justo los que duró la dictadura. Por eso todavía hay algunas cosas, sobre todo relativas a la moral pública y privada, siguen escandalizando a mucha gente que aún se encuentra en la fase anal del discurrir «nuevo», y ven naturales otras relacionadas con la trampa, con la desigualdad y con el privilegio porque eran habituales en el anterior régimen. Pero junto a esto, esos 40 años de retraso han supuesto también la dificultad para muchos, quizá demasiados, embridada su conciencia y su voluntad tantas décadas, de saber cómo administrar su libertad. De ahí la persistencia del abuso. Aún se interpreta en muchos casos la libertad exclusivamente como derecho que no genera obligaciones. Estimular el sentido de la obligación que acompaña a ese derecho de libertad corresponde a los poderes públicos con su comportamiento especialmente, mucho más que con leyes que además suelen incumplirse. De modo que si los poderes públicos abusan, difícilmente habrá desarrollo de la ecuanimidad y del sentido correcto de libertad en la población. Eso afecta mucho a todo. Al reparto de la riqueza a través de las leyes fiscales, a la igualdad/desigualdad en la interpretación de las leyes por parte de jueces y tribunales, y también a la moral pública y privada… Eso explica la escasa o nula conciencia fiscal de los llamados a corregir la desigualdad cumpliendo escrupulosamente sus obligaciones tributarias. (Hace años los más ricos en Francia pidieron al Estado una elevación de la presión tributaria para ellos). Pero también, de ahí la facilidad con la que tienen lugar la ruptura de la pareja y el divorcio y la dificultad de que prospere la monogamia presente en muchas especies animales que causa muchos menos problemas a la progenie. De ahí el excesivo protagonismo que reclaman para sí unos y otras a costa del otro o de la otra, porque aún no se ha encontrado el punto de equilibrio que sitúe a la sociedad en unas condiciones paritarias como las que existen más o menos en países que llevan siglos vertebrados en la democracia burguesa. España está atrasada en todo eso porque ha perdido mucho tiempo enredada en una moral hipócrita y ambivalente, a caballo entre la ruptura total de la moral que vino rigiendo hasta ayer y la falta de reglas y el capricho hasta la náusea que hacen estragos tanto en la vida privada , con víctimas más allá de los propios progenitores, como en la pú blica donde ser un pícaro y un aprovechado es una virtud y una habilidad que se cotizan… El retraso de 40 años sólo se compensa no sólo con el paso del mismo tiempo, como hemos comprobado dada la todavía bajísima calidad de esta democracia y la escasa separación de poderes en España transcurridas cuatro décadas. El retraso sólo se compensa a marchas forzadas. Entre otras cosas y otras sugerencias, primero con una pedagogía uniforme, homogénea y mantenida en la enseñanza pública y privada (algo muy difícil de conseguir por la interposición de la iglesia española que la atrae severamente a su gnoseología). Segundo, con el cumplimiento riguroso de las directivas de la UE. Y tercero, con la pedagogía de urgencia que se derivaría del cambio a fondo del signo de las fuerzas políticas que piensan más en el futuro que en el pasado o en el deprimente presente de un país que, pese a lo que se diga, sigue atrasado y en todo caso bastante lejos de lo que cuarenta años después de una dictadura hubiésemos deseado todos…
Jaime Richart. Antropólogo y jurista.
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