El Estado de Israel se encuentra en un proceso de brutalización progresiva y en expansión. Muchos analistas han observado 1967, cuando el estado sionista decide ocupar el resto de la Palestina histórica que no había deglutido en 1948, como momento clave, de inflexión en el proceso de despojo del territorio palestino, cuando el ejército de […]
El Estado de Israel se encuentra en un proceso de brutalización progresiva y en expansión.
Muchos analistas han observado 1967, cuando el estado sionista decide ocupar el resto de la Palestina histórica que no había deglutido en 1948, como momento clave, de inflexión en el proceso de despojo del territorio palestino, cuando el ejército de «Defensa» israelí pasa a ser el de ocupación. Un momento en el que Israel, la ocupación, el ejército, pasan a tener un papel mucho más asfixiante y abusivo, por tratarse sencillamente de una ocupación militar. Pero semejante agravamiento puede ser entendido únicamente si tenemos en cuenta que la verdadera ocupación empezó, al menos formalmente, en 1948 y que la población palestina fue desde entonces despojada, [1] a través de la expulsión de cientos de miles de habitantes, el asesinato, a menudo colectivo, de miles, la violación y la usurpación de sus hogares y habitaciones, a veces hasta con los juegos de té tendidos en las mesas de las casas invadidas y ocupadas.
Expulsiones, asesinatos, violaciones, motorizados por la idea de un «colonialismo de asentamientos [que] ‘destruye para reemplazar’. La invasión del territorio indígena busca borrar la presencia indígena sobre la tierra de forma permanente.» [2]
1967 es aceptable como atroz mojón de la acentuación del despojo siempre que no caigamos en la tentación, socialdemócrata, de creer que allí empezó «el mal comportamiento» israelí. Como si hasta entonces Israel hubiera sido «la democracia modelo» del Cercano Oriente que tantos occidentales aplaudieron.
Si mojones temporales significativos necesitáramos, podríamos invocar, por ejemplo, 1946, cuando el sionismo hace estallar el Hotel David en Jerusalén con decenas de muertos árabes, ingleses, palestinos, judíos, seres humanos de los más diversos orígenes (el ala sionista fascista a cargo de ese atentado es precisamente la que gobierna Israel en las últimas décadas y constituye el gobierno actual encabezado por Beniamin Netanyahu).
Pero tal vez, el más significativo es que cuando el sionismo recibe el espaldarazo del colonialismo británico, que opta por usar los pujos sionistas como ariete occidental contra el mundo árabe (el «bárbaro Oriente»), en 1917, el primer enemigo con que tropieza el sionismo ya «en el territorio», son los judíos establecidos en Palestina desde tiempo inmemorial (lo que se denominaba el Antiguo Yishuv).
Porque los sionistas empiezan a establecerse creando una sociedad aparte, en rigor una sociedad encima de la existente. Y los judíos no sionistas, anteriores, vivían dentro de la sociedad palestina. Y resisten la consigna que reciben como judíos: ningún trato con «los árabes».
Los sionistas zanjan esa resistencia con una modalidad que ya veremos se irá propagando en el siglo XX con el nazismo, el fascismo, el comunismo y que ha caracterizado a todas las dictaduras de todos los tiempos: asesinan a Jakob de Haan, un poeta judío refractario a los planes sionistas, que encabezara la resistencia judía al nuevo planteo. 1924. Primer asesinato político de la amarga historia de la sionización de Palestina. No será el único sino apenas el primero de una larga lista de asesinatos que vemos ensancharse continuamente.
El gobierno fascista actual de Israel (que evita esa denominación, que desde 1945 ha quedado «quemada») no ha hecho sino profundizar esa senda. Pero no ha innovado nada, sustancialmente hablando. Israel, ya sea con gobiernos democráticos (pero sionistas) o con gobiernos sionistas menos diplomáticos, jamás ha variado en su proyecto histórico: «redimir» la tierra «sagrada». ¿Ha sobrevenido alguna vez un convenio para reconocerle algo, a los palestinos? No se conocen. Ni una vez.
Con las «tratativas» de Oslo, desde 1993, cuando Israel decide evitar otro estallido como la intifada de 1987, la OLP se aviene a «conversaciones» con las que cede y termina reconociendo al EdI con la expectativa de que en un futuro más o menos próximo, el engendro sionista habría de reconocer «algo» palestino; para muchos una soberanía de las dimensiones de una cabina telefónica. La OLP, exhausta con su lucha de tipo vanguardista, sustituyendo la actividad de un pueblo por el de sus destacamentos-más-destacados, termina cediendo, con la esperanza de que a Arafat se le reconocería una presidencia virtual sobre un territorio o territorito… un bantustán, en suma.
Destruida su estrategia político-militar, Arafat, empero, no termina de claudicar porque cuando un levantamiento en las calles vuelva a revelar el sentimiento generalizado de tantos palestinos que se sienten robados, ultrajados, invadidos, desplazados, humillados −la intifada Al-Aqsa− que el régimen sionista reprime con mano durísima, Arafat, ya vencido en la mesa de negociaciones, no aceptará seguir siendo cómplice del poder sionista cada vez más ensoberbecido y denunciará el atropello militar con su infame cosecha de lisiados y muertos. Después de eso, Arafat dejará de ser «interlocutor válido», quedará virtualmente cercado en La Mukata, en Ramallah, y tendrá una sospechosa muerte por irradiación de la cual que ya sabemos quiénes la administraron… [3] Israel buscará otro cipayo más confiable, y lo encontrará.
1936, 1947-1948, 1967, 1982, 1987, 2000, 2005, 2008-2009 y tantas otras fechas pesadillescas, donde cada vez más son los palestinos muertos, lisiados y prisioneros.
En ningún momento, desde el asentamiento sionista en Palestina, se puede reconocer a Israel cediendo. En todo caso, suspendiendo la presión, el embate, para luego reemprender la conquista con mayor énfasis si cabe: la ocupación ha sido un viaje de ida.
A medida que la relación de fuerzas se ha hecho más favorable al sionismo protegido como socio presuntamente menor del «amo geopolítico del planeta», EE.UU., su desenfado para aherrojar a la población palestina se ha acrecentado.
Cada vez leyes más draconianas.
Los palestinos no tienen jamás, década tras década, un permiso para construir. Década tras década, las familias han tenido que ir redimensionando sus habitaciones para dar cabida a nuevos miembros, achicando el espacio familiar. Los palestinos no tienen la posibilidad de adquirir, readquirir tierras.
Han sido sistemáticamente reducidos, al mejor estilo del colonialismo español en las Américas («reducciones de indios»).
La «reducción» territorial tiene otras causas: que un miembro de la familia haya actuado en alguna acción que el poder sionista califique como «terrorista» alcanza para derribar toda la vivienda familiar. Sin posibilidad de reconstrucción; que el estado sionista necesite un suelo para un emprendimiento alcanza para que se le confisque ese suelo a cualquier palestino.
La pérdida territorial es, por una razón u otra, continua. Nunca falta un diferendo, la decisión de un nuevo aeropuerto, una carretera, la «necesidad» de un puesto de control, para proceder a recortar esos ya tan recortados territorios. Porque Israel jamás cede tierras «propias» para tales obras; siempre las hace a expensas de las tierras palestinas.
A veces, ni siquiera eso. Alcanza la llegada de una patota de colonos sionistas que, armados hasta los dientes y/o protegidos por el ejército de «Defensa», proceden a arrancar de cuajo vides, olivos, higueras, plantas centenarias de la milenaria agricultura de la región.
En Palestina, los judíos pueden matar impunemente a cualquier palestino. Lo han declarado algunos con chutzpah, [4] como el ministro de Economía del actual gabinete; Naftali Bennet: «He matado a muchísimos árabes en mi vida, y no he tenido ningún problema por ello«. [5]
La historia del colonialismo siempre ha mostrado lo mismo: una penetración racista, basada en la presunta superioridad civilizatoria, que permite a los colonialistas actuar con desprecio por todas las reglas de convivencia y respeto, que, a lo sumo, preservan para «los suyos».
Esa es la única, atroz explicación para que un soldado judío, que atendería solícito a su hermana, a su madre, a su esposa, a su vecina, en situación de preparto, se permita darle largas a tantas, tantas palestinas que llegan a los «check-points» angustiadas con pérdida de aguas o de sangre o con pujos y que se desentienden en lugar de franquearles el paso al hospital más próximo, o que les ordenan regresar a sus casas y consignas por el estilo y que se traducen en que esas palestinas, solas o acompañadas, se acuclillan lo más fuera de la vista del retén y den a luz, con falta total de atención y de higiene y que se registre tan alta cantidad de bebes muertos en esas condiciones: el soldadito ha cumplido con su deber, impedir que «crezca» la población de la cual el colonialismo se quiere desembarazar.
Con el cambio de año (2017 a 2018) registramos otra forma de supresión de la población usurpada y negada: el gobierno fascista de Netanyahu, Bennet, Ayelet, Lieberman, propone instaurar la pena de muerte también para actos de resistencia a la ocupación.
Se los denomina terroristas por defenderse.
El disparador probablemente ha sido Ahed Tamimi, 16 años, la adolescente palestina que indignada por la balacera con que soldados israelíes habían matado y malherido a hermano y primo suyos (niños de 14 y 15 años), los increpó y procuró abofetearlos.
La pervertida opinión pública, a través de sus medios más oficialistas, ha admirado a esos «estoicos soldados judíos» por su profesionalidad, por no haber respondido ametrallando, suponemos, a la joven. Y dado que dicha «profesionalidad» es replicada por jóvenes como Ahed y su prima Nur, para defenderlos de tales bofetadas, el Parlamento fascistizado israelí está tramitando el establecimiento de la pena de muerte ante actos «terroristas». Con ese calificativo, el juez y el poder de ocupación pueden disponer la condena de muerte por todo acto de resistencia, incluidos los «vejámenes» que le habrían propinado Ahed y Nur a los soldados en el patio de su hogar.
Como dice una sucursal mediática del sionismo en Montevideo: «Los medios israelíes, por su parte, la describen como una ‘provocadora que sabe cómo publicitar sus actos» (El País, Montevideo, 29 dic. 2017). Un instructivo ejercicio de periodismo canalla.
Notas
[1] Hubo desde antes un despojo, una política de despojo, solo que hasta 1948 mantuvo formas «legales», como la compra de tierras a un propietario rentista ausente y «como consecuencia», el desalojo por la policía (turca primero, inglesa después) de campesinos sin títulos…
[2] Nadera Shalhoub-Kervorkian, Sarah Ihmoud y Suhad Dahir-Nashif, http://www.resumenlatinoamericano.org/2014/12/02/palestina-la-violencia-sexual-el-cuerpo-de-la-mujer-y-los-asentamientos-coloniales-de-israel/ .
Por eso estas autoras nos dicen que: «La violencia sexual es fundamental en la estructura global del poder colonial, en su maquinaria de dominación de carácter racial. […]. David Ben Gurion, al igual que otros dirigentes sionistas, habló abiertamente sobre la violación y tortura sexual de las mujeres palestinas en las anotaciones que hizo en su diario durante 1948. Al mismo tiempo que abogaba por la matanza de mujeres y niños palestinos, les representaba como una amenaza para la política de asentamientos coloniales judíos y premiaba a todas las madres judías cuando tenían su décimo hijo.»
Las autores citan además a una joven judía que publicó en Facebook un mensaje sobre el placer sexual que se sentía contemplando el linchamiento colectivo: «¡Qué orgasmo ver a las Fuerzas de Defensa de Israel bombardear edificios en Gaza con niños y familias dentro. Boom, boom!» [ibíd.]
[3] La viuda verificó mediciones en las últimas ropas de Arafat envidas a control; una anormalísima intensidad de radiactividad.
[4] Voz de origen hebreo, desplegada en el yiddish, que significa desenfado, descaro, insolencia.
[5] Publicado por Yediot Ahronot, periódico israelí y traducido y puesto en internet por http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=46297, 31 julio 2013.
http://revistafuturos.noblogs.org
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