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Entrevista a Daniel Tanuro

«Cuarenta años de neoliberalismo han favorecido el desarrollo de una ideología mortífera»

Fuentes: Viento Sur

Un año de trumperías. Daniel Tanuro sigue de cerca la situación estadounidense. En la última universidad de verano del NPA, a finales de agosto de 2017, introdujo un taller sobre Trump y el trumpismo, y su libro Frankenstein en la Casa Blanca. Trump y el interregno global se publicará muy pronto en castellano, editado por Sylone […]

Un año de trumperías.

Daniel Tanuro sigue de cerca la situación estadounidense. En la última universidad de verano del NPA, a finales de agosto de 2017, introdujo un taller sobre Trump y el trumpismo, y su libro Frankenstein en la Casa Blanca. Trump y el interregno global se publicará muy pronto en castellano, editado por Sylone y viento sur. Le hemos pedido su valoración del primer año de esta nueva administración.

Donald Trump ha entrado en funciones hace poco más de un año. Los medios hablan de un balance insignificante, incluso de un fracaso completo. El muro con México ni ha empezado, el Obamacare sigue ahí…¿Qué piensas de todo esto?

No pienso que el balance de Trump sea insignificante para gente rica y capitalistas. Quienes se dedican a las finanzas en Wall Street están a punto de obtener la neutralización de las tímidas medidas de regulación puestas en pie tras la crisis de 2007-2008. Goldman Sachs quiere desactivar la regla Volcker, que impide a los bancos la especulación con sus fondos propios (lo que hacían a veces contra los intereses de sus clientes). Es la misión de la gente llamada «Goldman boys» en el seno del equipo Trump -Cohn y Mnuchi-, y están lográndolo.

El sector carbonero está liberado de las restricciones del Clean Power Plan. El sector petrolero obtiene la autorización de perforación offshore a lo largo de todas las costas estadounidenses (algunos Estados protestan), la explotación en la gran reserva natural ártica, la luz verde a los oleoductos que deben llevar los hidrocarburos de Atlanta hacia el Golfo de México… Las compañías mineras han vuelto a tener la autorización para corromper a los gobiernos de los países del Sur para arrancar concesiones. Las empresas fabricantes de armas se alegran del enorme aumento del gasto militar. Las acciones de las compañías de prisiones privadas se han disparado desde la elección de Trump, pues la gente detenida para ser expulsada es encarcelada entre sus paredes.

Detalle curioso: la llamada prensa de calidad es muy crítica respecto a Trump, pero todos los medios, escritos y audiovisuales, se benefician del interés público por los caprichos, las torpezas y las provocaciones del presidente. Las empresas del sector de la construcción y de las obras públicas esperan con impaciencia el gran plan de infraestructuras (estará basado en asociaciones público-privado, no en la inversión pública). A esto se añaden el apoyo de la mayor parte de los medios de negocios a la política de desregulación en todos los sectores -el objetivo es suprimir las tras cuartas partes de las restricciones legales- y su entusiasmo por la reforma fiscal adoptada en diciembre -80% de beneficios de ésta irán al uno por ciento más rico de la población… Desde el punto de vista de la gente rica y de la patronal, el balance de Trump es escandalosamente positivo, y esto se traduce en la euforia bursátil.

Por otra parte, el propio Trump ha admitido que muchas de sus promesas electorales eran puramente retóricas. Los medios le toman al pie de la letra pero no en serio, mientras que su base le toma en serio pero no al pie de la letra. Ahora bien, Trump hace todo lo que puede para conservar el apoyo de esta base. Ciertamente, el muro no está en obras y México no está dispuesto a pagarlo. Ciertamente, el Obamacare no se ha derogado. Pero el Presidente crea la imagen del tío que lucha por respetar sus promesas reaccionarias, a pesar de las resistencias del «pantano» de Washington.

De hecho, no está inactivo y no hay que subestimar su balance. El Muslim Ban ha sido bloqueado, pero se han enviado directivas a los Estados para reforzar las medidas de control, el acceso al territorio se ha vuelto mucho más complicado para la ciudadanía de los siete países señalados, las expulsiones de sin papeles baten récords, las ciudades «santuario» que se niegan a colaborar en el acoso son penalizadas, etc.

Lo mismo en lo que se refiere al Obamacare: se han tomado un gran número de medidas con el objetivo de desestabilizar el sistema. No son como para no ser tenidas en cuenta: por ejemplo, cincuenta y cinco millones de mujeres padecerán el decreto que suprime la obligación de las empresas a ofrecer a las trabajadoras un seguro de salud que incluya al menos un método contraceptivo. Trump multiplica las medidas de este tipo para movilizar a su base evangélica. En algunos Estados, como Texas, ya no hay prácticamente clínicas que practiquen la interrupción voluntaria del embarazo: la mayor parte han debido cerrar como consecuencia de la supresión de las subvenciones.

El paro está en su punto más bajo, los salarios remontan, Wall Street va bien y hay empresas que repatrian incluso sus capitales a los Estados Unidos. ¿Hay que atribuírselo a Trump?

El muy bajo nivel de paro (4,2%) no es una conquista de Trump que farolea con las cifras y los hechos. Desde su elección, el ritmo de creación de empleos ha sido de 169.000 por mes; era de 185.000 por mes durante los siete años precedentes. Trump se vanagloria de relanzar la industria manufacturera, pero el número de empleos en esta rama sigue siendo inferior en un millón al que había antes de la crisis de 2007-2008.

El presidente intenta sobre todo seducir a los y las trabajadoras del automóvil, pero los hechos están lejos de darle la razón: si Ford comenzó el año 2017 anunciando el abandono de la producción mexicana de ciertos modelos (anticuados), lo ha terminado decidiendo que su SUV 100% eléctrico sería fabricado al sur del Río Grande. Chrysler planifica la transferencia de la producción de pikups de México hacia Michigan, pero la fábrica mexicana sigue operativa: será reorientada hacia la producción de vehículos comerciales para el mercado mundial. El caso de Harley-Davidson es típico: hace un año, Trump recibía al patrón y los y las trabajadoras, saludaba su patriotismo y suprimía una multa de tres millones de dólares por no respeto de las leyes sobre la polución del aire; hoy, la empresa anuncia varios centenares de pérdidas de empleos y el cierre de una fábrica en Kansas.

Trump intenta suscitar la idea de que está levantando la economía gracias al «genio muy estable» (el 6 de enero de este año él mismo se definió así en un twit -ndt) que ha hecho fortuna, pero es evidentemente una ficción: las inversiones de las transnacionales no siguen las exhortaciones a corto plazo de la Casa Blanca, sino los planes estratégicos de medio y largo plazo elaborados por los consejos de administración. Toyota no decidió en apoyo a la política de Obama en 2011 abrir una nueva fábrica en Mississipi, sino porque el mercado estadounidense es decisivo en la competencia con Volkswagen para el primer puesto en el podium. Por otra parte, el empleo en el sector automovilístico estadounidense es ligeramente inferior hoy a lo que era hace un año.

Los salarios aumentan, pero igualmente a un ritmo más bajo que a finales del segundo mandato de Obama. El hecho a señalar no es por otra parte que aumenten. El hecho notable es que la política neoliberal haya permitido bloquearlos tanto tiempo (a pesar de un paro muy bajo) y que no aumenten más rápidamente hoy, en una situación de casi pleno empleo.

En cuanto a las repatriaciones de capitales, se trata en lo esencial de un efecto del chollo de la reforma fiscal. Apple ha anunciado que invertiría 350 mil millones de dólares en los Estados Unidos de ahora a 2023, pero la mayor parte de esta suma no es sino la continuación lineal de su política de los últimos años: la inversión realmente nueva sube a 37 mil millones, y nada dice que servirá para crear empleos.

Precisamente: hablemos de la reforma fiscal. Beneficia a la gente más rica y a las empresas, pero aumentará con fuerza la deuda y el déficit. ¿No es insensato? ¿Cual es la coherencia de esta política?

La coherencia es la de una clase capitalista cada vez mas ávida a corto plazo, que quiere pagar cuanto menos impuestos posibles -de preferencia ninguno- y que apuesta por un refuerzo de la austeridad para tapar el agujero presupuestario. La Oficina del Presupuesto del Congreso estadounidense estima que de aquí a 2027, las personas contribuyentes que ganan entre 40.000 y 50.000 dólares por año pagarán 5,3 millardos de impuestos más, mientras que quienes ganan más de un millón de dólares al año pagarán 5,8 millardos menos. Las entradas del Estado federal bajarán en 1.600 millardos de dólares, lo que hará pasar la deuda pública del 77% a más del 100% del PIB.

El partido republicano ha adoptado su reforma en medio de la euforia, pretendiendo que aseguraría la prosperidad de «la economía». Trump se vanagloria repitiendo que esta reforma y el aumento de los gastos militares son dos elementos clave de su proyecto para «devolver a América su grandeza». Pero esa gente y su base Tea Party son adversarios feroces de la deuda y del déficit. Ahora que han obtenido su reforma fiscal, van a abogar por recortes presupuestarios en los presupuestos sociales, en los presupuestos para el medio ambiente, en la investigación pública, en los equipamientos colectivos, etc. Los derechos de las mujeres y de las comunidades así como la escuela pública están particularmente amenazados.

Se puede decir que esta política es irracional desde el punto de vista del interés de la sociedad en su conjunto, pero es importante comprender que esta irracionalidad no es producto de un individuo. Trump es una personalidad peligrosamente perturbada, pero el peligro viene del hecho de que su sinrazón entra en sintonía con la del sistema. Cuarenta años de neoliberalismo triunfante han favorecido el desarrollo de una ideología mortífera. Ésta se enraíza en la forma financiera que sirve al capital entero de palanca para volver a lo que Michel Husson llama un «puro capitalismo».

Como mostró Marx, esta forma (D-D´, dinero-más dinero) es la que oculta más perfectamente la realidad social. La industria deja aún adivinar que el capital se apropia de las riquezas producidas por la naturaleza y el trabajo, destruyendo una y otra como consecuencia de la competencia por las ganancias. La finanza, por el contrario, porque invisibiliza trabajo y naturaleza, lleva a la perfección la ilusión de que el dinero es la única fuente de la riqueza, que la produce «tan naturalmente como una peral produce peras». Como consecuencia, el trabajo y la naturaleza aparecen como «cargas» que gravan la producción de riqueza por el capital.

«De izquierdas» o «de derechas», las políticas llevadas a cabo desde hace cuarenta años derivan de esta visión: recortes implacables, en las «cargas sociales», de una parte, y rechazo a tomar medidas ecológicas que darían demasiado peso a las «cargas medioambientales» de las empresas, de la otra. Que las ganancias capitalistas hayan estallado en estas condiciones no es una sorpresa. No obstante, nada está resuelto. Las sociedades continúan hundiéndose en al abismo de las destrucciones sociales y medioambientales denominado «la crisis» y los responsables son impotentes para sacarlas de ahí. La lógica neoliberal les impide sencillamente ver una salida diferente a más neoliberalismo, más mercado, menos «rigideces», menos «cargas», más crecimiento y más ganancias para la gente rica.

La política de Trump es la expresión paroxística, cínica y desacomplejada de esta tendencia. Sus victorias en las primarias republicanas y las presidenciales son accidentales, pero la orientación que pone en marcha no lo es: sus principales elementos están elaborados desde hace años por poderosos tink tanks neoliberales y libertarios (en Estados Unidos el Libertarian Party es un partido ultraliberal ndt), que rivalizan en influencia entre sus colaboradores y colaboradoras.

¿No son contrarias la política exterior de Trump y su proteccionismo a los intereses del gran capital estadounidense? ¿No estará tentado éste de librarse del alborotador?

El proteccionismo proclamado por Trump en la campaña es, en efecto, contrario a los intereses del capital transnacional estadounidense. Éste está además opuesto a un freno de toda inmigración, al racismo, a la expulsión eventual de los «dreamers» (las cerca de 700.000 personas que entraron ilegalmente en los Estados Unidos con sus padres y madres, cuando eran niños y niñas). Visto el casi pleno empleo, el agrobusiness y la construcción quieren poder continuar contratando personas ilegales con bajos salarios. En cuanto a las joyas multinacionales de la economía estadounidense, el racismo es contrario a su estrategia mundial de reclutamiento, a su política de personal y a su estrategia comercial en los mercados globalizados.

Es por otra parte evidente que la política exterior de Trump tiende a desacreditar y a aislar a los Estados Unidos en la arena internacional. Incluso sus aliados internacionales desconfían ya. El giro a favor de una alianza con Rusia contra China y contra la «amenaza terrorista islámica» ha sido frenado en seco por la sospechas de connivencia con la injerencia rusa en la campaña electoral (que está demostrada). Es además probable que el rápido despido de Flynt, luego el de Bannon, hayan provocado desorientación en un Trump que no conoce nada de la política exterior, confunde la República de China y la República Popular de China, cree que Bruselas es un país, mezcla Irak y Siria, y ve las relaciones internacionales con el prisma de sus (proyectos de) inversiones por todas partes.

Dicho esto, quien ha sido elegido ha sido Donald Trump, no Hillary Clinton. Y la clase dominante no tiene otro remedio que acomodarse a ello. El impeachment podría ser una solución en última instancia, pero el procedimiento puede durar tres años y el resultado es incierto. El vicepresidente y los ministros podrían decir que Trump debe ser destituido porque no está en su sano juicio, pero esto parece poco probable.

De una parte, como señalaba Mandel, el capital juzga a sus representantes políticos ante todo por la extracción de la plusvalía, la política exterior viene después. De otra parte, destitución e impeachment costarían muy caras al Partido Republicano, que está en mala posición y depende de la popularidad de Trump para movilizar a su electorado. Significativo: estos últimos días, la militancia republicana se ha alineado completamente tras la tesis de un complot del FBI contra Trump, ofreciendo a éste la posibilidad de dar un golpe de fuerza contra Mueller y de acabar con la investigación sobre el tema ruso.

No queda por tanto mas que una solución: intentar controlar al presidente para limitar los daños en la medida de lo posible. Es el camino seguido por, creo, Cohn, Mnuchin y Tillerson, y sobre todo por los generales, Kerry, McMaster y Matis. No es posible anular la retirada estadounidense de la asociación transpacifico (Washington intenta recomponer la situación evocando ahora un «espacio indo-pacífico»). Pero los Estados Unidos no buscan la ruptura de las conversaciones con Canadá y México sobre la reforma del ALENA, que Trump prometía sin embargo tirar a la basura.

Un índice importante ha sido el giro de 180 grados de Trump sobre Afganistán: «veo las cosas de forma diferente desde la Casa Blanca», ha declarado anunciando un refuerzo de la presencia militar en ese país. Se señalará también la ausencia de toda consecuencia visible de las fanfarronadas de Trump sobre «el fuego y la furia» que supuestamente iban a abatirse sobre Corea del Norte.

Ningún equipo presidencial ha contado jamás con tantos generales, y ciertos elementos indican que los militares se sienten cada vez más a cargo de la política del imperialismo estadounidense (este elemento no está puesto suficientemente de relieve en mi libro). No es particularmente tranquilizador, dado que la doctrina estratégica adoptada desde la guerra en Irak constituye por decirlo así una anticipación del eslogan «America First».

Al mismo tiempo, no pienso que esta relativa normalización borre completamente el proteccionismo y el aislacionismo de la política estadounidense. Trump no se echará atrás de la salida del acuerdo de París sobre el clima (hay que mirar lo que hace, ¡no lo que dice!). Si no ha concretado su promesa de una tasa del 45% sobre los productos chinos, una cierta dosis de proteccionismo parece necesaria para combatir el declive de la potencia económica estadounidense. La decisión reciente de tasar los paneles fotovoltaicos y las lavadoras chinas y coreanas se inscribe en este marco, igual que la evocación de una tasa del 20% sobre las importaciones provenientes de la UE.

La cuestión de la propiedad intelectual es otra fuente de tensión en el marco de una posible guerra comercial. De una forma general, el mundo capitalista se caracteriza por una competencia cada vez más dura de todos contra todos. La eficacia económica de la dictadura liberal-nacionalista-burocrática china -la superpotencia ascendente- sacude los equilibrios, empuja a acentuar drásticamente la austeridad. Pero la declinación «mundialista» y «políticamente correcta» de ésta está muy desacreditada. En este contexto, las tendencias nacionalistas-racistas-sexistas-autoritarias y climato-negacionistas se ofrecen claramente como un medio de darle una base «popular», en particular en la pequeña burguesía. Estas tendencias eran perceptibles antes de Trump y su victoria las ha acelerado.

Para determinada gente el trumpismo sería un fascismo o un prefascismo…

No hay partido de masas, no hay secciones de asalto. Hay una radicalización pequeñoburguesa reaccionaria (es el núcleo duro de la base de Trump), pero su movilización es esencialmente electoral. Una fracción capitalista unida por los hermanos Koch conspira para instalar un poder reaccionario, pero no paga matones: financia a candidatos de derechas (Mike Pence, por ejemplo). Con excepción de los multimillonarios Robert y Rebekah Mercer (propietarios de la página Breitbart News), esta fracción no apoyaba a Trump (libertarios (ultraliberales), los Koch están en contra del proteccionismo): se ha unido a él después de las elecciones, con su propia agenda.

El propio Trump es un aspirante déspota que tiene rasgos fascistoides (demagogia social, racismo, antisemitismo, sexismo, denuncia de los «fake news», llamamiento a la violencia y al odio), pero parece más cerca de Berlusconi que de Mussolini. Sus objetivos personales parecen primar sobre todo lo demás. Bannon es un fascista, pero Trump se ha librado de él (y los Mercer han hecho igual luego). La clase dominante estadounidense, hoy, no tiene necesidad del fascismo para disciplinar a la clase obrera. Poder fuerte, guerras, racismo y barbarie climática: se están amontonando peligros enormes. Las comparaciones históricas nos ayudan a identificarlos pero solo hasta cierto punto…

Revue L’Anticapitaliste n°95 (février 2018),https://npa2009.org/idees/international/entretien-avec-daniel-tanuro-un-de-trumperies

Traducción: Fustino Eguberri para viento sur

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article13574