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Ministros y francotiradores: ejemplos de perversión, delirio y megalomanía

Fuentes: Rebelión

¿Cuál es el límite de la perversidad en un ser humano? Perversión como sinónimo de vileza, maldad, depravación, que es el campo semántico que me interesa desarrollar, ajeno al concepto psicoanalítico de perversión vinculado a la sexualidad. ¿Hasta qué punto una persona es capaz de generar acciones destinadas a destruir y asesinar a otros seres […]

¿Cuál es el límite de la perversidad en un ser humano? Perversión como sinónimo de vileza, maldad, depravación, que es el campo semántico que me interesa desarrollar, ajeno al concepto psicoanalítico de perversión vinculado a la sexualidad. ¿Hasta qué punto una persona es capaz de generar acciones destinadas a destruir y asesinar a otros seres humanos? ¿Tiene límites morales el sionismo y aquellos fanáticos terroristas que tienen esta ideología como dogma de fe?

Hoy, en momentos donde el régimen israelí muestra la cara de la cobardía más abyecta, al disponer que sus soldados apostados en las vallas que separan a la Palestina ocupada de la Franja de Gaza, disparen a matar contra la población palestina que se manifiesta desde el día 30 de marzo, es necesario más que nunca dar respuestas a las interrogantes anteriores. Más aún, cuando el Ministro de Asuntos Militares de Israel, el colono judío de origen moldavo, Avigdor Lieberman, frente al asesinato de palestinos a manos de la soldadesca israelí borracha y sedienta de sangre, ha felicitado al francotirador que disparó a un joven palestino desarmado, escena grabada por los propios soldados sionistas y ante lo cual Lieberman sostuvo: «El francotirador debería recibir una medalla y el que lo filmó debería ser retrogradado».

Un video vergonzoso que muestra la celebración del asesino y sus compañeros tras disparar contra el joven palestino. La prueba audiovisual permite oír la voz de varios militares israelíes que comentan entre sí sobre el objetivo y cómo dispararle. Se escucha al comandante preguntando al soldado: «¿Tienes el arma cargada? ¿Lo tienes (en tu objetivo)?». Más tarde, se escucha cómo el francotirador y los otros soldados se regocijan cuando da en el blanco. También se oye a otro soldado diciendo: «Le disparó en la cabeza». El soldado que filmó el incidente calificó el vídeo de «apoteósico». «¡Sí!». «Qué vídeo tan fabuloso», los soldados presentes en el lugar lloran de alegría. «Voló por el aire», dijo uno de ellos, en referencia a la víctima. ¿Ruindad? ¿Defensa de la patria? ¿Disparó por encontrarse en peligro su integridad?

Para no ser menos, en esta ignominia, el Ministro de Educación israelí, el empresario y líder del Partido la Casa Judía, Naftali Bennett, defendió a rajatabla a los soldados que celebran alborozados el asesinato del manifestante palestino apelando a que «Los soldados de las IDF (fuerzas de guerra de Israel) protegen nuestras vidas. Nosotros los protegemos y no los abandonamos», declaración falsa pues los francotiradores no estaban en peligro, no existía acción ofensiva alguna por parte de las personas que se manifestaban en el territorio de la Franja de Gaza y menos aún se veían en peligro los colonos judíos asentados en la Palestina ocupada. Son, simplemente, excusas y la argumentación pérfida de los líderes políticos sionistas, que así generan la impunidad necesaria para que sus soldados sientan y piensen que asesinar a sangre fría es correcto, patriota y que incluso pueden ser recompensados.

Ante lo señalado y repetido en decenas de asesinatos en los últimos días, debemos interrogarnos si la conducta de los políticos y los soldados israelíes – en especial este cuerpo de francotiradores con licencia para matar – tiene un carácter de irracionalidad, una especie de locura que los exima de responsabilidad. Y la respuesta a ello me hace acudir a un trabajo realizado hace un año atrás, en enero del año 2017 – y que titulé «Sionismo: Una ideología delirante y perversa» a partir de la reiterada violación de los derechos humanos del pueblo palestino y que se expresaba con mayor fuerza a partir de la Resolución N° 2334 emitida en diciembre del año 2016 por la ONU, reafirmando el carácter ilegal de los asentamientos en los territorios palestinos del West Bank.

Una más del medio centenar de resoluciones que Israel no ha cumplido desde su nacimiento artificioso en mayo del año 1948, cuando la Organización de Naciones Unidas recomendó la partición de Palestina a través de la resolución N° 181 del año 1947 y que sentó las bases para que el sionismo, el mismo día que finalizaba el mandato británico sobre Palestina, declarara una surrealista independencia. Y uso este concepto pues, ¿de qué se independizó esa entidad que nació y que tomó el nombre de Israel? ¿De qué podría independizarse unos cuantos centenares de miles de judíos provenientes fundamentalmente de Europa y que habían comenzado un proceso de colonización mandatado por la Federación Mundial Sionista a una tierra que no les pertenece?

Una decisión de entrega de territorio, que implicó la mejora para una minoría, extraña, extranjera, venida allende el Levante Mediterráneo y que significó el empeoramiento de su situación para la mayoría de la población palestina, que no sólo comenzó a vivir la destrucción de su vida cotidiana, sino que se encontró sujeta a la construcción de un relato mitológico y mitómano, que comenzó a deshumanizar al habitante original, como también a borrar su historia y su cultura en aras de construir un relato de lo judío, que ha tenido réplicas de historiadores de ese pueblo como Shlomo Sand.

Este autor, en su libro «La Invención del Pueblo Judío», consigna la escandalosa construcción del mito nacional israelí, que trata de explicar la raíz de su origen como Estado-Nación. Para Sand, el relato de la diáspora judía del siglo I d.C. y la reivindicación de una continuidad cultural y racial del pueblo judío hasta el día de hoy, ha sido utilizado abusivamente, para justificar el asentamiento de judíos en Palestina y el proyecto del Gran Israel. En su libro, como lo señala la presentación de la Editorial Akal, «Shlomo Sand demuestra que el mito nacional de Israel hunde sus orígenes en el siglo XIX, no en los tiempos bíblicos en los que muchos historiadores – judíos y no judíos – reconstruyeron un pueblo imaginado con la finalidad de modelar una futura nación, develando así la construcción del mito nacionalista y la consiguiente mistificación colectiva». Es un libro, como lo definió el medio The Guardian «que permite la demolición radical de un mito nacional».

Moshé Machover, matemático y filósofo israelí radicado en Inglaterra, es incluso aún más punzante respecto a la existencia de un pueblo judío, ya que sostiene que esto es «una falsa idea promovida por la ideología sionista: el mito de que los judíos en todo el mundo son una nación antigua, exiliada por la fuerza de su antigua patria, la tierra de Israel». Sin duda, en ese contexto, continuar en esa idea, tratar de imponerla y ocupar tierras ajenas es una conducta delirante, una distorsión del pensamiento, que más bien nos habla de un trastorno en salud mental que de una realidad, como perversa es también el uso de prácticas violatorias de los derechos humanos de millones de palestinos, en pos de ese objetivo mitológico.

La aparente pero lógica irracionalidad

Una puesta en escena de esa perversidad, muy ajena a aquella descrita por Edgard Allan Poe en su creación «el demonio de la perversidad» cuando la define como «un móvil sin motivo, un motivo no motivado. Esta inevitable tendencia a hacer el mal por el mal en si mismo. Es un impulso radical, primitivo, elemental. Es decir, un impulso incontrolable y no racional que es capaz de anular la voluntad del ser humano». Y digo que es ajena, pues aceptar esta definición implicaría consentir que el ser humano no posee voluntad, ya que todo lo que haga o deje de hacer viene determinado por una acción exterior: lo que Poe define como el demonio de la perversidad. Esto, a no dudar, evitaría responder de nuestros actos, nos permitiría sortear toda responsabilidad. Visto así, el hombre no es consciente de aquello que hace pues es incapaz de contraponerse al instinto inherente de la perversidad.

Ya quisiera Lieberman o un francotirador señalar como atenuante, el que ha sido influido por el demonio de la perversidad. El perverso asimilado al sionista es aquel que goza sus acciones delictivas sin represión, sin muestra alguna de sufrimiento por lo que hace. Un rasgo del perverso que lo empuja hacia la acción sádica donde este ser humano, que da la orden de disparar bajo el marco de intereses nacionales, de seguridad, de proteger aparentemente a sus soldados, como también aquel que ejecuta la orden criminal y grita alborozado cuando dan en el blanco de un ser humano desarmado, se deleitan con su acción delictiva, pues están seguros de su impunidad e incluso el premio ante el crimen cometido «por servicios a la patria», «por su valentía». Pero, insisto, nada de esto es irracional, es parte de una estrategia de dominio, que en el ámbito geoestratégico se denomina caos premeditado llevado a su clímax por el también sionista y ex subsecretario de defensa bajo una de las administraciones de George W. Bush – 2001-2005 – Paul Wolfowitz.

Es necesario preguntarse: ¿Es irracional llevar adelante una política de colonización de un territorio a manos de gente, principalmente europeos, que son trasladados desde otros países para usurpar la tierra palestina? ¿Es algo irracional el comenzar, por ejemplo, un proceso de judaización de la historia, de la arqueología, de la cultura, incluso de aspectos tan simples como la cocina del pueblo originario e inventar que se trata de una tierra prometida que aquellos que deben habitarla lo harán por ser un pueblo elegido? ¿Es irracional esta situación? Parece serlo pero no, es una conducta dotada de una clara racionalidad.

Nos encontramos ante un proceso tejido, discutido y llevado a cabo con el fin de crear un sistema de apartheid que someta a la población palestina, que la obligue a buscar nuevos horizontes, que la transforme en un pueblo errante, que sea exterminada a manos de una ideología extremista. Eso, sin duda es una conducta perversa. Un impulso incontrolable de voracidad, de crimen, de expolio. Es un impulso que adquiere realidad al anular la voluntad del que se considera un ser inferior y para ello lo somete, discrimina, humilla, aparta, ignora, segrega, hiere y asesina. Y esto se hace con plena conciencia, con lógica criminal, con planeamiento, control, acción, dirección, análisis y evaluación.

En lo específico y con referencia a los crímenes de los cuales estamos siendo testigos en la Franja de Gaza principalmente, a manos de la soldadesca sionista, nos permite recurrir al análisis de intelectuales como Norman Finkelstein – estadounidense de religión judía e hijo de supervivientes de los campos de concentración nazis en Auschwitz y Majdanek – que en su libro «Método y locura: La historia oculta de los ataques de Israel en Gaza», da a conocer que el repetido recurso a la guerra más salvaje por parte de los gobiernos de Israel dista mucho de ser irracional: «en realidad, afirma Finkelstein, los ataques de Israel han sido diseñados para sabotear un posible compromiso de paz con los palestinos, aún cuando los términos de este les favorezca ampliamente». Y que en este año 2018 suma la necesidad de intensificar las acciones desestabilizadoras contra el gobierno sirio, los ataque a Irán y el proceso hacia una política de alianzas con la Casa al Saud.

La paz a la cual hago referencia es una meta que no se desea alcanzar por parte del sionismo, simple y llanamente porque lo Acuerdos de Oslo fueron una farsa destinada a detener el impulso liberador del pueblo palestino. Un Acuerdo violado desde el momento de la firma por Israel y cuando se quiso llevar a la práctica por un pueblo palestino cansado de mentiras se desencadenaron entonces guerras de agresión, desequilibradas y cruentas. Asesinatos selectivos. Construcción de muros, aumento de check point. Secuestros, destierros, demolición de viviendas. Destrucción de cultivos, procesos de judaización de Al Quds Este, Al Jalil. Invisibilización de la historia y la cultura palestina.

En esta postura del sionismo y a la vista de las cifras de víctimas de las operaciones militares israelíes, ejemplificadas con las operaciones de la última década contra la Franja de Gaza y que este año 2018 tiene su expresión con francotiradores instalados como una SS versión siglo XXI. Una tropa que cuida a sus prisioneros en el campo de concentración más grande del mundo, disparándoles como un juego de diversión, grabado y celebrado cuanto más palestinos se asesinen. Y todo esto sin que haya muerto israelí alguno, como podría suponerse cuando los medios de comunicación hablan de una guerra. Pero, ¿este asesinato a mansalva, perverso y brutal es una guerra? No hay proporción alguna y el mismo Finkelstein afirma que se suele sostener esta desproporción en el número de víctimas ocasionadas y las víctimas propias tienen un carácter delirante y patológico.

Una entidad perversa y delirante

¿Es así? ¿Sufre la sociedad israelí de una patología delirante? Si entendemos por delirante aquella sicopatología donde se destacan temas tales como: creencias irracionales de daño y persecución y, por otro lado, un trastorno del pensamiento donde predomina el delirio y las alucinaciones respecto a su identidad con visiones de grandeza o megalomanía – considerarse un pueblo elegido por ejemplo -. La entidad israelí, al interpretar la realidad de manera distorsionada tiene conjuntamente un trastorno delirante de carácter colectivo y una perturbación de pensamiento con predominio de delirio megalómano, con una ruptura con la realidad circundante, sin capacidad autocrítica, sin pensamiento coherente y lógico. Se autoconvence que aquello que hace, por más criminal que sea, tiene un objetivo superior: la grandeza y la seguridad del sionismo a partir de una orientación de un dios exclusivo y excluyente.

El pensamiento delirante se genera a partir de una interpretación distorsionada de la realidad. Allí donde todos ven una conducta de agresión, la persona delirante habla que le hacen daño, que su seguridad está en peligro, por más fuerza militar que posea. Una persona delirante de estas características tiene, en consecuencia, una conducta de autodefensa. Allí donde los organismos internacionales hablan de la necesidad de detener la construcción de muros y asentamientos, que segregan y usurpan territorio palestino, el delirante habla de la necesidad de proteger sus fronteras. Donde el pueblo palestino, en uso moral y legal de actos de defensa de su territorio ejecuta acciones de autodefensa contra tropas y colonos ocupantes, el delirante habla de terrorismo ocultando así su propia política colonialista, racista, criminal y lógicamente extremista. Una conducta amparada por una metodología de explicación y propaganda denominada hasbara.

En el plano político no se conocen medidas preventivas contra el trastorno delirante, por ello resulta importante que los organismos internacionales, las sociedades, definamos cursos de acción encaminados a proteger a los pueblos que sufren la acción de políticos, religiosos, colonos, instituciones civiles y militares aquejados de esta patología. Es indudable, a la luz de la conducta histórica del sionismo, que esta ideología y su expresión estructural bajo el nombre de Israel es una entidad dotada de una conducta de perversión, donde la moral y los valores están absolutamente trastocados.

La perversión, como concepto aplicable al actuar político y militar de Israel, supone a un gobierno y miembros de esa sociedad que actúan con conductas invertidas, normalmente no aceptadas y moralmente incorrectas, que buscan a través de la puesta en práctica de esas acciones perversas el placer del dominio mediante el uso del terror. Actos perversos contra la población palestina ejecutada por soldados y colonos: asesinar a sangre fría, detener y torturar, impedir la libre circulación de los habitantes del territorio. Impedir ejercer sus acciones religiosas. Demoler las viviendas – 5 mil de ellas destruidas hasta sus cimientos desde el año 200 a la fecha – destruir sus cosechas, arrancar de raíz sus árboles de olivos, cercar sus ciudades con muros y alambradas. Hacer uso de la llamada ley de Ausencia, que permite apropiarse (robar) la casa de un no judío al que se ha obligado a huir. Impedir el uso de bienes como el agua y la electricidad. Generar guetos, carreteras exclusivas para colonos.

Desde aquel enero del año 2017 cuando escribí un artículo donde denuncio al sionismo como ideología perversa y delirante, la acción criminal del régimen israelí no ha hecho más que intensificarse. No es necesario cambiar una línea de lo sostenido en aquella oportunidad. Por ello, el apartheid practicado por Israel contra la población palestina deja de ser un simple recurso argumentativo y se convierte en una realidad- El propio Tribunal Russel Para Palestina, reunido en la Ciudad del Cabo – Sudáfrica – el año 2011 que convocó a destacados juristas internacionales concluyó que «Israel somete al pueblo palestino a un régimen institucionalizado de dominación considerado apartheid por el derecho internacional», bajo el marco de la Resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU, aprobada el 10 de noviembre de 1975, equiparó al sionismo con el racismo en general y con el apartheid sudafricano en particular, y llamó a su eliminación, entendiéndola como una forma de discriminación racial.

Toda esa larga lista de acciones perversas del sionismo no cesa y se fundan en una ideología que reúne las características propias de una ideología fascista: Nacionalismo, autoritarismo y etnocentrismo, que ve al palestino como un animal, un ser inferior, alguien sin derechos frente al supuesto pueblo elegido, a quien un dios extraño, veleidoso y excluyente le concedió una tierra ajena y ha hecho de ese mito una razón fundante. Una ideología que bajo el actual régimen israelí preconiza un Estado «étnicamente puro». Esa perversión se funda en actos de una ideología, que encuentra su expresión y verbalización en líderes israelíes que alientan el odio, la segregación y el crimen de los Goys – no judíos – calificando a los palestinos como animales a los cuales hay que exterminar.

Perversión como la del ex Primer Ministro Menahem Begin, nacido en Bielorrusia, quien el año 1982 declaró ante el parlamento israelí el carácter infrahumano de los palestinos «se los digo, apenas son humanos». Perversión como la del también ex Primer Ministro Ehud Barack, de padres lituanos, quien en la segunda Intifada advertía a los israelíes: «los palestinos son como los cocodrilos, cuanta más carne les dan, más quieren». Palabras complementadas con las «piadosas» expresiones del rabino Yizhak Ginsburg, nacido en Estados Unidos quien señalaba: «la sangre judía y la sangre de los Goyim no es la misma y en ese plano, matar no es un crimen si las víctimas no son judías«. El fallecido Yizhak Shamir, de origen bielorruso y ex Primer Ministro, quien vociferaba a los cuatros vientos: «Aplastaremos a los palestinos como a langostas, aplastaremos sus cabezas contra las rocas y los muros».

Como no referir en este breve recuento las palabras del actual Ministro de Defensa, el colono ultranacionalista de origen moldavo Avigdor Lieberman quien ha propuesto entregar medallas de reconocimiento a los soldados que han asesinado, por la espalda, a los palestinos que se manifiestan en la Franja de Gaza. Y, dentro de estas ideas tan propias de los líderes de la autodenominada «mayor democracia de Oriente Medio», destaca la de Ayelet Shaked, actual Ministra de Justicia quien afirma que, «Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos. Estas madres deberían desaparecer junto a sus hogares, donde han criado a estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes».

El trastorno delirante, la perversión, el delirio megalómano, son partes componentes del sionismo, constituyen parte del engranaje de una ideología que así como Daesh, Fath al Sham, Ahrar al Sham u otros grupos takfiri constituyen una perversión del islam, con el cual no tiene nada que ver, así también el sionismo del régimen israelí en Palestina constituye una perversión criminal del judaísmo. Así declarado, por ejemplo por la organización de rabinos Neturei Karta, convencidos de la incompatibilidad entre las enseñanzas del judaísmo y una entidad denominada Israel asentada sobre la fuerza de las armas, el pillaje y el sufrimiento de todo un pueblo. En la Franja de Gaza estamos siendo testigos de a estrecha relación existente entre la clase política israelí, sus colonos y sus soldadesca con el delirio, la perversión y la megalomanía, que encuentran su expresión concreta en los asesinatos llevado a cabo del pueblo palestino, por uno de los regímenes más extremistas que conozca hoy la humanidad.

 

Pablo Jofré Leal. Periodista. Analista internacional.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.