La «denunciología» criolla acaba de hacer un nuevo «aporte»: una clasificación de «tendencias» que supuestamente facilitarían la tarea de reconocer, denunciar y refutar a quienes sean encasillados en tales «tendencias». Se les denunciaría como sembradores de «matrices de opinión contrarios al socialismo«. La taxonomía la ha presentado el autor y comentarista Carlos Luque. (Ver, «Las […]
La «denunciología» criolla acaba de hacer un nuevo «aporte»: una clasificación de «tendencias» que supuestamente facilitarían la tarea de reconocer, denunciar y refutar a quienes sean encasillados en tales «tendencias».
Se les denunciaría como sembradores de «matrices de opinión contrarios al socialismo«. La taxonomía la ha presentado el autor y comentarista Carlos Luque. (Ver, «Las Fake News de Domingo Amuchástegui», https://lapupilainsomne.wordpress.com/2018/10/09/las-fake-news-de-domingo-amuchastegui-por-carlos-luque-zayas-bazan/#comments)
Se nos dice que existen cuatro «tendencias»:
- Una «izquierda» con propuestas aplaudidas por la derecha mediática
- Personajes resurgidos a la palestra pública que otrora fueron representantes de una ortodoxia de la que ahora estuvieran abjurando
- Antiguos funcionarios que ahora ajustan las cuentas de sus errores, frustraciones y remordimientos
- Un pequeño universo giróvago que sateliza alrededor de los anteriores, aplaudiendo o repitiendo y amplificando
No me queda clara la diferencia entre la segunda y la tercera categoría, pero asumo que el uso del término «personaje» (en la segunda «tendencia») pudiera servir para encasillar a «antiguos funcionarios» a quienes parece considerarse que merecen mayor rudeza en el tratamiento. De eso no puedo estar muy seguro pues el lenguaje impreciso de la taxonomía no lo permite.
No se proporcionan nombres concretos, lo cual deja abierto al lector el proceso de imaginar a quiénes pudiera referirse cada categoría. Pudiera inferirse que las primeras tres categorías tienen un papel activo y que la cuarta desempeña una función pasiva.
La taxonomía, que quizás pudiera pensar su autor que es un producto intelectual elevado, no proviene de las ciencias sociales, lo cual en sí mismo no es un problema en el marco de un debate político, siempre que se asuma que es una opinión política y no una expresión de conocimiento científico.
Ese ejercicio de taxonomía política se ha presentado en el marco de un texto donde se abordan varios asuntos, pero mi breve comentario se limita a la clasificación que se ha presentado. El texto del compañero Luque se enfoca en la crítica a un artículo concreto y a su autor, pero lo que me interesa comentar es una «clasificación» general que rebasa la cuestión de un autor específico.
En primer lugar, la clasificación va precedida de una mención a » ‘fake news’ y otras torceduras de la verdad» que se asumen que serían parte de un proceso para tratar de influir en la opinión pública nacional.
Con esto hay por lo menos dos problemas. En primer lugar, mas allá de la manera imprecisa en que ha estado utilizándose -en todas partes- el término de «fake news» desde que Trump lo pusiera de moda, el hecho es que lo que pudieran haber expresado quienes me vienen a la mente cuando trato de ponerle nombres a las tres primeras «tendencias» no se correspondería con las nociones más utilizadas de «fake news«, sino simplemente con la existencia de opiniones diversas a las que pudiera tener el compañero Luque.
Considerar, en general, que una opinión diferente es una intencionada torcedura de la realidad es algo que intelectualmente no se acepta, por lo menos desde Descartes, por aquello de que «la diversidad de opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino únicamente de que conducimos nuestros pensamientos por caminos diversos, y los mismos objetos no son considerados por todos«.
Asumir a priori, como mentira, una discrepancia de criterios sobre mercados, formas de propiedad, partidos políticos, democracia, manzanas, aguacates, o lo que sea, no solamente refleja intolerancia sino, sobre todo, ignorancia acerca de cómo se produce el conocimiento.
Por supuesto que las mentiras y las «torceduras de la verdad» se utilizan con frecuencia en los debates políticos, pero con el desenmascaramiento de las mentiras hay dos cosas para tener en cuenta: hay que identificarlas con precisión (no basta con insinuarlas) y su comprobación no se refiere a un contraste entre ideas (las ideas del supuesto mentiroso y las del supuesto denunciante) sino que una mentira se verifica contrastando la idea con la realidad.
El segundo problema es que cuando las opiniones se refieren a ideas emitidas por personas que utilizan el método científico -aunque no necesariamente lo hagan en relación con un resultado científico- el tema de lo que es falso y de lo que no lo es necesita un análisis particular. La razón básica para ello es que la ciencia en realidad no es un mecanismo para producir la verdad, sino que es un proceso para producir conocimiento y para mejorarlo sistemáticamente, mediante aproximaciones sucesivas. La física de Newton y la Einstein representan dos momentos distintos del conocimiento. ¿Newton «mintió»?
El punto me parece importante porque una parte de quienes han sido muy activos en el actual debate político en Cuba con ideas distintas a las del compañero Luque (que son legítimas) tienen formación científica y lo que expresan en el debate político no puede ser separado de esa circunstancia.
Esto tendría implicaciones que permitirían cuestionar el supuesto rigor del ejercicio taxonómico que se ha presentado:
- Eso a lo que se le ha llamado » ‘izquierda’ con propuestas aplaudidas por la derecha mediática» pudiera ser el caso de ciudadanos cubanos que expresan opiniones que pudieran ser aceptadas (no sé si «aplaudidas») por otras personas, quizás incluyendo la derecha, simplemente porque son ideas razonadas que pueden ser verificadas en la realidad.
- Los supuestos «personajes resurgidos a la palestra pública que otrora fueron representantes de una ortodoxia de la que ahora estuvieran abjurando» pudieran ser ciudadanos cubanos que han reflexionado críticamente sobre sus anteriores ideas -en un marco de cambio dinámico de la realidad- y que sencillamente hubieran llegado a nuevas nociones sobre la realidad. Superar una supuesta «ortodoxia» no es negativo. Renovar el pensamiento no es, de por sí, criticable.
- Los identificados como «antiguos funcionarios» pudieran representar una variante de la categoría precedente, con la particularidad de que, por haber tenido una experiencia directa con la gestión gubernamental y sus detalles no públicos, probablemente hubieran incorporado una importante dimensión a su reflexión autocrítica y al proceso de desarrollo de nuevas ideas. La expresión que acompaña esa categoría relativa a «que ahora ajustan las cuentas de sus errores, frustraciones y remordimientos» solamente pudiera representar dos cosas: o el compañero Luque tiene conocimiento preciso y directo (con pruebas concretas) de que eso habría ocurrido para cada caso concreto que tuviese en mente, o se trata de una murmuración que no puede sostenerse. Obviamente, no le concedo al compañero Luque facultades de comunicación telepática que le permitieran saber cuáles son las motivaciones intimas de las personas a las que intenta encasillar.
- Lo que ocurre con la cuarta categoría pudiera ser muy fácil de explicar. Lo que irrespetuosamente se ha calificado como «pequeño universo giróvago que sateliza alrededor de los anteriores» en realidad pudieran ser ciudadanos -con derecho a escuchar, repetir y aplaudir a quien les venga en gana- porque son seres humanos con un cerebro y piensan por sí mismos, no porque sea «giróvagos«, es decir, personas errantes e inestables en cuanto a ideas. Lo que parece ocurrir con el clasificador pudiera ser también fácil de explicar: quienes no acepten su punto de vista -que parecería asumirse como una expresión de «la verdad»- no pueden ser otra cosa que unos entes proclives a ser influenciados por quienes ocupan las tres primeras categorías.
Al final, ante una situación como esta, siempre termino haciéndome la misma pregunta: ¿Qué sentido pudiera tener inventarse «clasificaciones» para tratar de descalificar ideas y ciudadanos en el marco de un debate político que se supone que deba ser amplio.